«La tercera persona», de Álvaro de la Rica

La tercera persona. Álvaro de la Rica
Ediciones Alfabia (Barcelona, 2012)

Si quieres vivir, prepárate para morir.
Sigmund Freud

Esa intimidad no debe ir más lejos, pues hemos agotado ya todas sus posibilidades en la imaginación y lo que terminaremos por descubrir, más allá de los sombríos colores de la sensualidad, es una amistad tan profunda que seremos esclavos uno del otro para siempre.
Lawrence Durrell

Uno de los protagonistas de Senectud, de Italo Svevo, se propone tener una aventura, libre de toda expectativa y de ataduras amorosas, con una joven. En su juego le propone a esta buscar una tercera persona. Cuando la joven acepta y lleva a cabo el plan, se le vuelven al joven sus propósitos en contra. Quiso tratar a la mujer como un juguete y, atormentado, termina presa de los celos y dominado por ella.

Me viene a la mente este libro de Svevo, releído recientemente, después de acabar la lectura de La tercera persona de Álvaro de la Rica. En un pasaje de esta novela he leído:

Sí, hay una cosa siempre. ¿Sabes qué? Hay una tercera persona, que orienta las relaciones en la buena dirección. Esa es la verdad. Entre tú y yo ha estado siempre presente mi mujer. Entre mi mujer y yo has estado tú presente, y eso me ha servido para darme cuenta de lo mucho que la quiero a ella. La tercera persona. En toda relación hay que buscar siempre a la tercera persona. Es el único camino, la verdadera vida. Por eso yo solo espero que tú también la hayas encontrado.

Son dos modos distintos de abordar el asunto espinoso de la tercera persona. En el caso del joven de Senectud, su propia vanidad le lleva a plantear la búsqueda de un segundo hombre y le sale el tiro por la culata. En el caso de Jacob, el protagonista de las tres historias contenidas en la novela de Álvaro de la Rica, se concibe la tercera persona como una presencia inevitable y a la vez como parte de la relación amorosa. ¿O acaso en toda relación de pareja no se esconde una forma de adulterio? Si el amor es la búsqueda de satisfacer una falta, la proyección de una ausencia y el intento de amarse y completarse en el otro, no deja de ser una ilusión pensarlo como resultado de los poderes o signos de fuerza. En palabras de Jean Baudrillard:

En la vulnerabilidad está la fuerza de la seducción. Seduce la muerte, la falta, el vacío que nos habita. El secreto está en saber jugar esa muerte a fin de subvertir el gesto, burlar el sentido, minar la razón.

Es justamente ese juego de la muerte el que, en mi lectura, emprenden los personajes de la novela de Álvaro de la Rica. De ahí que no me sorprenda que Jacob garabatee al comienzo de esta novela, mientras cena solo en un restaurante, pensamientos sobre la muerte. Alude al célebre relato “Los muertos”, de Joyce, cuyos espectros parecen danzar a lo largo de la novela como presencias invisibles, incluso en la forma de seres inanimados:

Estaba oscuro, pero sin embargo se veía todo con una extraña claridad. Me fijé en la barandilla negra que llegaba hasta el suelo del recibidor del hotel y vi que acaba en un enorme muñón de caoba con forma de cabeza. No me había fijado hasta entonces, y eso que recuerdo haberme sujetado con fuerza al poner el pie en el primer peldaño. Al ver los enormes ojos vueltos hacia arriba sentí que se me helaba la sangre y que respiraba con dificultad.

Así mismo  hace mención de la muerte como el instante de amor del que habló Kafka en sus Pensamientos sobre la religión. El amor parece entonces entenderse también como derrota parcial y como prueba de la derrota final de la muerte. En palabras que se leen en la primera historia apasionante de La tercera persona:

Una máquina que me está triturando las entrañas y ante la que no puedo hacer nada. Un patíbulo al que se entra cantando y del que se sale con los miembros destrozados y con la boca ensangrentada.

También aparece en el libro esta noción del amor o de la pasión una mañana en la que Moïra, tercera persona, ya no estaba en la habitación del hotel hacia la que Jacob se vio arrastrado la noche anterior por su deseo sin freno:

Permanecía desnudo en medio de la cama. Las sábanas estaban tiradas por el suelo. Como el vendaje de un muerto.

No parece casual, por lo demás, que el nombre Moïra signifique, según Jacob, “destino”. “Destino fatal”, añade esta joven cuando escucha el significado de su nombre.

Tampoco lo son las coincidencias que experimenta la tercera persona -una mujer- en otra de las historias de la novela, narrada en forma de misiva, entre el horror y las muertes en Auschwitz y su desplome interior. Un derrumbamiento que degenera en enfermedad y en una hospitalización en el extranjero. Jacob, al otro lado de la orilla, sin poder saber de ella ni poder hacer nada, sufre por su ausencia en la universidad donde ambos son compañeros de trabajo:

La misma sensación de dolor en el centro del estómago que tuve de vuelta en la universidad, el lunes siguiente. No estabas, evidentemente, pero yo no me lo acababa de creer. Iba una y otra vez a tu despacho y me sentaba en tu silla. Allí estaban todas las cosas, como las cosas de un muerto.

Álvaro de la Rica (foto: Alfabia)

En La tercera persona de Álvaro de la Rica el amor es tanto muerte como resurrección. Tras la caída se pierde la unidad del curso de la vida, pero también se renace de las propias cenizas. En igual medida, mientras se muere, se vive. Entre otros motivos, porque la tercera persona es, antes que amor, “sombra de un amor”, algo que se  parece al primero y puede generar equívocos. Sin embargo, es un sentimiento distinto. En la tercera persona, tal y como la plantea Álvaro de la Rica, parece estar involucrado el imaginario de alguien y su necesidad de proyectarse en otra persona fuera de la pareja como modo de relatarse y reencontrarse a sí mismo. En el caso de Jacob, a la vez, para preservar, cuando no afianzar, su matrimonio. Y no en un sentido hipócrita como ocurre con frecuencia, sino porque el imaginario, por su propia condición de pájaro de alto vuelo, es libre y privativo. A nadie traiciona, puesto que se mueve en el ámbito de lo inalcanzable o inaccesible. Es el deseo antes de ser satisfecho, capaz de crear mundos paralelos tan preciados y reales como el que se vive en lo ordinario. Tal vez por eso en la novela aparezca con frecuencia el número 3, desafiando al 2, símbolo de la pareja. Tres son las personas que se encuentran en la primera historia. Tres son las copas que pide Moïra estando a solas con Jacob en el bar del hotel. En la tercera vuelta de la escalera del hotel asisten los dos a la tercera escena horrible. Tres son los estados en los que cree haber vivido la tercera persona de la segunda historia: viva, muerta y resucitada. Tres son los orgasmos espontáneos que ella tuvo, y considera inexplicables, mientras estuvo hospitalizada y que figuran en el informe médico final. Tres son las historias contenidas en el libro de Álvaro de la Rica y tres las estaciones en las que transcurren: otoño, primavera y verano.

La tercera persona es la que nos habla y escucha, la que nos cuenta y permite contarnos a nosotros mismos. En esta novela se presenta, por tanto, como un riesgo necesario con el que hay que lidiar en esa línea frágil que separa la amistad del amor.

Álvaro de la Rica aborda la tercera persona lejos de los cánones habituales. Vista desde el margen, fuera de toda relación amorosa, aparece con entidad propia.

Este escritor narra con distancia, sin afectación alguna y en un estilo narrativo propio, fluido, bello y transgresor, atrapando al lector desde el principio. Como en las mejores novelas, domina el arte de la insinuación, de acuerdo a la célebre “teoría del iceberg” de Hemingway, según la cual, en palabras de José María Guelbenzu, “lo que asoma, además de mostrarse eficientemente -y por eso mismo-, debe sugerir lo que hay debajo”.

Los personajes de La tercera persona son seres corrientes, esclavos de lo que hablan pero también dueños de lo que callan. De su vida y de sus muertes.

Elisa Rodríguez Court

Elisa Rodríguez Court

Elisa Rodríguez Court (Canarias, 1959) es licenciada en Filosofía y profesora de alemán. Ha escrito relatos publicados en volúmenes colectivos y las novelas 'Decir noche' y 'Dime quién fui'.
Como columnista ha participado en la Cadena Ser, en revistas y en diferentes periódicos de las Islas Canarias. Actualmente colabora regularmente, desde hace años, con una columna semanal en el periódico 'La Provincia-Diario' de Las Palmas.
En 2003 ganó el accésit y al año siguiente el primer premio Mejor labor informativa de Canarias, otorgado por el Instituto Canario de la Mujer.

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