Recaredo Veredas: «Puedes ser una persona extraordinaria sin que te guste la literatura»

Recaredo Veredas (foto: fuentetajaliteraria.com)

Es viernes. Cuando nos encontramos, pasan seis minutos de las dos. Yo acabo de volver de mis vacaciones en Lisboa y él lleva unas bermudas verdes y un montón de libros entre las manos. Distingo El coleccionista, de Fowles. Recaredo Veredas ha elegido el lugar, La Gabinoteca, en Fernández de la Hoz, entre otras cosas porque me invita a comer e insiste en ello cuando me resisto un poco, muy muy poquito: “Debería invitar a todos los que se han molestado en leer el libro”, bromea; y en su tono, como siempre que alguien con buen sentido del humor afirma algo con la intención de no ser tomado demasiado en serio, hay algo de verdad. Si un par de cosas me quedan claras después de las dos horas que pasamos juntos, son, por un lado, que para este abogado de vidas paralelas ser leído es el máximo objetivo; y por otro, que una modestia exótica en el mundillo literario y endogámico que habitamos le impide ser consciente de la solidez de su trayectoria y el atractivo indiscutible de su poemario.

Nadar en agua helada, publicado por Bartleby en mayo de 2012, es en palabras de su autor “el resultado de rastrear lo primero que escribí un poco más en serio, cuando tenía 18 o 20 años, y depurarlo; lo que queda después de coger esa escritura automática originaria y trabajarla a fondo, despojándola de su carga gótica, barroca, de su exceso de surrealismo. Al principio, era un texto muy pasado de vueltas, muy macabro…” y ahora, añado yo, su mayor fuerza reside en que el lector, al acercarse a los pequeños fragmentos de nostalgia y desencanto que conforman la obra, tiene la sensación de estar recibiendo un mensaje secreto.

Sin duda, el valor de esta poesía atípica se encuentra en lo que no dice y en lo que no es; en sus contradicciones: “la forma narrativa fue creándose poco a poco. De la serie de frases y pequeños cuentos iniciales ya no queda nada en la versión definitiva. A lo largo de los años ha habido mucha reescritura, entre cincuenta y cien revisiones, mucho tiempo de reposo para el proyecto e imagino que muchas influencias”.

Porque Veredas no es esa clase de escritor que deja de leer mientras escribe. Se reconoce permeable y, aunque en la pausa entre los primeros y los segundos, en la que cambiamos de la ensaladilla rusa y el salmorejo al pato y el pollo con patatas, cita a Gamoneda y el Poeta en Nueva York de Lorca como dos de los anzuelos que más le han enganchado a la poesía y han dejado huella en la suya, también sabe que posee un estilo propio, híbrido, que desafía los géneros y, en el caso concreto de Nadar en agua helada, “no se queda en lo puramente poético, lo visual, sino que se adentra en lo narrativo” y viola fronteras.

UNA TRAYECTORIA SÓLIDA

Nos conocimos porque fue mi profesor en un curso de relato corto de la Escuela de Letras, al que nos apuntamos durante un invierno mi amiga Silvi y yo. No destaqué demasiado como alumna y, terminadas las clases, separamos nuestros caminos que no habían llegado a enredarse demasiado… pero un par de años después coincidimos en la entrega de un premio y creo que empezamos a hacernos amigos. Por mi parte, una de las razones que me empujaron a cultivar nuestros cafés ocasionales y proyectos en común, fue que me gustaba (y me gusta) la visión carente de pretensiones y filtros que Veredas tiene de la literatura: “puedes ser una persona extraordinaria sin que te guste. Puedes ser un padre fantástico y un trabajador ejemplar y que no te guste leer. Lo que hacemos no es trascendente para nadie”.

Quizás el error o la trampa de este oficio se oculta en el hecho de que muchos piensan que sí.

“Este es un mundillo que cuenta con muy poco capital económico y mucho capital simbólico… un ambiente que tiende a potenciar la vanidad y a sacar lo peor de las personas… ser escritor no es ni más ni menos que ser ingeniero o profesional en cualquier otro campo. Implica tener la mente construida para desempeñar bien una determinada labor”.

Y a él se le da bien esto.

Hace ya bastante tiempo, en la Escuela de Letras, Antonio Ortega le animó a valorar unos textos, los que derivarían en Nadar en agua helada, a los que él no les había dado ninguna importancia. “Ni siquiera había pensado en publicarlos”.

Curtido en el relato y voz de esta historia fragmentada, que habla bastante de la infancia y de la pérdida, de las imágenes que construyen nuestra realidad adulta y vamos dejando atrás, Recaredo asegura que con la experiencia su mirada se ha ido relajando y se ha vuelto más distante: “Ahora me creo menos el mundo”, dice; y jugamos a descartar lo que hay de apto en nuestra conversación para construir esta entrevista y lo que hay de prohibido; lo que realmente tiene que ver con lo que hacemos y lo que no.

Todo tiene que ver: desde el miedo al avión que compartimos y él afronta (yo siempre busco un medio de viaje alternativo), hasta el aparato tipo Odisea 2001 que flota en el centro de la mesa, con tres botoncitos que, al pulsarlos, llaman al camarero o piden directamente la cuenta; y capta nuestra atención. Tiene que ver la novela que guarda en un cajón y que debe servirle para demostrarle al lector que es capaz de correr también en las distancias largas, “porque demostrármelo únicamente a mí mismo no me vale”.

Pedimos de postre natillas y “Tarta de chocolate de cumpleaños”, que nos sirven en un plato con dibujos y, por encima, virutas de colores. Es muy fácil hacerme feliz. Me temo que me dejaría comprar con una facilidad pasmosa; esa idea cruza por mi cabeza mientras hablamos de lecturas para el verano y se acerca la despedida: El primer título que salta al mantel es La montaña mágica. Detrás llegan Celan, Vallejo, Chirbes, Szymborska, Apollinaire, las vanguardias rusas y los cuentos de Alskildsen; también la novela publicada por Alfabia Doctor Glas.

Luego nos decimos adiós muy rápido, como siempre, y yo vuelvo a mi trabajo “de verdad”, cruzando la plaza de San Juan de la Cruz a las cuatro de la tarde y preguntándome qué hay de real en ese aire de despiste de Recaredo, que acentúan sus gafas.

En el fondo, estoy convencida de que no se le escapa lo más mínimo.

Marina Sanmartín
La Fallera Cósmica

Marina Sanmartín

Marina Sanmartín (Valencia, 1977), periodista, escritora y librera, es "La fallera cósmica", premio RdL a Mejor Blog Nacional de Creación Literaria. Actualmente trabaja en su primera novela, "El principio del desierto", tras la publicación del libro de relatos "La vida después", editado por Baile del Sol.

2 Comentarios

  1. ¿Quien dijo que los literatos persiguieran la santidad?
    ¿Que prefiere Veredas ser un hombre bueno o un poeta?
    En cualquier caso seguro que lo que quiere es ser leído. Habrá que hurgar en su poemario, a ver que cuenta.

    Miss Plumtree

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