Mariana Enríquez | Foto: Louise Oligny

Mariana Enríquez: «La literatura no tiene que ser sociología»

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Mariana Enríquez | Foto: Louise Oligny

A Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) no es fácil verle las costuras. La atmósfera hipnótica que cubre sus historias empieza a gestarse en su primera novela, Bajar es lo peor (1994), y atraviesa toda su escritura hasta la reciente Éste es el mar (2017). Pero quizá sea en sus dos libros de cuentos, Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego, que se vuelcan hacia el género de terror, donde despliega la sábana de todo su universo narrativo. Sus cuentos son piezas compactas en las que lo extraño, lo inquietante y lo oscuro discurre en el interlineado de una voz rica en oralidad, intensa y sin artificio. Dice Mariana Enríquez que el terror tiene la ventaja de ser una calle pequeña y no la avenida principal de la literatura. Una calle, aun así, que ella transita acompañada de lecturas y de fantasmas personales y colectivos.

¿De dónde vienen tus monstruos?
A veces pienso que resulta demasiado estricto  hoy, pensar en una tradición exclusivamente literaria. Mis monstruos vienen de la narración oral, de las leyendas urbanas, del siniestro cotidiano, de cuestiones sociopolíticas argentinas, de neurosis más o menos globales. Yo leo en clave de terror muchos cuentos de Cortázar y Silvina Ocampo, por ejemplo, pero dentro de mi tradición personal están Bradbury y King y Straub y Machen y Aickman. Mis monstruos vienen de múltiples fuentes, no solo del cuento de terror, que escasea en castellano.

Editorial Anagrama

Además de otros maestros del género siempre has destacado a Stephen King como tu influencia principal. ¿Qué te aportaron las lecturas de Stephen King?
La noción de poder trabajar con lo cotidiano para el horror. Con los horrores cercanos y conocidos, lo que él llama factores de presión fóbica sociales. Carrie se trata de una masacre escolar, de bullying, de fanatismo religioso, del poder de una adolescente que sale de la represión. Si a Carrie se le saca la telequinesis y se le da un arma, la novela cambiaría, pero no su esencia. Que sea una novela de terror le da, además, un poder diría mitológico, de leyenda urbana, muy impactante.

En tus cuentos incorporas esa presión fóbica social pero no falta en algunos el elemento sobrenatural, quizá más en la línea de un Lovecraft transformado.
Aprendí que los monstruos clásicos, el horror cósmico, los castillos y los cementerios están muy bien pero no deben ser ya escenarios de cartón, casi abstractos: hay que resignificarlos. Me parece interesantísimo lo que hacen escritores contemporáneos de horror con la mitología de Lovecraft o de Chambers, pienso en Alan Moore, en el guión del primer True Detective y las antologías de cuentos basadas en El rey de amarillo, Laird Barron, todos los escritores que recuperan los mitos de Cthulhu y el resto de los dioses antiguos: actualizar esa mitología, que parecía tan inmóvil, es un triunfo de la imaginación maravilloso.

En alguna ocasión has hablado de traducir e incorporar tus lecturas para poder escribir terror en tu idioma y desde tu experiencia.
Es que cuando leía a los escritores contemporáneos de horror (y de fantástico y de cuento raro) me daba cuenta que los que más me interesaban usaban escenarios reconocibles y cercanos, situaciones cotidianas. Yo no puedo escribir un cuento de terror sobre un asesino serial de Maine o un relato de fantasmas en una abadía: puedo leerlo y pasarlo genial, pero me resulta muy lejano o estructurado. Tenía que buscar ese horror en castellano y específicamente en Argentina. En realidad es algo muy natural: Aickman ubicaba sus cuentos en pueblos costeros fuera de temporada de Inglaterra, por ejemplo y encontraba ahí sus horrores. Yo me preguntaba, en comparación, cuáles serían los horrores de una ciudad de la costa argentina. Y fueron apareciendo. Trato de encontrar lo propio, en mi lengua y dentro del género.

Literaturas Random House

De hecho en tus historias hay un fuerte trasfondo político: la violencia contra las mujeres o el miedo a ser pobre, e incluso parejas infelices y relaciones familiares perversas. ¿Qué te aporta el género para escribir sobre miedos reales desde lo macabro o lo siniestro?
Me aporta libertad, ciertas licencias. Dentro del género hay chances de llegar lo más lejos posible con la imaginación, de profundizar lo atroz o lo cruel: lo permite, lo busca. Incorporar lo político es un poco inevitable como escritora latinoamericana y especialmente argentina, aunque no me parece una condición del género. A mi me interesa la política, la violencia y las cuestiones sociales (donde incluyo el tema de la mujer, aquello de lo personal-político) pero cuando leo el terror contemporáneo en mi idioma y en otros, ese cruce es muy habitual.

No hay cómo despegarse de los espacios y obsesiones de la época, dentro y fuera del género.
Maximiliano Barrientos, que es boliviano y un gran escritor, no escribe terror pero tiene un relato fundamental de, digamos, horror, que se llama Gringo donde aparecen unas fotos snuff en las que un austriaco asesina a una joven indígena, casi una niña. Eso es, además de perturbador, profundamente político. En El intercesor, una novela corta del argentino Diego Muzzio, el escenario es el gobierno de Rosas, un caudillo que perseguía intensamente a sus enemigos, con métodos crueles; el cuento transcurre en un fortín en el desierto patagónico y aunque tiene todos los condimentos del horror, las resonancias históricas son evidentísimas no solo con el presente sino con toda la historia argentina posterior a ese momento del siglo XIX. Un escritor contemporáneo de EEUU como Laird Barron, en el cuento Old Virginia toma el caso de un experimento secreto militar donde se usa como arma a una entidad milenaria de los bosques: está hablando también de la historia de su país.

Precisamente, se ha hablado a veces de la novela negra como la nueva novela social, siguiendo el hilo se podría decir también del género del terror…
No creo que sea justo para el género en ninguno de los dos casos. Creo que no hay compartimientos: la novela negra toca lo social, también el terror, también la ciencia ficción… a veces de forma muy explícita, a veces de forma menos obvia. Lo que me rebela un poco de esa afirmación es suponer que la novela social es un estamento superior que estos géneros deben alcanzar. Y la literatura, creo, no tiene que ser sociología. Siempre hablará de su época, de una manera u otra. Acabo de releer a Philip Dick: me pareció un escritor profundamente político, social, actual y, por supuesto, completamente de ciencia ficción.

Hay varios elementos de unidad en tus historias. Empezando por tu voz y las de tus narradoras, generalmente femeninas y poco fiables.
La mayoría de las narradoras góticas son así pero creo que el modelo es el de Otra vuelta de tuerca de Henry James. Nadie más poco confiable que Miss Jessel que además es muy seria, como mis narradoras. En otro tono, también resuenan Merricat de Siempre hemos vivido en el castillo de Shirley Jackson. O las mujeres de Silvina Ocampo que tienen humor y están desquiciadas.

Editorial Anagrama

Los adolescentes y su mundo son también recurrentes. En Las cosas que perdimos en el fuego parecen estar siempre presentes, aunque también aparecen en cuentos tan impactantes como Carne o Chicos que faltan de Los peligros de fumar en la cama.
Me encanta escribir sobre adolescentes y me encanta que me lean. Es una edad fabulosa para la ficción por muchos motivos, pero sobre todo porque es el momento de la experimentación y el descubrimiento. Eso al género le viene genial. Y hay temas relacionados con la adolescencia que me obsesionan bastante: las redes, las amistades juveniles femeninas (esos grupos de chicas cerrados, me resultan inquietantes), los fans, los primeros excesos.

Y también los lugares: las casas, el barrio, la ciudad o la periferia no configuran solo el escenario o marcan la atmósfera sino que casi son personajes en sí mismos.
Sí, son personajes. Eso lo tengo clarísimo. Creo en los escenarios como elementos fundamentales, nunca accesorios, y en los lugares como portadores de cierto espíritu, genius loci; tengo cierta influencia de la psicogeografía. Hay lugares que cargan con su historia, que se configuran como personajes por peso propio e influencian todo lo que los habita o toca.

Y, ¿entrarías en una casa encantada?
Sí, claro que entraría a una casa encantada, de hecho entré a varias. No tengo ese tipo de miedos: si adrenalina… pero en general no. Me da muchísimo más miedo un cuento de terror bien escrito o una novela que un cementerio.

¿Qué encontraste?
Había muchos manuales de electrodomésticos. Aparentemente el dueño había sido propietario de una cadena de supermercados. Eso era raro. Las paredes con grafiti. Una familia que estaba ahí también, con sus hijos! Era de día. Y una escalera extraña, de esas que se bajan y suben, no sé cómo se llaman, no una escalera permanente digamos, que llevaba a una habitación cerrada. No me atreví a subir sobre todo porque pensé que podía romperse. También, en un momento, el viento trajo al patio una cinta magnética de grabación -aparentemente la casa había tenido un estudio- y todavía lamento no haberla recogido. Es esta, está abandonada hace mucho.

Foto cedida por Mariana Enríquez

¿A qué le tienes miedo?
Le tengo miedo a las mismas cosas que mucha gente: la enfermedad, el sufrimiento, la violencia, el desamparo, la crueldad. Pero escribir, creo, puedo escribir de casi todo porque nunca siento miedo cuando escribo ni me parece que haya un límite o tabú. General o personal.

Olga Jornet

Olga Jornet (Girona, 1977) es profesora de los cursos de Narrativa y de Cuento en la Escuela de Escritura del Ateneu Barcelonès, y coordinadora de 'Revista de Letras'.

2 Comentarios

  1. ¿Y porqué no? Cada cual escribe lo que la inspiración le permite… Del resto se encargan los lectores.

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