El mito de las Moiras en «El otro, el mismo» de Jorge Luis Borges

María Alejandra Crespín Argañaraz
I.N.E.S. Nº 2 “Mariano Acosta”
alejandracrespyn@hotmail.com

En el marco del movimiento modernista, Jorge Luis Borges desarrolla en su obra “El Otro, el Mismo” una elaboración de numerosos elementos literarios, míticos históricos y filosóficos de la cultura helénica. Esta ponencia muestra algunos aspectos del trabajo poético de ese autor argentino, en su libro “El Otro, el Mismo” aparece la actividad de cada una de Las Moiras: Cloto, Láquesis y Atropos. Las alusiones eruditas a personajes, obras, lugares y ciertos caracteres del vocabulario se consideran como emergentes superficiales de una actitud profunda del poeta frente al fenómeno cultural griego, que invita y exhorta a la creación de nuevas formas de belleza inspiradas en las que se dieron en aquel contexto.

En primer lugar, se analizarán las expresiones en las cuales la figura de las Moiras aparece insinuada por verbos referentes al tejido.

En el “Poema conjetural”, la presencia de las Moiras es sugerida por el verbo “tejieron” que además de hacer referencia a la actividad de estas divinidades, exige, por estar conjugado en tercera persona del plural, su sujeto múltiple (las Moiras son tres). El sustantivo que cumple esta función es “días”; no son las Moiras las que tejieron, sino los días. El adjetivo posesivo “mis” aparece como modificador que circunscribe la temporalidad generalizada o indefinida del sustantivo a la temporalidad del yo lírico, haciéndola más personal. Si se agrega a esto el circunstancial de tiempo “desde un día de la niñez”, queda aún más limitada esta temporalidad a la duración de la vida de ese yo. En el mundo greco-latino esa duración es regulada por las Parcas mediante el hilado.

Hay una coincidencia entre mito y poema en lo que respecta a la actividad de las Moiras, pero el modo de actuar de éstas en el mito es externo al hombre, mientras que en el poema, adquiere un carácter mucho más personal mediante el reemplazo de la mención de estas divinidades por el sujeto “mis días”.

En “A un poeta menor de la Antología”, se encuentran también el verbo “tejieron” y el sustantivo “días”, cumpliendo las funciones antes señaladas, solo que, en este caso, los días no pertenecen al yo lírico, sino al poeta menor; no obstante, se observa el mismo carácter personal dado por el adjetivo posesivo (en este caso “tuyos”). Pero hay una diferencia profunda entre los dos poemas: en éste, el objeto directo es “dicha y dolor’“, dos ingredientes habituales de la vida que podrían ser tejidos por las Moiras; no hay ruptura respecto del mito. En cambio, en el “Poema conjetural”, el objeto directo es “laberinto múltiple de pasos”, algo no considerado por el mito dentro de las posibilidades de las Moiras; hay un entrecruzamiento con otro mito perteneciente al mundo greco-latino. En “A un poeta menor de la Antología”, la imagen del laberinto es sugerida por el sustantivo “red”. Se considerará este aspecto mas adelante.

En “Límites” reaparece el verbo tejer en tercera persona del plural, pero hay variantes con el objeto directo y en el sujeto. Este está compuesto de tres sustantivos (concuerda, en este sentido, con el mito, puesto que tres son las Moiras) que nombran objetos intangibles (“sombras”, “sueños”, “formas”) y que, por esta característica, se oponen a todo lo que pueda sugerir el sustantivo del objeto directo (“vida”). Este sustantivo está modificado por el adjetivo demostrativo “esta”, que le da concreción e impide toda relación con algún otro tipo de vida que pudieran sugerir los tres sustantivos del sujeto. Estos realizan la misma actividad que las Moiras en el mito (hilar el destino), pero en el poema lo hacen con un dinamismo mayor, que se logra por la inclusión del verbo “destejen” junto a “tejen”. No obstante, no hay una simple traslación del plano mítico al poema, ya que el reemplazo de las Moiras por “las sombras, los sueños y las formas”, da a la acción y a su producto características no contempladas por el mito.

La relación de las Moiras con la actividad creadora del hombre se observa también en el sujeto (“el sueño [o el terror]”) y el objeto directo (“mitologías y cosmogonías”) del verbo “tejiera” que aparece en el poema “El mar”. Allí, lo humano queda empequeñecido por la comparación con uno de los elementos de la naturaleza: el mar existía antes que los sueños y el terror, las mitologías y las cosmogonías. La comparación transfiere el poder que las Moiras tienen en el mito, no a la actividad del hombre (que, en este caso, mediante el verbo “tejiera”, sólo comparte el aspecto laborioso y creativo de estas diosas), sino al mar, que adquiere mediante los verbos (“estaba”, “era”) y adverbios (“siempre”, “ya”), las características propias del Ser parmenídeo: unión de esencia y existencia, inmovilidad, eternidad.

En “El Golem” hay otro verbo que hace alusión a la tarea de las Moiras: “devanar”. Específicamente, ésta es la actividad de una de ellas, Cloto. Hay, por lo tanto, una selección dirigida hacia una acción que, en principio, no tiene límites temporales, puesto que no están las otras dos Moiras para establecerlos. Dicha carencia de límites adquiere un carácter de intemporalidad mediante el circunstancial “en lo eterno”, en el cual hay un entrecruzamiento de lugar y tiempo; lo eterno es el ámbito donde se devana; esto indica una universalidad témporo-espacial. Hay también una intensificación del dinamismo de la acción, que es el resultado de la ubicación de ésta en el plano de la eternidad; el devanar es continuo.

El sujeto de “se devana” es “la vana madeja”; hay correspondencia con el mito en cuanto a la actividad, pero la figura de Cloto queda desplazada por un sujeto cuya acción recae sobre si: el pronombre reflejo “se” da a “madeja” un carácter de autosuficiencia que, sumado al circunstancial “en lo eterno”, se acerca a la omnipotencia (la madeja única, en lo eterno, se devana a si misma). El adjetivo “vana” que modifica a “madeja” extiende, semánticamente, su influencia hacia el verbo: la vanidad de la madeja hace vano el devanar. La omnipotencia antes señalada, queda relativizada por este adjetivo que además ocupa, por el hiperbaton, un lugar predominante.

Respecto de la actividad y la omnipotencia de la Moira existe concordancia entre mito y poema. La diferencia reside en el elemento con el cual realiza el tejido. En el mito, el hilo que tejen las Moiras es el destino de cada ser humano. En cambio, el poema habla de un “tejido de hombres”; los hombres mismos pasan a ser hilos que “la mano” entrecruza para formar la batalla. Cada hombre pierde su individualidad, pues pasa a ser un mero elemento del tejido. Ahora bien, tampoco adquieren relevancia por su existencia conjunta, puesto que, como tejido, han sido creados y serán dirigidos por “la mano”. La omnipotencia de ésta subraya la insignificancia y la dependencia de aquellos.

En el poema “A quien está leyéndome” el verbo “rigen” sugiere la acción de las Moiras que, en este caso, son reemplazadas por el sujeto “los númenes”, si se considera la versión que aparece en las Obras Completas del autor y “los números” en la versión posterior que figura en la Obra Poética. Al sujeto se transfiere la omnipotencia que implica el hecho de regir el destino del hombre. En ese aspecto coinciden mito y poema. En este ultimo, se hace mucho más personal la acción que en aquél realizan las Parcas por la presencia del adjetivo posesivo “tu” que modifica a “destino”; no es cualquier destino el que los números o los númenes rigen, sino el de cada lector, el verbo de la oración (“han dado”) acentúa la limitación de este frente a aquellos, al ubicarlos, respectivamente, en un plano de receptor y dadores. Por último, el objeto directo agudiza el contraste de ambos al reducir al hombre (o, más concretamente, al lector del poema) a la nada (“certidumbre de polvo”).

Hasta el momento se han considerado los poemas en los cuales las Moiras aparecen sugeridas por verbos. Se analizará, ahora, su presencia a través de otras alusiones.

El sustantivo “suerte” aparece en dos poemas que llevan el mismo nombre, “Buenos Aires” y en “A un poeta menor de la Antología”, designando aquello que en el mito personifican las Moiras; la suerte de cada individuo, la parte que le corresponde en este mundo. A esto, en “Buenos Aires” se agrega otra función; acompaña al sustantivo la aposición “esas cosas que la muerte apaga”, que indica la presencia y la acción de una de las Moiras, Láquesis, aquella que, en el mito, corta el hilo cuando la vida de un hombre llega a su fin.

En “La noche cíclica” y “El Golem” se encuentra el sustantivo “madeja” acompañado del adjetivo “vana”. En el primero de los poemas se aclara de qué está hecha la madeja; los hilos son las calles con los nombres de los antecesores del yo lírico; este carácter personal y concreto se refuerza con el adjetivo demostrativo “esta”, que acompaña a “vana madeja”. Toda la expresión “esta vana madeja / De calles que repiten los pretéritos nombres / De mi sangre: Laprida, Cabrera, Soler, Suárez…”, es objeto directo de una oración en la cual la palabra “tiempo” aparece en lugar de las Moiras: “El tiempo que a los hombres / Trae el amor o el oro, a mí apenas me deja / (…) esta vana madeja / “. Aquello que le corresponde a cada cual es dado, en el mito, por la Moira y, en el poema, por el tiempo. La parte que le ha tocado al yo lírico es, justamente, la madeja, el elemento con el cual tendrían que trabajar las Parcas. Hay aquí un nuevo desplazamiento respecto del mito: aquello con lo cual las Parcas tendrían que tejer el destino, pasa a ser, en el poema, el destino que le es dado al yo lírico, sin tejer todavía. Las posibilidades implícitas en este hecho quedan anuladas por el adjetivo “vana” que modifica a “madeja” y también por el modificador indirecto “de calles” que, por su contenido semántico (algo ya hecho), no deja margen a la acción del yo; por otra parte, la posibilidad de construir o descubrir algo transitando esas calles; queda trunca por la expresión “que repiten los nombres de mi sangre”, que da carácter acabado y circular a toda la oración y se acerca a la imagen del laberinto.

En “El Golem”, no se especifica ningún aspecto acerca de la “madeja”, salvo su vanidad. Además, no hay ninguna expresión que se refiera a algo concreto, o cercano al yo lírico como en el poema anterior; la “madeja” aparece como única, por la presencia del artículo “la” y el número singular del sustantivo y el adjetivo. Esta madeja, con sus peculiares características, cumple en esta obra la función (devanar) de una de las Moiras (Cloto) en el mito.

En el mismo poema aparece otro sustantivo que, en algunos aspectos (no de manera explícita sino, como se ha visto hasta el momento, sugerida), se asemeja al mito de las Moiras, y en otros, introduce modificaciones; es el sustantivo “red”. La “red” es el producto, por así decirlo, de la tarea de tejer y, en ese sentido, se puede considerar como la vida del hombre, que es aquello que las Moiras regulan con su tarea. Sin embargo, una red no es un tejido cualquiera, puesto que su función es atrapar. Hay, entonces, una variación respecto del mito. En “El Golem”, esa función queda subrayada por el participio “aprisionado”. Quien está aprisionado es el Golem, un muñeco que, según el poema, es “aprendiz de hombre”. En consecuencia, puede decirse que es el mismo hombre quien está atrapado en la red, y el poema lo expresa con una construcción comparativa: “Gradualmente se vio (como nosotros) aprisionado en esta red sonora”. El participio y el sustantivo sugieren la imagen del laberinto, con lo cual se produce un nuevo entrecruzamiento de este mito con el de las Moiras. La figura del laberinto queda reforzada, en el poema, en una estrofa posterior, cuando se dice que los ojos del Golem seguían a su creador “por la dudosa / Penumbra de las piezas del encierro”. El sustantivo “red” está acompañado de modificadores; por un lado, el adjetivo demostrativo “esta”, que lo hace concreto y cercano; por otra parte, el adjetivo “sonora”, seguido de un modificador indirecto compuesto por nombres propios (vocablos que adquieren tal carácter en el poema por estar escritos con mayúsculas). Esto indica que los elementos que componen la red son palabras que ubican al Golem en una serie de relaciones temporales (antes, después, ayer, mientras, ahora), espaciales (derecha, izquierda) y personales (yo, tú, aquellos, otros). Esas relaciones constituyen la red, pero están, por su parte, constituidas por palabras; por ello, la red es “sonora”. La importancia de aquéllas se refuerza por el hecho de estar escritas con mayúsculas.

En “A un poeta menor de la Antología” el sustantivo “red” cumple la función de predicativo (“los días son una red de triviales miserias”); se equipara “días” a “red”. Con anterioridad, en el mismo poema, aparecen los días del poeta menor como tejedores de dicha y dolor; ahora hay una visión más generalizada; no se especifica a quién pertenecen los días. Además, el dinamismo de la acción de éstos, implícito en el verbo “tejieron”, se diluye en el verbo “son”; el uso del tiempo presente en éste, en contraposición con el pretérito perfecto simple en aquél, indica la desaparición de esa realidad y la permanencia de ésta; los días que tejieron ya no existen (“¿Dónde está la memoria de los días …?”); los días son, ahora, el producto de esa tarea de tejer: una red. El modificador indirecto que acompaña a este sustantivo (“de triviales miserias”) subraya solamente el aspecto negativo del objeto directo del verbo “tejieron” (dicha y color) y le añade un matiz de insignificancia.

En “Mateo XXV, 30”, hay una alusión directa al laberinto en relación con el mito de las Moiras: “Fragor de trenes que tejían laberintos de hierro”. Habitualmente los trenes transitan por carriles de hierros, ya formados; en cambio, ejercen la misma tarea que las Moiras en el mito. Ahora bien, con ese hierro que habitualmente es material de sus vías, los trenes elaboran algo que se opone a los caminos, ya que los laberintos no conducen, sino que confunden a los que transitan en ellos, los aprisionan. El modificador “de hierro”, por la dureza, frialdad y solidez que indica, da al laberinto un carácter más opresor aún.

En “Jonathan Edward (1703-1785)” reaparece la imagen de prisión y, por lo tanto, se entrecruzan, una vez más, el mito de las Moiras y el del laberinto. En este caso, el sustantivo no es “red”, sino “maraña”, lo cual acentúa el aspecto de confusión, de complejidad (podría decirse, de “laberinto”). El prisionero está ubicado con precisión: “en el centro puntual de la maraña”; esto ofrece una variante respecto de los poemas anteriores y, al mismo tiempo, un acercamiento mayor al mito del laberinto. La “Araña”, a posición de “Dios”, ocupa en el poema la función de las Moiras en el mito, pues su tarea es tejer; aparece aquí atrapada en el centro de lo que ella misma ha creado. Esta imagen está, en cierto modo, anticipada en “Mateo XXV, 30”, donde los trenes construyen aquello que los atrapa: laberintos de hierro. Sin embargo, en el poema que ahora consideramos, la figura del creador adquiere mayor importancia por el uso de mayúsculas, el agregado de una aposición y la presencia del circunstancial de lugar. Hay, nuevamente un alejamiento respecto del mito de las Moiras y un acercamiento al del laberinto (sugerido por el adjetivo “prisionero”). El creador de la maraña que aprisiona al hombre es, junto con éste, prisionero. Pero existe una diferencia significativa, en tanto que el hombre depende de su creador, el creador de aquél laberinto está atrapado por su criatura.

Ahora bien, a la inversa de lo que ocurre en otros poemas (“El mar”, “Poema del cuarto elemento”, “El Golem”, “Fragmento”), donde se otorgan a aquellos elementos que cumplen la función de las Moiras en el mito atributos propios de la divinidad, en “Jonathan Edwards (1703-1785)”, ésta es mencionada explícitamente, pero aparece sin ninguno de los poderes que le son propios, excepto el de crear. Las características que las Moiras tienen en el mito han sido transferidas al laberinto de la poesía: ésta es fuerte, poderosa, perdurable; puede decirse que es divina. El poeta es prisionero de esa divinidad y es divino él mismo, únicamente porque puede crearla. La criatura supera al creador.

En “El Otro, el Mismo”, de Jorge Luis Borges, se sugiere la presencia y la acción de las Moiras mediante verbos y sustantivos que aluden a la tarea que éstas realizan en el mito (tejer) y a su resultado. Aunque éste es el aspecto en el cual se pone el énfasis, todas las particularidades contempladas por el mito son tomadas en este libro: aparece la actividad de cada una de Las Moiras, Atropo, Cloto y Láquesis se considera también su acción conjunta como diosas del destino humano; por momentos, surgen como aquella parte que a cada uno le toca en la vida e incluso se las ve como las fuerzas elementales del mundo.

No obstante la existencia de similitud con respecto al mito, hay variaciones introducidas por el autos. Las mismas, se señalan a continuación.

La principal actividad que realizan las Moiras en el mito es el único aspecto que comparten con los hombres en el poema: el hombre también puede tejer, ya sea su propia vida (“Poema conjetura)”, “A un poeta menor de la Antología”, “Composición escrita de un ejemplar de la Gesta de Beowulf”), mitologías y cosmogonías (“El mar”) o poemas ( “A un poeta sajón”, “Jonathan Edwards (1703-1785)”, “Edgar Allan Poe”). Esa única aptitud que tiene es común con las Moiras (la posibilidad de crear), es, al mismo tiempo, el único atributo divino que éstas conservan en “El otro, el mismo”: en la medida en que es creador, el hombre adquiere una condición divina, aunque, como las Moiras, cree un laberinto, un destino en el cual quede atrapado; aunque, como poeta, quede aprisionado en su obra.

En síntesis, en “El otro, el mismo”, Jorge Luis Borges utiliza las distintas características de las Moiras contempladas por el mito, pero realiza, asimismo, innovaciones. Una de las más interesantes es la inversión de dicho mito, mediante la transferencia de aquellos atributos que hacen a esas diosas poderosas divinidades del destino a un objeto que, en la mitología griega, no solo no es divino, sino que tiene un autor humano: el laberinto. Otra modificación importante es la figura de un laberinto constituido por palabras, con lo cual hace imprecisos los límites entre obra literaria y vida, así como considera difusa la frontera entre el sueño y la vigilia. Por último, resulta original la equiparación de las Moiras con el hombre en general y el poeta en particular a través del único atributo divino que aquéllas no pierden y el laberinto no tiene ni recibe por transferencia: la facultad creadora.

María Alejandra Crespín Argañaraz
I.N.E.S. Nº 2 “Mariano Acosta”
alejandracrespyn@hotmail.com

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