Cleofé Campuzano | Foto cedida por la autora

El ocho de las abejas

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Cleofé Campuzano | Foto cedida por la autora

Los formalistas rusos advirtieron que la función poética del lenguaje conlleva un alejamiento de este con respecto a su uso ordinario. Es decir, por radical que suene, si queremos producir un efecto estético en el lector, el lenguaje debe llamar la atención sobre sí mismo; la forma, de alguna manera, debe superar la rutina del lugar común expresivo en su intento de comunicación.

María Cleofé Campuzano Marco (Murcia, 1986), más conocida como Cleofé Campuzano, toma al pie de la letra esta observación formalista y es precisamente ese desvío del uso cotidiano de la lengua una de las características más llamativas de su poética. El ocho de las abejas (Devenir, 2018) no representa su primera publicación para aquellos que ya la seguíamos a través de las redes sociales, porque la poesía de Campuzano podemos decir que ha nacido y ha trazado un genésico recorrido, tanto en revista literarias como Crátera, como en el virtual campo de letras que propone el ámbito digital.

La poesía de Cleofé Campuzano, de carácter irracionalista por lo intuitivo de sus asociaciones de palabras, se caracteriza por desautomatizar la sintaxis de sus versos, dicha deslocalización del sentido gramático es llevada a cabo a través de un aparato retórico que no es casual ni accidental, sino producto de una ideología literaria que filtra sus convicciones desde lo conceptual a lo físico, a un plano textual que se complejiza al adaptar el fondo a la forma del poema, o viceversa, es decir, estamos ante una poesía verdadera que busca sus propios códigos y cauces.

A esta conclusión puede llegarse tras una primera lectura completa del libro, tras la cual podemos averiguar de qué nos habla, qué nos dicen los poemas. El balance tras esto puede ser negativo por la densidad de lo pesimista, pero sin duda, pronto advertiremos que la significación semántica del léxico solo apunta a partes de una verdad que la poeta obliga a descodificar a través de la intuición, pues parece que con ella ha sido codificada.

Llegamos hasta aquí tras una primera lectura, pero es preciso leer de nuevo el libro por segunda vez para que nuestra agudeza empiece a detectar qué resortes lingüísticos ejercen en el texto su particular influencia. Con la primera lectura podemos saber qué dice el texto, con la segunda, qué hace.

Llegados a este punto podemos deducir que la poeta es coherente con su propio discurso. La elección del recurso literario en cada poema es la apropiada para transmitir un mensaje vital que bulle en su interior y necesita compartir.

Devenir Ediciones

El sujeto lírico, al que podemos considerar alter ego de la autora, se expresa en mayor medida en primera persona, puntualmente lo hace también en segunda y tercera, pero el peso de la primera persona puede ser considerado como confesional, una apelación a un apóstrofe no mencionado, pero conforme vayamos avanzando en la lectura sospecharemos si dicho discurso es en verdad dirigido a una otredad tácita y anónima, o verdaderamente estamos ante un monólogo interior, un flujo de conciencia que deriva su discurso mediante las formas personales para introducir en él la digresión.

La poeta hace un irreverente uso de la puntuación, lo cual ya influye en la asociación de algunas palabras y las imágenes que proponen, como por ejemplo, en el poema titulado En un sembrado tierno y feroz:

«Allí caes y confías / caes sin miedo ni rencor / en un sembrado tierno y feroz / que te atrapará en la noche / aún ajena / aún in vitro / en una noche estrecha / al alza de dos copos de nieve que desaparecerán / mucho antes de vivir».

Además, este tipo de recurso favorece las elipsis. Los versos son blancos y libres, su autora no confía su discurso lírico a recursos métricos ni fonéticos, sí a algunos retóricos, como por ejemplo, la antítesis. La ambivalencia de dos fuerzas contrarias que se equilibran en la palabra es recurrente a lo largo del poemario: «tierno y feroz», «prodigioso y mudo», pero no solo a través de estas construcciones bimembres, sino también en la elección de los elementos actoriales del poema.

Cleofé Campuzano introduce en ocasiones términos aparentemente antipoéticos en los poemas: «diseccional», «mercantil», «congénere», «impasse», «salvajear». Parte del extrañamiento que produce su poética reside en el encuentro con palabras que difieren por su naturaleza del entorno. También gusta de utilizar personificaciones de la naturaleza muerta, adjetivación del sustantivo, participios, infinitivos que modalizan el texto hacia lo impersonal; pero todos estos rasgos personalizan todavía más su discurso pues, en palabras del propio José Luis Zerón Huguet, prologuista del libro, la poeta nos habla del azar, del anudamiento entre la vida y la muerte, del destino, la providencia y lo ambiguo de conceptos como instinto e inteligencia. También, de la ausencia de dios, del sentimiento de culpa, de la incertidumbre y orfandad del ser humano, un ser humano que se interroga como causante del dolor y la desolación. Toda su argumentación temática justifica los recursos escogidos porque hay angustia y miedo a la muerte, y quien hable de ello debe hacerlo con la respiración entrecortada, con la sensibilidad violentada por el pensamiento, con inseguridad, pero también, con rabia; la desorientación que realmente siente la autora ante preocupaciones tan trascendentales se transmite habilidosamente al lector a través de los múltiples rasgos de su poética.

Poesía ontológica, pero también existencial, que basa la fuerza de su discurso en el simbolismo que marida un correlato objetivo de imágenes y sensaciones que nos asombran, desconciertan e inquietan. Es posible reconocerse en el manifiesto de una herida, por muy surrealista que sea, porque del dolor venimos y hacia él vamos, y nunca ha dejado de ser nuestro maestro.

El ocho de las abejas no es un poemario que pueda ni deba explicarse, si su presentación exige de alguna manera una síntesis general, si el rol de mediador cultural propone ingeniosas perífrasis o maneras de reducir a lo elemental algo plural y dinámico, la respuesta más honesta sería una invitación a su lectura, pues su discurso poético busca un lector activo abierto a lo sensorial, una sensorialidad intuitiva que sin duda cristalizará en lo reflexivo.

Para terminar, encuentro en la paradoja del viajero la metáfora perfecta para describir la huella que deja este poemario en el lector. Un turista regresa de todos los lugares que ha visitado con la maleta llena de recuerdos, con múltiples fotografías y anécdotas que contar, ha disfrutado de los lugares que ha visitado pero ninguno le ha tocado realmente; el viajero, vuelve cambiado, la experiencia de su viaje queda marcada indeleblemente en su interior. Ante El ocho de las abejas somos atrevidos viajeros que desconocen el paraje que exploran, que ignoran cuanto dejan atrás y solo esperan a que la duda se transforme en sorpresa y la belleza que encuentren justifique —cuanto menos— todos sus peligros.

José Antonio Olmedo

José Antonio Olmedo López-Amor (Valencia, 1977). Escritor y poeta, crítico literario y cinematográfico, ensayista, cronista, articulista, divulgador científico. Titulado en audiovisuales. Redactor y colaborador en más de treinta medios de comunicación digitales e impresos

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