Pedro Sánchez Sanz | Foto cedida por el autor

Hallazgo en las islas

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Pedro Sánchez Sanz | Foto cedida por el autor

¿Cabe el asombro en este mundo? ¿Tras qué bosque o en qué isla cobijarse tras el azote del paso de los años?

Desde la soledad alguien busca el reencuentro consigo mismo para definirse como Ser. El método con que realiza la búsqueda consiste en volver a un mundo primigenio y natural, lejos del ruido y cerca del origen. Lo que implica un estado mayor de soledad. No se confunda el lector: no se trata de una forma de evasión ni de torremarfilismo, sino una manera de afrontar la rutina mundanal y la miseria de este mundo. Sólo así se entendería la incertidumbre de los días. Por esto, Pedro S. Sanz coloca su foco de atención en tierra firme, rodeado de agua, dando la sensación de abismo. Tras La templaza y otros georemas y Abisales, encontramos en Razón de las islas, (2017, Sevilla: Anantes Gestoría Cultural) un espacio sin límites desde donde hallar el ser y, posteriormente, la poesía.

El autor jerezano nos hace reflexionar sobre el individualismo y el aislamiento del ser, refleja la misma incomunicación a la que todos nos enfrentamos cada día, esa falta de sentido en gestos, conversaciones, hechos que se producen a nuestro alrededor hasta dejarnos recluidos en nosotros mismos. Muestra en esta colección de poemas un lugar cercado desde una perspectiva impersonal de un mundo acotado en la primera parte a una parte más personal, que transita desde el yo al nosotros. Tal vez, el poema bisagra fuese Eclipse lunar, en cuyo inicio y final se revela, en analogía, ese trasvase particular:

Ayer se borró el rostro de la luna,
erosión de los ojos
a este lado del mundo.
[…]

Nosotros, lejos, miramos la luna
y no hallamos un rostro,
ni veladas respuestas.

De estructura circular, el poemario se cierra como se abre, de Nudos pasamos a Huerto cerrado, sin olvidar que la propia isla representa un lugar impenetrable y, al mismo tiempo, abierto al mar y al horizonte que lo protege, como si fuese la tierra infinita. Los elementos naturales (el viento, el mar o la nevada) influyen con su extrañeza e impasibilidad cercando, aún más, al individuo. Así, en Nudos, puede leerse al comienzo: «En el llano cantaba quedo el aire / un silbo sin roce ni melodía». No hay respuestas ante la llamada que realiza el hablante; nadie responde porque está deshabitado o solitario el lugar, siempre silencioso, como vemos en los sugerentes versos de Playa en invierno: «Nadie. El ojo se aleja / a un lado y a otro lado. / Nada lo interrumpe ni lo detiene». Frente al devenir inexorable misterioso del paso del tiempo, reflejado también en el mar, el hablante, con su carga de asombro, vuelve sus ojos en el pasado, en Líneas azules: «La mirada que traspasa esas líneas / roza la inmortalidad de la infancia». A través de esta desnudez, adquiere sentido que los azules unan los trazos del presente con los del pretérito. Asimismo, en Cala desierta: «Quizás imagino un paraíso inexistente / que me necesita para ser sueño».

Anantes Ediciones

En este oasis el asombro surge en el ser vivo que emerge como si de un milagro se tratase, lo que cobra un tono optimista y esperanzador, como puede leerse en Jardines de luz: «La vida es esperar en un jardín / a que una rosa se abra y nos deslumbre». Misterio por comprender lo que rodea al ser, incomprensión de la vida al no saber que tenemos cerca: «Estupor por seguir ante el espejo / contemplando la fuga de la sangre» (Mirlos). La necesidad de comprender la esencia del territorio, del hombre guarecido se explica desde arriba, con gran plasticidad. De ahí que sea la perspectiva del pájaro la elegida para dar una visión más completa de la realidad, más cercana a la verdad, como puede verse en A vista de pájaro. El enfoque va acercando y alejando al lector, con efecto cinematográfico, a un nuevo territorio mediante locuciones adverbiales de lugar: «a lo lejos», «a pocos metros», «un poco más allá»â€¦ La elección de un avecilla, por parte del autor, nos pone en relación inmediatamente con lo sencillo, lo humilde en medio de un paraje nuevamente inhabitado, que armoniza con el paraje, como leemos en Ártico: «Temblor que no se ve, pero se siente, / de todas direcciones y ninguna. // Lo humilde planea sobre el infinito helado». Este canto sereno nos recuerda la soledad del canto de Leopardi.

Paulatinamente, la descripción de ese territorio deshabitado e impersonal, mudo y estático, va dando paso, fruto del ensueño a un espacio más personal, que late con más fuerza, como se lee en el final de Luminarias: «Un eco lejano de sangre y tinta / surgió entonces de dentro, / de ese cielo escondido en las entrañas». El cielo deja tocado al hablante, por lo que respecta a la memoria que guarda la luz del paraíso cernudiano: «y complete el paisaje de los sueños perdidos / o tape la herida en nuestro costado» (Cometa). Pero, como dijimos, la memoria no puede recomponer el latido de los que no están. Así, en Lo que permanece es terrible lo que la vida nos deja, lo que nos transparenta sin ser:

quedan esos escombros
en medio de la nada
y la fugaz certeza
de que una vez la vida
latió bajo esa nube.

El discurso poético de Sanz se construye desde el ensueño que impulsa la imagen en torno al misterio de la realidad y de la propia poesía. El concepto del misterio proviene de la sensación de extrañeza con que el autor contempla, frente al daño erosivo del tiempo, lo más leve, lo más sencillo, acaso lo esencial. La acción del tiempo desde los elementos naturales no pasa desapercibida, como indica el poeta Daniel García Florindo en los prolegómenos (p. 12):

«Este libro es una magnífica continuidad de su libro anterior Abisales (Lastura, Madrid, 2015). Ambos trabajos conforman para el autor posibles manuales de supervivencia, ambos responden a la inmensidad como una de las categorías del ensueño…».

Una treintena de composiciones breves en verso libre con predominio del verso ritmo endecasilábico, con distintas referencias al movimiento y a la verticalidad. Dentro de la sencillez, el lenguaje destaca por sus efectos. Una muestra de las derivaciones del lenguaje podemos hallarla en el fotográfico Enrejado:

La luz, orfebre poderoso, estampa
en el muro la impronta de las rejas.
Los turistas traspasan
las líneas casi fugitivos,
nosotros permanecemos aún
anclados a una eternidad de pozo.

La voz resiste y permanece frente al viento o el mar. De todos modos, el tiempo muestra los cambios, como reconoce el sujeto en Meteorito: «Tras el impacto, todo / seguirá tal cual, todo / será ya diferente». Reconoce ante el alcance de la unión con la luz en clave claramente metapoético, pues, muchas veces, el poema es esquivo al poeta que desea encerrar esa idea que estaba en el aire, puede verse en Huerto cerrado:

Es a veces paraíso confuso
que nos muestra su llave de cristal,
un hogar en el aire que destila
suave misterio enterrado en la bruma.

Remataremos con los versos del poema de título homónimo, como un juego textual, con el deseo de instaurar un nuevo mundo entre ecos de la poesía existencialista, aconsejando a los lectores que anhelen adentrarse en la conquista de un territorio oculto para hallar lo esencial la sumersión en Razón de las islas:

Como animal antiguo permanecen,
esperando el regreso del huido.
Forman un alfabeto
sobre las aguas, un lenguaje arcano
de voces primigenias.

Jesús Cárdenas

Jesús Cárdenas (Sevilla, 1973) es autor de los libros de poemas: 'La luz de entre los cipreses' (Ediciones en Huida), 'Mudanzas de lo azul' (Vitruvio), 'Después de la música' (Cuadernos del Laberinto), 'Sucesión de lunas' (Anantes), 'Los refugios que olvidamos' (Anantes) y, junto a las imágenes de Jorge Mejías Garrón, 'Raíz olvido' (Maclein y Parker). Algunos de sus poemas han sido reconocidos con algunos premios. Ha escrito ensayos sobre importantes escritores españoles: Juan Ramón Jiménez, Machado, Vicente Aleixandre, Ramón Gómez de la Serna, entre otros. Como crítico literario de poesía ha colaborado en distintas revistas literarias. Pertenece al Circuito Literario Andaluz. Algunos de sus textos se han traducido al inglés, francés e italiano.

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