Detalle 'Intento de escapada' | Anagrama

«El arte social está desactivado desde su origen»

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Detalle 'Intento de escapada' | Anagrama
Detalle ‘Intento de escapada’ | Anagrama

El 2013 fue el año de Miguel Ángel Hernández. En marzo se publicó Intento de escapada, mención especial del jurado del Premio Herralde, un relato de iniciación y una aguda reflexión sobre el mundo del arte contemporáneo que le situó en la primera fila de la narrativa nacional.

Miguel Ángel Hernández | Foto: Anagrama
Miguel Ángel Hernández | Foto: Anagrama

Miguel Ángel es alto y desgarbado, viste entero de negro como el protagonista de su novela, coincidencia poco casual, como reconocerá en nuestra conversación. Nos encontramos en un bar en el centro de Murcia, a escasos metros de la Facultad de Letras donde trabaja como profesor de Historia del Arte. Es un atardecer de enero pero no hace frío, a juzgar por las terrazas a rebosar. Sin embargo, le pregunto si no le importa que nos sentemos en el interior, porque arrastro un catarro ya demasiados días. Sonríe y, a modo de saludo entre iniciados, me muestra un paquete de kleenex.

Aunque ya tenías una sólida trayectoria en editoriales más pequeñas, el paso a una editorial nacional como Anagrama te ha situado en otro nivel en cuanto a acogida y reconocimiento. ¿Fue un salto premeditado?, ¿cuándo decides que Intento de escapada necesita una difusión mayor que la de tus obras anteriores?
Cuando terminé de escribir me dije que tendría que esperar el tiempo que hiciese falta, pero que no iría a lo fácil, que hubiese sido acudir a las editoriales que ya me habían publicado antes. Confiaba en la novela y sólo me quedaba perder el miedo. En un primer momento no pensé en enviarla a las más grandes ―Anagrama, Alfaguara, etc.―. Probé con otras editoriales de las llamadas independientes y estuve un año sin obtener respuesta, porque esas editoriales están desbordadas de manuscritos. Para un escritor joven el problema no es si su novela gusta o no, el problema es que no la lea nadie. Entonces lo envié al Herralde. En cierto modo los premios son la garantía de que alguien te va a leer. El jurado me leyó y salió bien. Si la novela hubiera llegado como manuscrito a Anagrama, sin ese aval del jurado, quizá se hubiera perdido, o en el mejor de los casos se hubiera puesto en cola de impresión y hubiese salido para 2017 o 2018.

Intento de escapada es una novela de ideas, pero no presenta una trama débil, supeditada a las digresiones, sino todo lo contrario: hay un gran componente de intriga, casi policiaco.
Desde el principio pretendía reflexionar sobre una serie de ideas ―el arte, la migración, la injusticia…―, pero sobre todo contar una historia que funcionase, que el lector tuviera ganas de seguir hasta el final. Hay novelas que me gustan porque me interesan las cosas que dicen, pero llegado un punto pierdo las ganas de seguir. La historia no me anima. En cierto modo eso es no pensar en el lector. También pensaba que el público de la novela no iba a ser sólo el especialista. Mi idea básica era que incluso alguien sin interés en el arte pudiera leer la historia de Marcos, su relación con Montes, Helena, etc., que la trama fuese importante. Que al despojarla de la parte de ideas, todavía quedase una novela.

En cierto modo es un proceso similar al de Umberto Eco en El nombre de la Rosa, que puso su amplísimo bagaje académico al servicio de una historia de género, una historia de detectives.
Es que al final eso es lo importante, lo que hace que trascienda el ámbito de recepción ideal de tu obra, que sería el mundo académico. De esa manera también te arriesgas a que se pueda banalizar la novela, que alguien diga “no es una novela tan culta”. De hecho las pocas críticas que ha habido iban en esa dirección, decían que era demasiado fácil, que la linealidad de la trama le restaba modernidad. Pero eso a mí me daba igual, yo quería contar una historia de forma sencilla y si había algo de modernidad en ella, que fueran las ideas.

¿Pensabas entonces en un público neófito en la materia, se podría decir que con una intención didáctica?
Una de las ideas que había tras la novela era hacerla llegar a mis estudiantes, que tenían problemas para leer un ensayo extenso o una monografía. Hay ciertas ideas en la historia y la crítica de arte que pueden resultar muy interesantes para cualquiera, pero que por el tipo de lenguaje no salen de ese mundo cerrado. Me interesaba sacar esas reflexiones y llevarlas a un contexto más amplio y la mejor forma era ponerlas en una trama. En cualquier caso, la palabra didáctico aplicada a la literatura tiene un matiz peyorativo. Suena a que se supedita todo a transmitir una enseñanza. No hay ese tipo de didactismo en Intento de escapada. Si hay algún propósito didáctico es el de hacerlo fácil.

Sin embargo la visión que se da del arte contemporáneo es bastante pesimista. Alguien incluso podría sentir el impulso de huir de él.
Puede ser. Ese es el riesgo de Intento de escapada. Puede servir para invitar a la gente a adentrarse en un terreno apasionante, lleno de problemas, de complejidades, pero también puede ―y creo que esta es la lectura más fácil―hacerle salir corriendo. De hecho la novela se ha manejado de todas las maneras. Se la han apropiado los que están a favor del arte contemporáneo y también los que están en contra. Al final, cuando publicas una novela te desprendes de ella y cada uno la interpretará como quiere, pertenece al lector. Pero mi intención no era tanto “ir contra el arte” como, desde el mismo arte contemporáneo plantear algunas cosas que no están tan claras. No es una enmienda a la totalidad, sino una reflexión desde dentro.

Todo lo que estás diciendo justifica ya el uso del género novela en lugar del ensayo, pero, además, en un determinado pasaje del libro afirmas que la novela hace coincidir el arte y la vida, rompe la iconostasis que el arte del personaje de Jacobo no puede evitar.
Esa es la idea última. Lo que me interesa de la novela es la vida, la experiencia. Las ideas a las que llega Marcos, que a lo mejor no coinciden con mis ideas como profesor, son ideas a las que llega tras una experiencia vital, y van transformándose a lo largo de la novela. En un ensayo habitualmente las ideas son las mismas al principio y al final, están ahí, se argumentan durante todo el texto, pero no varían. Lo que piensa Marcos al principio y lo que piensa al final es totalmente diferente, y ambas posturas son legítimas porque sus circunstancias hacen que eso sea lo que se le pase por la cabeza en cada momento.

Anagrama
Anagrama

Marcos escribe: “Volvería a comisariar exposiciones, a dar conferencias, a escribir en catálogos, a legitimar toda clase de disparates y barbaridades en los que ya no creía”. Viniendo tú del mundo académico, es tentador interpretar ese desencanto como el tuyo. ¿No te lo ha echado en cara ningún compañero?
No me lo han echado en cara. En cierto modo es una de las cosas que me ha decepcionado de la recepción de la novela [ríe]. Cuando escribía era consciente del juego que se establecería entre el Marcos narrador y yo mismo como autor, pensaba en la provocación que esto suponía, una provocación mayor incluso que lo que sucede en la novela. Estaba hablando del cinismo dentro del mundo del arte. Pero dentro del mundo del arte nadie se ha dado por aludido, lo cual hace que se reafirme lo que Marcos dice acerca de que nadie lee ya los catálogos de las exposiciones, ni los ensayos, y que todo lo que él escribe no tendrá consecuencia ni acción alguna.

Otra de las ideas que se desprende de la lectura es que vivimos en un sistema que lo engulle todo, lo reutiliza todo a su favor, hasta lo que en su origen pretende ser una crítica contra ese mismo sistema.
Ese es el final de la novela. La nota final, que dudé mucho si incluir o no, hace que todo lo dicho por Marcos se integre, ya no está fuera del mundo del arte sino dentro. Todo lo que ha pasado en la novela se queda en un intento, por eso se llama Intento de escapada y no Escapada. Todo acaba integrado dentro del mismo discurso, contribuye a inflar el propio sistema, quizá por eso nadie se ha dado por aludido. Al final Marcos hace lo mismo que Montes, denunciar algo de forma cínica para luego aprovecharse de ello. No todo el mundo ha captado ese matiz, mucha gente ha pensado que era una nota mía, agradecimientos, igual hasta se la han saltado, pero es una nota del narrador. Eso es también interesante, ver cómo dependiendo del nivel de implicación te llevas una sensación u otra.

Otra novela reciente de un escritor de tu generación, Ejército enemigo de Alberto Olmos, también reflexiona sobre el doble filo de cierto activismo social. ¿Es posible hacer arte social hoy en día?
Es posible pero es peligroso. Sobre todo porque se puede caer en lo maniqueo, en el cinismo, utilizándolo en beneficio propio, o en la ingenuidad, como muestra la novela de Alberto Olmos. Al final el arte social se convierte en lo políticamente correcto, lo cool, de modo que ya desde su origen está desactivado. Te dice aquello que ya sabes. Vas a un museo a ver una exposición de arte social y te muestran imágenes de injusticias, de corrupción, con lo cual no te están mostrando en realidad nada nuevo. El museo es un espacio de consenso, la gente que va a un museo ya sabe que eso es malo. No es quizá el lugar para denunciar. El arte social debe transcender el espacio del museo, donde todo el mundo está de acuerdo en ciertas cosas. A lo mejor en un anuncio, o en una novela, llega más la crítica que en un texto artístico. Sí puede haber un arte social y comprometido, a otros niveles, siempre y cuando no se instaure en lo fácil, planteando estrategias que contribuyan a que las cosas cambien a largo plazo.

Mucha gente identifica al personaje de Jacobo Montes con el artista Santiago Sierra. Te he escuchado incluso decir que te hubiera encantado que éste leyera la novela y te dijera algo.
Sé que la leyó, o al menos la compró, porque un amigo común me dijo que la había leído en un ejemplar que Sierra le había prestado, aunque no he sabido nada más. Al escribir sabía que habría identificaciones entre Montes y Sierra: el arte que hace Montes en la novela tiene mucho que ver con el que podría hacer Sierra, pero no es él: la personalidad del personaje no tiene nada que ver, ni la trayectoria. Coinciden algunas ideas porque creo que Sierra es representativo de un sentido del arte contemporáneo que es problemático y a mí me interesa muchísimo. Me parece que Sierra es uno de los artistas más importantes de la actualidad y es necesario, pero nunca sé cómo posicionarme ante su obra. En cualquier caso, si yo fuera Sierra estaría encantado de que hubiesen escrito una novela así.

Hablemos de tu obra anterior a Intento de escapada. Fuiste incluido en la Antología del microrrelato español de Cátedra y en Por favor, sea breve, de Páginas de Espuma, lo que prácticamente es estar en el canon del microrrelato español. ¿Sigues frecuentando el género?
Para mí fue una sorpresa absoluta porque los microrrelatos que se antologaron estaban en un libro, Demasiado tarde para volver, que casi no tuvo difusión [se editó en La biblioteca del Tranvía, una colección de Ediciones Tres Fronteras, la editora regional de Murcia, de libros de pequeño formato que se distribuyeron en distintos puntos de la ciudad cercanos a paradas de tranvía y autobús]. No tengo ni idea de cómo salió de Murcia y llegó a manos de la antóloga. Sigo leyendo muchos microrrelatos porque es un género que me interesa, aunque hace mucho que no escribo. Para mí requiere un estado de ánimo concreto, tengo que tener en la cabeza activado el “chip microrrelato”, donde todo lo que sucede a tu alrededor se convierte en una historia. Todos los microrrelatos de aquel libro fueron escritos en un período de dos o tres meses.

Tengo la impresión de que es un género alrededor del cual hace unos años había mucha euforia y que actualmente eso se ha relajado.
Todavía hay mucha gente trabajando en él. Internet contribuye a eso porque es un género que se adapta perfectamente al formato blog, no hay tiempo para que la atención del lector se desvíe de la pantalla y te permite renovar contenidos casi a diario. Hubo cierto amateurismo, es verdad, parecía que cualquiera lo podía hacer, como grabar vídeos con el móvil. Proliferaron los concursos porque eran muy cómodos, tanto para los escritores, que podían enviar un montón de cosas, como para los jurados, que podían leer todo en poco tiempo. Quizá ese amateurismo sí vaya desapareciendo, pero todavía es un género con cosas por decir. Su virtud es la imagen poderosa que en una novela o en un relato largo acabaría por diluirse.

Para terminar. He leído que estás trabajando en una novela crítica sobre la universidad española. Siempre me ha extrañado que en España no haya una novela universitaria como en otros países, porque material, lo hay…
Eso lo dije cuando empecé a escribir la novela, pero la verdad es que ha ido tomando otros derroteros. El punto de partida es un profesor que tiene que abandonar la universidad por diversas circunstancias, pero uno de los hilos de la historia me llevaba a otro lugar que en este momento me apetece más visitar. Es cierto que no hay en España una novela de campus. Lo que más se aproxima es Un momento de descanso, de Antonio Orejudo. Recuerdo que a él le preguntaron por qué no había una novela universitaria española y contestó que la realidad era ya de por sí tan esperpéntica que una novela resultaría disparatada hasta el punto de que nadie se la creería. Pero es necesario que alguien lo haga. Lo mismo yo cuando consiga la plaza fija…

José Lorente Guillén (Murcia, 1982). Es profesor de secundaria. Licenciado en Filología Hispánica y Máster en Literatura Comparada Europea por la Universidad de Murcia. Ha realizado esta entrevista dentro de las actividades del Curso de Periodismo Cultural de Escuela de Letras. Su blog: Eloficiodedormir.  En Twitter: @JoseLorent

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