Foto: Rene Asmussen | Pexels Commons

Poesía y misterio

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Foto: Rene Asmussen | Pexels Commons

Autora de una obra que abarca la poesía, el ensayo, la narrativa, la crítica literaria y el aforismo, profesora, traductora e investigadora de literatura anglosajona, miembro de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, Beatriz Villacañas presenta en esta nueva entrega lírica, La voz que me despierta (Vitruvio), un conjunto de sesenta y dos poemas. Su andadura poética se iniciaba allá por los noventa con tres entregas, Jazz,  Allegra Byron  y El silencio está lleno de nombres, continuaba en la primera década del nuevo siglo con Dublín y El ángel y la física y seguía con La Gravedad y la manzana, Testigos del asombro y El tiempo del padre. Su voz aparece en distintas antologías poéticas. Algunos de sus poemarios le han llevado a recoger algunas distinciones, entre las que sobresale el Premio Internacional Ciudad de Toledo y el Premio Primera Bienal Internacional Eugenio de Nora, León.

Beatriz Villacañas monologa con una mujer en busca de su propia identidad. Encuentra en la dialéctica ausencia / presencia el eco, la voz que llama, los motivos de su propia existencia. Hallar las respuestas en uno mismo, tras haber andado el camino, conlleva la concepción de un discurso poético que podría haber firmado cualquier poeta, pues hace referencia a los momentos previos a la escritura. El propio título, La voz que me despierta, nos conduce de lleno a la creación en ciernes, pero también a una lectura de la realidad desde el asombro. A lo que habría que sumar la llamada del padre. Como en alguna ocasión ha expresado la autora toledana acerca de su poética:

«El poema no explica el mundo: da fe de su misterio. La poesía es conocimiento revelado».

Puede verse el desdoblamiento, en virtud del cual se halla las señales reveladoras del libro, ya desde la primera estrofa del poema nuclear La voz que te despierta:

“Llego ahora aunque no quieras,
pues llego de madrugada,
pero yo soy la Poesía
y soy quien hace llamadas.”

Vale la pena volver al mismo poema, unas estrofas más abajo, donde el discurso poético de la hija del poeta Juan Antonio Villacañas propone una de las claves de la mística:

“Bien sabes tú que soy yo
quien despertó a Villacañas,
y le despertaba tanto,
que a veces, a bofetadas,
intentaba liberarse
de la voz que le llamaba.”

A lo largo de sesenta y dos poemas su canto se mueve por algunos temas recurrentes: el tiempo, el amor y la poesía. “Éramos yo y mi hermana, / San Servando la casa, la guarida: Toledo en la ventana”, así comienza el poema Princesas en San Servando. La vuelta a la ciudad de Toledo provoca en el sujeto poético el recuerdo de sus seres queridos. El ser queda expuesto ante los embates del filo del tiempo y hace mella, pero solo la coraza del amor le impide que venza: “y aunque la nieve llegue a nuestra puerta, / tú eres, amor, un fuego siempre nuevo” (en el poema Contemplación del fuego siempre nuevo), o, al menos, “puede cambiar las cartas de la suerte” (en Final abierto). El amor, despojado el corazón de lo banal, sufre un proceso de depuración (“Pájaro de la tarde, compañero, / toma mi corazón, / volemos juntos”), solo será indestructible si es desmesurado, con poder genésico, igualado a Dios, como se dirá en Credo: “Nada como el amor / para darnos noticia de lo eterno”, llegando a la libertad mediante el uso de la palabra verdadera, auténtica, como leemos en Lo imposible: “Dame / la voluntad ardiente que se hace palabra / y acto de amor”.

Vitruvio Ediciones

Otra de las claves es que la espiritualidad, como el haijin radica en lo esencial que suele tener un corazón pequeño. Lo llamativo es la perplejidad con que el ser actúa, pues, desde la mirada incierta,  todo es nuevo, sorprendente, un concepto que encontramos como seña de identidad en la obra de Beatriz Villacañas, así, por ejemplo, puede leerse en el poema Pequeñeces: “lo inexplicable / que en misterios estalla cada día”; o en Todo: “Asombro frente al todo / Sed terrenal que clama al cielo”. A la certidumbre se llega por un proceso de dudas y preguntas, ya que la vida es un cúmulo de incertidumbre, es decir, de aplicar la base filosófica. Pero también desde la aceptación de la fe, que se dispone a través de la propia escritura: “Por mis manos viene Dios / pisando sobre los años”, en Canción. No se trata de una fe fácil sino escurridiza y dolorosa, un tipo de certidumbre que suele ser el propio poema como resultado de la indagación y aprehensión que el sujeto trata de llevar a cabo, tal como aparece en el poema Me muero por tener fe: “y me esquiva tanto y tanto, / que me hace herida en el canto / cuanto pregunto por qué”. Esta forma de espiritualidad se nos muestra abierta, esperanzadora, en el poema La voz de quien se fue y nos espera: “un trozo de esperanza que yo os doy / para que os acompañe el resto del camino”. Fe que cubre, incluso, las cúspides de acero y las aceras de Nueva York, como se muestra en el poema Escrito en una servilleta de un café de la Quinta Avenida: “Hoy Nueva York es un empeño místico / que escala por encima de sus cimas, / es un dolor purísimo. Un empeño absoluto”.

Amor, tiempo y misterio en la palabra perfectamente acoplados en el poema Postdata:

«O de la edad que tengo,
porque el tiempo se esconde del presente
y a solas le entretengo,
que cuando Dios se siente
Dios de los golpes en la misma frente.»

El amor va unido al acto de habla. En este caso, al de la escritura poética, que es otra forma de comunicación. La autora se muestra bastante crítica con quienes empleamos la palabra y nos exige –ella la primera- compromiso con el signo escrito como acometió el propio Juan Antonio Villacañas: “Qué impune violar a la palabra / sacarle el alma misa de su idea”. La poeta lucha por su causa como activista y filóloga. Como ya escribiera en el poema Manifiesto poético de su anterior libro La Gravedad y la manzana: “Devolver a las palabras / la verdad que alguna vez tuvieron”. Porque a través de la propia palabra se presenta el Hacedor, así en Canción: “Por mis manos viene Dios / pisando sobre los años”. Efectivamente, aunque sea un ejercicio de introspección su poesía es un encuentro que se revela para adentro y para sí mismo, las palaras tienen la función de trascendernos, de ahí que la autora busque tapar huecos, poesía sanadora, como en el poema Palabras para quien se nos adelantó en el camino: “Hoy te escribo estas liras / que buscan traspasar cualquiera ausencia”. La advertencia no tarda en emerger en el poema Pero: “y la palabra escrita / se estrella contra el silencio / y el vacío”. Es ahí donde ancla el poema.

La palabra se asienta en un sinfín de registros. Beatriz Villacañas conoce bien el verso y lo demuestra en La voz que me despierta, empleando desde las estrofas de corte clásico (cuartetos en endecasílabos y en alejandrinos, redondillas, liras, romances, silvas, décimas, sonetos) hasta combinaciones contemporáneas (haikus, verso libre o prosa poética).

Las referencias literarias se presentan explícita (Platón, Manrique, Santa Teresa, Shakespeare, Garcilaso de la Vega, Miguel Hernández) o implícitamente (Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez o San Juan). En otros casos, es fácil adivinar la sombra de Frank McCourt, autor al que había dedicado en el pasado el poema Saludo a Frank McCourt mirando Al Shannon, ahora vemos, de nuevo, en su homenaje, el soneto A un escritor llamado Frank y la referencia al libro más célebre del escritor irlandés, Las cenizas de Ángela y la inclusión implícita de la humedad del río Shannon en la piel del propio sujeto. Beatriz aconseja, como buena escritora, la lectura cercana y el lápiz a mano (momento previo ideal para los creadores), en el poema Los versos subrayados: «nos despiertan a veces / como un aldabonazo / de campana en el pecho».

A pesar de los posibles corsés que pudiese tener las combinaciones clásicas, sorprende que no resulte un camino trillado sino reciente, luminoso; ahí reside el mérito de la autora toledana.  Los versos fluyen en La voz que me despierta gracias a la rima tanto asonante como asonante y a la cantidad de recursos empleados: de repetición (anáforas, estructuras paralelísticas, polisíndetons, bimembraciones…) y de pensamiento (antítesis, paradojas, símbolos, personificaciones, símiles, metáforas, metonimias, oxímoros, imágenes  visuales y sonoras). Sin embargo, no se produce opacidad ni interferencias en su decir; antes al contario, el verso se anuncia, alumbra y conmueve tras el misterio, ejemplo soberbio es la última estrofa del poema Aceptación:

«Y mientras, desde aquí,
seguiremos lanzando esa llamada intensa,
cargada de preguntas
de respuesta tan grande
que ahora en ellas no cabe.»

La voz que me despierta es un brillante ejercicio de introspección por las vías que el lector seguro conocerá. La escritora nos invita a conocer las relaciones entre el amor y el tiempo desde el equilibrio que proporciona la sensibilidad espiritual.

Jesús Cárdenas

Jesús Cárdenas (Sevilla, 1973) es autor de los libros de poemas: 'La luz de entre los cipreses' (Ediciones en Huida), 'Mudanzas de lo azul' (Vitruvio), 'Después de la música' (Cuadernos del Laberinto), 'Sucesión de lunas' (Anantes), 'Los refugios que olvidamos' (Anantes) y, junto a las imágenes de Jorge Mejías Garrón, 'Raíz olvido' (Maclein y Parker). Algunos de sus poemas han sido reconocidos con algunos premios. Ha escrito ensayos sobre importantes escritores españoles: Juan Ramón Jiménez, Machado, Vicente Aleixandre, Ramón Gómez de la Serna, entre otros. Como crítico literario de poesía ha colaborado en distintas revistas literarias. Pertenece al Circuito Literario Andaluz. Algunos de sus textos se han traducido al inglés, francés e italiano.

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