Michael Ondaatje

“Never again will a single story be told as though it were the only one”, con esta frase de John Berger caracteriza Michael Ondaatje, el escritor canadiense de origen holandés y criado en la India que se dio a conocer al gran público con “El paciente inglés”, tanto su última obra, Divisadero, como su estética. Hemos tenido la oportunidad de poder contrastar la lectura de su obra con una entrevista al autor.

Es a la edad de 19 años cuando usted empieza a crearse como escritor inspirado por su profesor Arthur Motyer. En un principio escribía poesía. Está de acuerdo cuando se caracteriza su obra como poética?

No estoy seguro si el lenguaje es poético, si que lo es la forma. Un poema deja espacio parar que el lector pueda entrar dentro de la obra, no lo dice todo, deja escenas para que el lector pueda trabajar y unir las piezas. Los procesos mentales son más rápidos en un poema. Supongo que traigo algo de esto a mi prosa. Quiero la participación del lector. Así, él o ella no son traídos de la mano de una manera obvia por el escritor.

¿Nos podría explicar cómo surgió «Divisadero»?

Muy gradualmente. empecé con los tres protagonistas jóvenes y, a medida que el libro progresaba, seguí sus vidas para ver cómo resolvían el trauma de su juventud. Creo que para  Anna el arte es un lugar seguro, sanador incluso, y, de hecho, ella es la voz central de la novela. Ella ha sido “quemada”, está huyendo e intentando releer su vida e investigándola, quizás, escribiendo sobre Segura.

En la novela hace referencia a Lucien Freud, «Todo es biográfico, todo es collage.» Falubert decía que Madame Bovary c’est moi. Con cuál de sus personajes se identifica más?

Con todos ellos. Hay una frase de John Berger que dice «Never again will a single story be told as though it were the only one», todas estas vidas participan en mostrarme y darme identidad.

La yuxtaposición entre las perspectivas de los diferentes personajes crea una tensión que trasciende la trama para presentar el drama humano al desnudo. Me puedo imaginar que este proceso es tan bello como agotador.

Bueno, es satisfactorio si funciona, pero la mayor parte del tiempo, a medida que escribo y estructuro el libro durante la construcción, intento desvelar una verdad en todos sus ángulos. Y es agotador, rescribo y rescribo y rescribo y reestructuro, y rescribo hasta el más mínimo detalle. La frase de Berger mencionada es un principio en el que creo fuertemente tanto política, estética y dramáticamente.

Parece que necesita pasar por la escritura aquello de inexplicable que hay en la naturaleza humana para intentar entenderlo. Es así como funciona su inspiración?

Si, hay mucho de esto. Entras en una oscuridad que no entiendes del todo y gradualmente vas adelantando. No empiezo la novela con demasiados garantías o certezas.

¿Por eso es por lo que tenemos el arte, así la verdad no nos puede destruir?

No necesariamente. Esto es lo que Anna siente o cree que la salvará. Hay quien lo cree y quien no, el libro lo debate. Yo mismo no estoy seguro sobre la verdad de la máxima.

Él libro está lleno de referencias a Stendhal. Es un tributo al romanticismo como vehículo catàrtico de la tragedia humana?

No tanto. Stendhal tiene un “panache” que m’gusta.

La escritura le ayuda a ordenar la imagen que tiene del mundo?

Clarifica que está pasando, supongo. Pero esto cambia constantemente.

Escribe por inspiración o sigue algún método estricto?

Como comentaba, empiezo con tan sólo un grano de arena, unas pocas pistas: una época, una situación que me ha inspirado… y después la historia evoluciona. A partir de aquí la historia es tan cambiante como yo. No tengo un guión y un plan estricto, cuando empiezo no sé como acabará. Estoy, más o menos, cinco páginas por delante del lector durante el inicio del proyecto. Pero cuando empiezo a reestructurar y ordenar lo que he escrito, entonces todo se reconsidera, se cambia, se afila y los callejones sin salida se eliminan.

En una entrevista usted dijo que siente cómo si cada libro que escribe fuese el último, como si lo hubiera dicho todo. Afortunadamente para sus lectores es una sensación efímera. Cómo es este vacío tras cada creación?

El vacío es literalmente “sin palabras”. Tras cada creación no deseo transcribir en palabras nada de lo que me rodea. Es una especie de aprendizaje, percibir el tiempo, mirando y escuchando para formar un nuevo lenguaje. A menudo debo hacer algo diferente en otro formato artístico, hacer un documental o algún libro de no ficción como el que hice sobre el editor Walter Murch.

Le gustaría ver “Divisadero” en el cine?

Probablemente, pero no pienso demasiado. Además, no tengo ni idea de como se haría. Puedo imaginar algunos momentos del film, pero ¿cómo se puede trasladar a un guión? Ni idea. Me siento mucho más a gusto y más libre con la novela, una deliciosa forma de libertad.

Diego Giménez

Diego Giménez, doctor en filosofía y pensamiento (UB) con una tesis sobre "El libro del desasosiego" de Fernando Pessoa, ha realizado diferentes actividades relacionadas con la literatura y el periodismo. Ha trabajado como redactor de LaVanguardia.com y en 2008 cofundó Revista de Letras.

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