El alumbramiento de un torso flemático, por Cristina Juárez

De la imagen a la letra y de la letra al alma. El alumbramiento de un torso flemático constituye una prosa poética inspirada en el aguafuerte «El sueño de la razón produce monstruos», grabado perteneciente a la serie «Los Caprichos» del pintor español Francisco Goya. En dicha obra pictórica, el artista plasma la luz como una característica importante que recae directamente sobre el cuerpo del personaje, dejando oscurecidas a las siluetas de algunas lechuzas y al fondo tétrico que sumerge en la sensación de profundidad en el lienzo. La composición gira entorno a un primer plano en el que se encuentra el artista dormido sobre un pedestal, figurando hojas de papel y lapiceros con carboncillos esparcidos. Las criaturas nocturnas simbolizan probablemente las vulgaridades perjudiciales del mundo, la ignorancia y los vicios de la sociedad observadas en su época.

En el texto El alumbramiento de un torso flemático se reintegra con ironía a la crítica disyuntiva expresada por el grabador, realizando un monólogo debatiente entre la tortura de tener un conocimiento de la realidad lacerante o el preferir el ensueño de una negación para nuestro entorno. Acompañan a la composición literaria la imagen de «Torso», cedida para su publicación por parte de los estudios en grafito del artista oaxaqueño Javier Arjona Juárez (http://www.javarjona.blogspot.com) así como el video narrativo, en el que la voz del médico escritor regiomontano, Jair García-Guerrero (http://drjair.com), recrea con sensibilidad parte de la retórica expresada por la autora.

“La sombra no existe; lo que tu llamas sombra es la luz que no ves”.
Henri Barbusse, novelista francés.
(Asni̬res, 1873 РMosc̼, 1935)

¿Cómo se enciende a un corazón? Algunos dicen que con fuego, fundiendo parafina en la pasión. ¿Y cómo sobrevive a su siniestro? Con abrigo de memorias o con ropaje de deseos… Con extinguidor de aires o con soplador de besos.

Cuando una víscera es pobre en combustión, el llanto le ha rociado sus huecos. Y cuando la carne perece en explosión, la gota del sollozo es la que evita quemarle por dentro.

Pregunto entonces ¿cómo se apaga un corazón? Con miradas que se esquivan o con reojos de celo… Con ahogos de rutina o con incertidumbres de vuelo.

Cuando tal duda tortura a la razón, arde más la turbidez que la nitidez del alma desnudada. Porque la vergüenza es un rubor pasajero, mientras que la verdad en disimulo resulta una carga pesada.

¿Y cómo se capta al embeleco? Al fulgor del tono cuerdo o a la luz del alienado… Bajo el tinte del colérico o del ánimo oxidado.

La voz de la dubitación revela la inquietud de los ángulos vacíos; como el claroscuro de horror inspirado en tintes de recuerdo. Y frente al hallazgo de su sabidez latente, se imprime un contorno de candelas -revelación que no alumbra el alma; complicación etérea para purgar creencias-.

Saber que el engaño de la irrealidad mantiene al torso erguido, siendo que el soplo de veracidad es lo que doblega al individuo. En medio de la irradiación y el eclipse de su lobreguez entrante, los extremos se hacen crítica -como el destello que encandila a la mirada o como la opacidad que nos cega la vista-.

De ahí que se exprese que la ignorancia sea lastre fatigoso para el ruedo1, a la vez que simboliza la roca inadvertida del viajero. Como toda mendacidad humana, la omisión de su evidencia es consuelo de extravío, elixir de cobardes y blandón arrebolado de lo frívolo.

Mirar que el reirse a diario, y fingir demencia ante el dolor alterno, es encontrarse en tonos loables sin colores que definan. Con el goce de lo soso, en el disimulo de las crueles realidades dentro de este mundo loco, se prenden luces que irradian y no inspiran.

Queda entonces claro que somos seres de mentira pues creemos entendernos. Aunque lo cierto es que no hay claridad de laudo en preguntas sin respuestas, pues el alma de aquél que ya no sonrie con las certezas, pero revive en ironías, habita ya de siempre con los monstruos del misterio.

La consternación de nuestro engaño se encuentra solamente entre nebulosas querellas, como el impulso de hesitar que fanatiza en desconciertos. Terrible sea que en las noches de temibles factos, cuando la sapidez de la propia mediocridad fustiga el garbo, la fugacidad de la calma explota el silencio de los que cuestionan la vida.

En cada conquista de acertijos -cuando la ignorancia pierde su dominio en el terreno de lo idílico-, las bombillas caducas que alguna vez alumbraron las aceras, dejan de ser resplandor y vuelven a ser tinieblas.

Curioso es que el hombre prenda veladoras para guiar el rumbo de esos pasos, mientras coloca de cabeza el caput bendito de sus santos. ¿Cómo sabe que no confìa en las sombras de lo incierto? Olvida que la oscuridad no es peligro, sino el creer en la claridad que suele tenerlo despierto.

¿Iluminarse entonces no es subirse al firmamento? Sencillamente es tomar atajos, pero para descender al sufrimiento. Y si ser incrédulo es ser mártir de perplejidades cautivas, es ser víctima de odiarse -no por descubrirse el lecho, sino por la incapacidad para ignorarse las heridas-.

¡Qué fastidio es ser perplejo! aunque sopesa en minoría al compararse con lo necio. Cierto es que se escuchan palpitaciones clamando por un himno más mundando, gritando desde adentro: ¡Desplomemos vanidad en caminos sin conocimiento!; en veredas sin medianía y en sendas sin cuestionamiento.

¡Seamos ciegos, sordos y mudos!, viviendo y muriendo en nuestros cuadros -ahí en donde el pincel de la fantasia perfila al escenario de deseos-. Pero tan solo prometámonos algo: jurar no abolir la locura del invento, siendo dignos de la irrealidad que consuele a nuestros sesos.

¿Y para qué cumplir un pacto? Lo ideal sería no hacer caso al corazón que se infarta con impactos, pero caeríamos en vesania bajo la tutela de un psiquiátrico. ¿Cómo desoír por ende al murmullo del discernimiento? Si “el sueño de la razón produce monstruos” (Goya) para estremecernos, el alma en martirio cavilante bien busca la invidencia del objeto, la sordera frente al ruego y la paresia para el hecho.

Pese a todo esto hay que tener presente que los trotes de angustiosos cuestionamientos, rodados en la negrura del descubrimiento, logran mayor huella que las pisadas dancísticas de incultura. Finalmente ¿qué es un sendero sin pólvora? ¿Acaso una mente sin anhelos? Si el detonante de la ilusión requiere del impulso de malos sueños…¡quedémonos dormidos! pero despertemos al amanecer para tomar inspiración de los cielos.

Y es que la mediocridad nos hiere, porque aprieta fuerte a nuestras manos; aleja la mirada del pabilo y prolonga la oscuridad que llevamos; doblega la integridad del espíritu y frena la amplitud de sus rastros.

Recordar que la esencia en busca de tranquilidad persigue a la indiferencia. Pero es ironía el concretar que la curiosidad del encanto natural impulsa a quejarse de las imágenes que llegan. De dicho modo os queda filiación por despojos atezados.

Alguien debatirá por tanto ¿por qué proponer la tragedia como criterio de vida? Porque no deja de ser sublime, real y lírica -incluso en su nostalgia escénica y aún en su expectante intriga-. Porque si la galera que aprisiona no es la falta de libertad, sino el caletre entumecido de los cuerpos, un habla sin versos de añoranza es el tronco desdeñado por los huertos.

Ahora entiendan de antemano que se hiera al engreimento, que la estrofa que incomoda rime ya con aspaviento. Disculpará el entorno ufano por hablar con ignominia, pero comprenderá que nada aprende el ciego en el paso del aposentro, sino en sus caídas diarias -al destetarse del bordón en el rumbo sin cimiento-.

La experiencia afirma de este modo que la vida es vacilación, y que la burla que le ofrecemos es actuar con decisión. Y como “nuestra existencia no es más que un cortocircuito de luz entre dos eternidades de oscuridad” (Vladimir Nabokov), hay que partir y terminar en el temperamento inicialmente parido: la serenidad.

17 de Octubre del 2011, San Juan Bautista Guelache, Oaxaca.

Cristina Juárez García
http://cristinajuarezgaopusculos.blogspot.com

*La ilustración que acompaña a este texto es obra del artista oaxaqueño Javier Arjona, reproducida con su autorización.
http://www.javarjona.blogspot.com

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ANEXO

1 Paráfrasis de la cita del escritor y político rumano Valeriu Butulescu: “La ignorancia es la carga más pesada. Pero quien la lleva no lo siente”.

Cristina Juárez García

Cristina Juárez García (Oaxaca de Juárez, México, 1987), médico de pregrado y escritora. Estudios cursados en la Escuela de Medicina del Tecnológico de Monterrey (Nuevo León, México) y en la UAB, en prácticas de internado en el departamento de psiquiatría del Hospital Vall d' Hebron (Barcelona). Actualmente colabora en la elaboración de textos del Colectivo de arte contemporáneo mexicano Artecocodrilo.com, trabaja en su primera publicación literaria: “¿Cartas a Suso? Hablaba de ti y no de mí”, recopilación de prosas y versos abordados como profundizaciones de un recuerdo y cotejo analítico de un sentimiento.

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