David Foster Wallace | Foto: Flash

Esto es agua

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David Foster Wallace | Foto: Flash
David Foster Wallace | Foto: Flash

El 21 de mayo de 2005 David Foster Wallace, autor de La broma infinita, fue el encargado de pronunciar el discurso de graduación del Kenyon College de Ohio. Hoy, gracias a la transcripción de esa brillante conferencia, y pese a que el autor se quitó la vida en 2008, podemos entrevistar a uno de los escritores más influyentes de las últimas décadas. Sus respuestas, literales, aún están llenas de electricidad. Esto, como él mismo concluye, es agua. Sí, esto es agua.

¿También usted nos hablará de los panes y los peces?
Si teméis que tenga planeado presentarme aquí como el pez sabio y viejo que explica lo que es el agua a vosotros, peces jóvenes, por favor, no temáis. No soy el pez sabio y viejo.

Pero sí que quiere contarnos una fábula. Adelante…
Hay dos peces jóvenes nadando y sucede que se encuentran con un pez más viejo que viene en sentido contrario y que les saluda con la cabeza y dice “Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?” Y los dos peces jóvenes nadan un poco más y entonces uno de ellos se vuelve hacia el otro y dice “¿Qué diablos es el agua?”.

De acuerdo, lo obvio es lo más difícil de comprender. ¿No es eso?
El hecho es que en las trincheras del día a día de la vida adulta, los lugares comunes insignificantes pueden tener una importancia de vida o muerte, o eso es lo que quiero que comprendáis en esta mañana despejada y hermosa.

Desde que usted decidió quitarse la vida, la Educación no ha mejorado substancialmente. Ni en Estados Unidos ni aquí.
Si sois como yo cuando era estudiante, os inclinaréis a sentiros un poco insultados por la afirmación de que necesitarais que alguien os enseñara cómo pensar.

¿Pero qué quiere decir saber pensar, señor Foster Wallace?
Tiene que ver con la selección de lo que pensamos. Si vuestra libertad total para elegir lo que pensáis parece demasiado obvia como para gastar el tiempo discutiéndola, os diría que pensarais sobre los peces y el agua, y que pusierais entre paréntesis durante algunos minutos vuestro escepticismo sobre la importancia de lo totalmente obvio.

Podemos elegir qué pensamos pero, de alguna manera, siempre seremos esclavos de nuestros propios miedos. Hemos visto en los últimos años cómo ha crecido la intolerancia hacia el otro.
El problema de los dogmáticos religiosos es exactamente el mismo que el del descreído de la historia: certidumbre ciega, una mente cerrada equiparable a una prisión tan absoluta que ni el prisionero sabe que está encerrado. Lo importante es que esto es un ejemplo de lo que pienso que realmente significa “Enseñarme cómo pensar”. Ser sólo un poco menos arrogante. Tener sólo un poco de conciencia crítica sobre mí mismo y mis certidumbres. Porque un amplio porcentaje de las cosas sobre las que tiendo a estar automáticamente seguro resultan ser totalmente engañosas y erróneas.

Nos creemos demasiadas veces el centro del universo. También esto que cuenta tiene que ver con la mirada.
El mundo tal como lo experimentas está ahí en frente TUYA o detrás de TI, a TU izquierda o derecha, en TU televisión o en TU monitor. Y así sucesivamente. Los pensamientos y sentimientos de los demás te tienen que ser comunicados de alguna manera, pero los tuyos propios son tan inmediatos, urgentes y reales…

¿Pero cómo desprenderse de los prejuicios? La cultura no garantizada nada, en este sentido.
Probablemente lo más peligroso de una educación universitaria es que autoriza mi tendencia a sobreintelectualizar las cosas, a perderme en razonamientos abstractos dentro de mi cabeza; en lugar de simplemente prestar atención a lo que sucede justo enfrente de mí, presto atención a lo que sucede en mi interior.

¿Y eso se puede enseñar y aprender?
Aprender cómo pensar significa realmente cómo ejercer control sobre cómo y qué piensas. Lo que significa ser lo bastante consciente para elegir a qué prestas atención y cómo construir significado desde la experiencia. Porque si no eres capaz de hacer este tipo de elección cuando eres adulto, estarás totalmente colgado.

Cuando uno ya no está en el aula, cuando ha entrado en la inercia de la rueda del sistema, es más fácil olvidarse de todas estas cuestiones.

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Resulta que hay un importante trozo de la vida que implica aburrimiento, rutina y pequeñas frustraciones. A modo de ejemplo, digamos que hoy es un día adulto ordinario, y te levantas por la mañana, y vas a tu puesto de trabajo absorbente, oficinesco y de licenciado universitario, y trabajas duro durante ocho o diez horas, y al final del día estás cansado y de algún modo estresado y lo único que quieres es irte a casa y tomar una buena cena y quizá relajarte durante una hora, y después irte a la cama temprano porque, por supuesto, tienes que levantarte al día siguiente y repetirlo todo otra vez. Pero entonces recuerdas que no hay comida en casa. No has tenido tiempo de hacer la compra esta semana por culpa de tu trabajo absorbente, por lo que ahora, después de trabajar, tienes que meterte en tu coche y conducir hasta el supermercado. Es el final de la jornada laboral y el tráfico es exactamente como tiene que ser: pésimo. Así que para ir a la tienda coges un camino más largo que el habitual, y cuando finalmente llegas el supermercado está atestado, porque naturalmente es el momento del día en el que todas las otras personas que también trabajan se apretujan intentando comprar algo en tiendas de comestibles. Y la tienda esta horriblemente iluminada y ambientada con un hilo musical aburridísimo o un pop corporativo y es de lejos el último lugar en el que quieres estar pero no puedes entrar y salir rápidamente; tienes que recorrer todos esos pasillos enormes, sobreiluminados y confusos para encontrar lo que necesitas y tienes que maniobrar con tu carrito de la compra a través de toda esa gente apresurada y cansada con carritos…

Conseguirá que nos deprimamos. Ahora nos dirá que comeremos comida congelada el resto de nuestras vidas.
Habrá rutinas mucho más tristes, molestas y aparentemente sin sentido. Pero eso no es lo importante. Lo importante es que justo en una pequeña y frustrante mierda como esta es donde aparece la oportunidad de elegir. Porque los atascos de tráfico y los pasillos atestados y las largas colas en las cajas me dan tiempo para pensar, y si no tomo una decisión consciente sobre cómo pensar y a qué prestar atención, voy a sentirme molesto y miserable todas las veces que tenga que ir de compras. Porque en mi configuración natural por defecto está la certeza de que situaciones así son exclusivamente mías. MI apetito y MI cansancio y MI deseo de llegar a casa ya, y va a parecerle a todo el mundo como si todos los demás se interpusieran en mi camino. ¿Y quién es toda esta gente que se interpone en mi camino? Y mira lo repulsivos que son la mayoría de ellos, y lo estúpidos y bovinos e insensibles e inhumanos que parecen en la cola de caja, o lo molesta y grosera que es esa gente que habla en voz alta por el teléfono móvil en medio de la cola. Y date cuenta de lo profunda y personalmente injusto que es todo esto.

Hay maneras totalmente diferentes de pensar incluso en la cola del supermercado.
Podréis escoger mirar de forma diferente a esa señora gorda, insensible y excesivamente maquillada que grita a su chico en la cola de la caja. Puede que ella no sea siempre así. Puede que haya estado tres noches enteras agarrando la mano de su marido agonizante de cáncer de huesos. O puede que esa señora sea la empleada con sueldo mínimo en el departamento de automóviles que justo ayer ayudó a vuestro cónyuge a resolver un trámite burocrático horrible y desesperante mediante un pequeño acto de bondad administrativa. Por supuesto, nada de esto es probable, pero tampoco es imposible. Sólo depende de cómo lo enfoquéis.

¿De verdad cree que eso nos hará más libres?
Es la libertad que otorga una educación real, aprender a ser equilibrado. Vosotros decidís conscientemente lo que tiene significado y lo que no. Vosotros decidís qué adorar.

¿Adoración, dice?
En las trincheras del día a día de la vida adulta, en realidad no hay nada parecido al ateísmo. No hay nada que no implique adoración. Todo el mundo adora. La única elección que hacemos es qué adorar. Y la razón irresistible por la que quizá elegimos alguna clase de dios o cosa de tipo espiritual que adorar —sea Jesucristo o Alá, sea Yavé o la Diosa Madre Wiccan, o las Cuatro Nobles Verdades, o algún conjunto inviolable de principios éticos— es que casi cualquier otra cosa que adores te comerá vivo. Si adoráis el dinero y las cosas materiales, si para vosotros están donde sentís el significado real de la vida, entonces nunca tendréis bastante, nunca sentiréis que tenéis bastante. Esa es la verdad. Adorad vuestro cuerpo y vuestra belleza y vuestro atractivo sexual y siempre os sentiréis feos. Y cuando el tiempo y la edad comiencen a mostrarse, moriréis un millón de muertes antes de que finalmente la sintáis.

Pero no hemos definido, aún, qué es la libertad.
Naturalmente hay muchos tipos de libertad. El tipo realmente importante de libertad implica atención y consciencia y disciplina, y ser capaz de preocuparse verdaderamente por otras personas. Es inimaginablemente difícil hacerlo, estar alerta y vivo en el día a día del mundo adulto exterior.

¿Qué le respondemos, entonces, al pez?
Esto es agua. Esto es agua…

Este artículo pertenece a Agua y Cultura, sección patrocinada por la Fundación Aquae.

Albert Lladó

Albert Lladó (Barcelona, 1980) es editor de Revista de Letras y escribe en La Vanguardia. Es autor, entre otros títulos, de 'Malpaís' y 'La travesía de las anguilas' (Galaxia Gutenberg, 2022 y 2020) y 'La mirada lúcida' (Anagrama, 2019).

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