Podemos recordarlo todo por usted

Philip K. Dick trata en muchas ocasiones el tema, y lo hace con especial acierto en Podemos recordarlo todo por usted, el miedo a no ser. Es lo que mueve al protagonista en los primeros compases de la historia, ya sea para ser otra persona o para saber quién es en realidad. Saca el mismo tema en otros clásicos suyos como Una mirada a la oscuridad (imprescindible la adaptación de Richard Linklater); El impostor (aceptable película de Gary Fleder); Fluyan mis lágrimas, dijo el policía; Tiempo desarticulado (inspiración de El show de Truman) o ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (poco más se puede decir de Blade Runner). En todas ellas (y en otras tantas) el protagonista pierde su identidad o nunca la tuvo porque era una simple copia o todo lo que le rodea es mentira.

Seguramente lo hizo para burlarse de sus propios demonios, pero dio en el clavo una y otra vez radiografiando el mayor miedo de cualquier ser humano, que todo en lo que se basa su vida sea una patraña, lo que equivale a no ser. Philip K. Dick ha dejado rastros de sus ideas por toda la literatura y, sobre todo, la cinematografía fantástica posteriores, al margen de que se autocopiase sin parar. Además, parece que los viejos miedos de la guerra fría vuelven a resurgir (igual que al final de los años 30), gracias al apocalipsis económico -que no empezó ayer- y a una especie de sensación general de agotamiento sociocultural. Desde Matrix hasta La isla (un mejunje de historias de Dick), e incluso toda la saga Bourne, pasando por otras como Cold Souls, Stranger than Fiction (que además de venir a cuento se inspira claramente en Niebla, de Unamuno, una novela realmente precursora), Eternal Sunshine of the Spotless Mind, Cypher, Nivel 13 (que se basa en una novela de Galouye que es una variación de la idea de partida de Tiempo desarticulado), Moon… Y así podríamos seguir un largo rato, pero no se trata de hacer una lista exhaustiva porque me es imposible ver todas las películas que se estrenan y no digamos ya leer todo lo se publica. Lo comento en realidad para que quede claro que es un tema capital y, por tanto, trilladísimo; con el que es muy fácil caer en la previsible monotonía -por no llamarlo plagio inconsciente-.

Colin Farrell en un fotograma de «Total Recall» (Sony Pictures)

En la Total recall de 2012 Quaid, el protagonista, pasa de intentar saber quién es a aceptar sin pestañear que está a cargo de la salvación del mundo, lo que deja al personaje plano y con una sola y mecánica motivación -por muy loable que sea-. En el original descubrimos al final -o creemos descubrir- que era precisamente eso lo que quería olvidar y que, le guste o no, siempre queda algo de él. La búsqueda de la espectacularidad lleva al guionista a plantear una nueva premisa sin mucho sentido. Cruzar la tierra pasando por el núcleo tiene que ser necesariamente muy caro, pero por alguna razón que nadie nos explica es la manera más barata de conseguir mano de obra cualificada. Los robots que fabrican dichos obreros baratos no parecen ser muy eficientes y los movimientos de la mala malísima parecen más bien los de un auténtico robot. Las películas de acción suelen fallar en sus personajes principales. El bueno (Colin Farrel) sólo tiene una motivación: salvar el mundo. El malo (Bryan Cranston) sólo tiene una motivación, dominarlo. De vez en cuando se añade algún matiz, pero para que parezca que se les intenta dar algo de profundidad -para que lo parezca, muy importante-. Y la lugarteniente del malo (Beckinsale) simplemente cumple órdenes. Eso deja a los protagonistas tan planos que nos cuesta empatizar con ellos, se hacen previsibles y nos da igual qué les pase. Al final, la ensalada de tiros, saltos y persecuciones imposibles prima sobre todo lo demás y llega demasiado pronto.

Arnold Schwarzenegger en la «Total recall» de Verhoeven (Columbia Pictures)

Total recall (2012) es una película más, del montón. Desde el principio se le notan los delirios de grandeza -visual- y la falta de ganas de darle algo de profundidad a la historia. Todo nos hace recordar con gusto la adaptación (1990) de Paul Verhoeven escrita por los mismos responsables de Alien. Gracias a la nueva versión (de la película, no del relato de Dick) se puede apreciar la calidad del filme del 90, a pesar de de sus momentazos kitsch tirando a gore y de mi manía hacia Arnold Schwarzenegger. Aquella película conseguía interesar desde el primer minuto porque empatizábamos con el protagonista (sí, Schwarzenegger) gracias a esa primera media hora de intriga, a su vida realmente vulgar y a su auténtica desesperanza. Plasmaba la angustia del protagonista de Podemos recordarlo todo por usted: «Todas las cosas conspiraron repentinamente para recordarle lo que él era. Un miserable empleado asalariado, se dijo con amargura. Kirsten le recordaba tal circunstancia por lo menos una vez al día…». Philip K. Dick tiene muy poco que ver con el detallismo tan típico de los escritores realistas, pero sí sabía dar profundidad a sus personajes principales. Sus historias se mueven rápido a base de elipsis de vértigo y de frases que condensan lo que otros cuentan en varias páginas. El texto original es un relato corto y casi solo tiene un personaje; así que todo lo demás depende del guionista. El mundo propuesto por Verhoeven, de manera un tanto inexplicable (por esos decorados y esos maquillajes locos), se parece al nuestro, y no digamos al de hace veinte años, con lo que la distopía se quedaba mucho más cerca de lo posible. Los oprimidos (el otro gran tema de Philip K. Dick) se parecen a los que viven en cualquier gueto de cualquier ciudad, a unas cuantas paradas de tren. Los malos casposos, la tripa parlante, el vendedor de sueños, el humor negro, los locos giros narrativos y hasta aquellos trenes marcianos que se parecían y se parecen a la realidad de todos los días (incluidas las caras largas). Lo único que queda de aquello es la puta de las tres tetas, pero ya no tiene ninguna gracia porque da la impresión de que se la ha añadido para cobrar más. Puede que sus efectos especiales se hayan quedado desfasados, pero la prueba de que Verhoeven hizo algo más que una ensalada de tiros es que sigue siendo mucho más entretenida que la nueva, simplemente espectacular y aséptica. Y lo que es más importante, por qué hacer una nueva versión de una película tan mítica estando aún tan reciente. Es el camino más rápido hacia el ridículo, aunque será la taquilla la que decida cuántos remakes innecesarios pasarán por la cartelera.

Jesús Díaz de Lope

Jesús Díaz de Lope

Nació en septiembre de 1984 de manera esperada, estudió desde chiquito con los salesianos, salió de allí y acabó licenciándose en Sociología, a la que no se dedica. Luego estudió otras cosas y ahora realiza trabajos de lo más variopintos, va complusivamente al cine y tiende a escribir por la noche.

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