Pessoa y la autobiografía como des-figuración

fernando-pessoajpgAfirma Paul de Man, en un capítulo titulado <<La autobiografía como des-figuración>> de La retórica del romanticismo, que “la teoría de la autobiografía está acosada por una serie recurrente de cuestiones y aproximaciones que no son sencillamente falsas, en el sentido de extravagantes o erráticas, sino que son restrictivas, en la medida en que asumen presunciones sobre el discurso biográfico que son de hecho altamente problemáticas” (1).

En dicho artículo Paul de Man utiliza un tropo como concepto articulador. La prosopopeya, en retórica clásica, es el recurso literario de atribuir la palabra a personajes ausentes, a los que se evoca en acto de comunicar sus ideas y sentimientos. Para De Man la autobiografía es la prosopopeya de la voz y del nombre. Comenta Nora Catelli sobre el autor norteamericano que “el sentido de narrar la propia historia proviene de la necesidad de dotar de un yo, mediante le relato, a aquello que previamente carece de yo. El yo no es así un punto de partida sino lo que resulta del relato de la propia vida, del mismo modo que durante la representación teatral la máscara oculta algo que no pertenece a la escena, una entidad que le es ajena y a la que, de hecho, ni siquiera sabemos si atribuir una forma” (2).

pessoa4bVolviendo a <<La autobiografía como des-figuración>> resulta interesante el apunte de Paul de Man con relación a la distinción entre autobiografía y ficción. Ya que la autobiografía parece depender de sucesos reales y potencialmente verificables de una manera menos ambivalente que la ficción. La referencialidad y la representación vienen en la autobiografía supuestamente avaladas por el nombre propio. Entonces De Man se pregunta si podemos estar seguros que la referencia del nombre propio, por ejemplo, es tan fiable como la que se da entre la fotografía y lo que ésta retrate. Por lo que se cuestiona, “¿acaso no podemos sugerir, con idéntica justicia, que el proyecto autobiográfico puede en sí producir y determinar la vida y que cualquier cosa que haga el escritor está realmente gobernada por exigencias técnicas de autorretrato y por lo tanto determinada, en todos sus aspectos, por los recursos de su medio?” (3). El apunte no es baladí y da de lleno en el núcleo explicativo de De Man, ya que para él la autobiografía no será un género sino una figura de la lectura, un tropo. De tal modo que dos sujetos se determinan mutuamente en una sustitución reflexiva en el proceso de lectura. Es decir, una especie de estructura especular en la que se da un texto cuyo autor se declara el tema de su propia comprensión. Esto mismo es la manifestación, en el plano del referente, de una estructura lingüística. Así, “el momento especular que es parte de toda comprensión revela la estructura tropológica que subyace a todas las cogniciones, incluido el conocimiento del yo” (4). Ahora bien, en la medida en que el lenguaje es figura (representación no “cosa en sí”), es siempre privación. Por lo que, si “la función retórica de la prosopopeya postula voz o rostro mediante el lenguaje, comprendemos que aquello de lo que se nos priva no es la vida sino la forma y el sentido de un mundo accesible únicamente en la manera privativa de la comprensión. La muerte es el nombre desplazado de una aporía lingüística, y la restauración de la mortalidad mediante la autobiografía priva y desfigura límites; representa (literariamente) un fracaso: el intento de reintroducir, dentro de las fronteras del lenguaje, lo que es precisamente irreductible a él” (5).

Este marco conceptual es especialmente interesante cuando se aplica para analizar el Libro del desasosiego, la autobiografía de Bernardo Soares, el sub-heterónimo pessoano. Pessoa es capaz de construir un yo incluso de ese fracaso que es el “intento de reintroducir, dentro de las fronteras del lenguaje, lo que es preci-samente irreductible a él”. Para ello, Pessoa crea un mito que lo resguarda de la sensación de irrealidad, Alberto Caeiro. En la medida que se aleja del maestro, emerge el desasosiego. Por eso, cuando analizamos el siguiente fragmento que dice “el tedio es la falta de una mitología. Para quien no tiene creencias, hasta la duda le es imposible, hasta el escepticismo carece de fuerza para que dude. Sí, el tedio es eso: la pérdida, en el alma, de su capacidad de engañarse, la falta, en el pensamiento, de la escalera inexistente por donde sube segura a la verdad” (6), vemos como emerge, de este modo, el desasosiego como incapacidad para engañarse.

pessoa10bEn el mismo fragmento del Libro del desasosiego leemos “Decir que es un angustia metafísica disfrazada, que es una gran desilusión desconocida, que es una poesía sorda del alma que aflora aburrida a la ventana que da a la vida decir esto, o lo que sea hermano de esto, pude colorear al tedio, como un niño al dibujo cuyos contornos transborde o apague, pero no me proporciona más que un sonido de palabras que producen eco en las cuevas del pensamiento” (7). De igual manera para Wittgenstein, los humanos simplemente nos movemos en el lenguaje y en las prácticas sociales que lo generan: Preguntarse por los límites o si existe una entidad fuera del tiempo que sostiene y le da sentido a esos ‘juegos de lenguaje’ es, o bien, una práctica inútil, o bien, sólo un juego más.

En Pessoa, el problema con el cogito ergo sum no está en el principio filosófico sino en el sujeto gramatical, ¿desde dónde se piensa? ¿Desde dónde se es? Aquí es donde cabe la relación con la prosopopeya. De este modo, leemos en el Libro «de tanto recomponerme acabé destruyéndome […] Vivo pensando si soy profundo o no, sin otra sonda ya que no sea la mirada que me muestra, blanco sobre negro en el espejo del pozo alto, mi propio rostro que me contempla contemplándolo» (8).

Diego Giménez

Notas

1. De Man, Paul, La retórica del romanticismo, ED. Akal, 2007. p. 147.
2. Catelli, Nora, El espacio autobiográfico, ED. Lumen, 1991. p. 17.
3. De Man, Paul, La retórica del romanticismo, ED. Akal, 2007. p. 148.
4. Op. cit. p. 149.
5. Catelli, Nora, El espacio autobiográfico, ED. Lumen, 1991. p. 19.
6. Fragmento 287 del Libro del desasosiego, ED. Seix Barral, traducción de Ángel Crespo, 1984, página 249. La mención a la “escalera inexistente” hace necesaria la referencia a Wittgenstein:

6.53    El método correcto de la filosofía sería propiamente éste: no decir nada más que lo que se puede decir, o sea, proposiciones de la ciencia natural –o sea, algo que nada tiene que ver con la filosofía-, y entonces, cuantas veces alguien quisiera decir algo metafísico, probarle que en sus proposiciones no había dado significado a ciertos signos. Este mé-todo le resultaría insatisfactorio –no tendría el sentimiento de que le enseñábamos filo-sofía-, pero sería el único estrictamente correcto.

6.54    Mis proposiciones esclarecen porque quien me entiende las reconoce al final como ab-surdas, cuando a través de ellas –sobre ellas- ha salido fuera de ellas. (Tiene, por así de-cirlo, que arrojar la escalera después de haber subido por ella.) Tiene que superar estas proposiciones; entonces ve correctamente el mundo.

7    De lo que no se puede hablar hay que callar.

Ludwig Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus, ed. Alianza, 1973ª, p.183.

7. Fragmento 287 del Libro del desasosiego, ED. Seix Barral, traducción de Ángel Crespo, 1984, página 249.
8. Fragmento 193 del Libro del desasosiego, ED. Seix Barral, traducción de Ángel Crespo, 1984, página 200.

Diego Giménez

Diego Giménez, doctor en filosofía y pensamiento (UB) con una tesis sobre "El libro del desasosiego" de Fernando Pessoa, ha realizado diferentes actividades relacionadas con la literatura y el periodismo. Ha trabajado como redactor de LaVanguardia.com y en 2008 cofundó Revista de Letras.

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