«En la casa» («El chico de la última fila» visualizada por F. Ozon)

En su última película, François Ozon se ha tranquilizado y ha conseguido moderar todos sus vicios al mínimo -aunque sigan ahí-. Tiene mucho que ver que casi calque la obra de Juan Mayorga (El chico de la última fila), cómica y tenebrosa a partes iguales. Nada que ver con ese cine tan de Ozon que hace que las pretensiones ahoguen a la comedia y que hace del drama intimista un especie de estudio siquiátrico en el que es el espectador el que tiene que dar sentido a las incoherencias del guión y rellenar con sus sentimientos la pasmosa frialdad con la que se capta cada imagen y se retrata a los personajes. En esta ocasión, en parte por los atinos visuales de Ozon y en parte por el material de partida de Mayorga (que no es francés), los chistes tienen gracia, el cinismo no carcome todo lo demás, los personajes son comprensibles -aunque se noten los trompicones- y la historia nos interesa desde el primer minuto. En cualquier caso, y a pesar de la indudable calidad del conjunto, calificar Dans la maison (En la casa) como una obra maestra es algo excesivo. Los críticos tendemos a entusiasmarnos con demasiada rapidez con cualquier cosa de Ozon que rezume menos Ozon de lo habitual y luego volvemos a entusiasmarnos con la siguiente y olvidamos por completo la anterior para decir que la nueva está mucho mejor y que sus vicios están cada más depurados. La realidad es que Ozon es un tipo demasiado irregular y demasiado pagado de sí mismo y que yo soy incapaz de olvidar bodrios como Le refuge o Ricky; pero ahora hablemos de Dans la maison.

Juan Mayorga (foto: naque.es)

Juan Mayorga escribe una obra de teatro que, además de ser oscura y divertida, es un pequeño ejercicio de riesgo a propósito de los puntos de vista y de la metanarrativa con muchos guiños al lector bien informado. Consigue que cualquiera pueda estar intrigado por el devenir de la historia y que pueda reírse con los dardos envenenados que no paran de volar en todas direcciones. Y al mismo tiempo escribe otra obra de teatro entre líneas. Vamos por partes, para entender El chico de la última fila, porque lo realmente importante del nuevo filme de Ozon es la impagable materia prima teatral que le proporciona Juan Mayorga, ya de por sí muy cinematográfica en su ininterrumpida continuidad entre escenarios. Germán es un profesor de literatura quemado y deprimido que se escuda tras el cinismo verbal, con el que queriendo o sin querer hiere a su mujer, a la que en mayor o menor medida desprecia por el «arte» que intenta vender en su casi quebrada galería de arte. En realidad estamos de acuerdo con él: sus alumnos son unos patanes y, por eso mismo, son el futuro que nos aterra; y nos provoca la risa floja y unas cuantas preguntas sobre la calidad de una pinturas que nunca podremos ver pero que alguien intenta vender descritas en una grabación sonora, en inglés con acento chileno, de un pintor que describe los cuadros que pinta para luego destruirlos con la intención de probar que el arte es efímero. Ya nos hemos identificado con él, es nuestro portavoz. Luego llega Claudio, que le entrega una redacción que merece la pena ser leída, a pesar de la temática. Claudio se propone entrar en la casa de su compañero de clase Rafael y escribir sobre todo lo que vea. ¿Por qué? Porque él y sus padres son el perfecto ejemplo de la clase media, a la que él no parece pertenecer y de la que habla con una crueldad y un desprecio impropios de un chaval de su edad. Claudio es un manipulador emocional de primera clase y Germán desea con todas sus fuerzas que al menos uno de sus alumnos -en toda su carrera de profesor- no sea un desperdicio total. Ellos dos son dos puntos de vista de la misma historia, los escritores que intervienen en la realidad para mejorar la historia que están escribiendo. Mayorga nos da para empezar la primera versión de Claudio, luego Germán la critica por su falta de cariño hacia los personajes, a continuación podemos saborear la nueva versión de los mismos hechos para que Germán vuelva a la carga por la falta de nudo dramático y de conflicto del conjunto de la historia, ante lo cual Claudio interviene y se busca un objetivo como personaje activo que antes no tenía -pues sólo observaba-, que será la perfecta madre de la clase media. La propuesta teatral original es aún más extrema que la cinematográfica, pues vemos el escenario como una especie de pantalla partida y mientras a la izquierda Germán y Claudio reescriben a la derecha vemos las consecuencias en la familia de Rafa. El tercer punto de vista es el de la mujer de Germán, Juana, lectora privilegiada de todo lo que pasa por las manos de Germán y única cuerda, a pesar de lo que intenta vender en su galería de arte, que ve claro que todo va a acabar mal -aunque se muera por conocer el final- y que Claudio es un peligro que no solamente se pitorrea de Rafa y de toda la clase media a la que envidia, sino que planea destruir aquello que no puede tener.

Muy posiblemente, todos los críticos nos entusiasmemos cuando un autor es capaz de vendernos el pescado de hace una semana como si hubiera llegado hoy al mercado. Es una forma más de reconocer el genio, la capacidad de innovación o, mejor dicho, de darle una vuelta de tuerca más a la historia de siempre. Mayorga lo consigue al interesarnos con una historia trillada hasta la saciedad, el maestro que se identifica en su alumno y que lo convierte en su objetivo vital para sentir que no ha desperdiciado su vida, tratada de una manera que podría haber caído en el ridículo con una facilidad pasmosa y que, además, es capaz de anunciarnos lo que va a pasar y cómo va a escribirlo por boca de los protagonistas/escritores/puntos de vista, que caigamos en la cuenta cuando ya ha pasado todo y de paso reflexionar sobre los procedimientos de la escritura dramática. François Ozon rueda con mucho estilo (porque siempre lo ha tenido) una historia aparentemente simple en su superficie pero extremadamente sofisticada en el fondo. Casi no toca nada y hace bien. Se limita a añadir las imágenes apropiadas a una historia que tiene muy poco que ver con sus habituales guiones plagados de pretensiones y/o buenas ideas que nunca dieron para tantos minutos. Para que quede claro, Ozon le debe su mejor película a Mayorga.

Jesús Díaz de Lope

Jesús Díaz de Lope

Nació en septiembre de 1984 de manera esperada, estudió desde chiquito con los salesianos, salió de allí y acabó licenciándose en Sociología, a la que no se dedica. Luego estudió otras cosas y ahora realiza trabajos de lo más variopintos, va complusivamente al cine y tiende a escribir por la noche.

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