Foto: Marcelo Jaboo | Pexels Commons

Los silencios y lo innombrable

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Foto: Marcelo Jaboo | Pexels Commons

En La mentira (de Poemas a Lázaro, 1956) José Ángel Valente describió las palabras como globos vacíos, que en vano tratan de encarnar significados. El poeta y ensayista gallego acentuaba la indeterminación del texto poético, así como la consideración de que el poema es un proceso continuo de creación que se complementa con experiencias del lector, lo que encaja perfectamente dentro de las definiciones de lo postmoderno (Calinescu y Hassan). De estos preceptos parte la última entrega lírica de Mario Álvarez Porro, encargado también del proceso de edición, en Fragmento de la nada, la cuarta publicación en su trayectoria poética, que salió a la luz en la editorial sevillana Ediciones en Huida, dentro de la colección raro Pegasso.

Ya desde el propio título del libro se exhibe las claves del libro: un segmento de la conciencia ante una sociedad desalentadora. Sin embargo, de acuerdo con la acertadísima afirmación que ofrece en el prólogo el escritor sevillano, José de María Romero Barea, «la suya es una literatura de celebración». Porque quienes conocen la persona de Mario saben que es un degustador de los frutos que ha ido dejando la tradición lírica junto con la que se produce en la actualidad. Transmite su pasión y su vocación por la poesía, y al lector le llega. Esos frutos emergen entre versos.

Ediciones en Huida

Para Mario, como antes lo fue para Valente o Claudio Rodríguez, a quienes cita como complemento a sus poemas, los poemas no constituyen unidades independientes, sino partes de un proceso rasurado de la realidad. Y del seguimiento hecho al poeta sevillano, podemos decir que lo puso siempre en práctica: figura en su discurso, ya desde sus comienzos, Negociando el dolor (2011), donde los poemas carecían en sus inicios de mayúsculas y de puntos en sus finales. Así, recogía algunos de los elementos de las vanguardias: algunas transgresiones de la norma y la concepción de los poemas como variaciones de un movimiento. Ahora bien, en su último libro estos segmentos de la realidad, sin títulos, como entonces, responden al conocimiento de acceso a lo revelado que carece de nombre.

Espigando uno de los versos climáticos del texto que abre Fragmento de la nada, vemos que el sujeto reclama algo al lector: “dame aquello que ya no quieras”. La escritura poética se convierte en una exploración entre el vacío, en “una teoría de la ausencia” –en expresión de Valente– desde la cual ningún conocimiento es posible.

El poemario está configurado en cinco partes, desiguales en su extensión, en estructura acumulativa, pues cada parte va sumando algo de la anterior hasta su conclusión. Los poemas ejercen sus interrelaciones semióticas y cognitivas entre las distintas partes y entre este libro y sus obras anteriores. Con la primera parte, «estrella moribunda»,  comienza lo que constituye uno de sus ejes fundamentales: el dolor es el único sentimiento auténtico, y, dado que se busca lo indudable, es, por ende, el impulso de una poesía verdadera. Vale la pena deleitarse en cada uno de los poemas. Para muestra un botón:

«si vieras más allá del horizonte
lo que se esconde en sus tinieblas

tu corazón camino de la nada

hundiéndose en silencio».

Camino de la nada, segunda parte, muestra cierta continuidad con sus libros anteriores. Entre oxímoros y paradojas nos invita a reflexionar sobre nuestra existencia: la trascendencia depende del “todo o nada”. El lenguaje adquiere gran importancia, en especial, aconseja no quedarse “en la piel de las palabras”, sino ahondar en la polivalencia de sus significados: tanto por lo que dicen como por lo que callan o sugieren: “el silencio emanado / de la propia palabra”. Serán válidas aquellas palabras que hayan emergido del dolor y remitan a él. Como escribiera en La palabra en llamas (2013): “este dolor tan insatisfecho / que vamos arrebatando al fracaso / mientras bailamos entre sus cenizas”. Ahora sí: “victoria al fin / de mi dolor”.

En la tercera parte, perfecta anomalía, la más breve, los poemas se interrelacionan unos con otros trasladándonos el hallazgo de la palabra precisa, invitándonos a no descartarla: “pensasteis que era cruel / sólo por estar viva”. De nuevo, la nada o el todo, como única forma de enfrentarse a la realidad. Ese es el riesgo que acomete el sujeto:

«me aferro a ese dolor
que es fe de vida
pero no
promesa de salvación.»

Desde el vuelo a la caída, imagen vertical de la aventura, referente de un Ícaro moderno, con un sujeto que gravita desde tú a yo, en correlatos objetivos que apelan al lector, desarrollado en Fe de horizonte (2015), puede verse en el poema título homónimo de la cuarta parte y del conjunto: “quizá de mí no quede nada / tan sólo estos fragmentos / palabra mal cicatrizada”. Pone en tela de juicio las comunes maneras de ver la realidad y el modo en que se nos ha reproducido: “nadie nos dijo nada / y aún así / asumimos el vértigo”. De ahí que el sujeto se comunique empleando paradojas (“caminar sin caminar”; “voz sin aliento”; “sombra” frente a “luz”) que devienen en la pérdida de ser: “después de todo / nunca fui nada / quizá tan sólo / una línea imaginaria”.

Y la quinta y última parte, la más extensa, “de lo que se nombra”, entendida como un ajuste de cuentas: ya desde el homenaje en los explícitos referentes literarios de Mario (San Juan de la Cruz, Gustavo Adolfo Bécquer, Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Claudio Rodríguez, Rafael Cansinos Asséns y el propio José Ángel Valente –aludido al comienzo–), con quienes comparte con ellos esas perspectivas poco comunes de ver la realidad para reflexionar mediante mecanismos el distanciamiento de la realidad contemplada; la desolación, la desesperanza y el escepticismo corrosivo son cauces frecuentes en las trayectorias de todos, hasta el repaso por las visiones que corresponden a su discurso poético (el dolor es el impulso que revela la verdadera palabra poética, la palabra no siempre alcanza la fragilidad del ser, la destrucción del tiempo): “cómo nombrar lo que sólo se siente / con qué palabras o con qué silencios”; o, en último lugar, la poética en la que recupera, significativamente las mayúsculas y los signos de puntuación: “Buscándote mi amor […] / me irá diciendo que no / que no tienes nombre”. Las alusiones al proceso poético nos hacen relacionar la anécdota del poema con el tema de convertir la vida en el texto.

«deja que llegue a ti
un árbol una llama
porque la palabra es sólo lugar
sólo lo que no se nombra no acaba».

Quien haya tenido el placer de seguir la trayectoria del poeta sevillano, percibirá que en Fragmento de la nada la técnica es, aún más, apurada que en sus anteriores publicaciones. La economía lingüística provoca que con pocas palabras el lector tenga una interpretación polivalente. Las palabras del poeta son un resplandor entre la nada. Escribir se convierte en una forma de avanzar por esa niebla misteriosa. Mario transita desde la expresión libre al verso blanco, ensayando algunas rimas asonantes que llegan a fraguar en ritmo interior, a producir una armonía grata. Gracias a la rima y a las distintas duplicaciones y recursos repetitivos (anáforas y paralelismos), los textos ganan en fluidez. También ayuda la forma en que están dispuestos en la página. Mediante los espacios en blanco el autor sevillano consigue quebrar el verso, intensificando así el sentido negador de los poemas. Lejos de ser entes intangibles, estos fragmentos atienden a la forma y a la idea continua. No se trata de un ejercicio de estilo, sino de exigencia honesta y comprometida en que la poesía es conciencia crítica, razón de vida.

Como algunos de sus referentes, Mario Álvarez Porro ha sabido adaptar una forma que dice más tanto en lo que silencia. Escribe menos de lo que dice borrando entre líneas el exceso de retórica y dejando al poema desnudo, en esencia. Fragmento de la nada cautivará al lector activo que busque la verdadera poesía. A ese lector verdadero va dirigido este libro de poemas.

Jesús Cárdenas

Jesús Cárdenas (Sevilla, 1973) es autor de los libros de poemas: 'La luz de entre los cipreses' (Ediciones en Huida), 'Mudanzas de lo azul' (Vitruvio), 'Después de la música' (Cuadernos del Laberinto), 'Sucesión de lunas' (Anantes), 'Los refugios que olvidamos' (Anantes) y, junto a las imágenes de Jorge Mejías Garrón, 'Raíz olvido' (Maclein y Parker). Algunos de sus poemas han sido reconocidos con algunos premios. Ha escrito ensayos sobre importantes escritores españoles: Juan Ramón Jiménez, Machado, Vicente Aleixandre, Ramón Gómez de la Serna, entre otros. Como crítico literario de poesía ha colaborado en distintas revistas literarias. Pertenece al Circuito Literario Andaluz. Algunos de sus textos se han traducido al inglés, francés e italiano.

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