La mirada de Quevedo

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Francisco de Quevedo | Copia de Velázquez | WikiMedia Commons

Quevedo el patizambo. Quevedo el rechazado por las mujeres. Quevedo el gran literato. Existe un retrato de Quevedo en que destaca singularmente su mirada. Hay orgullo, ironía, arrogancia en los ojos de Quevedo. Y también, en segundo plano, dolor y rebelión, tristeza y amargo sarcasmo de sí mismo.

“Caballero del hábito de Santiago, político profundo, poeta docto y ameno, escritor festivo y consumado en la lengua castellana”: así reza al pie del cuadro. Francisco de Quevedo construye su autoestima. Cada explosión de genio, cada insuperable cima conceptista ponen de manifiesto ante nosotros, espectadores en la distancia, el hercúleo esfuerzo que realiza para superar su desazón. Quevedo quiere diluirse en su obra, confundirse, mimetizarse. Quiere pasar a la posteridad, pero no en su realidad deforme y fracasada, sino en otra que irá componiendo durante toda su vida.

Detrás de cada verso exquisito, de cada equívoco brillante, de cada increíble pirueta sintáctica, Quevedo esconde un pedazo de su contrahechura. Don Francisco de Quevedo y Villegas atesora desprecios y humillaciones juveniles, acumula rechazos e indiferencias, para hacer con ellos la materia prima que, macerada con odio, servirá para edificar suntuosos palacios literarios. ¿De dónde, si no es por esto, la sátira despiadada, el fustigar incansable con sonetos y novelas? ¿Qué es El Buscón, sino un fracasado de nacimiento que se desquita burlándose de todo?

Quevedo se rebela de sí mismo produciendo una literatura extraordinaria. El conceptismo, que llevó a su máxima altura, consiste en concentrar el lenguaje, en espesarlo a base de añadir significados a una misma frase. El lenguaje es, ante todo, un significante, y resulta tanto más valioso cuanto más significado puede transmitir. Por eso Quevedo hizo más idioma a nuestro idioma. Quevedo es la superación del castellano. El gran conceptista hace filigranas porque no puede hacer bellezas; porque moja su pluma en los jugos agrios de su tristeza, y de ahí no salen cantos bucólicos sino críticas y aguijonazos. La mirada de Quevedo es triste, con una pena profunda y desengañada, una mirada que contrasta vívamente con la sobria nobleza de sus vestidos y de su ademán. “Caballero del hábito de Santiago, político profundo, poeta docto y ameno…” hombre ilustre que huye del hombre encorvado y patizambo.

En las biografías y estudios críticos sobre Quevedo no se habla mucho de esto; se zanja la cuestión con una simple referencia a los sufrimientos que pudo ocasionarle en los juegos infantiles su físico desmañado. Y sin embargo, lo primero que se destaca a continuación es que fue un niño introvertido, estudioso y de inteligencia sorprendente. La investigación sobre Quevedo se centra mucho en su obra, y deja sin analizar otros aspectos personales que pueden contribuir decisivamente a la comprensión de su literatura. No deja de ser sintomático el romance que el mismo Quevedo escribió sobre su nacimiento:

«Nací tarde, porque el sol
tuvo de verme vergüenza,
en una noche templada
entre clara y entre yema.
Un miércoles con un martes
tuvieron grande revuelta,
sobre que ninguno quiso
que en sus términos naciera.»

La figura psicológica, humana de Quevedo se nos pierde bajo las páginas de sus escritos,  dejando incomprendido al gran satírico. La obra de Quevedo no se explica sola, sino que va unida consustancialmente a su perfil emocional. Rasgos como el afán de notoriedad o la tenacidad, que caracterizaron a Quevedo, pueden atribuirse perfectamente a la urgencia de dar sentido a su propia existencia. Quevedo no está contento con su aspecto; lo considera un lastre para su nombradía, y se dedica por completo a compensarlo con un excedente de genialidad. Ser cojitranco es el amargo acicate de Quevedo. Para librarse de él se burla de sí mismo y de lo que hay a su alrededor. Las envidias y dicterios que su talento y sus críticas mordaces le granjearon fueron para él un fiel indicador de su fama. Quién sabe hasta que punto vio aliviada su «incomodidad» vital cuando sus enemigos pusieron este título a un texto destinado a la Inquisición: Tribunal de la Justa Venganza, erigido contra los escritos de D. Francisco de Quevedo, maestro en errores, bachiller en suciedades, catedrático de vicios y protodiablo de todos los hombres.

Y sin embargo, a pesar de lo que llevamos dicho, de Quevedo no cabe compadecerse. Al fin y al cabo consiguió superar sus limitaciones —realmente más psicológicas que físicas— a base de genialidad. Peor le fue a Salieri, a quien de nada sirvió el talento porque vivió al mismo tiempo que el prodigio de sensibilidad y destreza musical que fue Mozart. Contemplad la mirada de Quevedo y veréis, detrás de la ironía y la altivez, un leve, sutil, vaporoso y casi imperceptible gesto de desconfianza: es el signo inequívoco y delator de la persona triste que se escondía bajo el literato.

Juan Vicente Yago

Juan Vicente Yago Martí —Sueca, 1971— es licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Cardenal Herrera-CEU. Es escritor y profesor de lengua y literatura.
Publica regularmente artículos de opinión en el diario Levante-EMV, y ganó el Premio Recvll de periodismo 2013 con su ensayo ‘Hipotecar el futur’. En 2015 ganó el Accésit del Premio Nacional de Periodismo ‘Francisco Valdés’ con su artículo ‘Las pedradas finlandesas’. Hasta el momento ha publicado tres libros de ensayo y tres selecciones de artículos periodísticos aparecidos en varios periódicos.

5 Comentarios

  1. Excelente artículo literario! Cuánto dice en pocas líneas de la personalidad de Quevedoy de ésta, en relación con sus textos. Muchas gracias!!!!

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