Miguel Noguera: «Cuanto mejor te va, más crítico te vuelves contigo mismo»

Una entrevista de Júlia Echevarría, María Escuín y Àlex Reig.

Miguel Noguera nos ha citado en Canaletas unas horas antes de su Ultrashow, que desde hace cosa de un mes se hace cada viernes en el teatro Alexandra. Llega puntual, aunque nosotros llevamos un rato junto a la fuente, mirando de un lado a otro a la espera de distinguir entre los transeúntes de las Ramblas un rostro que desde hace ya un tiempo nos es familiar. Charlamos con él acerca de su humor, de su proceso creativo, de sus referentes y de sus inicios, en el Bar Raval.

Miguel Noguera (foto: Júlia Echevarría)

En alguna entrevista has declarado que tu intención no es precisamente hacer reír a la gente, es decir, no te consideras un humorista. ¿Es realmente así, o solo lo era en un principio?

Al principio no sabía qué era lo que hacía. Yo no tenía vocación de humorista, mi espectáculo era  algo inconexo, un material muy personal, muy propio. Era más que nada un experimento comunicativo, las ganas de hacer llegar un material al que nadie estaba acostumbrado. Pensaba que el público no lo entendería, pero que, aunque se fuera extrañado de los «ultrashows», al menos se llevaría algo nuevo.

Y si tu ánimo no era de humorista, ¿te sorprendió que el público respondiera con carcajadas?

Lo que me sorprendió fue que todos lo etiquetaran como humor, y a mí como humorista. Mi punto de partida era otro, aunque con el paso del tiempo tuve que ir adaptando mi espectáculo a las exigencias del oficio. Ahora la gente ya sabe lo que le espera; todo el mundo viene al Ultrashow sabiendo más o menos lo que va a ver. Sería absurdo que yo lo enfocara con la misma actitud que al principio.

Cuando te preguntan de dónde sales, sueles empezar indicando que hiciste Bellas Artes, a modo de justificación. ¿Por qué? ¿Qué relación estableces entre «lo que haces» y tu formación?

Cuando hacía Bellas Artes me rodeaba de gente que hacía un tipo de arte entre cómico y cínico, sin demasiada carga social o simbólica. Eran artistas gamberros, cómicos, que apostaban por lo insignificante, lo obvio, lo estúpido. Lo que hago deriva de eso. Me gustaron desde el principio artistas como David Shirgley, que mezcla el arte contemporáneo con el humor gráfico. Es un tipo de arte muy básico, que te entra de forma orgánica. No necesitas gran bagaje cultural para comprenderlo,  pero sí cierta finura para apreciarlo, supongo.

Tienes 32 años. Desde que acabaste Bellas Artes ha pasado un rato. ¿Qué has hecho todo este tiempo?

Un poco de todo. Hice de camarero, de teleoperador… incluso fui profesor sustituto en un colegio. También colaboré en una empresa de retratos en serie.

¿Y qué tal la experiencia como profesor?

Mal, mal. Sustituía a una profesora de plástica que estaba de baja por depresión. Los alumnos no me hacían caso, estaban todos locos.

¿A raíz de qué surge tu espectáculo? Háblanos de tu primera función.

Ya había hecho algo de teatro antes. Incluso hice de clown, de auténtico clown, con nariz roja y todo. Pero era un registro demasiado tradicional, no me acababa de molar. Fue un amigo quien me animó a leer mis Ideas en público. Mi primera función fue en una tetería, rodeado de amigos, en plan amateur. Fue muy raro, muy loco, pero me lo pasé muy bien, y supongo que eso se transmite al público. A raíz de eso me animé a repetirlo en otros locales.

¿Cuáles son tus referentes literarios?

No tengo referentes muy claros. Leo sobre todo filosofia, principalmente Deleuze y Guattari. Son los pensadores más recurrentes entre la gente que estudia arte, porque es una filosofía que se aproxima a la creatividad artística. Me interesa el formato de sus libros, con tanto pie de página y tanto desbarajuste. En cierto modo es lo que más se acerca a lo que yo hago.

¿Y en ficción?

Foster Wallace, Robert Walser, Kafka… Autores que supongo que diría cualquiera. No soy una persona demasiado culta, no me paso el día leyendo. Indago en aquello que se acerca a mi forma de interpretar el mundo. Últimamente estoy leyendo a Kierkegaard.

¿Qué libro?

Ejercitación del cristianismo. Kierkegaard me parece un predicador muy inteligente. Un bicho raro que buscaba ser raro para que lo dejaran en paz. Un tipo que entraba en los cafés despeinado, en plan «estoy por encima de lo normal». Un pajarraco.

¿Eras el gracioso de la clase o es un papel que has adquirido, por defecto, posteriormente?

Bueno, de pequeño me relacionaba con mis amigos a través del humor, aunque nunca me ha servido para acercarme a desconocidos. Mi faceta de gracioso me salía normalmente en círculos íntimos, por lo que no me etiquetaría como el graciosillo de la clase. Pero obviamente no ha nacido todo a raíz del Ultrashow, claro, ya había algo antes.

¿De donde salen las Ideas? ¿Te has acostumbrado a observar el mundo a través de ellas? ¿Padeces deformación profesional?

Me preguntas si me he vuelto loco ¿no? No, no. No voy por la vida pensando Ideas, no veo el mundo en esa clave. Pero bueno, en cierto modo las Ideas parten de mis vivencias. De hecho llevo una libreta siempre conmigo, y todos los días apunto algo que me haga pensar, algún esbozo: un tipo en un bar, lo que pide… cualquier cosa. La mayor parte de las veces se queda en eso, en apuntes, pocos llegan a convertirse en Ideas.

Miguel Noguera (foto: Júlia Echevarría)

¿Cuanto hay de improvisación en los «ultrashows»?

Buena pregunta. Si actúas semanalmente no puedes confiar únicamente en la improvisación. Aunque a veces  parezca que se me ocurre una idea en el momento, es muy posible que esa idea tenga dos semanas. Aunque si no estás fino o ves que la broma no tira tienes que recurrir a la improvisación, claro. Lo bien o mal que vaya el espectáculo depende mucho de tu estado de ánimo; si estás jodido no puedes estar espléndido. Me ocurre poco, normalmente salgo de buen ánimo. Al fin y al cabo no tengo una vida tan jodida, no lloro antes de salir al escenario. Pero también es verdad que soy un neuras, me preocupo demasiado. A veces me fijo en el público y veo caras serias, o gente que mira el móvil, y empiezo a cuestionarme. Aunque luego acabas la función y te dicen: «Ha ido bien, ¿no?». Tanta angustia y nadie ha notado nada.

Algunas de tus Ideas giran en torno al tema de la religión. ¿Alguna razón en especial? ¿Consideras que es un tema incómodo o conflictivo que hay que distender?

Bueno, yo soy creyente. Sí, sí, yo soy creyente y creo en Dios y… No, no, es broma. Os lo habéis llegado a creer, ¿eh? No, no soy creyente, pero me mola la Biblia, la idea de que haya un código fuente insustituible, el valor que se le da. Es algo que no se aguanta por ninguna parte, por lo que no deja de ser curioso. Me gusta que todo el mundo sepa quién es Cristo y los doce apóstoles. Es una baza clara, forma parte del imaginario común. Aun así, hay tanta mierda en todo eso que hay que hacer un gran esfuerzo para verle el lado bueno. Los curas embrutecidos, por ejemplo. Esa doble moral del cura «follaniños» me fascina. Se sabe que hay muchos, está estadísticamente probado.

O el Papa…

O el Papa. El Papa como ente. El hombre, el sujeto. Es un enigma, y si lo piensas detenidamente puede resultar muy cómico. Lo ves ahí con ese aspecto, todo encapsulado, rodeado de caras enfermizas…

Por otra parte, y a diferencia de la mayoría de humoristas, no sueles tocar ningún tema de actualidad, ¿no surgen las Ideas mientras lees el periódico o miras el telediario?

Es que el punto de partida de lo que yo hago es otro. No es algo consciente, no es que diga «de política y actualidad no voy a hablar», pero no suele surgir. Las Ideas parten de otras fuentes, aunque sí que hay algunas que aluden a temas históricos, en plan revival. Algunas Ideas tienen un punto costumbrista….

¿Sueles reírte de ti mismo?

Reírme de mí mismo… En plan maquiavélico, ¿no? Como un malo de peli. No, a ver, soy un narcisista patológico. No hay nadie capaz de subirse a un escenario a hacer algo como lo que yo hago que no sea un poco Narciso. Hay que estar un poco encantado de conocerse, si no la cosa no funciona. Aunque también existe ese otro lado destructivo, claro. Cuanto mejor te va más crítico te vuelves y menos satisfecho estás con tu trabajo.

Has publicado Ultraviolencia con la editorial Blackie Books. ¿Qué relación tienes con los editores?

Yo no tenía ningún contacto con el mundo editorial más allá de mi experiencia con la edición del cómic Hervir un oso, que hicimos Jonathan Millán y yo hace un tiempo. Pero ese fue un proceso algo desvinculado del editor, más aséptico. Esta vez ha sido al revés, al editor de Blackie (Jan Martí) le gusta decir la suya. La verdad es que nos entendimos desde el principio, Jan es un tipo muy comprensivo y sus propuestas siempre mejoraban el proyecto. Cada vez que le enviaba las Ideas había un feedback muy interesante. Luego incluso hicimos re-recorrecciones vía Skype, fue muy loco.

¿Y el hecho de que hayas publicado en una editorial «alternativa»?

Bueno, yo creo que Jan no pretende ser indie. Él no quiere competir con las editoriales de ese sector, tiene una visión muy comercial. Él querría competir con las grandes editoriales como Anagrama, y no las independientes.

Es cierto que el planteamiento de la editorial es distinto, el libro en sí, esas ediciones tan bonitas…

Porque es parte de la filosofía de la editorial: hacer del libro un fetiche, rollo coleccionismo.

¿Y las fajas? Las de Ultraviolencia eran distintas en cada edición. Las cambiaban por completo, hasta hacer que parecieran libros distintos… Pensabas «yo quiero esa otra faja».

Sí, es cierto. Yo quiero esa faja, ¿os imagináis? Pero que sea una faja ortopédica. ¡Quiero esa faja! La idea de querer una faja. Quererla.

*******

Salimos del Bar Raval. Ha sido una charla agradable y divertida. Miguel, al principio serio, ha ido desatando su gracia y su ingenio hasta tenernos a los tres muertos de risa. Pero su humor es imposible de explicar, y mucho más por escrito. Hay que verlo para creerlo o, como mínimo, leer su libro Ultraviolencia (Blackie Books, 2011), en el que él mismo desarrolla e ilustra sus Ideas.

Miguel se despide de nosotros, y emprende su camino hacia el Alexandra, girándose a cada momento para bendecirnos. Una par de horas más tarde volvemos a verlo, esta vez sobre el escenario. Este Ultrashow lo recordaremos más que ningún otro: al acabar la función y apagarse las luces de la sala, Noguera simula un desmayo (o muerte, quién sabe lo que pretendía), dejando a la vista, a un lado del escenario,  tan solo su cabeza contra el suelo. El público, entre incrédulo y espantado, resta de pie y en silencio ante el cuerpo tendido durante unos largos minutos. Finalmente, Miguel se levanta sonriendo, saluda y se marcha.  “Un malentendido”, nos explica cuando nos lo encontramos en la salida. Y recordamos lo que nos ha dicho al principio de la entrevista: sus ganas de experimentar, y de sorprender al público. Hacer que el público se vaya  extrañado, pero con algo nuevo.

Júlia Echevarría, María Escuín y Àlex Reig.
Agradecimientos especiales a http://desaparezcaaqui.com

Revista de Letras

Revista digital de crítica, cultura y pensamiento. Publicación bajo licencia Creative Commons. Desde 2008.

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