Cuentistas (IV): Matías Candeira

«Encuentro deseable que los relatos tengan una falla,
una grieta, algo que no encaje del todo.»

Matías Candeira (Madrid, 1984) es algo más que uno de nuestros narradores más prometedores, ya que a su juventud añade un importante bagaje de lecturas, un arduo trabajo ante cada texto y una voz tan audaz como original. Tras la publicación de su primer conjunto de relatos, La soledad de los ventrílocuos (2009), de su inclusión en varias de las mejores antologías del género y de que sus cuentos hayan recibido no pocos premios, aparece su segundo trabajo, Antes de las jirafas. Un libro que le confirma como escritor dotado y que deja adivinar una interesante evolución de cara al futuro. Quizá Matías Candeira se convierta en una referencia cada vez más familiar en ese futuro, cuando pensemos en el panorama del relato contemporáneo, pero lo cierto es que ya es, ahora mismo, el presente de nuestro mejor cuento.

¿Por qué el cuento, Matías? ¿Qué te impulsó a trabajar la narrativa breve en tus dos libros publicados hasta la fecha?

¿Quién decía eso de que la mejor defensa es un buen ataque? El cuento es, ahora mismo, uno de los lugares desde donde quiero atacar. Pero, desde luego, no es el único. Creo que el relato funciona en mí de la misma forma que lo hace mi carácter, con su cualidad dispersa, deficiente de una manera gloriosa, lo más humana posible. Por esta y otras razones me interesan bastante los textos breves, ya sea el propio relato, la nouvelle, o todo aquello que en un contexto como el actual, con la literatura cada vez más dañada por la lógica capitalista, suene a exceso, a “capricho”. Me gusta dedicarle a un texto de corta extensión el tiempo de uno de larga extensión. Procuro que se perciban capas, zonas apenas explicadas, agujeros que posibiliten la interpretación y el cambio de estructuras mentales en el que me está leyendo. Del “sé lo que ha pasado porque lo he leído” a “no sé exactamente qué ha pasado, pero sé que estoy en un lugar distinto”. Escribo muy despacio.

Como se puede ver, no he hecho una defensa del género por oposición a otros. Sería sano que los que escribimos relato tomáramos esta costumbre.

En tus libros, en especial en el segundo, tocas diversos palos y trabajas códigos distintos, de lo fantástico al absurdo, del surrealismo al cómic o el cine de serie B. Se transparentan las muchas y muy distintas lecturas que te han ido construyendo como autor. ¿Eres consciente de haber matado algún padre literario, o de haberlo intentado, como mínimo, en tus relatos?

Los padres no se matan, sino que se encierran por un tiempo desconocido en el cuarto de las escobas… Antes de las jirafas es esencialmente un libro híbrido en sus pretensiones: toma códigos y referencias que son muy importantes en mi vida y construye narraciones con ellos (la serie B, el terror, el cómic, el cine, la literatura de la otredad). Estas narraciones, a su vez, están fundamentadas en alguna clase de poética sobre la monstruosidad, la diferencia, el margen, el delirio, el punto dezplazado que somos (o que yo, tengo claro, fui en una parte concreta de mi vida y me parece importante reivindicar). Por último, y como creo que digo en otra pregunta, hay una sospecha irónica en bastantes de los relatos sobre los mecanismos con los que se construyen. Por eso es un libro con un pie en la burla y otro en el amor y el desamparo.

Las dos editoriales especializadas en el cuento en España te seleccionaron el año pasado en sus antologías de lo mejor de la primera década del siglo XXI, Menoscuarto y Páginas de Espuma. Esta editorial madrileña, además, ha apostado por tu segundo libro en solitario. Y en 2010 también participaste en otros proyectos colectivos. ¿Percibes esa mayor visibilidad de tu trabajo? ¿Recibes alguna respuesta de tus nuevos lectores o de otros autores?

Aún es demasiado pronto para hablar de cómo ha sido recibido Antes de las jirafas en este maremoto de publicaciones. Respecto a La soledad de los ventrílocuos, y dado el proceso costoso y sangrante que pasó hasta que fue editado, supongo que tuvo un éxito más que aceptable dentro de su modesto campo de recepción (¿mil o dos mil lectores potenciales?). Hay que tener en cuenta que era mi primer libro, que la etiqueta “autor novel” provoca erupciones cutáneas en según qué gente y que tampoco tenía ningún tipo de padrino. Ahora mismo el libro está agotado, por lo que, supongo, llegó a su público de la manera correcta. En cuanto al futuro, sé que mi trabajo tiene más encaje ahora que cuando empecé y hay más gente que se está acercando a mis libros.

En uno de esos libros colectivos, La banda de los corazones sucios, colaboras con el cuento “Manhattan Pulp” (el que ofrecemos esta semana a los lectores de Revista de Letras), recogido después en Antes de las jirafas. ¿Te resulta complicado escribir por encargo sobre un tema?

Normalmente no me gustan mucho los encargos. No estoy seguro de que sea tanto por esa libertad clausurada o impuesta, como porque caiga sobre mí ese peso –poco manejable– del muerto: escribir sobre un “tema” y encima que no esté agotado por otros escritores o artistas más capaces que yo. Probablemente siempre lo está y todos somos falsificadores con más o menos talento.

En el caso de La banda, el tema sólo estaba acotado en torno a la maldad, lo que nos dejaba bastante libertad a los participantes. Por lo demás, yo soñé con mi villano. Le doy mucha importancia a las cosas que sueño, esos caprichos desconocidos de nuestra mente que nos revelan minas de oro. Lo escondido por venir. “Manhattan Pulp” era el relato perfecto para dar por concluida la escritura del libro.

¿Cómo ves el supuesto auge del cuento en España? ¿Crees que el mundo editorial y los medios están de veras por la labor? Sin militancias, que ya no vienen a cuento, pero, ¿qué crees que podría y cabría hacerse para que el relato breve, definitivamente, recibiera atención como lenguaje literario a la altura de cualquier otro?

No creo que el relato viva ningún tipo de auge, la verdad. Si acaso hay, a lo mejor, una mayor voluntad de comunicar sus avances y una infraestructura editorial un poco más fuerte. ¿Algunas posibles soluciones?

1. Dejar de lamerse las heridas. Que no vendas tres mil ejemplares o no te hagan caso en Babelia no significa que no debas y puedas escribir un buen libro de cuentos. Uno sabe perfectamente qué tiene y qué no tiene que escribir, según sean sus aspiraciones legítimas. Si quieres forrarte, estás en el comedor social equivocado. ¡Hazte tu propio manual de las buenas maneras literarias!

2. Un Harpeer´s Baazar. Un New Yorker. Un McSweeneys. Una revista con una infraestructura potente, o (más importante) que pueda pagar en condiciones un relato inédito tras un proceso de selección. Granta ha tratado de hacer algo parecido, y aunque varios de los seleccionados son –se sabe, positivamente– buenos escritores, la jugada ha tenido algo de justa sospecha. Muchos agentes literarios se frotaron las manos con este asunto.

3. Muchos menos premios literarios, pero mejor dotados. Que en su funcionamiento más básico haya un grupo previo de lectores con un criterio literario solvente, y no funcionarios de la institución que toque cuya idea de lo que es un buen texto pasa porque lean al menos tres veces la palabra “corazón” o “piticli”, se destaquen los valores humanos y al final haya una sorpresa o una tía que sale de una tarta de merengue. Garantía de publicación y difusión de los relatos ganadores, por ejemplo, en portales de Internet, Facebook y redes sociales. En definitiva, una infraesctructura que posibilite que un relato o un libro de relatos que ha pasado por cribas de probada solvencia llegue a la gente. No a lectores exquisitos, gordos, comedores de ostras. Al común de los mortales. Esto no es utopía, es sentido común.

4. Mayor penetración y proliferación en el mercado de iniciativas editoriales como los minis (Alpha Decay) o los cuadernos de la editorial Alfabia. Textos de corta extensión, bien editados, a un precio razonable.

5. Como decía Medardo Fraile, ir al origen primario de las cosas, a la brecha cultural o metástasis profunda que se arrastra: el sistema educativo. Nadie me dio a leer cuentos en el colegio. Nadie me dijo lo que eran. Dudo que mis profesores valoraran que era un género, como mínimo, interesante. Bueno, tampoco es que en el programa de estudios hicieran demasiado esfuerzo por impartir literatura universal. Yo quería haber leído (y estudiado) a Stendhal y me pusieron a leer a Azorín.

6. Sistemático gaseo con algo letal a quien quiera que sea ese disminuido psíquico que, con el marbete de “relatos de verano”, elige a gente muy poco capacitada o cuyas destrezas son más útiles para escribir tochos. Pienso en una variante aún peor, cuando los escritores elegidos son garantes de la más nauseabunda corrección política: “Relato sobre mi visita al pueblo de mi abuelo maquinista, que está muy triste porque las minas de carbón se han extinguido”; “Historia de Pili, un ama de casa de Teruel que viaja a la gran ciudad”. “Cómo mi hijo gordo empezó a hacer dieta y se convirtió en una persona encantadora. Fuimos juntos al parque de atracciones. Me sentí un buen padre y olvidé por unos instantes felices que tengo disfunción eréctil, mi mujer me ata a la cama y no puedo pagar la letra del coche”.

7. Que en las deliberaciones de la noble Institución Literaria, alguien, alguna vez en la historia, tenga la decencia de otorgar el Premio Nacional de Literatura o el de la Crítica a un buen libro de relatos. En esencia, el gran y complejo mecanismo del “prestigio” literario en España sigue marcado por unas coordenadas (políticas, discursivas, temáticas) muy específicas.

¿Crees que puede identificarse, al margen del aspecto editorial, una evolución literaria del relato en las últimas décadas? Se publica más, eso sí, pero, ¿se escribe mejor cuento?

Supongo que soy demasiado joven para poder hacer un análisis profundo de esta cuestión. Llevo años leyendo relatos de manera seria y sistemática. He encontrado buenos escritores en todas las décadas.

¿Qué delata para ti a un buen cuento? ¿Cuál sería esa seña de identidad en tus mejores cuentos?

Sé que hay textos que funcionan para mí y otros que no lo hacen. Y las reglas que los presiden son misteriosas. Encuentro deseable que los relatos tengan una falla, una grieta, algo que no encaje del todo. Eso que se revela contra nuestra seguridad lectora o nuestro sentido común, lo aterroriza, aloja una bomba en sus cimientos.

Háblanos de cómo vives el proceso creativo, de cómo te planteas el camino desde la idea inicial al texto definitivo, de cómo surgen tus textos. ¿Qué arranca el motor de la escritura en tu caso? ¿Una frase desencadena el resto? ¿Planificas todo con antelación, corriges a partir de un torrente inicial o cada relato te pide una estrategia distinta (ninguna, incluso)?

Cada relato pide una lucha distinta con uno mismo. Su propia muerte honorable. He tenido distintas maneras de proceder con ellos a lo largo de los años, de modo que no podría responder a mis propias recetas. Van variando. Yo funciono con una balanza equilibrada entre la intuición, los conocimientos que tengo y, sobre todo, la defensa de cierta no premeditación en la escritura. Las mejores escenas que uno puede escribir son las que, se me ocurre, surgen una vez se ha planificado una posible estructura y ésta se ha de cambiar porque, de pronto, las tripas te han revelado algo que, bueno, no estaba exactamente ahí, pero se movía como una larva en la periferia de las notas que ibas tomando. Son esas escenas ligeramente desprovistas de lógica, fulgurantes, yo diría que no del todo necesarias. En varios de los relatos de este libro, por ejemplo, he procurado que las haya: “Manhattan Pulp”, con la creación del villano niño Jim Boy o la aparición de Peter Parker borracho. En “Exploradores”, la obsesión del protagonista por la bicicleta a la que no sabe darle nombre; o la descripción de la fotografía en la parte final. En “Jimmy”, ese momento en que el asesino vaga placenteramente por los pasillos del barco. Y así bastantes, me temo (o me alegro, más bien).

Al hilo de la anterior, hilvano la pregunta del lector. Esta semana nos la envía la escritora chilena Andrea Jeftanovic: “¿Cómo sabes que se precipita el final del cuento?”.

Los cuentos se terminan como muchas relaciones. Lo “ves venir”. La manera de decir(lo) queda devastada y es ahí precisamente donde el relato nace. Supongo que uno los remata con un Colt 45 en un punto intermedio, justo donde quedan claras algunas parcelas de luz y muchas otras que apuntan a un sentido por explorar.

En la primera entrevista de este ciclo le pregunté a Medardo Fraile por una especie de salto generacional en el cuento español, una zona de penumbra en la que, salvo excepciones, los veteranos y los más jóvenes no comparten referencias ni se leen demasiado entre sí. Buena parte de la crítica demuestra todavía ciertos prejuicios ante el hecho de que un autor de 2011 se haya nutrido también del cómic y las series de televisión. ¿Crees que hay en nuestro país un espacio literario en blanco entre tu generación y las anteriores?

Ya he dicho alguna vez que los autores de los ochenta no tenemos generación, porque realmente somos muy pocos como para detentar poéticas de grupo; demasiado jóvenes para ser insertados en la generación inmediatamente anterior, “nocilla, novísima y joven” (y eso que la mayoría tienen cerca de cuarenta años). Tampoco creo que tengamos una “gran obra” que le tome el pulso a nuestra realidad, que es lo que suelen buscar los estudiosos para establecer topografías de las diferentes genealogías literarias. A ojos del mercado y el canon, estamos en pañales. A ojos de la crítica, probablemente seamos considerados ligeros porque nuestros temas podrían entrar en la literatura, no ya de la post-democracia, sino casi post-11S. Nuestros intereses están profundamente contaminados por la cultura audiovisual y asuntos que ya no pertenecen a categorías estéticas cerradas (“el cine tiene que ser cine”, “la literatura tiene que ser literatura y oler como huele la literatura”, y así). Se dice además que somos una generación apolítica y que esto se refleja en la escritura, sin conciencia de clase (lo que en parte es cierto, porque cada vez es más difícil encontrar un libro que hable de lo que realmente está pasando, sin heredar discursos prefabricados o temas de catálogos de moda: “Una Coca-Cola tiene la misma importancia cultural que un Velázquez”). Por lo demás, recuerdo que hace no demasiado tiempo, un escritor de una guardia vieja se indignó muchísimo porque existiera el Premio Nacional de Cómic y el cine de animación tuviera consideraciones de alta cultura. Vamos, que el Ministerio de Cultura, el mismo que le ha pagado a él bolos, boatos y actos institucionales, reconociera el trabajo de esa gente que hace “dibujitos”.

Esto es una anécdota que apunta hacia un problema de recepción y colisión generacional (no sé si en el caso de este hombre sería ignorancia cercana a la estupidez, o sentido erróneo de lo que es tener “cojonazos”, como dirían los chanantes) muy difícil de salvar.

Diría que la mía es una generación literaria en blanco.

¿Qué cuento crees que podría sorprender y conmover más a un lector que se acerque a tus dos libros por primera vez? ¿Hay alguno que, a tu juicio, resuma con un efecto más claro tu poética personal en narrativa?

De La soledad de los ventrílocuos, yo diría que “Al final de Sara”, “En algún lugar de la calle V”, “Cuando se muere la nevera” o “La segunda vida”.

De Antes de las jirafas: “Manhattan Pulp”, “El extraño”, “Jimmy”, “¿Qué tal, cariño?” o “La estirpe amarilla”.

¿Qué te interesa o te llega más de un cuento, la emoción provocada, la idea contenida o la perfección formal? ¿Cuál de ellas te parece más importante en un buen cuento?

Que el cuento esté vivo. La relación que provoca contigo debe ser extraña y no pasiva. Eso sólo se sabe por intuición lectora y, por supuesto, puede admitir textos cuya perfección formal es discutible, la emoción es extrañamente fría o, incluso, me han escamoteado su sentido y sólo llego a entender una pequeñísima parte.

¿Crees que el lector de cuentos es, en general, un lector más exigente? ¿Viene de ahí tal vez que el cuento, todavía hoy, parezca asunto de minorías inquietas?

No, de ninguna manera creo que el lector de cuentos sea un ser especial, mimado entre los algodones de un palacio y ya convertido en un obeso por haber paladeado toneladas de exquisitos “bocados de perfección formal”. ¿Quién demonios quiere tener relación con alguien que no se puede mover de la cama y que rompe las sillas en todos los restaurantes?

¿Qué autores de relatos (españoles, latinoamericanos o de cualquier otro lado) te parecen más destacables en los últimos años? ¿Qué libros de cuentos más o menos recientes te han dado mayores alegrías como lector?

Voy a acotar la respuesta a escritores en activo que publican relatos en lengua castellana y me parecen interesantes. No tengo ninguna voluntad de canon (más tarde seguro que lamento haberme dejado a alguien). Son, por ejemplo, Patricio Pron, Quim Monzó, Jon Bilbao, Fernando Cañero, Mercedes Cebrián, Carlo Padial, Antonio Ortuño, Norberto Luis Romero, Alberto Chimal, Eduardo Berti, Juan Carlos Márquez, Víctor García Antón, Rodrigo Fresán, Jordi Puntí, Ángel Zapata, Samantha Schweblin, Elvira Navarro, Ismael Grasa y Sara Mesa.

Me gustaría que aquí llegaran libros de relatos de gente como Mariana Enríquez, Juan Terranova, Federico Falco, Rodrigo Hasbún, etcétera. Mucho de lo que se escribe en Latinoamérica nos es desconocido precisamente porque los libros son muy difíciles de conseguir (sin pagar unos portes carísimos, claro).

La soledad de los ventrílocuos tenía una suerte de nexo común, temático: la identidad del que a solas y a tientas busca su espacio. Antes de las jirafas ofrece un álbum de familia peculiar: son los personajes quienes muestran un margen habitado, una manera de no estar en la inercia general. Se diría que en cada uno de tus dos libros hay un clima reconocible. ¿Qué piensas de este asunto? ¿Como lector, agradeces un hilo conductor en un libro de cuentos o prefieres cierta anarquía?

Como lector hago lo que no hago como escritor.

Escribo mis libros como proyectos que reflejan procesos de mi propia vida y mis intereses, y denotan un trabajo concienzudo en su conjunto. Me parece más rico que compilar sin ton ni son, pero esa exigencia es conmigo mismo antes que con otros escritores, cuyas maneras de proceder y ordenar sus libros de relatos son enteramente suyas y por mí están bien. Antes de las jirafas es un proyecto global y una caja de resonancia, antes que una mera suma de textos de diferentes épocas.

Sin embargo, leo los libros de otros a capricho, sin orden, con cierta habilidad especial para echar un simple vistazo al texto y detectar casi enseguida cuáles son los mejores relatos o puntas de lanza.

En su magnífica crítica, Vicente Luis Mora habla de tres pilares en tu narrativa: la construcción de espacios como representaciones psicológicas, la plástica de tu poética visual y la “tensión centrífuga que lleva […] a una estética alejada del realismo”. Tú mismo reconoces como fundamental la presencia de lo extraño como catalizador de lo real, de una grieta que lo cuestione.

Cada vez me interesa más sospechar de eso que llamamos realidad. Por eso escribo sobre asuntos que no quiero entender del todo, fracturas en la representación, mundos que, literalmente, dudan de sí mismos y sus márgenes. En cierto modo, se percibe cómo están a punto de desmoronarse (igual que el nuestro, ya que nos ponemos). Hay una tensión centrífuga en su escritura y sus cimientos. Lo que es y lo que parece que es. Lo dicho y lo inconsciente. Mundos que parecen erróneos.

Pasolini, al inicio de Salò, habla del exceso para asentar un código sin el que no podrá entenderse su película. Patricio Pron ha escrito que tu estrategia “parece la más adecuada para narrar unas historias en las que el exceso está depositado del lado de la imaginación”. Pienso en una voluntad de estilo en tu escritura, justo donde otros tomarán por fallidos algunos de tus cuentos. ¿Temes que no se entienda tu propuesta?

Creo en la importancia del “malentendido” en la lectura para generar discursos posteriores a ella. Por eso dudo que “no entender” sea necesariamente malo. Digamos que Antes de las jirafas es un libro amante del sentido de lo maravilloso, al mismo tiempo que varios de sus relatos desmienten o intentan distanciarse de algunos modos tradicionales de construir textos. La belleza de la otredad combinada con la sospecha de la estructura, los códigos, los géneros. Y el humor negro, siempre con la vista al frente.

Has comentado ya en otras entrevistas que tienes la sana intención de ir variando de registros, de tratar ciertos temas cuando te sientas preparado. También que ahora mismo preparas una nouvelle a modo de díptico. Háblanos un poco de ese proyecto.

Los proyectos se matan si se anuncian antes de tiempo. Hay interés de una editorial por sacar el proyecto, que en cualquier caso tendrá forma de nouvelle, aroma a capricho. Me interesa mucho seguir trabajando con códigos de la literatura fantástica, los seriales y lo seductor de la mezcla de géneros. Hay surrealismo, hay otredad, hay horror y hay aventuras. Y gente a la que se le caen partes del cuerpo.

Imagino que la oportunidad que te ha brindado la Fundación Gala, en la que estás becado, te ayuda a trabajar en esa nouvelle y en otros proyectos pero, sobre todo, te pone en contacto con otros jóvenes artistas de diferentes disciplinas, lo que tal vez enriquece y matiza tu trabajo como escritor. ¿Dejas que tu escritura se contagie de otras formas de creación artística?

Ya he dicho alguna vez que tengo nada más que buenas opiniones sobre la contaminación en mi trabajo. Y como soy una persona con muchas pasiones frustradas (el dibujo, por ejemplo), siempre estaría abierto a la colaboración con otras disciplinas. Si un buen dibujante de cómics se ofreciera a trabajar conmigo para sacar algo en común, yo sería feliz. O también un poeta. Cualquiera que esté abierto a dejar de someter la lógica de su trabajo a “lo que tiene que ser” y los canales de circulación por los que le han dicho que tiene que moverse.

Sergi Bellver
sergibellver.blogspot.com

Foto © Antonio Méndez de Vigo

El cuento de Matías Candeira

“Manhattan Pulp” pertenece al libro Antes de las jirafas
(Páginas de Espuma, 2011).

Lee “Manhattan Pulp” clicando aquí

Sergi Bellver

Sergi Bellver (Barcelona, 1971) es escritor, editor y crítico literario. Responsable de la edición y el prólogo de «Chéjov comentado» (Nevsky Prospects, 2010) y autor en «La banda de los corazones sucios. Antología del cuento villano» (El Cuervo/Baladí, 2010; ed. de Salvador Luis). Profesor de Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès y Escuela de Escritores de Madrid, donde ha colaborado con la Cadena SER. Publica artículos y reseñas en las revistas Tiempo, BCN Week y Standdart, en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia, y en los medios digitales Culturamas, Revista Kafka y La tormenta en un vaso.

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