«Las leyes de la frontera», un relato atemporal

Las leyes de la frontera. Javier Cercas
Mondadori (Barcelona, 2012)

Son incontables, puede que incluso demasiadas, las páginas que se han dedicado a la novela; mucho se ha escrito acerca de este género, cuya supuesta muerte, tantas veces anunciada por nostálgicos agoreros o por conservadores decimonónicos, lejos de frenar la proliferación de nuevos discursos críticos, reactualiza con fervor inaudito el debate entorno al género novelístico y su definición. La flagrante evidencia  de que la novela no ha muerto hace innecesario, incluso tedioso, todo intento de reafirmar el agotamiento de dicho género, cuya vitalidad confirma Javier Cercas, no sólo colocando una novela, Las leyes de la frontera, entre las novedades editoriales, sino, y sobre todo, proponiendo, una vez más, –Soldados de Salamina fue la primera- una ruptura con los parámetros genéricos decimonónicos: Cercas construye su novela a partir de unas entrevistas entre un escritor y algunos de los personajes de la historia que se va trazando a partir de los distintos testimonios.

Las leyes de la frontera podría definirse como los apuntes de un escritor que, a través de cuatro largas entrevistas, busca la información necesaria para reconstruir la historia de Zarco, un quinqui como muchos otros en aquellos años de finales de los setenta, que con apenas dieciséis años entra en prisión; encadenando diversas condenas, Zarco conocerá solo breves instantes de libertad, una libertad temida y, a la vez, deseada por aquel joven quinqui que, pasados treinta años, no llegará nunca a conocer otro escenario posible más que la prisión. Reconstruir la historia de Zarco es reconstruir la historia de un mito, la historia de un joven delincuente convertido en mito popular; ensalzado por los medios, convertido en un referente para muchos que veían en él la víctima y, a la vez el héroe de una sociedad que condenaba a sus jóvenes a la delincuencia como única salida para la supervivencia, Zarco termina por convertirse en un juguete roto, en un mito desmitificado símbolo de una sociedad y de un tiempo abandonados en el pasado, en la desmemoria de todo pasado, incluso reciente. A través de las entrevistas el escritor no sólo descubre, tras la máscara del mito, el verdadero rostro de Zarco, y por tanto el rostro de Antonio Gamallo, sino también rescata la historia del Gafitas, el adolescente de clase media que un día, enamorado de Tere, decide cruzar la frontera para unirse al grupo del Zarco, del cual ella también formaba parte. Desde la mirada retrospectiva de los entrevistados, desde la serenidad y la distancia que sólo el tiempo confiere, el verano de 1978 se convierte en el punto de partida de un relato colectivo, el del grupo de Zarco, y a la vez individual, el de cada uno de sus integrantes, un relato que, lejos de concluir al final del verano, continúa a lo largo de la existencia de cada uno de sus protagonistas, incapaces de librarse del peso de un pasado compartido que, sin embargo, les ha llevado por caminos opuestos, aunque éstos nunca dejan de entrecruzarse.

El escritor creado por Cercas, siguiendo los pasos  del periodista de Soldados de Salamina y como en su día hizo Truman Capote, busca en los testigos la información necesaria para elaborar su libro, un relato histórico-biográfico que refleje, como le señala en un momento dado el Gafitas, la verdad de lo que realmente sucedió a lo largo de ese verano del ’78 y la influencia que esos hechos tuvieron con el paso de las décadas. Si el escritor creado por Cercas busca construir una obra anclada en la verdad histórica, Javier Cercas escritor, tras Anatomía de un instante, regresa, y así lo afirma él mismo, a la ficción, abandona la no-ficción que  le tuvo “atado a la realidad de pies y manos”, una no-ficción a la que, por el contrario, se ata el escritor de Las leyes de la frontera y cuya frontera con la ficción, como aquella que separaba en Girona el barrio del Zarco del barrio burgués del Gafitas, es inevitablemente porosa. Javier Cercas regresa a la ficción, pero no lo hace de forma inocente, sino que regresa planteando un juego dialéctico entre lo no ficcional y lo ficcional: la historia del Zarco es la historia real que el escritor quiere escribir, una historia real construida a partir de testimonios diversos, versiones parciales y subjetivas de unos mismos hechos. El escritor escucha la reconstrucción de una historia llena de vacíos, de porqués todavía por contestar, una historia interpretada, reinterpretada, años más tarde por algunos de sus protagonistas: el Gafitas, el director de la prisión, el inspector Cuenca,  todos ellos hablan desde un lugar distinto, desde el lugar que les tocó ocupar  a lo largo de esos años que ahora rememoran. “Sólo los hechos”, insiste a lo largo de la entrevista el Gafitas, pero narrar los hechos es aportar una interpretación de ellos, no hay hechos neutros, no hay narración sin interpretación y el Gafitas lo sabe, por ello decide no escribir la historia del Zarco, por eso prefiere que la escriba alguien no implicado en la historia, alguien, como el escritor, capaz de observar desde fuera, desde la objetividad que aparentemente concede la distancia, lo que realmente sucedió. Y, sin embargo, ¿es capaz el escritor de tal magna hazaña?

Javier Cercas (foto: Miguel A. Monjas-wikipedia)

Cercas parece dudar, él mismo afirmaba en una entrevista que en todo relato de ficción hay mucha verdad y que todo relato de no-ficción está impregnado de ficción; como la inestable frontera dibujada por el río y que Gafitas decide cruzar, la frontera entre la ficción y la no-ficción resulta inestable, una inestabilidad que condena a la escritura, a todo acto de escritura, a la ficcionalización de los hechos, ficcionalización que, sin embargo, esconde una verdad. No se trata de la verdad de los hechos, sino de la verdad, del sentido que de ellos, más allá de su objetiva autenticidad, se pueda extraer. La literatura es precisamente esto, hacer de una pequeña historia local una historia universal, convertir el relato literario, por encima de sus posibles fuentes reales o imaginarias, en una pregunta sin una única e incontestable respuesta final. “La forma de saber de la narrativa es ambigua, por tanto”, “totalmente diferente a la del juez o el periodista que buscan la verdad”, afirmaba hace algunos días Cercas en La Vanguardia;  “la clave de la novela es la ironía por lo que puede tener dos respuestas a la vez”, seguía Cercas, para quien las novelas, como en su día dijo Milan Kundera, deben ser fáciles de leer, pero difíciles de entender.

Las leyes de la frontera plantea una pregunta acerca de la distancia, de la imperceptible y, a la vez, abismal, distancia que separa los diferentes barrios de Girona, aunque bien podría haberse tratado de cualquier ciudad porque no se trata de una ciudad en particular, sino del entramado urbano que jerarquiza los barrios, las zonas, las calles, alejando, condenando incluso a la más cruel indiferencia, determinados espacios urbanos y los que allí viven. Zarco y Gafitas no son iguales, el verano de robos y asaltos compartido es incapaz de borrar la diferencia que los separa, una diferencia que Cercas plasma a través del mapa urbano y a través de esa frontera, una frontera azul como decía la serie, y que, como la puerta de Georg Simmel une y separa a la vez: Zarco pasará sus años en la carcel, sus compañeros morirán jovenes, muchos de ellos tras breves estancias por prisión; Gafitas, en cambió, se convertirá en el abogado Cañas. La pregunta del porqué ellos y otros no, porqué aquellos quinquis que convivían tan cerca de los otros, de ese nosotros que resuena en la novela, porqué ellos fueron condenados, porqué su condena parecía escrita a priori borrando toda posible salida.

Javier Cercas propone una reflexión acerca de aquella generación de quinquis de finales de los años setenta y de los ochenta, mitificada por el cine, por los medios de comunicación que convirtieron a aquellos jóvenes en mitos de una época, mitos falsos construidos a partir del poder mediático, del sensacionalismo de unos medios que olvidaron ver el drama que se escondía tras cada uno de aquellos rostros. Zarco representa a todos aquellos quinquis cuyos nombres todavía hoy aparecen como emblemas de unos años en los que la heroína y el sida no tuvieron piedad alguna. Las leyes de la frontera se enmarca en ese tiempo y, sin embargo, vehicula una mirada crítica, amarga, contra una sociedad que parece condenar a una juventud encerrada en aquellos barrios a los que el centro urbano ignora; ya no se trata de quinquis, ya no son los ochenta y, sin embargo, esos barrios, con nombres y localizaciones distintas, siguen existiendo y en ellos siguen viviendo jóvenes como el Zarco, como Tere o el Gordo. La pregunta acerca de su salvación es la pregunta acerca del papel de la sociedad y también acerca de la función de la prisión; ¿es posible la reinserción en la sociedad? Tras la reforma del código penal, Las leyes de la frontera plantea diacrónicamente la pregunta, cuestiona la función de los centros penitenciarios y vuelve a poner sobre la mesa el interrogante que Gafitas, una vez convertido en abogado, no puede dejar de hacerse: ¿por qué ellos y yo no?

Las grandes obras son aquellas que vencen el transcurrir del tiempo, sobreviviendo a la inmediatez temporal; todavía es pronto para definir, en el caso que tenga algún sentido literario hacerlo, Las leyes de la frontera como un clásico, pero de lo que no cabe duda es de su valor novelístico, un valor que reside tanto en sus aspectos formales, estructurales y de trama. Javier Cercas no sólo rescata a través de Zarco y de los otros personajes la historia de una generación, sino que hace de su novela una historia que, al margen del contexto histórico en el que se ubica la trama, es de por sí actualizable a los días de hoy. Como diría Beatriz Sarlo, la historia, pero también la realidad circundante, nuestro presente, se conoce, se comprende mejor a través de la novela, a través de aquella ficción narrativa capaz de convertir los hechos narrados, más allá naturaleza real o ficticia, en una pregunta, en un interrogante, en un punto ciego a partir del cual iluminar un sentido.

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia (1986) es licenciada en filología italiana y en Teoría de la literatura

y literatura comparada; Máster en Teoría de la literatura y literatura comparada por la

UB. Es colaboradora habitaual de Panfleto Calidoscopio, ha publicado breves ensayos

en la Revista Forma de la UPF y reseñas en 452f. También ha publicado artículos en El

núvol o Barcelona Review.

3 Comentarios

  1. Se pueden decir muchas cosas sobre «Las leyes de la frontera» porque es una novela verdaderamente densa. Desde el campo de la Historia, sin embargo, se pueden sacar unas cuantas conclusiones bastante luminosas sobre el verdadero valor de esa última -esperemos que de momento- novela de Javier Cercas. Las podréis leer en la reseña de 20 de febrero de 2013 de httpp://lanovelaantihistorica.wordpress.com

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

«Drive» o la cuadratura del círculo

Next Story

«Â¡Quiero publicar mi libro!», de Juan Triviño Guirado

Latest from Reseñas