Margarita Karapanou | Foto: Editorial Okeanida

Casandra y el lobo

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Margarita Karapanou | Foto: Editorial Okeanida

“Nací en julio, en el lubricán, bajo el signo de cáncer. Cuando me llevaron para que ella me viera, se volvió hacia la pared.”

Casandra y el lobo (Η Κασσάνδρα και ο Λύκος, 1976), de Margarita Karapanou (Atenas, 1946-2008), constituye una suma de estampas familiares, enormemente inquietantes y heterodoxas, desde el punto de vista de una niña de seis años. Desde la primera frase refleja una difícil y apasionada relación con la figura materna y, sobre todo, un mundo onírico compensatorio de miedos y frustraciones. Karapanou nació en 1946, después de la Segunda Guerra Mundial y antes del inicio oficial de la Guerra Civil Griega. Su madre era la también escritora Margarita Lyberaki, y con ella mantuvo una relación de amor-odio que marcó la evolución —y las revoluciones— de su frágil psique. Después de la muerte de su madre, Karapanou publicó Μήπως; [¿Acaso…?] (2006), una especie de confesión pública a partir del diálogo con Fotini Tsalikoglou, quien en 2008 editaría, bajo el título Δε μ’αγαπάς, μ’αγαπάς [No me amas, me amas], un volumen de 117 cartas que Margarita Lyberaki le envió a su hija desde París. En estos escritos, que iluminan su relación y aportan datos e informaciones sobre dos representantes principales de la prosa griega contemporánea, el lector se asoma a una historia extraña y paradójica en que el amor alterna con el abandono y la adoración con el rechazo. También en 2008 aparecieron, a título póstumo y con edición a cargo de Vassilis Kimoulis, los diarios de Karapanou desde 1959 hasta 1964, bajo el título Η ζωή είναι αγρίως απίθανη [La vida es poco probable].

Margarita Karapanou tiene varias novelas publicadas, de las cuales hasta ahora solo El sonámbulo (Ο υπνοβάτης, 1985) estaba traducida al español, en Grupo Libro 88 (1991): se trata de una onírica y extravagante parodia de la épica bíblica, en que un Dios hastiado manda a un bello mesías a una isla griega innominada donde proliferan los artistas incapaces, los ritos atávicos y las señales apocalípticas. Rien ne va plus (1991), traducida al francés y al inglés, constituye una metaficción que ofrece dos versiones de un matrimonio, entendido este —de conformidad con el título— como una ruleta o un juego de azar. El resto de novelas de Karapanou, Ναι: Μυθιστόρημα [Sí: una novela] (1999) —un descenso a los infiernos que aborda de manera directa, con humor surrealista e imaginación imbatible, la depresión maníaca, pero también el deseo de redimirse a través del amor y emerger de nuevo a la vida para autoafirmarse—, Lee και Lou [Lee y Lou] (2003) —una suerte de coloquio, nada cervantino, entre dos perros esnobs y acomodados del barrio de Kolonaki— y Μαμά [Mamá] (2004), en torno a la luminosa y opresiva figura de la madre, no están traducidas.

Ardicia Editorial

Con su primera incursión literaria, Casandra y el lobo (1976), Margarita Karapanou encontró su voz y su camino. La editorial Ardicia la ha lanzado en español cuarenta años más tarde, en traducción de Julia Osuna Aguilar. Resulta paradigmático del momento histórico en que se escribió el hecho de que se publicara antes en inglés que en griego. En Grecia no habría pasado la censura, y además allí los escritores habían decidido, siguiendo el ejemplo de Giorgos Seferis, no publicar su trabajo mientras el país permaneciera bajo el yugo de la Junta Militar.

“Yo no sé de qué barriga he salido. Puede que naciera de la abuela. La abuela ha parido a toda la gente de la casa. Creó que parió incluso al general.”

La narradora y protagonista es una niña de seis años que se llama Casandra y pertenece a una familia de clase alta. Relata episodios de la vida familiar a partir de textos breves e inconexos —se salta de un motivo a otro sin previo aviso—, con frases breves y lapidarias e imágenes enormemente sugestivas, de una concreción malévola; todo lo cuenta filtrado por una imaginación lúcida y perversa. Hay, como dice George Fragopoulos, una forma de retirarse a la imaginación para evitar la descripción común; una evasión cultural e histórica —la obra fue escrita bajo la Dictadura de los Coroneles— y una huida tanto de los valores burgueses como de las implicaciones morales ortodoxas.

La misma Karapanou consideraba esta obra como una versión de la Alicia de Lewis Carroll pasada por el filtro de Georges Bataille y Jean Genet. Es como si tratara de cubrir la distancia entre lo que el psicoanálisis denomina el inconsciente y la conciencia; remontarse a los orígenes del lenguaje y al espacio indiferenciado con el otro. La pequeña Casandra expresa una paradójica querencia, indesligable del rencor, por la figura materna, que está lejos —“Querida mamá, ¿cuándo vuelves? Quiero matarte”—. Su cotidianidad viene marcada por los parientes que la rodean, como su abuela Safo, que lee una y otra vez Los hermanos Karamázov, y el desesperanzado e hipersensible tío Jarílaos, que llora porque no tiene sombra y ni siquiera es capaz de suicidarse bien.

“El tío Jarílaos no tenía ganas de jugar. Lo único que hacía era agarrarse el cuello y aflojarse la corbata […]. Trajo una cuerda gorda de la cocina e hicimos un montón de nudos, para aprenderlos bien. Después fuimos a su cuarto, colgamos la cuerda de lo alto del techo y el tío Jarílaos se la pasó por el cuello. Yo también quería jugar.”

Además de los parientes, están las institutrices y, sobre todo, los criados, que, subversivos, desenmascaran los tabús y atildados eufemismos de la burguesía. Así, mientras la abuela le aconseja a Casandra que de mayor finja que no le gusta el sexo con su marido, la criada, Faní, disfruta de su cuerpo y busca sin complejos las mieles del erotismo.

“A Faní le viene la risa a la boca, y también ella se agita. Ríen las ollas y los platos […], parece que la cocina va a estallar. Se acarician con los ojos, y la cocina cruje bajo sus alientos. Stacis se hincha como los pavos reales del Jardín Real. Faní se agarra los pechos y se los estruja. Entonces, como si fueran pulpos, se enganchan el uno al otro con manos y pies. Y corren como ciegos al cuarto.”

Casandra se presenta alternativamente como víctima y victimario, y es que, tal como apunta Karen Van Dyck en Kassandra and the Censors: Greek Poetry Since 1967 (1998), Karapanou busca desafiar la estricta distinción entre vencedor y vencido, censor y censurado, en un momento en que la diferencia era clara en la esfera política. En el brevísimo capítulo El lobo, muy políticamente incorrecto, una figura masculina —un lobo, un depredador sexual— mete su mano velluda entre las braguitas de la niña mientras ella se compadece de un lobo ilustrado en un cuento infantil: “Ahora, cuando me acarician, siempre pienso en el lobo y siento lástima por él”. Si aquí Casandra puede identificarse con una víctima inconsciente de la violencia patriarcal, en otras ocasiones es ella quien hostiga y maltrata con crueldad; así, se ensaña con Saculis, un niño más débil que ella al que encierra tres días en un armario, y tortura de un modo espantoso a un gato por miedo a que se lo arrebaten. También juega con las muñecas al lecho de Procrustes.

“Un día, mi madre, Casandra, me trajo como regalo una muñeca muy bonita […]. La acosté en su cajita, aunque antes le corté los pies y las manos para que cupiese. Otro día le corté la cabeza para que no pesara tanto. Me gusta mucho más así.”

Domina en las situaciones una lógica de ensueño que suspende la literalidad de la propuesta. La novela se mueve en el terreno de la imaginación, sobre todo cuando aborda el sexo —al criado Petros se le atigran los ojos al arrodillarse y deslizar su mano bajo la falda de la niña, y el cuarto se llena de un olor blanco— y la violencia, pero ello, que supone un alivio para el lector, no impide la remisión, aunque indirecta, al horror de la realidad. Un personaje como Casandra, en su juego imaginario, nos acerca a la verdad que ocultan los eufemismos burgueses. La niña explica el mundo tal como lo percibe o lo piensa, y transcribe las fantasías, a menudo pesadillescas, que la asaltan.

“Me llevó al lado de un muerto muy grande, me cogió la mano y me la metió dentro de la carne, a presión. Los ojos del hombre eran también rojos, y la luna le asomaba por detrás. También apestaba a mar.”

La imaginación transgresora y la narrativa experimental, fragmentada, de Karapanou proporcionan imágenes y situaciones surrealistas que pueden producir fascinación y repulsa a partes iguales. La literalidad infantil produce interesantes efectos de crítica política, como cuando, al enterarse de que un antepasado suyo puso orden en Grecia, la niña dice “Me imagino al general pasándole el polvo a Grecia y metiendo en los cajones a hombres y mujeres”. Hay una libertad absoluta de imágenes y motivos a partir de juegos y ritos familiares. Casandra juega con Iraclís a los médicos —y la tía Magdaliní se muere del disgusto—; habla con los cuadros del salón y les da las buenas noches a las momias de la familia, que se imagina alojadas en el sótano; para referirse a la demencia del abuelo dice que “todavía va a la guardería. Lleva pololos y hace las sumas con bolitas amarillas”.

“Llegan: el tío Jarílaos y la tía Patra. La tía llena su vaso de jugo amarillo, y a partir de entonces se vuelve hipopótamo. Jarílaos juega al ajedrez en las losetas de mármol del vestíbulo.”

“La voz de la abuela hace frufrú, igual que su falda. Es tan educada que se vuelve cuadro con marco dorado, se vuelve nature morte con jarrón, flores y un par de frutas encima de una mesa.”

Para Karapanou la vida y la literatura son lo mismo, extensiones la una de la otra, y ello le concede a su obra una autoridad mítica y un compromiso con la verdad. La autora, que fue capaz de captar todo el absurdo de la vida burguesa, reorganiza los elementos de su entorno inmediato de un modo nuevo que resulta al mismo tiempo turbadoramente familiar. Por momentos parece que la realidad agrede a Casandra; que la invade sensorialmente, como cuando dice: “Estoy en el primer pupitre. Tengo metidos en la nariz los rizos de la señorita Ada y sus muslos en la boca”. Mención aparte merece la cuestión del lenguaje, que la obsesiona profundamente y la hace transitar del tartamudeo a la mudez selectiva —“en mi laringe duermen monstruos, han plantado allí su casa”—.

“—¿Cómo ha ido el colegio?
—Muy bien. He aprendido a hablar, a responder y a pensar en sílabas.
—¿Y entonces, por qué lloras?
—Son las sílabas. Me duele cuando parto las palabras por la mitad.
—Ya te acostumbrarás —me dice Faní—. Ya te acostumbrarás.”

El onirismo fundamental de esta prosa penetra en un fondo irracional, perturbador y sórdido, pero auténticamente develador, trasluciendo y traduciendo la cosmovisión sombría de la autora. A través de la mirada amoral de la pequeña Casandra, Margarita Karapanou describe un mundo despiadado donde el amor es sistemáticamente pervertido o aniquilado. Y los lobos acechan.

Ana Prieto Nadal

Ana Prieto Nadal es licenciada en Filología Clásica (UB) y Doctora en Filología Hispánica (UNED), y está especializada en el estudio del teatro contemporáneo. Como escritora, obtuvo el premio Ojo Crítico por su novela 'La matriz y la sombra' (Acantilado, 2002) y tiene relatos publicados en la revista 'Granta en español', 'El silencio en boca de todos' (Emecé Editores, 2004) y en la antología 'Todo un placer' (Berenice, 2005); también participó en el proyecto europeo Scritture Giovani 2006. En la actualidad, es miembro del Grupo de Investigación del SELITEN@T y compagina la investigación literaria y teatral con la docencia de lenguas clásicas. Ha colaborado en revistas especializadas como 'Acotaciones', 'Anagnórisis', 'Don Galán', 'Pasavento', 'Signa' y 'Tropelías', entre otras, y ejerce la crítica literaria en 'Quimera' y 'Revista de Letras'.

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