Franco Rella: el ensayo o cómo pensar más allá del silencio

Desde que en 1992, Paidós publicará El silencio y las palabras y, después de que Xavier Antich tradujera al catalán Confins, las traducciones de los ensayos de Franco Rella han ocupado los estantes de las secciones de filosofía; ahora, en algunas de nuestras librerías, a falta todavía de traducción, es posible encontrar su último ensayo Interstizi. Tra arte e filosofía. A la espera de que su publicación en España haga posible la lectura del libro a un público más amplio, la pregunta acerca de Franco Rella y de su obra se hace indispensable.

Franco Rella (foto: francorella.it)

En una nota a pie de página en Metamorfosis, Franco Rella justifica su decisión de omitir toda referencia a las fuentes utilizadas, una ausencia constante en la obra de Rella, pues, como él mismo escribe, bajo la advertible aunque inconfesada sombra de Montaigne, “¿tiene sentido citar una fuente cuando las palabras de un autor se han vuelto las palabras mediante las cuales nos expresamos directamente?”.

Rella parece no encontrar otras palabras sino aquellas de otros autores, palabras ajenas de las que inevitablemente se apropia para poder así expresarse; una apropiación que el ensayista italiano lleva a cabo, pero de la cual nos hace partícipe, un “nosotros” constata la imposibilidad de encontrar un lenguaje nuevo, unos términos nuevos a través de los cuales poder todavía hablar. Ya Montaigne, en el Libro II, era consciente de la precariedad de sus palabras, “hago decir a los demás”, confesaba, “lo que yo no puedo decir con tanta perfección, ya sea porque mi lenguaje es débil, ya sea porque lo es mi juicio”.  Más allá de la distancia temporal que los separa,  los dos autores son conscientes de que mediante el lenguaje ya no es posible alcanzar ninguna certeza, atrás queda, como un intento imposible, el método cartesiano, un método del que Rella no trata de reapropiarse y del cual Montaigne, con visionaria lucidez, se aparta, pues, como él mismo dice, “no garantizo ninguna certeza”. Las  de Montaigne, como también las de Franco Rella, son palabras que, sustraídas de labios ajenos, lejos de afirmar una verdad científica y empíricamente dada, sólo  pueden ser testigo del límite “hasta donde todavía llega en este momento lo que conozco”, sin cerrar, sin embargo, la posibilidad de seguir conociendo.

“Los libros que leemos, la música que escuchamos”, escribe Rella, nos enseñan “a mirarnos y a mirar al otro”, pero tanto nosotros como ese otro no se presentan bajo un único e inequívoco signo, sino que aparecen -son- imagen contradictoria que la mirada y, por tanto, el lenguaje, no pueden definir con un único nombre. “No vemos nunca un objeto, un rostro, o una imagen en un escenario estático de cosas, al contrario” afirma Rella, “ lo vemos solo en el interior de su génesis, de su mutación, de su transformación, que constituye paradójicamente la real unidad del rostro o del objeto o de la imagen”. La unidad reside, por tanto, en lo incompleto, en la constante variación y, en definitiva, en la fragmentación de la imagen que huye de toda posible concretización. Frente a la imposibilidad de buscar nuevos nombres y a la afasia de todo concepto, el movimiento de volver a decir lo que otros ya han dicho se inscribe en el marco en el que todavía es posible hablar. Puede que el lenguaje ya no pueda nombrar, puede que ya no se pueda hablar sobre lo que todavía queda por decir, sin embargo, lejos de callar, como proponía el Wittgenstein del Tractatus, es necesario ir más allá del límite impuesto por el silencio. Rella recupera al Wittgenstein maduro, al Wittgenstein que siguió escribiendo después del Tractatus, el mismo que, como dice el propio Rella, no se ha detenido frente al silencio, sino que “más allá de la experiencia del silencio”, ha constatado la necesidad de “enfrentarse contra los límites del lenguaje, cambiar sus reglas y sus leyes”. El reto de Wittgenstein es el reto de Weininger, así como el de Nietzsche y el de Freud, es el reto al que también se enfrenta Rella a través de aquellos autores que, frente al abismo abierto por la racionalidad clásica y por la imposibilidad de reproponer no sólo el método propuesto por Descartes, sino también la razón kantiana sobre la que se había sustentado gran parte de la filosofía posterior, no se detienen en el silencio incapaz de expresar, sino que buscan captar la aparición “de una realidad que desborda los códigos lingüísticos habituales, inaferrables dentro de una representación pura”.

Foto: io9.com

El lenguaje no puede ya enfrentarse a la realidad, ésta ya no puede encerrarse dentro de los parámetros que la razón clásica había establecido, la ciencia no puede sino definirse como una lectura incompleta de una realidad plural, contradictoria, incluso fragmentaria, que rehuye toda sistematización. El “cogito ergo sum” cartesiano ha perdido su validez, pensar no es encontrarse, pensar, junto a la filosofía como disciplina cumbre del pensamiento, no debe ser, no puede ser, una búsqueda hacia un conocimiento totalizante y totalizador, pues la totalidad, desde el romanticismo tardío, no es más que una imagen dialéctica carente de una síntesis que la cosifique. Con Schlegel y Novalis, el romanticismo de Goethe y de Winckelmann entra en crisis inaugurando la modernidad y la urgencia “de un posible nuevo pensamiento”; se deja así atrás el amor por el fragmento de Winckelmann y de Goethe, quienes, en las ruinas, “podían descubrir  las huellas de una belleza, capaz de ser propuesta como ideal y como proyecto”. A partir de Schlegel y, sobre todo, con Novalis, lo indeterminado se apropia de lo determinado, la mirada de Goethe hacia unas huellas que todavía escondían un sentido, deja paso a la indeterminación propuesta por Novalis, para quien la totalidad sólo puede residir en la añoranza, pero no como un proyecto alcanzable. Lo indeterminado, lo fragmentario, considera Novalis, permiten reconocer la totalidad, pero nunca llegar a alcanzarla. La modernidad inaugurada por Novalis inaugura a su vez la  precariedad, se hace, por tanto, necesario, y así lo defiende Rella a lo largo de su obra, preguntarse sobre “la posibilidad de un saber de la precariedad que se compare con sus lenguajes, con la nueva complejidad”, un saber que, sin embargo, lejos de caer en el relativismo propuesto por determinados teóricos de la postmodernidad, no olvide que el lenguaje, más allá de su precariedad, sigue estando dotado de sentido, sigue expresando necesidades y valores.

Si para Rella la ciudad es la imagen de la modernidad, el ensayo es la forma capaz de enfrentarse a ella; la ciudad, así definida por el autor de El silencio y las palabras, “havia estat viscuda” -y sigue siendo vivida- “en la modernitat com el lloc del conflicte, però també com el lloc del possible” (1) , la ciudad, escribe Rella en Confins, es “el lloc en què s’entreteixien mil veus, mil històries, mil vivències que poden explicar-se amb una nova història, amb una nova bellesa, amb una nova geografia humana”. El ensayo se convierte, por tanto, en la forma de esta nueva historia, en esta nueva geografía humana; el ensayo, como la ciudad, es el espacio liminar en el que es posible llevar “el lenguaje y el discurso ensayístico y crítico al umbral y a la frontera de otros lenguajes”, en el ensayo se hace posible la hibridación de los lenguajes ya presente en la ciudad de la modernidad: el ensayo como atopía, como espacio liminar en el que ya no domina un único lenguaje, un espacio en el que los nombres se han vaciado del sentido que la razón clásica les había otorgado y, sobre todo, un espacio fragmentario, es decir, un espacio que no aspira a la totalidad, a un saber y a una verdad única, sino que, por el contrario, como ya afirmaba Novalis, encuentra la totalidad a través del fragmento. Rella recupera el legado dejado por Schlegel al tiempo que se propone como interlocutor de la obra de Walter Benjamin, en el que halla la reflexión melancólica que, frente a la necrópolis de la modernidad, rescata y redime el pasado sin aspirar, sin embargo, a la reconstrucción ilusoria propuesta por el progreso. Benjamin, en la aceptación de aquella modernidad a la que había sido condenado, busca un nuevo lenguaje que le permita reapropiarse del espacio atópico del que fue apartado -la ciudad-, un lenguaje que hace de la ciudad el molde sobre el cual articular una imagen dialéctica y ensayística donde el reflejo de la modernidad sea, a la vez, reflejo ajeno y retrato propio. La ciudad de Benjamin es metáfora del ensayo de Rella; la ciudad benjaminiana, releída por el autor italiano, es la forma ensayística de la modernidad, el lugar ambiguo donde, en palabras de Rella, “se recogen los despojos, los sueños, las nostalgias de la ciudad misma”, el espacio atópico de la modernidad. La ambigüedad del relato de la modernidad y, por tanto, la ambigüedad de la que el ensayo no puede prescindir hace posible ese “viaje atópico” realizado, ya no sólo por Benjamin, sino por Kafka, Proust y por el propio Rella, ese viaje que no es más que “la búsqueda de un sentido diferente de aquello que ocurre, del sentido mismo de la vida humana y de la nueva historia que a partir de aquí, más allá de los comunes caminos, puede empezar a desenredarse, a abrirse hacia nosotros”.

Mientras Montaigne definía el ensayo como una búsqueda de sí mismo que nunca llegaba a su fin, Rella, heredero de la dialéctica adorniana, lo define como la forma de una escritura “fragmentada en diversas escrituras, en diferentes estrategias descriptivas”; el ensayo es para Rella el espacio en el que el yo “tendía en realidad a hacerse cada vez más fuerte, a emerger casi como el protagonista de una novela que, en lugar de moverse a través de acontecimientos reales o ficticios, se movía mediante imágenes y figuras del pensamiento”. Si para Montaigne la forma ensayística era un intento, de antemano imposible, de encontrarse, para Rella es la representación del mundo con sus contradicciones y oposiciones a partir de una dialéctica, y, a la vez, es el retrato de uno mismo: en la modernidad, la representación del mundo se convierte en el autorretrato de cada uno, pues, como escribe el propio Rella en Confins “com més incerts és fan els confins del món i del jo que hauria de fer-lo valer, més delerosa es fa la compulsió d’autrorepresentar-se” (2) : la ruptura del pacto mimético descrita por George Steiner hace de la manifestación de uno mismo una necesidad. Al romperse el pacto mimético, “que garanteix la relación entre un jo unitari i un món plural però transitable” (3) , la imagen de la modernidad no puede sino ser una imagen fragmentaria de las distintas percepciones, de las distintas miradas y autorepresentaciones que, lejos de agotarse en una imagen totalizadora, hacen de la modernidad una estructura dialéctica de la cual el ensayista, en cuanto intelectual, debe tratar de recuperar dichos fragmentos sin dejarse seducir por el deseo de reconstrucción. Reconstruir implicaría, de hecho, una negación de la modernidad, el anhelo de una razón impracticable, un rechazo a aquel “sí” que Nietzsche definió como imprescindible y que autores como Freud o Benjamin suscribieron precisamente en ese intento, compartido por Rella, de no buscar consuelo en el idealismo totalizante de la tradición filosófica y en las ilusorias promesas del progreso.

Theodor Adorno (foto: Jeremy J. Shapiro-wikipedia)

En sus Notas de literatura, Adorno afirmaba que el ensayo “piensa en fragmentos lo mismo que la realidad es fragmentaria, y encuentra su unidad a través de los fragmentos” que, como también sostenía Benjamin y, siguiendo su influencia, Rella, nunca llegan a unirse, nunca llegar a configurar un único texto, pues “la discontinuidad”, escribe Adorno, “es esencial al ensayo, su asunto es siempre un conflicto detenido”, su totalidad no puede sino ser una imagen dialéctica, una forma no total y, por tanto,  “una totalidad que ni siquiera en cuanto forma afirma la tesis de la identidad de pensamiento y asunto que rechaza como contenido”. Como Montaigne, Adorno penetra de soslayo en los textos de Rella; el ensayo como forma no sólo es el título de una de las Notas de literatura, sino que define la propuesta ensayística de Rella que dialoga, desde la ausencia de toda mención a las referencias bibliográficas, con la pregunta planteada por Starobinski acerca de la posibilidad de definir el ensayo. “El ensayo”, escribió el autor de El ojo vivo, “supone riesgo, insubordinación, imprevisión, peligrosa personalidad”. Para Starobinski, así como también lo era para Adorno y lo sigue siendo para Rella, “la condición del ensayo, y su materia misma, es la libertad de espíritu”.

La libertad de espíritu es la libertad ofrecida por el lenguaje de la precariedad, la libertad que se hace posible más allá de los parámetros de la razón catalogizante, de las aspiraciones totalizantes de la ciencia y de las restrictivas propuestas del progreso. La libertad de espíritu ensalzada por Starobinski es la dialéctica adorniana, aquella alcanzada por Rella a través de su recorrido por la modernidad y, sobre todo, de aquellos autores que, frente al abismo, proponen una nueva forma, un nuevo lenguaje capaz de superar los límites que les habían sido impuestos y, más aún, capaz de superar el silencio al que, incluso el joven Wittgenstein, parecía ser abocado. Puede que, como dijo Benjamin, haya quedado poco, sin embargo, es necesario conservar este poco, conservarlo no en vistas a la reconstrucción, sino para poder escribir, una vez más, “el poema de nuestra época”. T. S. Eliot encontró entre las ruinas “la manera de apuntalar su voz y sus palabras, aquellas voces y aquellas palabras que contenían el horror supremo de la ciudad, de la muerte, pero también”, añade Rella, “ la posibilidad de darle una forma, de convertirlas en experiencias decisivas para nuestra vida”; de la misma manera, el ensayista moderno, el intelectual, debe ser capaz de apuntalar la realidad desde la aceptación, no sólo de la pluralidad y de las contradicciones que le son inherentes, sino del conflicto instaurado entre ella y el individuo y que se manifiesta, precisamente, en la precariedad de un lenguaje que ya no puede alzarse como el medio por el que se hace posible la unión entre el individuo y el mundo. “En l’època moderna ja no hi ha una Veritat Única per defensar” (4) ; en la época moderna, en la época en la cual y para la cual escribe Rella, es necesario volver a preguntarse respecto al pensar, al cómo pensar. Seguramente no haya una respuesta para la pregunta de Starobinski sobre cómo definir el ensayo, pero si bien ya no son posibles las definiciones, todavía es posible, e incluso necesario para toda aportación crítica, preguntarse sobre el “sentido mismo de qué significa pensar: de qué manera el pensamiento necesita de la realidad del mundo, y la realidad de los sueños del mundo”.

El ensayo es para Rella el espacio atópico, despaisante, en el que, superados los límites de la filosofía y la literatura, de los conceptos y de su cosificación, la hibridación y, por tanto, la fragmentación conduce al peligro anunciado por Starobinski y que, sin embargo, se vuelve esencial para hacer del ensayo la forma dialéctica que sigue hablando. “Los conceptos pueden decir mucho sobre nosotros y sobre nuestro destino, pero los conceptos”, concluye Rella, “no agotan la razón, el pensamiento y tampoco la experiencia de la realidad”. En las postillas de El silencio y las palabras, Rella no puede dejar de recordar que “cerca de la verdad del filósofo o del científico permanece siempre la verdad de mi propia experiencia individual”. Por ello, tal y como escribió Samuel Beckett en su día, “es necesario continuar y yo continuaré”.

Anna Maria Iglesia

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NOTAS

(1) “había sido vivida en la modernidad como el lugar del conflicto, pero también como el lugar de lo posible”.

(2) “cuanto más inciertos sean los márgenes del mundo y del yo que les tendría que dar validez, más se anhela el impulso de autorepresentante”.

(3) “que garantizaba la relación entre un yo unitario y un mundo plural pero transitable”.

(4) “En la modernidad ya no hay una Verdad Única para defender”.

Rella, F. Confins. La visibilitat del món i l’enigma de l’autorepresentación, trad. Xavier Antich, ed. L’Hora del Present, Edicions 34, Barcelona, 1998 (1996).

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia (1986) es licenciada en filología italiana y en Teoría de la literatura

y literatura comparada; Máster en Teoría de la literatura y literatura comparada por la

UB. Es colaboradora habitaual de Panfleto Calidoscopio, ha publicado breves ensayos

en la Revista Forma de la UPF y reseñas en 452f. También ha publicado artículos en El

núvol o Barcelona Review.

1 Comentario

  1. Buen articulo…lastima que en españa, el ensaysta y filosofo rella todavia no està todo traducido…

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