Rodrigo Díaz Cortez | Foto: Mara Orguilés

El escritor taxista

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Rodrigo Díaz Cortez | Foto: Mara Orguilés
Rodrigo Díaz Cortez | Foto: Mara Orguilés

Recién al mediodía abrió los ojos y se levantó de la cama. El escritor chileno Rodrigo Díaz Cortez, de 36 años, no trasnochó al lado del teclado como se podría esperar. Estuvo arriba de un coche toda la noche. De seis de la tarde a seis de la mañana, condujo su taxi por las calles de Barcelona. En esa soledad nocturna siempre se cuestiona: “¿qué hago aquí?».

Él escribe todo los días, por lo menos, unos treinta minutos, y el taxi es una buena fuente de inspiración. “Arriba del taxi pasan muchas cosas”, dice. De hecho, hace un tiempo, puso unos micrófonos en el asiento trasero. Cuando escuchaba una conversación interesante, apretaba y grababa. Pero llegó el momento que tenía aproximadamente cuatrocientas grabaciones. “Tendré que ordenarlas y escribirlas”, se ríe.

Ha publicado cuatro libros. El último fue el 2011: El pequeño comandante, por la editorial Mondandori. Pero fue la novela Tridente de plata, la que le sacó del anonimato, al ganar el Premio Mario Vargas Llosa de Novela el año 2007. Reconocimiento que le permitió ser fichado por la Agencia Literaria Guillermo Schavelson, y compartir espacio con Paul Auster, Ricardo Piglia y Ernesto Sábato.

Sin embargo, Díaz Cortez es un escritor prácticamente desconocido en España como en su Chile natal. “Allí están los libros, casi escondidos en las estanterías” se queja, agregando: “Un escritor amigo siempre me dice: Anda invita a la editora a comer. Sé amigo de ella. ¡Escríbele, hombre!».

Hasta ahora se niega a hacerlo.

Historias de taxi
Desde que conduce su taxi, hace tres años, Díaz Cortez ha subido de peso, unos diez kilos. “Eso es por estar sentado mucho rato”, enfatiza agarrándose el estómago. Antes ha trabajado como pintor, jardinero, cuidador de autos e instalador de estructuras metálicas, oficio que le permitió estar en forma, según sus propias palabras.

Si se trata de vender libros, Díaz Cortez no escatima esfuerzos en hacerlo él mismo. Cuando fue publicado El peor de los guerreros, en el 2011, aprovechó hasta la más mínima conversación con los pasajeros para promocionar y vender un ejemplar.

Fue con los doce mil euros del Premio Vargas Llosa con los que sacó su licencia de taxista. Decisión de la que no se arrepiente. “Fue lo mejor que hice”, señala.

Es consciente que trabajar en este oficio tiene sus riesgos. De hecho, lo han asaltado un par de veces, y la última vez fue la más grave. Lo agarraron por el cuello, y entre el forcejeo, pudo mostrar a los asaltantes los únicos veinte euros que tenía, motivo por el cual, lo dejaron libre, con varias contusiones leves en el cuerpo.

A pesar de eso, no quiere cambiar de turno. Rodrigo prefiere trabajar de noche. No hay atascos y se ahorra el calor del verano, y Barcelona en eso, es muy intolerante a pleno día.

Un lugar donde escribir

Rodrigo Díaz Cortez | Foto: Mara Orguilés
Rodrigo Díaz Cortez | Foto: Mara Orguilés

Desde la ventana de su piso se ve la Sagrada Familia lo suficientemente cerca como para quedar impresionado, pero también está lo suficientemente lejos como para no agobiarse con los miles de turistas que invaden la zona. Lo separa de los visitantes un pequeño lago artificial y un parque. “Llegué hace cuatro meses a la zona. Un arriendo así, sería imposible antes. La crisis ha hecho bajar mucho los precios de los departamentos”, aclara, mientras enseña con satisfacción el símbolo de Gaudí frente a sus ojos.

Me explica que siempre ha estado en crisis económica. Siempre ha vivido con lo justo. Hace poco -por primera vez- ha firmado un contrato de teléfono. “Todos van con las sogas al cuello con los créditos, deudas. Yo nunca he pedido un crédito, por ejemplo”, dice.

En el salón de su casa está su biblioteca, y al costado su escritorio y varias de sus libretas de apuntes, que son en realidad unos cuadernos de colegio cuadriculado con tapas de plástico y en su interior notas de sus relatos, poesías y las letras de canciones. Todas escritas con letras mayúsculas, intercaladas con muchos párrafos de distintos colores.

La época de los ochenta está muy presente en sus libros. Fueron los años de su niñez y en Chile había dictadura, acontecimiento difícil de olvidar.

Díaz Cortez viene de un entorno familiar comunista y, según dice, en su casa se vivía con los fantasmas de los muertos. Su tío Lenin Díaz es un detenido desaparecido, una figura a quien admira por su perseverancia; como así también, su abuelo materno, quien fue uno de los primeros vecinos que pobló La Legua, uno de los barrios más pobres de la capital chilena; y además fue él quien le incentivó la pasión por la lectura.

“Cuando fue el Golpe, todo el mundo tiraba los libros a la calle. Mi abuelo, que era chofer del camión de la basura, recogía todos esos libros y los guardaba la casa. En el entretecho habían varias cajas y yo eso lo cuento en El pequeño comandante como si los libros hubiesen estado escondidos bajo tierra, como un tesoro pirata”, recuerda.

Buscando editor
Últimamente, Díaz Cortez anda contento. Le acaban de publicar una traducción al alemán de El peor de los guerreros en la editorial Aufbau Verlag. Sin embargo, lo que más lo tiene ilusionado es ver publicados dos libros que ya tiene terminados y ahora está en búsqueda de un editor. El libro de cuentos Metales rojos y la novela Poeta bajo el mar, esta última finalista del Premio Qué Leer y Ciudad de Barbastro (2008), uno de los certámenes más antiguos de España.

Los manuscritos han sido presentados a varias editoriales. Como respuesta, le dicen que los libros de cuentos no venden, y que su novela es muy fragmentaria, compleja y que no tiene una estructura clara. Palabras que replicaron incluso con Mondandori, los mismos que publicaron su último libro.

Con relación a la tolerancia a la frustración, dice que cada vez que lo rechazan, va a escribir una novela de la re-ostia, y su actitud es la misma que tiene un niño cuando va cometer la peor travesura. Su máxima cuando escribe es: pasarlo bien, disfrutar, dejarse llevar y ponerse en plan nada serio. Luego, ya vendrá la coherencia, el discurso. Enfatiza: “para qué darte de cabezazos contra la pared si no vas a disfrutar”.

De sus lecturas, me dice que se termina escribiendo lo que gusta leer. A Díaz Cortez le interesa que tengan una cierta poética. En ese sentido, le agrada mucho Alejandro Zambra, que tiene un rollo muy personal. “Si Zambra hiciera un Bonsai de 200 páginas, sería un próximo Bolaño, seguro”.

Vivir de la literatura en el futuro, lo ve difícil. Se ve sobreviviendo como todos. Enviando textos a concursos literarios. Con vehemencia dice “que nadie vive de lo que escribe. Son cuatro de cuatrocientos escritores que pueden hacerlo. Los autores de entretenimiento hace rato que aplastaron a los autores que tienen una necesidad creadora”.

Con esta entrevista ¿seguro habrá alguien que querrá encontrarse contigo en el taxi en Barcelona?
Espero que sea de los simpáticos o se tendrá que bajar (ríe).

Sergio Pinto Briones

Sergio Pinto (Santiago de Chile, 1977). Es periodista y colaborador de El País, National Geographic, Calle 20 y The Clinic en Chile, entre otros. Como poeta visual ha publicado en España 'Barbaridades in Situ' (Ed. Emboscall, 2009), 'El Balcón de la Planta Baja' (Ed. V.Taroncher, 2013) y 'De Facto' (Ediciones Contrabando, 2013).

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