Ciencia ficción rusa y soviética

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 Gennady Golobokov | Katexic Clippings | Flickr Commons
Gennady Golobokov | Katexic Clippings | Flickr Commons

Obviando a los autores clásicos de la antigüedad cuyas obras podrían incluirse en la clasificación de ficción especulativa, la ciencia-ficción europea y, por inclusión, la rusa, empezaron su andadura a mediados del siglo XIX, coincidiendo con el comienzo del desarrollo científico y con la percepción  de que la ciencia contenía en sí misma el germen para ser una disciplina sujeta a evolución; lo que habían sido intentos aislados y anecdóticos se convirtió, por acumulación de títulos, en una corriente que desembocó en la configuración de todo un género literario.

«Con el cambio de los gustos había cambiado la concepción de la belleza, y con la transformación de la lengua se había esfumado el encanto convencional: las palabras sonoras, como un eco vacío, se habían apagado en el aire, y las imágenes se habían desvanecido como las sombras al aparecer los rayos del sol. Tan solo había quedado la altura de los pensamientos, la fuerza de los sentimientos, el hondo conocimiento del siempre constante corazón del hombre, el luminoso amor a la patria y la verdad sublime de la naturaleza; y la poesía meliflua, formada exclusivamente por palabras e imágenes, se había hecho añicos.»

Los autores rusos que se adscribieron a este naciente género, a diferencia de los franceses y del mundo anglosajón, no fueron demasiado conocidos ni sus obras pasaron a formar parte de la literatura popular; es posible que el peso específico de los novelistas realistas en esa verdadera Edad de Oro de la literatura rusa relegara al desconocimiento a los que cultivaron la ciencia-ficción, pero tuvo también su parte de responsabilidad, de forma parecida a lo que sucedía en el resto de Occidente, la infravaloración de este tipo de novelas comparadas con la literatura realista.

«-¡Pues me encantaría creer en algo!- dijo Pavel, animado por sus palabras-. Creer algo en verdad, con inocencia y pasión, como describen en esos libros. Pero me lo robaron todo cuando aún estaba en la cuna. Me envenenaron con su cinismo. Ahota todo me sabe a cenizas. Cómo envidio a esas antiguas familias, con padres y madres, en lugar de ciudadanos numerados.»

Nevsky Ediciones
Nevsky Ediciones

La idiosincrasia política rusa, tanto en el tiempo de los zares como en los albores de la Revolución de Octubre, señala otra diferencia fundamental en las obras de ciencia-ficción: el reflejo, la crítica o el enfrentamiento abierto con la situación política presente o futura, referencia que será fundamental en el devenir del género a partir del triunfo del bolchevismo. De hecho, existe una vaga pero interesante correlación entre la época histórica y la naturaleza de muchas de esas obras, la que relaciona a las producidas en la época zarista, que acostumbran a ser utopías que desvelan un mundo mejor, y las escritas en época pre-revolucionaria, que adquieren un carácter distópico nada esperanzador.

«Las ensoñaciones científicas de nuestro camarada al principio me provocaban una sonrisa;: pero las teorías se pegan, como la fiebre pútrida, y tal es el efecto de los estudios agudos o especiosos en una inteligencia humana débil, que precisamente las cabezas que antes que nadie alardean de incredulidad, habiéndose impregnado poco a poco de su principio volátil, se convierten en seguidores empedernidos y están dispuestos a defenderlas con fanatismo musulmán. Yo todavía discutía y sonreía cuando de pronto sentí que, entre tanta discusión amistosa, ese condenado alemán me había inoculado su teoría; que ésta se distribuía por todo mi cuerpo junto con la sangre y que se deslizaba por mis venas; que su calor se me había subido a la cabeza; que estaba enfermo de teoría.»

En cuanto a los temas tratados, no difieren en esencia de los comunes del género, aunque es cierto que existen algunas particularidades locales que los distinguen del resto de la ciencia-ficción occidental.  La antología no sólo incluye una representativa variedad de autores sino también una diversidad de enfoques, que incluyen un humor tremendamente ácido, y una selección de temas que ofrecen una visión general de una exhaustividad muy interesante: un viaje en el tiempo a un futuro modélico de progreso científico y humano; un viaje a una región mítica, una shangri-la de la naturaleza exenta de la intervención humana, que ha seguido un desarrollo progresivo debido a su evolución natural sin ninguna alteración; el descubrimiento de un pasado común en el origen de todas las civilizaciones de la Tierra, extintas y supervivientes, y de la contribución de la paleontología al conocimiento del pasado; un intercambio epistolar entre dos corresponsales en un futuro lejano, después de un viaje en el tiempo de uno de ellos, entre diversos adelantos tecnológicos y con el ejemplo prestado por el pueblo ruso al frente de todos los avances sociales; un viaje onírico de alto tono didáctico a la Luna en el que se explica con todo lujo de detalles los efectos, al nivel conocido en la época, de la vida humana en el satélite; una distopía que, a pesar de estar fechada en 1906, anticipa la crítica al sistema comunista, a la colectivización y al pretendido paraíso en la Tierra que prometía el sistema soviético; la invención de una máquina azotadora de alumnos díscolos que no supera la fase de demostración; el apogeo y destrucción de la República Antártica de la Cruz del Sur, trasunto terrestre de la colonización de otros planetas, organizada en torno a un sistema colectivista y bajo un régimen dictatorial de apariencia democrática, que sucumbe a una epidemia de «contradicción», una variedad de disonancia cognitiva; y, finalmente, en el que es tal vez el mejor de los relatos, se muestra cómo el avance de la ciencia ha conseguido una sociedad modélica, y la medicina la inmortalidad, y cómo, al final, después de milenios de vida, los sujetos caen bajo el hastío vital, considerando el suicidio como única alternativa posible a la inmortalidad.

«-La vida eterna es una tortura insoportable… Todo se repite en el mundo, así de cruel es la ley de la naturaleza… Mundos enteros cobran forma gracias a la materia del caos, brillan, se extinguen, chocan con otros, regresan al estado de dispersión de la materia, y, de nuevo, cobran forma. Y, así, sin fin… Se repiten los pensamientos, los sentimientos, los deseos, los actos. Incluso es posible que la idea misma de que todo se está repitiendo nos venga ahora a la cabeza por milésima vez… ¡Es horrible!»

Joan Flores Constans

Joan Flores Constans nació y vive en Calella. Cursó estudios de Psicologia Clínica, Filosofía y Gestión de Empresas. Desde el año 1992 trabaja como librero, actualmente en La Central del Raval. Lector vocacional, se resiste a escribir creativamente para re-crearse con notas a pie de página, conferencias, críticas y reseñas en la web 2.0, y apariciones ocasionales en otros medios de comunicación.

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