Laura Freixas: «Para avanzar: investigar, protestar, proponer»

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Laura Freixas | Para todos la 2 | RTVE

Laura Freixas es sinónimo de feminismo. La escritora, editora y crítica literaria lleva años reflexionando sobre la importancia, urgencia y necesidad del feminismo en nuestra sociedad, proponiendo acciones y encendiendo debates. En su último ensayo, El silencio de las madres y otras reflexiones sobre las mujeres en la cultura (Aresta, 2016), Freixas recopila una serie de artículos publicados a lo largo de dos décadas sobre la tendencia patriarcal en nuestra sociedad, al tiempo que reivindica la labor de escritoras como Virginia Woolf, Rosa Chacel, Simone de Beauvoir, Carmen Martín Gaite o Elizabeth Smart, entre otras.

Ma. Àngels Viladot i Presas, en la presentación de la colección a la que pertenece tu último libro,  dice que: “Hay que volver a empezar continuamente”. Esa suerte de reinvención perpetua nos exige un esfuerzo considerablemente mayor, que al hombre. ¿Cómo se regula esta asimetría?
Es cierto que hay que volver a empezar continuamente, porque el patriarcado se reinventa continuamente. Cada generación recibe un discurso que dice: «Antes había discriminación, pero ahora ya no, porque esa discriminación se debía a unos factores (el poder de la Iglesia, el franquismo, la falta de derecho al voto, la desigualdad legal, la escasa educación…) que ya han sido superados». Nos lo creemos y solo a lo largo de la vida, en torno a los 30 años en general, descubrimos que algo falla, que no es cierta esa igualdad que nos han vendido…

… ¿Y a qué se debe tal discriminación?

Para contestar esa pregunta, cada generación debe volver a empezar: volver a pensar,  elaborar conceptos nuevos como los que han aparecido en los últimos años o décadas: «techo de cristal», «trabajo doméstico gratuito», «violencia de género», «cuidados», «acoso»… También ocurre que cosas que en un primer momento fueron o parecieron conquistas, devienen en nuevas formas de opresión, como la «revolución sexual» o la maternidad elegida, que pueden convertirse, respectivamente, en una disponibilidad sexual de las mujeres sin compromiso emocional por parte de los hombres (una forma de relación que corresponde a las fantasías y deseo de control por parte de los varones  que a los deseos e intereses de las mujeres, como bien explica Eva Illouz en Por qué duele el amor) o en cauce para el regreso de las mujeres al hogar, su retorno a la dependencia (económica, del marido, y personal, del bebé) y a la vieja equivalencia «mujer = naturaleza, tradición, familia, emoción».

Escuchándote sorprende que no hayamos sido capaces, como sociedad, de poner en valor algo tan fundamental como la discriminación positiva.
La discriminación positiva es lo único que ha dado resultado, rindámonos a la evidencia. El único ámbito de poder donde reina una cierta igualdad, al menos numérica, es la política, no así en la economía o en la cultura o en la Universidad. Las medidas de discriminación positiva no son suficientes, pero sí parecen ser necesarias. Y es curioso que provoquen tantas desconfianza y rechazo mientras que el mismo tipo de medidas se establecen en otros ámbitos (desde ventajas a los jóvenes para el empleo, hasta mayores subvenciones a las películas rodadas en Canarias o en lenguas distintas al castellano) sin que a nadie le parezca mal.

Aresta Ediciones

La realidad a la que nos enfrentamos sigue perpetuando una serie de variables de origen patriarcal ¿Por qué hay un sector de la sociedad que niega el feminismo?
Creo que el rechazo o desinterés que provoca el feminismo es fruto del patriarcado. Por ejemplo, el patriarcado es lo que explica que los líderes de casi todos los partidos, y todos los candidatos a la presidencia del gobierno en España, hayan sido y sigan siendo varones. Y esos varones no muestran interés (con los matices que se quiera) por la igualdad de género. Por ejemplo, en los debates políticos, los asesinatos de mujeres apenas son mencionados. Y la ciudadanía se acostumbra a que eso no interese, no se debate, no es un tema. Pero también quiero hacer una autocrítica: creo que las feministas no hemos sabido «rehabilitar» la maternidad u otras vivencias específicamente femeninas, nos hemos mimetizado con el desprecio patriarcal hacia todo lo que se atribuye a las mujeres. Las feministas hemos tendido a adoptar y a proponer un modelo «masculino» (lo pongo entre comillas porque no creo que sea masculino o femenino per se, por esencia; lo es histórica y socialmente, pero podría cambiar). Y muchas mujeres no se identifican con él ni quieren hacerlo.

En el prólogo de El silencio de las madres, hablas sobre “la tendencia de la cultura patriarcal a invisibilizar tanto la experiencia de las mujeres como la obra de las literatas y otras creadoras”.
En la educación de todas y todos, hemos estudiado las obras, biografías, acciones, de hombres, casi exclusivamente. Hemos vivido como normal (nadie lo cuestionaba), por ejemplo, leer exclusivamente (o casi) obras literarias escritas por hombres. Además, la idea de que los hombres encarnan a la humanidad entera, de que lo humano es masculino y lo masculino es lo humano (una idea presente ya en el lenguaje: «hombre» significa a la vez varón y ser humano), mientras que las mujeres son una parte (no una mitad sino una pequeña parte) es una idea fundamental del patriarcado, una idea que está por doquier. Yo suelo poner el ejemplo de los pitufos: una sociedad, imitación de la humana, cuyos componentes son todos masculinos, con una sola «pitufina». Ellos tienen todos los papeles: el deportista, el gruñón, el poeta, el jefe… y ella tiene un solo papel, el afectivo-sexual.

La consecuencia es evidente…
Sí. Educamos a niñas y niños con ese tipo de libros y cuando llegan a la edad adulta no se sorprenden de que todos los autores mencionados en su libro de literatura o de filosofía o todos (o casi) los miembros del gobierno, de los consejos de administración del Ibex 35, de la Real Academia, del equipo de fútbol que se supone representa a la nación entera… sean varones.

Siguiendo con el asunto educacional. ¿Qué medidas podemos adoptar para educar en feminismo?
Sin duda hay muchas medidas posibles pero yo insistiría en una que a veces pasa desapercibida. Se habla mucho de educación como si la educación en sí, cualquiera que sea su contenido, fuera la panacea; sin embargo es obvio que educar transmitiendo una ideología religiosa como la católica o la musulmana es regresivo: legitima de mil maneras la dominación masculina. Hay que educar en valores de igualdad, y revisando los programas y libros de texto para incluir en ellos a la mitad de la humanidad. Primero porque esa mitad existe y su invisibilidad es escandalosa: no puede darse por sentada, hay que plantear la pregunta: ¿por qué, aquí o allá, no aparecen mujeres? En historia, por ejemplo: esa sociedad del pasado que queremos mostrar estaba compuesta de mujeres y hombres, ¿por qué de ellas no se dice nada? Y segundo porque contrariamente a lo que se cree, ha habido mujeres importantes en todos los ámbitos, desde la política hasta la ciencia o las artes, y hay que reconocerlo, devolverles su lugar. No se trata de revisar la historia con perspectiva de género sino de escribirla sin prejuicios de género. A este respecto, aconsejo leer los trabajos y entrevistas de la profesora valenciana Ana López Navajas.

Uno de los conceptos que defiendes en tu libro es el de ‘madre pensante’. ¿Por qué el debate sobre la maternidad termina siempre encallando en madres sí, madres no?
La ideología patriarcal consiste en una serie de dicotomías. Atribuye al hombre la cultura, la razón, la individualidad, la condición de sujeto, la creación de obras del espíritu; a la mujer la naturaleza, la emoción, la identidad genérica (es «mujer», esa es su única verdadera identidad, todas las mujeres son iguales), el carácter de objeto (las mujeres se venden o alquilan), la procreación. La madre es la quintaesencia de la mujer tal como la ve la ideología patriarcal. Ésta nos presenta a la madre como género y no individuo (se supone que todas las madres son iguales, sienten lo mismo), que la maternidad es natural (está fuera de la historia y de la sociedad, no hay nada que decir sobre ella desde un punto de vista económico, político, filosófico…), que es pura emoción (no razón, no pensamiento), y la madre es vista un poco como un objeto: es llamativo por ejemplo que la imagen de la mujer embarazada más frecuente es la de un cuerpo sin cabeza, como si no fuera una persona sino un recipiente.

No es fácil cambiar una imagen…
Hay que cambiar la visión de la maternidad, dar la palabra a las madres, escucharlas en tanto que individuos diferentes entre sí y pensantes, implica un profundo, radical cambio de sistema de valores, por eso es tan difícil, supongo. Creo que además hay un componente de envidia por parte de los varones hacia esa creación casi milagrosa, la de seres humanos, y de ahí una cierta necesidad de rebajarla.

¿Cómo modificar la presencia de las mujeres en el entramado cultural?
Según mi experiencia, que es larga, para avanzar hacia la igualdad, en cultura, como en otros ámbitos, hay que hacer tres cosas: investigar, protestar, proponer. Investigar para demostrar la desigualdad, que es escandalosa, en cifras (las investigaciones que conozco arrojan siempre las mismas cifras: en cualquier ámbito de protagonismo, poder y riqueza, encontramos en torno a un 85 % de hombres, a veces más, y el correlativo 15% o menos de mujeres). Protestar para que quienes tienen el poder se den cuenta de que gozan de un privilegio injusto y de que contrariamente a lo que dicen, no representan a toda la población. Y proponer acciones, proyectos, iniciativas, que muestren cómo las mujeres no solo queremos compartir lo que hay (a lo que tenemos todo el derecho), sino que aportamos nuevas ideas, nuevas personas, nuevos temas. La participación de mujeres en cualquier ámbito lo cuestiona y lo enriquece.

En la segunda parte del libro haces un recorrido por una serie de autoras a las que rescatar o dar visibilidad, ¿qué autora ha sido revolucionaria en el planteamiento del feminismo en el ámbito literario?
Yo destacaría tres, todas del siglo XX. Virginia Woolf por su espíritu crítico, sobre todo en cuestiones de género, combinado con un lirismo y una capacidad de crear belleza, excepcionales; y porque fue excelente en todos los géneros que practicó: novela, diario, cuento, ensayo. Simone de Beauvoir, por una obra vasta, sólida y coherente que incluye novelas, memorias, ensayo, y también su propia vida, tan creativa, rompedora, valiente y autónoma, como una ilustración de sus ideas. Y por último Clarice Lispector, que aunque no se consideraba feminista, reflejó en su obra la vida íntima, secreta, de un tipo de mujer con el que muchísimas nos podemos identificar (la mujer «del montón», de clase media, ama de casa, madre…), de la infancia hasta la vejez.

A modo de despedida, hablemos ahora de Clásicas y Modernas. ¿Cuáles son sus principales objetivos  y qué logros ha alcanzado?
Ante todo, creo que gracias a Clásicas y Modernas, y a otras asociaciones de mujeres del cine (CIMA), la ciencia (AMIT), las artes (MAV), la música (Mujeres en la música)…, hemos conseguido que empiece a haber conciencia del problema: de que existe una gran desigualdad en la cultura y de que esto es injusto para las profesionales del sector y sobre todo, empobrecedor para la cultura y para la sociedad. Además, y en la línea que antes mencionaba de proponer proyectos, hemos conseguido crear una excelente relación con algunas instituciones culturales públicas o privadas, gracias a las cuales estamos llevando a cabo iniciativas de gran interés y gran éxito, como una serie de debates sobre mujeres y cultura, bajo el título «El debate pendiente», con el apoyo de la Dirección General del Libro (en noviembre-diciembre de 2016 tendrá lugar en Segovia y en Sevilla), el ciclo de conferencias «Ni ellas musas, ni ellos genios» en Caixaforum, o el Día de las Escritoras que se celebró en 2016, por vez primera, el 17 de octubre, en la Biblioteca Nacional de España en Madrid y en otras bibliotecas públicas en Barcelona, Segovia, Valencia y otras ciudades. Vamos viento en popa, la verdad.

Cristina Consuegra

Cristina Consuegra es programadora del Málaga de Festival; coordinadora del Ciclo ‘Anverso/Reverso’, del Festival de Teatro de Málaga; coordinadora de las jornadas #TRENDS dependientes del Screen TV; programadora de Mujer(Es), ciclo de práctica literaria con perspectiva de género del Área de Igualdad del Ayto. de Málaga; programadora de los Ciclos de Encuentros con Autores en las Bibliotecas del Área de Cultura del Ayto. de Málaga (2013-actualidad); monitora de los talleres de capacitación literaria con perspectiva de género del Área de Igualdad del Ayto. de Málaga; responsable de la Olimpiada Lectora en3libros y monitora del taller municipal de práctica literaria de Antequera. Colabora con entrevistas y críticas en las revistas electrónicas 'Microrevista', 'El Secreto del Olivo' y 'Culturamas'; es responsable de la sección de ensayo 'Otro Lunes'.

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