Patrick White | Foto: Commonwealth Australian National Archives | Impedimenta

Voss

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Patrick White | Foto: Commonwealth Australian National Archives | Impedimenta

«Las pequeñas mentiras son las más difíciles de decir.»

Johann Ulrich Voss es un explorador alemán llegado a Australia para liderar una expedición a través del continente, el temido outback; Laura Trevelyan -una Elizabeth Archer condenada a un destierro geográfico e intelectual-, una joven inglesa huérfana adoptada por sus tíos, es la sobrina del empresario que financiará el intento. Entre ambos, a pesar del rechazo mutuo inicial, se establecerá una relación de reprimida admiración que no es difícil identificar con el fenómeno de la atracción de los polos opuestos y que adquirirá tonos metafísicos cuando la expedición parta en busca de su objetivo. Sobre estos dos pilares se sostiene Voss (Voss, 1957), la novela del único Premio Nobel australiano Patrick White.

«Son pocas las personas de talento que se adaptan con facilidad a un plan para superarse. Algunas descubren muy pronto que su perfección no es capaz de tolerar el insulto. Otras advierten que su placer intelectual reside en la teoría, no en la práctica. Solo unas pocas tienen la terquedad suficiente para abandonar, con mucho esfuerzo, el exuberante mundo de sus pretensiones y adentrarse en el desierto de la mortificación y la recompensa.»

Ediciones Impedimenta

Tras esa presentación, la novela adquiere una configuración dualista, que puede ser interpretada incluso en términos religiosos -Laura ha apostatado y Voss ha perdido la fe-, explotada por el autor a diferentes niveles: la costa y el interior, perfectos representantes del paraíso y el infierno; los dos grupos que configuran la expedición, cada uno con un líder antagónico, que personifican la fuerza y la inteligencia; la vida en sociedad, tratada por el autor con un celo que limita con la condescendencia, y el día a día de los expedicionarios, condenado a una espiral de dramas que convergerán en la inevitable tragedia; las ideas de paternidad enfrentadas de Laura, que no duda en acoger a la hija de una criada fallecida, y sus tíos, que trajeron de Inglaterra los prejuicios y los convencionalismos; pero en ese contexto de mundos-espejo enteramente aislados, reserva una de esas dualidades, la principal, la del explorador y Laura, para que actúe como nexo de los antagonismos mediante una peculiar comunicación, también dualizada, a través de las cartas que no llegan a su destino y las visiones que experimentan ambos.

«Entonces el alemán, que seguía bajo el árbol, se sintió abatido por la mortificación a la que se estaba sometiendo a sí mismo. Pero se trataba de una forma de autodisciplina para las grandes pruebas y desafíos que aquella tierra, que lo había poseído por completo, le reservaba. La gente que no entendía nada caminaba por los senderos de tierra comiendo pan o se sentaba en su casa de frágiles cimientos de piedra frente a un plato de carne, mientras el raquítico extranjero, debajo de su árbol retorcido, se familiarizaba con cada brizna de hierba agostada que veía, e incluso con las articulaciones del cuerpo de las hormigas.»

El escenario familiar muestra la vacuidad e irrelevancia de la vida de la burguesía, personificada en la procedente de la explotación de la tierra, la agricultura y la ganadería, y el comercio; es el intento colonial de reproducción de la vida de la metrópoli, pero sin corte ni aristocracia, y con la moral y las costumbres algo más relajadas.

«Entonces, el mundo de la luz empezó a inundarlo todo, la brisa se convirtió en viento y el polvo de la tierra salió despedido en todas direcciones. La orilla empezó a astillarse en gravilla y mica mientras desde la ciudad llegaban varios carruajes de pintura y metal relucientes que traían a benefactores o a escépticos y a sus esposas. Estas iban expresamente ataviadas para proclamar su riqueza, y en consecuencia su importancia, a los cuatro vientos.»

Como contrapartida, la atracción de lo desconocido, que actúa sobre los diferentes expedicionarios de acuerdo con sus particularidades y con lo que esperan obtener de su aventura, y cuyos medios reflejan también sus deseos más ocultos, acaba multiplicando la misma esencia del viaje, de modo que no de trata de una sola expedición sino de tantas como integrantes.

De esta manera, la travesía del continente adquiere la singularidad del viaje iniciático a través de los laberintos de las relaciones entre los expedicionarios y los desiertos de los desacuerdos y los inevitables enfrentamientos, una búsqueda que no parece tener más objeto que poner a prueba los límites de la voluntad, y que cuanto más se aleja del punto de partida -y, en particular, a Voss de Laura- más parece acercarse a aquellas cuestiones que transcienden el espacio. Entre ellas, asistimos a la transformación paulatina de un ser insociable que se aproxima más a la humanidad a medida que se aleja de sus congéneres y que comparte cada vez más intimidad el viaje con la persona de quien más se aleja, un viaje que, a pesar de que la distancia que separa ambos mundos es cada vez mayor, va perdiendo su carácter de huida para transformarse en un regreso; para muestra, la metamorfosis de Voss, cuyo endurecimiento exterior en el trato con sus compañeros -necesario para mantener el orden en la expedición, pero tal vez no imprescindible- parece compensarse con un relativo ablandamiento interior.

«Entonces se dio cuenta de que siempre había tenido un miedo terrible. Incluso cuando se encontraba en la cima de su poder divino, no era más que un dios frágil sobre un trono desvencijado, temeroso de abrir cartas, de tomar decisiones, temeroso del conocimiento instintivo que revelan los ojos de las mulas, los ojos inocentes de los hombres buenos, temeroso de la naturaleza elástica de las pasiones, incluso de la devoción que le había demostrado algunos hombres, una mujer y los perros.»

La expedición se enfrenta a dos desiertos, a una especie de inhóspito gradual que hace que, cuanto más salvaje se vuelve el entorno, más difíciles se tornan las relaciones entre los expedicionarios pero, por contra, también se simplifican y convierten en más primarias, con lo cual todas pierden matices y tienen que plegarse al más primario de los principios, el de la autoridad. Autoridad que queda en cuestión cuando se produce la división del grupo: los que buscaban algo determinado, aunque eran incapaces de concretarlo, abandonan la expedición cuando se aperciben de que no obtendrán fruto alguno; los que no buscaban nada excepto ponerse a prueba, siguen adelante.

«Había empezado a apilar las cajas, que olían a madera fresca. Si solo se tenía en cuenta su fuerza física. Harry era un gigante. Y por un momento se sintió orgullosos de sí mismo. El ornitólogo, sin embargo, era bastante enclenque y, en comparación, insignificante. Mientras que la naturaleza animal del muchacho le permitía protegerse de la revelación mediante la fuerza física, el hombre se vio obligado a llevar sobre sus hombros la carga invisible del futuro impreciso que su alma había vislumbrado con aquella fugacidad.»

Mientras tanto, la vida sigue en la ciudad y el tiempo transcurre con la placidez esperable cuando siempre va sucediendo lo esperado; en cambio, la expedición se sitúa fuera de la dimensión temporal, en un continuo en el que siempre es presente. El fin a medio plazo ha dejado de existir y el objetivo inicial de la expedición se ha olvidado: el plazo más largo lo constituye el mañana, y el único objetivo es sobrevivir.

«La noche se había disuelto en un vasto olvido. El gris había engullido la neblina verde de forma natural. Los hombres habían sido arrinconados contra las raíces del árbol, y cada uno contemplaba el rostro del otro con los ojos de un náufrago que divisa una balsa.»

Todo el curso de la trama se sostiene mediante dobles tensiones entre elementos antagónicos, resueltos con una prosa meticulosa y febril; la mesura en el tratamiento de los diferentes escenarios, materializada mediante un procedimiento narrativo equitativo y cuidadoso y en absoluto moralizador -esta sería la gran diferencia entre el relato canónico de aventuras del siglo XIX y el escrito un siglo después-, convierte Voss en una novela literariamente extraordinaria.

«-Soy consciente, muy a mi pesar, de lo poco que he visto y experimentado de las cosas en general, y de nuestro país en particular -acababa de confesar la señorita Trevelyan-, pero me gusta pensar que lo poco que he visto es menos de lo que sé. El saber nunca ha sido una cuestión de geografía. Más bien al contrario, llena y desborda todos los mapas que existen. Quizá el auténtico conocimiento solo llegue con la muerte ocasionada por la tortura en la región de la mente.»

Joan Flores Constans

Joan Flores Constans nació y vive en Calella. Cursó estudios de Psicologia Clínica, Filosofía y Gestión de Empresas. Desde el año 1992 trabaja como librero, actualmente en La Central del Raval. Lector vocacional, se resiste a escribir creativamente para re-crearse con notas a pie de página, conferencias, críticas y reseñas en la web 2.0, y apariciones ocasionales en otros medios de comunicación.

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