III Ciclo de Autores de Novela Criminal (II): Luis Gutiérrez Maluenda

Hay escritores que parecen haber nacido para la novela negra. Luis Gutiérrez Maluenda es uno de ellos. Cuando, hace ya algunos años, dejó su trabajo como ejecutivo informático para dedicarse a poner negro sobre blanco (me excuso por el tópico), se metió a fondo en el terreno presentando Putas, diamantes y cante jondo. A partir de ahí, ha ido dejando perlas, incluyendo una meritoria difusión del jazz vinculado al género, que le han permitido ocupar un sillón en la Real Academia del Crimen (¿existe tal cosa? Debería) con novelas de títulos contundentes: 806 Sólo para adultos, Música para los muertos, Una anciana obesa y tranquila o la última publicada hasta el momento, Mala hostia (Editorial Alrevés), en la que nace Atila, un nuevo detective que se mueve en el marginal ambiente del Raval barcelonés.

Luis Gutiérrez Maluenda (foto: http://negraycriminal.blogcindario.com)

Cuando nos citamos en un mítico bar de otro barrio, el de Sant Andreu, con no poca historia a sus espaldas, el Versalles, aparece, claro, con sombrero y aspecto de «que no me tosa nadie».  Y surgen las ganas de hablar de lo suyo y del género, así, a lo que salga.

¿Qué pasó con «Humphrey» y «Billy Ray», protagonistas de tus anteriores libros?

Pasó que, aparte de que a los escritores nos gusta, en un momento determinado, cambiar de literatura o de estilo,  la de «Humprey» es una serie que no ha tenido suerte. La última novela, Los muertos no tienen amigos, salió en una editorial que, a los cuatro meses de lanzar su primer libro, quebró, con lo que no pudo tener continuidad en ese sello. Antes, habían salido dos novelas en editoriales que no fueron capaces de darles una gran difusión. Es una serie, no diría maldita, pero que ha quedado un poco escondida. Además,  publiqué una novela que todo el que la ha leído coincide en que es lo mejor que he escrito, algo en lo que discrepo, Música para los muertos. Me insistían en que continuara con el personaje, Mike Winowsky. Y yo decía que no, porque era excesivamente complicado desarrollar una serie, ya que la acción transcurría en el New York de los años 30. Es laborioso para un escritor español hacer toda una serie sobre un personaje que se mueve, que vive con esos parámetros. Lo que decidí fue crear un personaje que se pareciese a él, pero español y que viviera en Barcelona. Este personaje es el Atila de Mala hostia. Ha tenido éxito, no ha nacido con la mala suerte de «Humphrey» y, por tanto, sigo con él. Además, son personajes muy distintos, no tienen mucho que ver uno con otro. Aparte de que vivan los dos en el Raval y que son marginales, mantienen características diferenciales. Mira, «Humprey» se parece más a los pícaros del Siglo de Oro español que a un tipo duro. Y es duro, porque se mete en follones y algo tiene que hacer para salir de ellos, pero no es el arquetipo de tío duro. Su personalidad no es esta. Sin embargo Atila lo es, al estilo de Mike Winowsky, con lo que me he visto envuelto en un entorno más violento que con el que comencé. Y me gusta.

Con Atila ya te has planteado una trilogía.

En este momento tiene cinco novelas ya escritas. Una es la que ya está publicada, la siguiente Un buen lugar donde reposar está corregida y saldrá a la venta para Sant Jordi. El personaje da para bastante y me resulta sencillo. No soy un escritor que haga una gran tarea de documentación. Para escribir sobre los problemas del Raval, sobre las mafias de Barcelona, que es en lo que estoy ahora, necesito de una documentación muy relativa. Con repasar la prensa tengo más que suficiente. Escribo con una cierta facilidad. Además lo hago porque me hace feliz, no con intención de ganarme la vida. A nivel económico, mi vida no es una maravilla, pero está resuelta.

Con Mala hostia y Atila recuperamos las características de la novela negra tradicional.

Absolutamente.

¿Crees que la novela negra española tiene unas características propias?

No lo creo. En realidad, todos los que escribimos novela negra estamos tremendamente influenciados por el pulp americano.

Más que por la noir francesa.

Sí. Aparte de que la noir también estaba influenciada por el pulp americano. La mejor novela negra francesa que se ha escrito es Escupiré sobre vuestra tumba, de Boris Vian, y es puro pulp. Me han dicho en alguna ocasión, y no me gusta, que bebo de las fuentes de Manuel Vázquez Montalbán. No, en absoluto. Montalbán bebe de las mismas fuentes que yo y los demás. A partir de esa influencia, Vázquez Montalbán y yo no nos parecemos en nada. Tendremos arquetipos comunes, pero poco más. Fíjate que cuando dejo de escribir pulp, salen otras cosas que tampoco se parecen a nada de lo que se publica en España. Cuando salga La fiesta verás que no tiene nada que ver. No digo que sea mejor ni peor, simplemente es diferente.

¿Qué opinas de ese saco en el que parece que entra todo, desde la novela enigma a la de detectives, la policiaca…?

Me molesta profundamente. Tengo fama de ser políticamente incorrecto, aunque no es mi intención. Hablando de la denominada «novela negra nórdica», por ejemplo, cada vez que empiezo a leer una me produce una crisis de aburrimiento. Las tengo que dejar. De Millennium leí treinta páginas y me caía. Si llego a la página mil, me suicido.

El cinismo propio de los detectives clásicos resulta inseparable del género. Y lo tienes muy presente para Atila.

La novela negra nació en un entorno muy determinado, de sociedad de aluvión, una sociedad formada por gente muy diversa, italianos, griegos, irlandeses… Cada uno con su delincuencia propia. Y se encontraban además en un ambiente convulso, en el que se mezclaba la Gran Depresión con la Ley Seca, los primeros pasos de los movimientos obreros, la lucha de un determinado sector de la sociedad norteamericana contra el comunismo incipiente… En este entorno, quien medraba con más facilidad era el delincuente. La gente que vivía inmersa en él tenía que ser cínica forzosamente. Porque si no lo eres, te pegas un tiro. Pasa lo mismo ahora en el Raval. Y eso a pesar de que el Raval se está acabando, se está convirtiendo en algo muy distinto a lo que conocíamos, con hoteles de lujo, tiendas de moda, bares de diseño. Y de bares aún quedan algunos. Existe aún el chiringuito aquél de la calle Arc del Teatre, en el que los delincuentes iban a beber absenta. Pero ahora, cuando entras en cualquier bar del Raval, lo primero que te preguntan es si quieres un mojito.

Hablabas antes de las mafias. En Mala hostia abordas el tema de la prostitución, con el caso que se le presenta a Atila para que encuentre a una chica bielorrusa.

El bar de carretera que describo en la novela no deja de ser el puticlub que había entre Vilassar y Mataró. ¿La gente que había allí? Un amigo que vive en Vilassar ligó una noche con una chica que chapurreaba el español más mal que bien. Cuando se despidieron a la mañana siguiente, la señorita le dijo «este ha sido gratis, porque nos hemos hecho amigos. Cuando me quieras encontrar, ve a aquél puticlub de carretera y te cobraré». Le contó que ella vino a España por su cuenta y riesgo a hacer de prostituta y que cuando volviese a su país lo haría con una cantidad de pasta que ta cagas y que, si le convenía, se casaría de blanco. El dueño, diría que de este mismo bar, pero no estoy seguro, salió en televisión y la chica que le entrevistaba le acusaba de hacer trata de blancas. Y le respondió que en absoluto. Él tenía un local en el que trabajaban señoritas que iban conscientemente y por voluntad propia. Y dijo exactamente lo mismo que la prostituta. Esta es una clase de prostitución, la voluntaria y sin extorsión, que desgraciadamente se está acabando. Ahora, entre los rumanos, los nigerianos, los del Este…, las cosas han cambiado mucho. Hasta hace unos pocos años, puta era quien quería. Ahora ya no es así. En la novela que estoy escribiendo ahora, Una ciudad con 500 mafias, describo una subasta de putas. Las tratan como si fuesen ganado. Esto es lo que está sucediendo ahora. En este caso sí hace falta documentación, pero tampoco tanta, simplemente hay que seguir por dónde se mueven los cambios de la delincuencia en España y fácilmente llegas a ver la situación actual.

Los acompañantes del detective también suelen ser importantes. Son esos secundarios que van apareciendo en la vida del personaje y refuerzan su personalidad. ¿Los tienes ya definidos en la serie?

Hay uno que ya salía en la serie de  «Humphrey» y lo he recuperado: Maruchi la desdentada, una confidente ex prostituta. Es un personaje que da para mucho. Es el ideal para averiguar cosas. En alguna de las novelas dice que es normal que se entere de muchas cosas, porque los hombres, en cuanto abren la boca, no la saben cerrar y, si van calientes, mucho menos. Sus chicas se enteran de cosas que luego ella vende. Es perfectamente creíble. Hay otros personajes, como Lena, que copié de una amiga mía, una chica periodista que trabajaba en Clarín y que al venir a España se encontró sin trabajo. Utilizo su perfil. Suya es la frase «la iglesia que más ilumina es la que arde».

¿Cómo evolucionará Atila en las próximas novelas?

En la que estoy escribiendo ahora Atila dice que, gracias a Valentina, personaje secundario que me sirve para darle un toque romántico, es un ex alcohólico que sigue bebiendo. Si antes bebía con desespero, ahora se modera un poco, así que en algo ha cambiado. Pero no creo que evolucione demasiado. Eso es algo peligroso para un escritor. Si creas un personaje lo haces con unas características definidas. El lector se acostumbra a que sea de determinada manera. Te pongo el ejemplo de alguien a quien respeto mucho. Se trata de Walter Mosley. Mosley creó unos personajes que no podían ser de otra manera, y hacía algo a lo que yo también recurro: recuperar frases y explicar cosas ocurridas en otras novelas para que el personaje siga siendo como él lo inventó y para que el lector tenga esas referencias. Cuando ya tiene bastante, lo deja.  Es preferible dejarlo y crear otro personaje que malbaratar la personalidad de tu creación. Tú eres como eres, yo soy como soy, los personajes son como son, Easy Rawlins es como es.

Hablamos de realismo, porque nadie cambia tanto.

Por supuesto. Nacemos tal como somos y no dejamos de ser de esa manera hasta el día que nos morimos. Otra cosa es que la vida nos vaya poniendo capas que nos influyan. Pero somos como somos, eso no lo cambia ni Dios. Aquello que estuvo tan de moda de los psiquiatras que decían que los psicópatas eran producto de la sociedad… ¡Y una mierda! El delincuente, en la mayoría de casos, ha nacido siendo un hijo de puta. Dónde y cómo crezca le ayudará más o menos a desarrollar sus instintos, cierto. Pero difícilmente será un tío sano. Alguien sano puede, en determinadas circunstancias, coger un bolso o robar a alguien por estar necesitado. Y no dejará de ser una persona sana. Pero quien entra a una tienda con una pistola amenazando con matar al que se mueva, ¿lo hace porque la sociedad le ha llevado a ese extremo? Perdona, pero no me lo creo.

Y la cárcel no rehabilita.

En un porcentaje altísimo de casos, no. Pero no se les puede tener sueltos. Hay gente que sigue pensando que, en el fondo, los delincuentes son víctimas del sistema. Y a muchos les cuesta cambiar esa idea, aunque hayan sido víctimas.

José A. Muñoz

José A. Muñoz

José A. Muñoz (Badalona, 1970), periodista cultural. Licenciado en Ciencias de la Información, ha colaborado en varias emisoras de radio locales, realizando programas de cine y magazines culturales y literarios. Ha sido Jefe de Comunicación de Casa del Llibre y de diversas editoriales.

5 Comentarios

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