«La educación de Laura», de Mirabeau

La educación de Laura.
Honoré Gabriel Riqueti de Mirabeau
Traducción de Paula Cifuentes
Barril & Barral Editores (Barcelona, 2009)

Mi interés por la literatura erótica (o pornográfica, que sería el caso), no ha sido nunca mayor que el provocado por las aburridas composiciones de Penderecki. Adaptando una célebre frase de Alfonso Paso, «la novela pornográfica es como el Bolero de Ravel, siempre lo mismo». Por eso, cuando recibí el librito La educación de Laura, del libertino Conde de Mirabeau, considerado un clásico del género, no pude menos que hacer un movimiento de cabeza de un lado al otro, en sentido negativo. Mas, como hacía tiempo que no me sometía a los caprichos onanistas de algún autor especialista en provocar espasmos (sexuales, de los otros voy encontrándome a alguno que me los provoca), aproveché la ocasión para adentrarme en la lectura.

Como su propio título indica, La educación de Laura narra la instrucción que recibe una chiquilla, de nombre evidente, por un experto maestro  en las artes amatorias que no es otro que su padrastro. Encargado de su cuidado tras la muerte de la madre de la infanta, poco podría imaginar la difunta al dejarle en manos de semajante energúmeno que la formación se basaría en los «juegos de cama». Y es la propia Laura (Laurette) quien nos hace partícipes de sus historias mediante una carta que le envía a una íntima amiga, Eugenia. En ella, explica con todo lujo de detalles sus primeros escarceos, totalmente consentidos, a la edad de diez años, en los que también intervendrá la institutriz, Lucette, a quien el tutor escoge como compañera. A los doce, después de dejarle probar las mieles del placer, el tipo va y le pone un cinturón de castidad con el fin de mantenerla virgen hasta que se haya formado como mujer. Así, la pobre Laurita podrá dar placer pero no obtenerlo. Simpático, el hombre. A los dieciseis, por fin, es liberada de su cautiverio genital y se entregarán los tres a un desenfreno en el que, de nuevo, la protagonista no escatimará descripciones que dejarían en estado de shock al abuelito de Heidi. Será más adelante, con la aparición en escena de Rose y su hermano Vernol, dos viciosillos jóvenes con ganas de juerga, cuando, como diría Javier Krahe, «se inunde el valle, se inunde la nación, el porvenir, la civilización, el buen vivir».

Conocida es la historia del Conde de Mirabeau y resulta más que curiosa la circunstancia de que llegara a compartir celda con el Marqués de Sade en Vincennes. No quiero imaginar a qué se dedicarían estos dos durante el tiempo que permanecieron recluidos juntos. En cualquier caso, como su socio, el señor Conde se dedicó a catar todo lo que se le ponía por delante, además de ejercer labores diplomáticas. Es histórico que sus habilidades políticas dejaron mucho que desear. Las virtudes por las que era conocido, y que quedaban plasmadas en esta, dicen, obra autobiográfica, tenían el mismo fin que un premio de lotería: tapar agujeros.

No nos engañemos: el objetivo de cualquier pieza pornográfica es el de calentar al personal. Que quede mejor o peor adornado con sutiles e inteligentes discursos dependerá del talento de quien escriba el texto. Pero no mantiene ninguna distancia con el cine, soporte en el que La educación de Laura podría convertirse  en la novela más fielmente adaptada, ya que se nos ofrece el mismo catálogo de posturas y técnicas que en una película de Nacho Vidal. Pongan un punto de libro donde, en el DVD, pulsan el «pause» y el efecto es el mismo. En los escasos pasajes en los que se relaja el desenfreno, al igual que en una revista o una película del género, se abordan cuestiones de transición, en este caso sobre astronomía o filosofía, eso sí, con la misma profundidad que en El Libro Gordo de Petete.

Se agradecen varias cosas del libro y su edición: El lector podría llegar a perderse entre valles, montañas, matojos, cuevas, senderos y demás paisajes anatómicos si Mirabeau, en boca de Laura, no llamara al pan «pene» y al vino «coño». La traducción de Paula Cifuentes es ejemplar, tanto en el aspecto «técnico» como en el estilo de la prosa (no olvidemos que la obra se publicó originalmente en 1786 y el francés de la época requiere de una especial sensibilidad al trasladarse a otro idioma). Por último, gracias a estas simpáticas obras sexuales, cuya calidad literaria quedará siempre a criterio del lector y del uso que haga de los  libros (faltaría más), se nos demuestra que hay cosas que no cambian por más que pasen los años. Y el sexo es una de ellas.

José A. Muñoz

José A. Muñoz

José A. Muñoz (Badalona, 1970), periodista cultural. Licenciado en Ciencias de la Información, ha colaborado en varias emisoras de radio locales, realizando programas de cine y magazines culturales y literarios. Ha sido Jefe de Comunicación de Casa del Llibre y de diversas editoriales.

1 Comentario

  1. tsss…. la mente de estos weones «totalmente consentidos, a la edad de diez años, en los que también intervendrá la institutriz, Lucette, a quien el tutor escoge como compañera. A los doce, después de dejarle probar las mieles del placer»

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