Cuerpos subterráneos

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Friedrich Glauser | Foto: Frame de Youtube | Youtube

En la oscuridad (Mármara Ediciones, 2016. Traducción de Carlos Fortea) de Friedrich Glauser se puede leer como una narración sobre la sombra y el silencio. Se trata de una novela, hasta cierto punto autobiográfica, que pone en marcha una travesía por los espacios subterráneos de la Europa de entreguerras. Friedrich Glauser (Viena, 1896 – Nervi, provincia de Génova, 1938) recoge dos experiencias reales para construir esta novela escrita en 1936: los meses que pasó en un sótano trabajando como lavaplatos en el Grand Hôtel Suisse de París y la temporada que pasó como minero en las Minas Unidas de Charleroi, en Bélgica. Pero más que una novela autobiográfica en un sentido estricto, me parece que sería más preciso definirla como una biografía de la mirada. Quiero decir que Frédéric, el narrador y alter ego del autor, no se ocupa tanto de narrarse a sí mismo, de trazar un recorrido por el mapa de su biografía, como de detenerse a mirar desde la periferia las vidas de los otros, sus costumbres, los pequeños detalles, las atmósferas que los rodean. Y es con esa mirada periférica que el narrador aborda dos momentos aislados en su largo itinerario por los márgenes de la sociedad. La novela está dividida en dos partes, Marcel y Otto, y cada una se centra en un personaje que trabaja con Frédéric. Es como si ante la pregunta existencial de qué hacemos aquí, Frédéric nos proporcionara una respuesta tan sencilla como categórica: trabajar. Porque la vida, bien lo sabe Glauser, es trabajo, y el trabajo, En la oscuridad, ocurre en espacios subterráneos.

En la primera parte, Frédéric, tras haber pasado una temporada en Argelia y Marruecos como parte de la Legión Extranjera, vuelve a París con cinco francos en el bolsillo en un intento por huir de su pasado. Al poco tiempo consigue trabajo como plongeur (buceador), es decir, lavaplatos, en la cocina del Hôtel Suisse, y apenas tiene tiempo para nada que no sea trabajar. Su experiencia cotidiana queda restringida al trabajo en los sótanos del hotel, y el lugar desde donde contempla el mundo, así como el aislamiento al que está circunscrito, lo llevan a mantener cierta ambigüedad en su aproximación a la realidad. En un momento en que describe su situación y la relación con el jefe de cocina, dice:

«Al fin y al cabo ambos somos habitantes del fondo del mar, buceadores, se podría decir… […] Los dos, el jefe y yo, pasamos la mayor parte del tiempo mudos como peces, y si cambiamos unas palabras, por el trabajo o por alguna otra cosa, es tan fantasmagórico como si los peces empezaran a hablar…»

Por momentos, esta sensación de irrealidad o fantasmagoría, como si el mundo estuviera sumergido bajo el mar, también se reproduce en la segunda parte de la novela. Meses después de la primera parte, Frédéric, en un nuevo intento por huir de su pasado, consigue trabajo en las minas belgas, y sus días transcurren entre la lluvia negra y fría, los ruidos de las máquinas y el polvo de carbón que va impregnando su piel. Esta nueva atmósfera gris y húmeda, mezclada con el cansancio que empieza a crecer en Frédéric, abonan el terreno para que la impresión de que el mundo flota en una esfera irreal, ajena a él, adquiera densidad:

«No me libro de la impresión de que todo lo que veo es irreal. Es como si viera los edificios, la tirolesa, los raíles en uno de esos viejos espejos que a veces cuelgan en las chamarilerías».

Frédéric es un marginal entre los marginales, un extranjero en todas partes que siempre está intentando huir. La huida, o la imposibilidad de huir del propio pasado, así como la idea de lo subterráneo, son los elementos que funcionan como puente entre las dos partes del libro. Este deseo de huir de uno mismo también se estira por toda la biografía del propio Glauser: su madre muere cuando tiene cuatro años y unos años después se fuga de la casa de su padre; intenta suicidarse varias veces; se hace adicto a la morfina; lo ingresan en diversos centros psiquiátricos; vive en varios países y desempeña todo tipo de empleos. Uno se pregunta si detrás de esa huida inacabable, más allá de la necesidad de escapar, no se ocultaba en realidad un deseo de satisfacer el vicio de mirar. De mirar lo que nadie mira, lo que está a la sombra de lo visible, lo que permanece oculto en la oscuridad. Quizá es por esto que casi todos los personajes de Glauser adoptan una actitud de desobediencia ante las normas sociales, vagan sin rumbo por los espacios subterráneos, siempre huyendo, como instalados en una fisura que se abre entre la vida y la muerte. En este sentido Glauser es un espectador de la miseria. La miseria propia y la miseria ajena. La miseria y la oscuridad, al fin y al cabo, que habitan en cada uno de nosotros:

«[…] Todo el mundo es pobre y quisiera extender sus pocas riquezas —¿riquezas? ¡Miserias!— ante los otros para ganar peso a sus ojos. Y lo más triste es que todo el mundo sabe que lo que tiene para enseñar no son más que miserias… ¡miserias! ¡Nada de riquezas!»

El escepticismo de Glauser se extiende a la postura que Frédéric adopta ante un posible cambio de la sociedad. No hay utopías en la oscuridad. Sus personajes están demasiado cansados para soñar con un mundo mejor. Pese a todo, la ternura y la solidaridad con que se comportan operan como pequeños actos de resistencia frente a la opresión y contrarrestan lo inhóspito de sus circunstancias. En la oscuridad no es una novela política de modo explícito. Ni sus personajes asumen el papel de víctimas, por más que sean “proletarios del proletariado” y estén sometidos a un tipo de explotación que trae a la mente los talleres de explotación laboral en numerosas partes del mundo en el siglo XXI. Glauser se limita a construir una biografía de su mirada, un espacio compuesto de las sombras y los silencios que se extienden en los márgenes de la sociedad. Y en esos espacios toman forma los cuerpos subterráneos, los que nadie se atreve a mirar, esas figuras que yacían en la sombra y que, En la oscuridad, se transforman en una extraordinaria novela.

Laury Leite

(Ciudad de México, 1984) es escritor. Ha publicado las novelas En la soledad de un cielo muerto (Ediciones Carena, 2017) y La gran demencia (Huso Editorial, 2020). Su obra ha sido traducida el inglés y al italiano. Vive en Toronto, Canadá. https://www.lauryleite.com/

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