A propósito de Douglas Adams

Douglas Adams es el creador de dos sagas muy apreciadas por los aficionados al humor surrealista. La primera se formó a partir de la Guía del autoestopista galáctico y la segunda en torno al estrafalario detective privado Dirk Gently. Ambas han sido adaptadas con buenos resultados.

Douglas Adams (foto: Michael Hughes / wikimedia)
Douglas Adams (foto: Michael Hughes / wikimedia)

La primera fue llevada al cine en 2005; o más bien el primer libro de la saga, el único realmente bueno. La segunda llegó a la pequeña pantalla en 2012 por el creador de Misfits. Ambas adaptaciones sacan lo mejor del Adams más cinematográfico. Y sacan lo mejor porque se dan cuenta de que son los puntos de partida y los personajes de las novelas de Adams lo realmente genial. Según avanzan las páginas se va notando que era un escritor más bien normalito. Ambas parten de unos guiones que superan a los libros originales y que, entre otras cosas, tienen el muy buen criterio de dejar a un lado la insana obsesión de Adams por la American Express. La película condensa con tino los pasajes más cómicos de la novela, pero aún así sufre algunos de sus altibajos. La serie opta por evitar ese mismo riesgo al inspirarse vagamente en los originales, conservando los personajes, las mejores situaciones cómicas, los chistes más atemporales y el núcleo de algunas historias secundarias. El otro punto fuerte de las dos adaptaciones está en sus actores. En la primera Martin Freeman (Sherlock, El Hobbit) se sale del mapa y además está muy bien acompañado, especialmente por el impagable histrionismo de Sam Rockwell. En la segunda, la oportunidad la aprovecha igualmente bien Stephen Mangan (Episodes) y le secundan con muy buen oficio Darren Boyd y Lisa Jackson (una pena que no le den más minutos).

A pesar de todo lo bueno, Adams tenía la exasperante manía de injertar cosas, de muy diverso tipo, que no tienen nada que ver con la historia que parece estar contando y que acaban cortando el ritmo de la narración. Esos injertos pueden ser un chiste convertido en párrafo, personajes que aparecen y no vuelven a aparecer, un capítulo entero que intenta ser un chiste pero que no aporta nada a la historia… Injertos que podrían ir en cualquier otro libro o en ninguna parte, como todos los referentes a la dichosa American Express. Adams practicaba el pastiche llevado al límite, un pastiche de ocurrencias hiladas casi de cualquier manera en torno a una historia muy original y con el músculo suficiente para una novela corta y basta, si bien es imposible no reconocer que fue un sátiro brillante, de lengua rápida, maestro del diálogo absurdo y, sin embargo, milimetrado, capaz de arrancar una carcajada casi a cada requiebro. El problema es que eso mismo puede llegar a ser muy cargante si el número de páginas no está bien medido. Se sabía ocurrente y eso le perdía. No es el primer autor de humor absurdo que cae en su propia trampa: empezar bien y acabar cargante a base de insistir en la misma historia añadiendo nuevos chistes, o en los mismos chistes cambiando la historia. En el caso de la saga que siguió a La guía del autoestopista galáctico, no hay que olvidar que fue pensada como programa de radio que luego pegó para ir publicando en forma de libros.

Póster promocional de la película "La guía del autoestopista galáctico" (Touchtone Pictures)
Póster promocional de la película «La guía del autoestopista galáctico» (Touchtone Pictures)

En su segunda saga Adams madura como escritor y, aunque mantiene muchos de sus defectos, que otros dirán que son marca de la casa (personajes que tardan en reaparecen cien páginas, historias cruzadas que tardan doscientas en empezar a encajar, capítulos innecesarios…), sí que es evidente que gana en equilibrio y ritmo, además de potenciar su especial talento para las situaciones absurdas y para el golpe de efecto, la llamada punch line, que coloca mientras colecciona anécdotas, ocurrencias, chistes, personajes exagerados y descripciones sacadas de quicio. En ocasiones le sale mejor, como en Iras celestiales, una de sus obras más equilibradas, y en otras se hace infumable, tanto que se nota que la historia no avanza por el simple hecho de que podría ocupar cinco páginas de las casi doscientas que finalmente consiguió rellenar, como es el caso de Hasta luego, y gracias por el pescado. Hablando de las buenas novelas de Adams, no sé muy bien si sería posible adaptar Iras celestiales con un mínimo de coherencia, una obra que empieza con Thor cortocircuitando un aeropuerto después de cabrearse y soltar un rayo descontrolado, sigue con un señor asesinado por un monstruo de ojos verdes armado con una guadaña, la navegación Zen (en caso de estar perdido, antes que consultar un mapa, es mejor seguir a alguien que parece saber a dónde va), el método holísitico (la interconexión fundamental de todas las cosas), el manicomio de lujo en el que Odín disfruta de sábanas limpias todos los días, una calculadora que a partir de cuatro se agobia y escupe en su pantalla “un sofoco amarillo” (uno de esos injertos que no hacía ninguna falta), un águila gigante, una visita al gran salón de Walhalla… Pero si fue posible adaptar su otra obra para recordar, La guía del autoestopista galáctico, una loquísima novela a propósito de la demolición de la Tierra para abrir paso a una nueva vía de circunvalación hiperespacial y de los dos supervivientes que se enamoran en una nave que se convierte en un ovillo de lana para teletransportarse, todo es posible. En cualquier caso, por ahora, todas las adaptaciones cinematográficas de sus libros han sido más que acertadas.

Jesús Díaz de Lope

Jesús Díaz de Lope

Nació en septiembre de 1984 de manera esperada, estudió desde chiquito con los salesianos, salió de allí y acabó licenciándose en Sociología, a la que no se dedica. Luego estudió otras cosas y ahora realiza trabajos de lo más variopintos, va complusivamente al cine y tiende a escribir por la noche.

2 Comentarios

  1. Mi saga favorita de Douglas Adams es Guía del viajero intergaláctico, está muy bien lograda y desarrollada la historia, así como la película con el mismo nombre, las actuaciones son espectaculares.

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