«Parentesco», de Alba González Sanz

ParentescoParentesco. Alba González Sanz
Suburbia Ediciones (Gijón, 2013)

El título del segundo poemario publicado por Alba González Sanz (Oviedo, 1986) no lleva a engaño: es este un libro sobre la familia, sobre el modo en que nos relacionamos con ella durante el proceso que lleva de la infancia a la edad adulta.

Resulta significativo que el poema de apertura se titule precisamente «Genealogía (I)», y que como tantos textos que hacen referencia al origen de una estirpe, nos encontremos en él con un personaje de aires míticos. La Abuela Benigna, en una época y en un escenario inconcretos, se enfrenta a una osa que decide perdonarle la vida y permitir así que sus descendientes nazcan. Se inaugura de este modo la historia de una familia, al tiempo que brota la sospecha de que toda existencia es una mezcla de azares y de lealtades.

Hay un poema más adelante, casi al final del libro, titulado «Genealogía (II)», en el que asistimos a otra suerte de nacimiento, provocado ahora por el amor, un amor carnal, no familiar. Dos genealogías, dos orígenes: el de los ancestros y el de la autoafirmación de un cuerpo a través de otro. Y ambos emparentados poéticamente por una misma acción: la de afilar. Primero de forma simbólica (la vida que «afila caminos», mientras la osa esconde sus garras) y más tarde de  forma literal, por medio de la evocadora figura de un afilador ambulante.

Alba González Sanz (foto © Héctor Gómez Navarro)
Alba González Sanz (foto © Héctor Gómez Navarro)

Pero volvamos al principio. Después de ese poema fundacional, el sujeto poético se hace una pregunta clave: «¿Qué sucederá / si no soy capaz de atajar con mi espada el recuerdo / poner voz a la tierra, / geografía a la nada?». Esa duda va a actuar como fuerza generadora de un discurso que se cuestiona constantemente la propia identidad. El libro echa a andar entonces por el territorio de la infancia, poblado por bicicletas, excavadoras, panaderías, balcones, los abuelos, la hierba en las aceras y las sombras en el salón, electrodomésticos que envejecen y sentimientos que sobreviven. Un pasado personal compuesto también en parte por otros pasados no vividos. El de las fotos en blanco y negro de la abuela, por ejemplo, eternizada en su juventud. O el del primer piso de los padres, anterior a la propia memoria. Es asimismo el tiempo del descubrimiento de los principios que rigen la realidad, tan distintos a menudo de los que la razón pueda presuponer. Como ese episodio del que da cuenta el poema «Refutación de la geometría», donde la niña protagonista ve mutilada su creatividad por una profesora demasiado estrecha de miras.

Y de repente, tan confiados como estábamos en este repaso por los recuerdos de la niñez, nos topamos con un texto titulado «Autobiografía» que afirma lo siguiente: «Una autobiografía es la suma de las mentiras que se pueden contar». Poema que no se debe dejar de ver como un aviso al lector: sigue leyendo, confíate, contágiate de la emoción que recorre estos versos, pero no olvides que se trata de literatura, un juego estético, una construcción cultural.

A medida que el poemario transcurre, confirmamos la intuición de que los textos están ordenados con mucho criterio y de que su disposición en el libro obedece a un sentido claro. Un poema dedicado al padre. Otro a la madre. La figura de la hermana. Y la presencia de la muerte, que en cierto modo actúa como tope simbólico de la inocencia infantil. También constatamos que todos los poemas están contados desde un mismo punto de vista, de que la voz poética (la de un personaje femenino que habla en primera persona) es siempre la misma, lo que confiere aún más unicidad al libro.

La protagonista va creciendo, va comprobando cómo los lazos familiares que la unen al mundo evolucionan o cómo permanecen, quizás, mientras es ella la que cambia. En el momento de sustituir el hogar paterno por un nuevo espacio de vida, por ejemplo. O al imaginar la cara de sus hijas en sus propias fotos de niña. La llegada de la vida adulta viene acompañada también por un potente sentimiento de desolación, de pérdida; por el replanteamiento del pasado y la incerteza ante el futuro. Como en el poema «Redes sociales», donde se dice: «La identidad como colección de ausencias, / el abandono para ocultar / el nombre más intimo». O en «JPG», que se abre con el siguiente verso: «Nadie heredará nuestros recuerdos en buhardillas polvorientas». Al final, el consuelo del amor parece ser el único freno a ese doble vértigo, en especial en el poema que señalaba al principio, «Genealogía (II)», o en el penúltimo del libro, titulado significativamente «Al alba». Y a modo de colofón, un «Inventario» donde los fantasmas perdonan, los recuerdos resguardan y el futuro cabe por fin en la casa común.

Un libro espléndido, muy pensado, muy trabajado y destilado, en el que predomina una dicción poética sencilla, de línea clara, pero dotada de una gran intensidad, y que no evita puntuales riesgos formales, siempre medidos y  justificados. Una obra viva, emocionante, que cuenta con el aliciente añadido de su coherencia temática y de su efectiva estructura cronológica. Un trayecto por la memoria personal y generacional que merece, por encima de todos los elogios, un enorme número de lectores.

Juan Vico
http://improntuario.blogspot.com

Juan Vico

Juan Vico (Badalona, 1975) es autor, entre otros títulos, de las novelas 'Los bosques imantados' (Seix Barral, 2016) y 'El animal más triste' (Seix Barral, 2019), y de los poemarios 'La balada de Molly Sinclair' (Origami, 2014) y 'Condición de los amantes' (La Isla de Siltolá, 2021). Su libro más reciente es el ensayo 'La fábrica de espectros' (Wunderkammer, 2022).

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