Rubén Jara Bravo: el poeta que emerge como el Ave Fénix

La poesía, se podría decir, es una madre generosa que no conoce fronteras y se expresa en todos los idiomas, sus riquezas son infinitas y sus horizontes trascienden lo racional. Ella interpreta, en el ámbito de la imaginación y la palabra, las realidades personales e históricas, alimenta en lo emocional y en lo espiritual, unifica lo íntimamente humano y divino, también acoge, preserva, protege, salva y es capaz de mostrar un panorama de la evolución del ser humano y sus misterios, desde sus experiencias más primitivas y elementales, hasta las esferas más sublimes, aquellas que nada tienen que ver con la cultura ni con los grados universitarios, sino con una radicalidad ética: ser una mejor persona, en esto existe consenso. Las personas disfrutan la exaltación que les permite, en un camino “donde tanta belleza sólo puede conducir definitivamente a la verdad”. Por lo menos, estas ideas ya estaban concebidas -junto con varios análisis sobre la tragedia y la epopeya, la comedia, la poesía yámbica y consideraciones lingüísticas sobre la mímesis, aunque el tema fundamental era la reflexión estética acerca de la tragedia- en la Poética de Aristóteles (siglo IV a. C.), que forma parte de las obras esotéricas del Estagirita, cuyo destino no era la publicación, sino que constituir investigaciones docentes para ser leídas a exclusivos grupos de alumnos-.

Rubén Jara

En este sentido, Jara puede llamarse un auténtico hijo de la poesía, pues vive en el seno de esta madre que le ha entregado no sólo un adecuado uso del lenguaje, sino valores y algunas claridades respecto de la consciencia propia y colectiva; contemplando la intensidad de las grandes preguntas que enfrenta el ser humano, este poeta vitalista y de discurso contundente recuerda, en primer término, a la Generación de 1898, con la salvedad que ahora la crisis moral, política, religiosa y social es mucho más profunda; la visión crítica de la obra de Jara, mantiene un carácter de urgencia y profecía que parece emerger desde el subconsciente y evoca, con insistencia, a Jung por ello, -como si estuviera conectado con las mismas intuiciones que atormentaron y revelaron tantas verdades de forma anticipada, a Rebeca Matte, escultora chilena a quien el gobierno de su país le encargó realizar una escultura, para ser donada al Palacio de la Paz (en La Haya, Holanda, año 1908), y que la artista paradójicamente nombró como “La Guerra” y que, de hecho, fue instalada poco antes del inicio de la Primera Guerra Mundial-. En todo caso, estos ejercicios e impresiones artísticas no son cuestiones antojadizas, precisamente los artistas presentes en las diferentes disciplinas pueden examinar con agudeza las ideas sin ser historiadores, pueden revelar verdades y conformar nuevas preguntas sin ser filósofos, es decir, “pueden ver en la noche cuando todos están dormidos”. Y la metáfora fortalece este estudio, especialmente, porque Jara lucha con versos, a veces en trincheras y amenazado con nubes tóxicas y hostilidades contemporáneas, en un país que ha sido sometido a toda clase de experimentos políticos, sociales, económicos y sanitarios (por citar algunos), y que todavía intenta mantener una imagen apolínea frente a la Unión Europea y otros socios del mundo; imagen que Jara destruye por su falsedad intrínseca y triste, por sus mentiras frente a la pobreza y la miseria que se esconde detrás de las estadísticas y la publicidad, por los cuentos de una élite poderosa -con una sensibilidad análoga a las familias de reptiles más brutales presentes en el reino animal-, por las agendas, por el aturdimiento de los Medios de Comunicación y la promoción del nihilismo a todo nivel. Nos muestra, además, una exploración poética singular en un país con paradojas en el lenguaje, donde “ni los profesionales universitarios saben conjugar bien los verbos en español, ni los políticos saben hablar con propiedad”, o donde la señalización de tránsito deja a las personas en estado de perplejidad…; construye con tono naif y entusiasma al lector, muestra o pretende mostrar, la belleza de los pueblos, las esperanzas y aporías, los lenguajes del cuerpo y las emociones, las injusticias y el gran desafío que implica existir, -sin desesperarse tampoco en los intentos por encontrar respuestas, en circunstancias que hasta el mismo sentido humano parece estar en peligro de extinción-.

Enhorabuena, usted se puede encontrar con los poemas de Jara en Internet y sus metáforas punzantes, -porque quizá todo esto se trate de un sueño, como en la película Inception (escrita, producida y dirigida por Christopher Nolan), y necesite de las “patadas” (acciones que permiten a una persona despertar, tal como lo hace la instintiva reacción que se tiene al percibir una caída) para poder despertar de la realidad onírica en la que existe, en algún nivel de su subconsciente, estructurado y habitado por proyecciones mentales…-.  O cuando viaje a Chile, puede desviarse de los puntos turísticos, para visitar al poeta en su propia tierra, Til Til (que no es un simple contrapunto de la capital “rica y civilizada”, Santiago), donde murió asesinado el guerrillero Manuel Rodríguez -uno de los principales gestores del proceso de independencia de Chile y avezado patriota que con sus múltiples hazañas y trucos engañó e hizo frente a los realistas españoles, tanto que en una ocasión le abrió la puerta del carruaje al gobernador Casimiro Marcó del Pont, y éste le dio una moneda en recompensa, sin reconocerle-, convirtiéndose esta anécdota en una ocasión de risa y catarsis para el pueblo ante la crueldad de esos españoles (atiéndase el contexto). En todo caso, aquí está Jara, guerrillero de las letras, y le abre las puertas del Mercedes Benz al poderoso sin que éste lo note, ríe irónico y mira por el rabillo del ojo, provoca en buena lid al lector para que abandone la fiebre del consumo y la estupidez ambiental, cual nueva causa patriota, y obliga a meditar en “algunos españoles crueles”, que en la actualidad son dueños de las corporaciones que dañan al pueblo de Chile o al de la nación que visiten, con sus perversidades y planes siniestros -un grupo lo suficientemente pequeño y aislado como para que Jara “les de duro” con frases cáusticas que parecen la erupción de un volcán (que en Chile abundan)-, y por amor a la libertad, se encarga de difundir a los “españoles compasivos y colmados de amor”, aquellos que otorgaron tesoros -que no se corrompen- al planeta Tierra: poesía, el idioma, la belleza en su esplendor artístico. Con una sencilla búsqueda en Google, a falta de buenas bibliotecas públicas en los pueblos y ciudades de Chile (de eso se trata también, de denunciar un poco), el lector puede notar que la Generación de 1898, 1914 y 1927, no sólo influyeron particularmente en Jara, sino que en lo universal en miles de artistas; es un inmenso regalo que la cultura española le ha entregado a la Humanidad y una confirmación de que la lucha pacífica y poética es legítima ante la maquinaria del terror de las corporaciones, que quieren engañar al hombre disociando su mente y sus emociones, con fronteras, productos de fantasía y esclavizándolo todavía más con la ignorancia y la miseria-. En este punto, la poesía libera, despierta, advierte del fraude -sea este materialista, un silogismo mal intencionado, o uno de canon espiritual- permite superar la angustia paralizante deliberada que, como un acto de incoación («inception» en inglés), se implanta a través del sueño o de aquello que se evidencia como real; ¿acaso no es esta la alegoría de la caverna de Platón? Jara ha regresado a la caverna, y le ha tocado defenderse, como valiente guerrillero, de quienes no creen en el sol radiante y adhieren a la mediocridad ambiental. Bueno, ¿y qué tenían que ver los autores españoles citados, y la lengua, y la poesía y la lucha? Pues tienen mucho que ver, y si España tiene duende, entonces Til Til tiene a Jara. ¿Sabe usted lo que significa Til Til en mapudungun -lengua mapuche que a su vez quiere decir ‘el hablar de la tierra’-? Significa “gotera rápida”; a propósito, así como de rápido se llevó a cabo esta presentación con lenguaje simbólico, así de rápido usted está invitado a disfrutar de los versos de este poeta, y si experimenta vértigo, es una buena señal, puede ser que las “patadas” estén surgiendo efecto.

[Rubén Jara Bravo, nació el 16 de septiembre de 1987, en la comuna de Til Til. Desde que nació, vivió junto a sus abuelos paternos. A los cinco años de edad, ingresó en la Escuela Particular N° 529 “La Merced”; aquí participó en un taller de teatro, en el que se destacó como actor en varias ocasiones, además, sus excelentes notas le permitieron postular al Internado Nacional Barros Arana (INBA), el año 2002. Después, ingresó en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE), donde cursó tres años de Pedagogía en Castellano, y tras un acentuado desencanto tanto con la metodología de trabajo como con sus profesores, dejó dicha institución el año 2009. Posteriormente, el 6 de marzo de 2010, fue atropellado por un tren en Til Til, en circunstancias que todavía investigan las autoridades; perdió su brazo derecho y su brazo izquierdo tuvo una fractura. Estuvo en coma por semanas. Recuperó la consciencia. En el mes de mayo de 2010 comenzó la terapia física en el hospital de Til Til. El año 2011 ganó el concurso municipal de poesía. Actualmente trabaja en el área de finanzas de un supermercado local y dedica todos sus recursos a la poesía. Pronto publicará una antología].

Panorámica de Til Til, en Santiago de Chile

¿Cuáles son los primeros recuerdos de su infancia?; ¿cuáles fueron sus primeras palabras y juegos?

Nací en un pueblo pequeño llamado Til Til, en las afueras de Santiago; es un pueblo de 5.000 habitantes que apenas cuenta con los servicios básicos, por ende los viajes a la capital ya sea por estudios o trámites, son actividades frecuentes. Este pueblo se fundó hace mucho tiempo, como un enclave minero, dedicado a la plata y a los lavaderos de oro, que antes abastecían a sus dueños de gran fortuna. Es un pueblo seco y caluroso en verano; es propicio para cultivar la tuna (una planta de la familia de las cactáceas) y la aceituna. Los antiguos inviernos eran lluviosos y sembraban un manto verde en los cerros, que habitualmente se presentan ocres. Ahora al pueblo lo disecciona un estero seco, que en mi infancia, en algunos inviernos, amenazaba con llevarse puentes y casas de la orilla de su lecho (no está de más decir que una tempestad se llevó una pasarela peatonal de madera, el año 1997); debido al calentamiento global o lo que sea, el clima se ha estado transformando en desértico.

Mis primeros recuerdos son difusos. Noto que mezclan mis deseos, olvidos, sueños, nostalgias, alegrías, tristezas en las imágenes, así que no puedo confiar un ciento por ciento, en esas ensoñaciones que de pronto me asaltan. Aunque recuerdo el olor a pan amasado emanando de un horno de barro y la figura difusa y pequeña de mi abuela amasando en un tablón enorme. Mi abuela paterna, doña Delfina, es una mujer fuerte, segura de sus decisiones, también es comprensiva y una madre para mí ya que me eduqué con ella y con mi abuelo, don Abraham. Mi abuelo es un hombre de campo, antiguo peón de fundo, amante de los caballos y acostumbrado a hacer diferentes actividades toda la vida. Ahora en la vejez, se enoja de ya no ser joven, y añora su pasado aventurero.

Mis primeras palabras no fueron especiales, son las que dicen los niños cuando aprenden a hablar, cuando aprenden a repetir las sílabas y dicen papá, mamá, abuelo. Así que no tuve un enamoramiento de las palabras, ni tampoco fui un genio en lo que a ellas se refiere.

Eso sí, durante mi infancia no tuve muchos amigos, salvo mis primos cuando nos visitaban. Aprendí a jugar solo, a dibujar y sobre todo a leer, y cada vez que alguien hacía un viaje a Santiago, exigía que me trajera una revista, cualquiera servía; así leí muchos cómics y revistas de juegos. Leí Barrabases, Condorito, Mampato, las revistas de Walt Disney, entre otras.

Por otro lado, mi abuelo me contaba cuentos; de gigantes, de lobas, de caballos, de rituales mágicos para sanar a la gente. Son cuentos de tradición oral, -patrimonio intelectual que por ejemplo, don Oreste Plath, ha referido de forma magnífica en sus libros-. En algunos de estos cuentos, (como en el caso de “Juan Grillo”, que era mi favorito), casi nunca ganaba la virtud, casi siempre el pendenciero y mentiroso salía triunfante casi por azar.

Jugué a todos los juegos conocidos; a la escondida, al pillarse, a la botellita, a la pelota. El patio predilecto de mi infancia era la plaza de Til Til; es una plaza circular donde se encuentra la municipalidad y sus senderos forman una estrella de cinco puntas vista desde arriba (desconozco si este hecho tendrá que ver con alguna superstición), y hay un pino enorme al centro con otros innumerables árboles ya marchitos. En mi infancia todos los niños jugaban allí, hoy nadie lo hace. Tengo un recuerdo nítido de esa plaza: un árbol pequeño aferrado al pasto y yo de cabeza sujeto a una rama. Recuerdo el sonido de la rama cediendo y haber visto al paisaje dando vueltas incontrolables, y el sabor a tierra y pasto en mis dientes.

¿Cuál fue la primera poesía y autor que llegaron a su haber más íntimo?

Quiero ser honesto: no me maravilló la poesía desde niño. Leí lo estrictamente académico, como el “Caminante no hay camino” de Antonio Machado, algunos poemas de Pablo Neruda, como el “Poema XV” o el “Poema XX”, fragmentos de “Alturas de Machu Picchu”, y “20 poemas de amor y una canción desesperada”. ¿Cómo no vamos a conocer a este autor que recibió el premio Nobel?, me decía mi profesora, ojerosa y con cara de hastío. Lo mismo pasó con Gabriela Mistral, había que conocerla porque también obtuvo el premio Nobel, por nada más, poco importaba su ternura, su amor, su tristeza; ¡no!, eso no importaba, había que estudiar rápido su obra, porque estaba en el programa educativo y no debíamos quedarnos atrasados con tales contenidos. ¡Unas cuántas horas no sirven para impregnarse de poesía!; eso lo comprendo ahora, “no todos íbamos a ser reinas”.

Después, en la enseñanza media, íbamos por lo mismo; los tiempos eran escasos para pasar los contenidos, y la profesora optaba por trabajos de investigación. En uno de ellos, había que disertar sobre cualquier personalidad literaria. Obviamente, Neruda y Mistral fueron escogidos casi al instante. No sabía a quién elegir y me puse a hojear mi libro de texto mientras se me ocurría algo. Hoja por hoja busqué algo interesante, hasta que una frase captó mi atención: “Los poetas bajaron del Olimpo” y lo leí de un tirón; era el manifiesto de Nicanor Parra  y decidí investigar sobre él.

En una tienda de libros usados en la calle San Diego (barrio típico de Santiago), adquirí Obra Gruesa; lo leí esa misma tarde e intenté escribir. Comencé a escribir sin imitarlo, siempre me dije que Nicanor Parra habrá uno solo, ¿para qué imitarlo? Parra me dio la llave hacia ese mundo pantanoso llamado poesía…

Cuando supe que estudió en el mismo colegio, en el cual yo estudiaba (Internado Nacional Barros Arana),  -y en el que me encontraba leyendo sus versos-, me emocioné. Pude pensar en la poesía que dejó dispersa en los antiguos pasillos, en los versos que recién se estructuraban en su pecho escuálido; él había recorrido las aulas en las que yo me devoraba el tiempo, esperando que llegase el fin de semana y pudiese volver a mi casa (pues, estaba interno de lunes a viernes).

¿Puede compartir alguna obra de Nicanor Parra que le guste y el porqué?

La antipoesía es simplemente poesía. Así que la llamaré poesía (el término antipoesía siempre me pareció hecho por publicistas, aunque Parra es un publicista notable).  Existen poemas sublimes como “Soliloquio del individuo”, “El hombre imaginario”, “Los profesores”, “Las víboras” y un sinnúmero de artefactos, Veo que mi poema favorito es uno, es el que está contenido en Hojas de Parra y se llama “Qué gana un viejo con  hacer gimnasia”.

Qué gana un viejo con hacer gimnasia

qué ganará con hablar por teléfono

qué ganará con hacerse famoso

qué gana un viejo con mirarse al espejo

Nada

hundirse cada vez más en el fango

Ya son las tres o cuatro de la madrugada

por qué no trata de quedarse dormido

pero no – déle con hacer gimnasia

déle con los llamaditos de larga distancia

déle con Bach

con Beethoven

con Tchaikovsky

déle con las miradas al espejo

déle con la obsesión de seguir respirando

lamentable – mejor apagara la luz

Viejo ridículo le dice su madre

eres exactamente igual a tu padre

él tampoco quería morir

Dios te dé vida para andar en auto

Dios te dé vida para hablar por teléfono

Dios te dé vida para respirar

Dios te dé vida para enterrar a tu madre

¡Te quedaste dormido viejo ridículo!

pero el anciano no piensa dormir

no confundir llorar con dormir

¿Qué ganará un viejo con hacer gimnasia? Es inútil, el cuerpo ya se desvanece. ¿Qué ganará un joven con hacer poesía? No mucho,  pierde más que gana. La poesía no es muy bien mirada, se la contempla como un pasatiempo. Yo, obstinado, apuesto por la poesía y pierdo las horas de sueño, me hundo en el fango, déle con Lihn, con Lira, con Huidobro, déle con Mishima, Murakami, Eduardo Barrios, déle con mis ganas de respirar. Eso es este poema para mí. Soy yo descrito en los versos. Mis obsesiones expuestas al escarnio del lector. La poesía me abandona, al rato me quedo dormido. En realidad no duermo. Lloro. No puedo escribir como los grandes poetas.

¿Qué es la poesía para usted?

Nunca me he sentado a teorizar respecto a qué significa la poesía. Me he dado cuenta que ya me inquieta estar sin poesía, sin leerla, sin escribirla, sin pensar en nuevos versos mientras viajo rumbo a la terapia física en el hospital. Desde el día en que Nicanor Parra y la poesía llegaron a mí, no he podido dejar de escribirla, ya sea en un cuaderno universitario desgastado o en servilletas, cuando el papel escasea. Es casi un imperativo fisiológico, y una terapia que el psicólogo me dejó en lugar de drogas, “una cama para posar mi cuerpo cansado de unas circunstancias existenciales que lo agreden”. No sé si lo hago bien o mal. Si mi poesía vale la pena o es una pérdida tonta de tiempo, “de un tiempo precioso que se me escurrió de las manos”, -como he escuchado señalar a tanta gente a mi alrededor. Sin embargo, sé que ya no puedo dejarla de lado. Es mi lenguaje, son mis garabatos en la pared a manera de dibujos rupestres, es mi manera de intentar comunicarme con el mundo. A veces, se pueden notar los rastros de los fantasmas que me persiguen en mi escritura o los abismos a los que he saltado con mi poco coraje, coraje al fin. La poesía es una forma de vivir, de vomitar lo malo y celebrar lo sublime (lo poco que hay, y que existe); como los perros cuando están enfermos e intentan sanarse, o como los romanos cuando celebraban la belleza con sus fiestas dionisiacas…

¿Posee algún concepto en este ámbito que desee compartir?

“En poesía se permite todo”, decía Parra. Sí, incluso la falta de ella misma. Intenta escribir como puedas, a la manera que quieras, en los tiempos que te plazcan. La poesía también es un placer, no hay que olvidarlo. Es alivio de lo que apremia, y también es una batalla contra tus demonios, tus placeres, tus posibilidades, contra tus límites muy bien educados; y como es una batalla, uno puede perder y desesperarse, caer en la locura, suicidarse. No hay que olvidar el inmenso corolario de poetas suicidas. Hay unos versos de Bukowski que siempre vienen a mi memoria:

Recuerdo a los viejos perros

que pelearon tan bien:

Hemingway, Celine, Dostoievski, Hamsun,

si crees que no se volvieron locos en habitaciones minúsculas

como te está pasando ahora….

entonces no estás listo.

Jugar con los límites del mundo e intentar sobrepasarlos; eso es poesía. El poeta no es un pequeño dios como decía Huidobro, es más que eso, es el universo, el tiempo tratando de codificarse para que lo entendamos, es crear; crear es una misión titánica. Hay que tener paciencia.

Lo más importante de todo es que la poesía es sentimiento, si tienes el sentimiento, pues plásmalo, que arda en esa hoja que antes te amenazaba, que florezca en el desierto que te aprisiona, que tu flujo crezca y tu ímpetu amenace con desbordarse ante esta sociedad que te ha maltratado, no importa que te digan que todo es inútil, que lo que haces no es poesía, que son versos distantes de toda corriente estética de moda, que eres como un bebé que rechaza la leche materna…

A veces olvido la raíz de mi poesía, y me dejo llevar por razones académicas y teorías poéticas. En realidad, eso está en un segundo plano. Lo importante es aquello que impulsa a escribir. “No es difícil escribir poesía, sino tener el corazón para escribirla”, le dijo su profesor a la anciana Yang Mija, -en la película Poetry de Lee Chang-dong-.

¿Cuáles han sido los mayores desafíos de escribir poesía?

Uno de los mayores desafíos ha sido lidiar con la inspiración, ya sea su escasez o sobreabundancia. A veces necesito escribir y las palabras no salen; escribir desde la esterilidad es un tormento, aunque recuerdo que mis mejores poemas nacieron de esta forma. Y a veces la inspiración hace que todos mis versos parezcan bellos y vacíos. Encontrar el equilibrio es, entonces, el desafío mayor. Escribir desgasta.

Otro de los desafíos es escribir y sentir que es mejor abandonar. Es una impresión momentánea, claro, que estropea todas mis intenciones. También, escribir  y experimentar la angustia al contemplar que en algún momento puedas robar las ideas de otra persona que, mucho antes, escribió algo similar, y lo desarrolló con mayor perfección.

¿Cuál es su propio concepto de belleza?

No tengo un concepto de belleza muy definido. A veces los límites entre fealdad y belleza, se confunden o pierden. A veces, la belleza no me llama la atención y sólo el horror puede mover mis sentidos. Otras, la fealdad me hace estéril y la belleza llega a mí, como una especie de lluvia que inunda tierras calcinadas. Sucede que el concepto de belleza, también está mediado por los estados de ánimo; lo que se dice bello, nunca será eternamente bello, lo que se clama feo, no es así en todas las épocas. En verdad, ignoro qué es la belleza, aunque he sentido y visto cosas, que yo sé, son un misterio; he sido incapaz de limitarlas a la palabra “belleza”. A esos fenómenos no puedo encerrarlos y colocarles llave. No me siento capaz.

¿Qué opina de Pablo Neruda, Enrique Lihn, Gabriela Mistral y Vicente Huidobro?, -por citar a algunos e invitarlos a la mesa-.

¿Qué puedo decir de ellos? Siguieron escribiendo aunque en algún momento pensaran que se trataba de esfuerzos sin sentido. Pues bien, se sobrepusieron a la tristeza, a la alegría, a la confusión que a veces puede llegar al escritorio. Los admiro de corazón, porque en tal tarea, no les importó la crítica destructiva.

De Rokha vivió sus convicciones; las sufrió e hizo poesía de ellas, de su historia, de su militancia comunista, de las desigualdades, del amor entrañable a su musa y a sus hijos; “perdóname por haberte dado la vida”, susurraba, casi entre lágrimas al escribir esa misiva a quien ya nunca la recibiría, su hijo Carlos, aunque con la esperanza de que “alguna vez, los átomos desesperados que los hicieron hombres se encontrasen en este deambular de la existencia, de la vida y formasen otro ser que retumbe ante la dicha del encuentro”.

Le dieron el Premio Nacional de Literatura (1965), cuando ya era viejo y a nadie podía hacerle daño, cuando ya no podía tomar el fusil y disparar contra Neruda, contra Huidobro, y contra todos los intelectuales que no vivían con radicalidad lo que creían. Cuando su cuerpo ya languidecía, cuando la cornamenta de este antiguo toro furioso ya no era lo que había sido alguna vez. En el momento del premio, podían darle palmaditas en la espalda y tratarlo como a un camarada; el pobre viejo ya no mordía, destrozado por el dolor de su vida, por la muerte de su esposa, la invencible Winnet, por la muerte de su hijo Carlos, heredero del genio de su madre y quizá cuántas penurias más tuvo que soportar para llegar a este reconocimiento, que tuvo un sabor amargo.

Pablo afirmaba: “Yo soy como el fracaso total del mundo”, y claro, el mundo humano nunca pudo domesticarlo, su espíritu nunca tuvo otro amo que no fueran sus propias convicciones, porque tanto su poesía como su historia, resultan imposibles de separar; el mundo nunca pudo detener su ritmo, sólo la tristeza, el dolor y una angustia expansiva, pudieron detenerle. Fue un hombre de carácter fuerte, el mundo humano no jaló el gatillo, él lo hizo y lo aplaudo por eso. Incluso, se puede afirmar con fidelidad,  “que murió en sus propios términos”.

A ver, de Huidobro admiro la forma en que sus imágenes cobran vida en mi mente, la forma en que el lenguaje se desintegra en la caída y abre caminos a otros mundos definidos por otros lenguajes babilónicos. Pablo De Rokha siempre atacó a Huidobro por ser un príncipe, un burgués, por adoptar el comunismo como moda y no vivir para él; Vicente Huidobro no era indiferente, pues entendía que el poeta es un pequeño dios creador de imágenes imposibles para otros, eso es lo que importa: el lenguaje, la belleza de las palabras, la potencia de las imágenes. Puedo compartir que Huidobro me enseñó que la poesía no es lineal, no se trata de sacarle una foto al mundo y el asunto está terminado, ¡no!; el poeta debe crear una nueva realidad, los versos deben ser la llave que abran la puerta a ese nuevo mundo que se crea en el poema; “Non serviam” le grita Vicente a la naturaleza. Este poeta fue independiente, no hizo cantar a la rosa, sino que la hizo florecer en el poema, estampó su rúbrica en su sangre, y ésta impregnó a la rosa.

Es cierto, él fue amamantado por la vanguardia de la cosmopolita París, y después, vino a manifestarse, a este confín del planeta Tierra, llamado Sudamérica, donde aún batallamos contra las desigualdades e  injusticias.  Aprendí de él, que el lenguaje puede transformarse en lo que yo deseaba, que era posible destrozar ese horizonte cuadrado en el que me encontraba prisionero, y tuve la oportunidad de intentar crear un nuevo lenguaje; en esta empresa, fallé. Todavía no soy lo suficientemente erudito, mi poesía aún no cae hacia el infinito en un vuelo inverso desmembrándose ante el fragor del viaje y mostrándose desnuda de vanidades, “como una violondrina del montazonte”. Todavía no alcanzo esas alturas. Tengo la impresión de que en el fondo de la tumba de Vicente, no está presente el mar, él es el mar y que de la tumba ha podido escapar, destrozando las puertas de la muerte y se ha unido a los océanos. La poesía no es muerte, no es patrimonio de cadáveres.

¿Qué puedo decir de Gabriela? Por supuesto, que me niego a esa caricatura sin cariz, que me inculcaron a la fuerza en el colegio, en esas pocas horas en que la nombrábamos para luego sumergirla en el libro de texto. Me refiero a la misteriosa mujer que tenía un corazón más grande que el de cualquiera. Madre de Chile, eso era Gabriela, no solamente la madre de ese niño que cuenta la leyenda, educó nombrándolo cariñosamente Yin Yin, sino que es la madre de todos los niños perdidos en la poesía. Gabriela es mucho más que “piececitos de niños / azulosos de frío”, que tanto nos hacen repetir y que, al final, termina mareándonos.

Los primeros poemas -que prácticamente devoré, y que estaban en una antología barata que venía en un diario-, fueron: “Sonetos de la muerte”, “Desolación” y “Ausencia”. En secreto, admiré la candidez de sus versos e intenté concebir esa fragilidad, asunto que fue imposible para mí; de nuevo la inquietud, ¿cómo albergar en un corazón mortal a una Latinoamérica preñada de injusticias e incapaz de generar un amor loco y desbordante?

A Gabriela, últimamente, los amantes de la farándula literaria no la dejan tranquila con su cantinela académica y discuten entre ellos, con pasión y ceguera, los beneficios y daños de su aparente lesbianismo para el orgullo nacional. Lo hacen sonar grave y tajante, esto no es así. Al inmiscuirme en sus letras, o “al ser un voyerista de su corazón abierto regado en esas hojas en forma de palabras solo veo amor, amor y locura”; la locura del amor sin medida e infinitamente dulce.

Le escribe Gabriela a Doris: (…) “Tal vez fue locura muy grande entrar en esta pasión. Cuando examino los primeros hechos, yo sé que la culpa fue enteramente mía. Yo creí que lo que saltaba de tu mirada era a[mor] y yo he visto después que tú miras así a mucha gente. Loco fui, insensato: como un niño, D[oris], como un niño” (…), [GM a DD, ~ 20-6-1949, Veracruz]. Como una insensatez, la pasión arde en sus venas literarias, en sus venas de mujer, en sus arterias de sembradora de versos; ¿qué importa qué tipo de pasión era o si fue una real? Si fueran amantes o una madre que encontró a su hija en el filo de un espejo lejano, eso nada importa, son interpretaciones muy superficiales y antojadizas. Lo esencial es la experiencia íntima, da lo mismo donde lo encasillemos, ante el temor de no poder nombrarlo. Porque el espíritu de Gabriela, -comparable al de un Sócrates chileno- ha sido menospreciado y negado astutamente, puesto que ella intentó entregar, cual regalo de amor incondicional, una visión de Chile sublime. En esta perspectiva, “somos pocos los que aún nos conmovemos con su deambular de viento por nuestras praderas”.

Enrique Lihn, el alquimista de las oscuridades y de humor, preferentemente, negro. Encontré en él a un hermano en padecimientos, en preocupaciones, como si viera mi propia imagen en un espejo. La primera vez que leí a Enrique, esa imagen me pareció más real que yo mismo porque es real, y yo la falsedad, yo el artilugio, yo el engaño… Leí “El monólogo del viejo con la muerte” y me sentí ese viejo sucio y pobre, el cual vivió su vida como todo hombre, con más defectos que virtudes, pero que aún se aferra a la vida ante el toque de témpano de la parca, recuerdo: “¿a qué viene todo esto? /…basta, basta, tranquilo, aquí tiene la muerte”.

Él parece haber cronometrado su muerte; verso a verso fue escribiendo su lápida en vida y nos la dejó en su “diario de muerte”.  Apostó por la poesía aunque el cáncer se reproducía en su cuerpo, y la vida resultó no ser tan mala porque pudo escribir. Fue víctima de esa certeza que ataca a cierta gente con predisposición al desastre: la ilusión de tener el mundo entre las manos; la sombra de la muerte que atormenta cual asesino. Admiro esa capacidad de creer ciegamente en la literatura, podríamos llamarle fe, -fe que a mí me falta-. En verdad, a Enrique lo conocí de casualidad; vi un pasquín, tirado en el suelo del colegio, mal fotocopiado con las letras oscuras y poco legibles, estaba impresa su obra “Monólogo de un viejo con la muerte”. En ese momento, sentí que el patio del colegio, con olor a tierra y ambiente de desolación, eran una pequeña caja y que mi vida seguiría, al pie de la letra, la profecía que se esculpía en la hoja. Medito: “Enrique, no puedo cargar tu estrella, me faltan fuerzas e inteligencia, pero quisiera cargar tu peso aunque sea un rato, poder decir orgulloso que fui tu compañero de armas, que sudé la misma hidromiel que tú, y que aún estoy lejos siquiera de verte a la distancia. ¡Espérame un rato! No quiero decepcionarte”.

¿Y quién fue el que inició el germen de la poesía en mi pequeña cabecita de niño rural?: ¡Nicanor Parra! Como ya mencioné, Parra, llegó a mí remeciéndolo todo. Había leído a Neruda, uno que otro poeta español, un poema de Gabriela  y creí, que la poesía era el terreno del tonto solemne, no obstante su montaña rusa me hizo subir la sangre a la cabeza. Desde allí comencé a devorar la poesía. Descubrí a De Rokha, a Lihn, a Garcilaso de la Vega, a Gabriela, a Rimbaud, -porque Parra abre los sentidos hacia ritmos secretos, incluso para la gente que poco le importa la resonancia de unas letras sin sangre-. Por ejemplo, cuando leí “Los Profesores” estaba en clase y mi profesora comenzaba a divagar sobre las  políticas del gobierno o sobre qué significaba ser “buena persona”; yo la miraba con cara de asco y repetía en voz baja “y mientras tanto la segunda guerra mundial/ la adolescencia al fondo del patio/ la juventud debajo de la mesa/ la madurez que no se conoció/ la vejez/ con sus alas de insecto”; ella seguía el programa curricular mientras mi juventud se perdía en filosofías de métodos abstrusos y anacrónicos, -quizá había pretensión de convertirme, cual proyecto, en ese extraño bicho que ahora odio-. Esa es “la vejez con sus alas de insecto”, que corrompe y no construye en la educación de los niños, -qué imagen tan poderosa y evocadora-.

Puedo decir que leo a Parra cada vez que mi cabeza se encuentra en un laberinto tenebroso, el cual no tiene puertas ortodoxas y debo inventar la manera de escabullirme. Parra parece que hace una broma con su lenguaje cuando, en realidad, desnuda el alma, apunta a las falencias, a las dobles caras, a las mentiras; todo parece un chiste, así que hay que reírse… Todo parece un discurso de un viejo disparatado, atacado por la nostalgia y pensamos que no nos hace daño, cuando sucede que ha hecho trizas cada una de nuestras seguridades. Él es príncipe y bufón, orador de discursos de un Cristo del Valle del Elqui. Don Nicanor, arroja los horrores a la cara como si fuese algo de qué reírse y, a veces, eso produce risa y llanto; ¿no saben lo difícil que es reír y llorar a la vez? Dificilísimo. Él ha regalado la incertidumbre de la poesía, y eso es causa de “agradecimiento y maldición a la vez”, por llenar las venas de tinta e invitar a la locura a los jóvenes que están frente a una hoja en blanco.

Cada uno de ellos, vivieron en la poesía y sobrevivieron. Otros, por su parte, no pudieron soportar la vida y sucumbieron ante la muerte. Violeta Parra, Cesare Pavese y Rodrigo Lira extinguieron la pasión de sus sentimientos antes del réquiem final. Murieron por convicción a su arte, ante la traición colectiva y se hicieron inmortales. A estos poetas admiro, más que los franceses, los italianos, y los estadounidenses; admiro a la poesía chilena principalmente, vivieron en la misma tierra que hoy intento arar.

Rubén Jara

¿Cree que la poesía puede generar mayor consciencia de las injusticias del mundo humano?

Creo que sí. La poesía es una ventana para conocer otras realidades, que no son visibles o están fuera de nuestro horizonte, por egoísmo. La publicidad de un banco grafica bien esta situación: “todo es diferente cuando pones un tú”, -que interpretado quiere decir “todo cambia cuando eres egoísta”-.

Permitimos que nos gobiernen los Medios de Comunicación; consideramos que las opiniones de estos medios y quienes los controlan son las correctas. Incluso, les permitimos controlar nuestras creencias y pensamientos. Además, ocultan verdades que legítimamente tenemos derecho a conocer o disfrazan algún asunto, con el mismo fin. Este ejemplo es nítido: ver por televisión las movilizaciones estudiantiles, donde se muestra a cien personas que hacen destrozos y no a los miles que luchan por causas legítimas. Los medios de masas, se han convertido en una especie de conciencia o de “superconsciencia”, que tiene sus patrones definidos y su agenda global. Lo peor es que sus métodos funcionan. Divide y vencerás es la máxima, y esto se ha logrado en todo ámbito: deportes, religión, grupos étnicos, incluso, al interior de la familia humana; ¿qué mejor negocio que aturdir a un pueblo dividido?

En este sentido, la poesía irrumpe con un intento modesto de cambiar el mundo humano, y ha fracasado. La poesía logra llegar al corazón de ciertas personas, sin embargo, el problema del mal y las injusticias de los hombres, conforman un dilema de suyo profundo y complejo. No hay que olvidar, en este punto, que la mayoría de los poderosos de este planeta, no son ávidos lectores de poesía, pues son indiferentes al corazón y al espíritu humano.

¿Cuál es su autor medieval favorito y por qué?

Dante y su Divina Comedia remecieron mi espíritu o, más bien, sus imágenes, su dolor, su sangre y fuego me llenaron de miedos infantiles. El infierno y la eterna tortura que recorrió Dante -como si fuera una especie de show de varieté- o un documental de la National Geographic guiado por el maestro Virgilio. El sufrimiento de los que no pueden llegar a Dios en este infierno cristiano me pareció terrible, esos demonios que golpean y cortan la carne del condenado… Ni los mitos griegos se salvan de esta tortura; Aquiles disminuido por las tormentas, el granizo, la lluvia al otrora gran guerrero que podía destruir Troya con solo quererlo…

Yo descendí a los infiernos. En mi convalecencia, cuando las drogas abandonaban mi sistema y poco a poco lograba percatarme de la ausencia de mi brazo derecho, quedaban en mi cerebro imágenes deformadas de bestias y monstruos que me acosaban en mis sueños psicóticos, especies de entes que se mezclaban en una especie de amalgama vampírica. Esas imágenes a veces vienen a mí y me espantan. Tienen una naturaleza que no sé interpretar. El infierno dantesco es dolor, ya sea físico o metafísico; con ambos convivo. Con el tiempo, tuve que aceptar mis circunstancias. Estaba en una especie de purgatorio, expiando mi culpa, con toda clase de pruebas para liberar mi espíritu. Dándome cuenta de las limitaciones que ahora tenía, desmenuzando mi nueva realidad, mi nueva vida. Parece que en el purgatorio permanezco; aún no tengo acceso a la “diosa poesía”. La Divina Comedia provoca sensaciones físicas en mis huesos; no sé como explicarlo, las imágenes de los cuerpos siendo mutilados por los demonios, el fuego, el azufre, el sabor del metal derritiéndose entre los dientes vienen a mi mente, experimento angustia y no puedo evitar tiritar. Este oscuro paralelismo con mi vida, más bien parece un esfuerzo de adaptación.

¿Qué opinión posee de la  “poesía celebrante” de Erick Pohlhammer?

Son muy buenos sus poemas: “Yo no vi jugar a Jesús Trepiana” y “Me carga Arjona”. Estoy perplejo: su poesía, a veces mundana y rica en imágenes, a veces cómica -nunca al nivel del chiste-, y sus versos de burla, a veces, de seriedad, me dejan sin saber a qué estado apostarle. No he leído mucho de él como para dar una opinión cabal, aunque ambos sabemos que no nos gusta Arjona… No soy muy bueno para dar opiniones de otros poetas, aún vivos; creo que la muerte le da otra dimensión a las cosas.

¿Considera al fenómeno de la vida como una cuestión accidental en el universo? Si es así, ¿por qué?

Sí. La considero una cuestión accidental producto de leyes universales. No creo en ningún ser sobrenatural fuera de toda comprensión humana. No creo que hayamos sido los elegidos por algún dios, a quien le guste experimentar con nuestros límites y juzgarnos de acuerdo a criterios contradictorios.

Somos el universo. El universo está en nosotros.  Estamos formados de lo mismo que forma a las estrellas, que crea las galaxias, que hace a los planetas evolucionar. Como el famoso cosmólogo Carl Sagan decía: “el origen y la evolución de la vida están relacionados del modo más íntimo con el origen y evolución de las estrellas”. Somos hijos de la Física aunque aún haya interrogantes que poco a poco se desvelan como el bosón de Higgs (llamado a mi juicio erróneamente “partícula de Dios”) recientemente descubierto en el Gran Colisionador de Hadrones, GCH (en inglés Large Hadron Collider, LHC), que podría determinar qué partículas elementales pueden desarrollar masa. Observo que le llaman partícula de Dios, por publicidad, y porque temen que no tengan un destino definido, que su muerte sea el fin de todo; algunos científicos, curiosamente, temen no ser inmortales. Es ostensible que, los miedos del hombre cambian a medida que él los supera. Superamos el temor a los animales, que en épocas antiguas nos dominaba, superamos ese terror a la oscuridad cuando la luz eléctrica iluminó la noche, superamos el miedo a algunas enfermedades, cada vez que la ciencia encontró una cura, superamos el miedo a la naturaleza depredándola -aunque a veces nos dé una bofetada recordándonos su origen salvaje e impredecible-. Ahora bien, todavía no superamos a la muerte, ni nuestra longevidad minúscula -comparada con la agonía de las estrellas- y por eso necesitamos una razón para sentir que nuestra corta vida no fue inútil, necesitamos un plan divino, un más allá para no sentirnos diminutos frente a este universo implacable.

“Somos sólo un accidente”; esta idea nos aterra e inventamos planes milagrosos, misiones divinas, destinos grandiosos, inmortalidad extraterrena. Somos un accidente o, mejor dicho, un producto de las facultades físicas. Claro, el ser un accidente no nos detiene de pretender conocerlo todo, de poder crear la realidad que no tenemos, soñamos poder experimentar todos estos sentimientos que nos hacen tener la denominación de humanos, de poder sentir este cosmos del cual somos parte y querer atraparlo con nuestras manos. Sí, somos un accidente, y somos dueños de nuestras vidas, dueños de nuestro destino, dueños de hacernos preguntas y responderlas sin ninguna clase de límite.

¿Cuál es su visión sapiencial de la experiencia humana con la poesía?, ¿hay quienes pueden acceder a ella, con mayor facilidad que otros?

Creo que los movimientos poéticos no son para todos. Esto no quiere decir que los que no escuchen ese canto de sirenas, sean mala gente o seres sin alma. Simplemente no están condenados al verso, a languidecer por horas ante una hoja en blanco que desafía a descifrar los códigos que algún poeta colocó en herencia, o a temblar de emoción ante esos poemas que abren una puerta en tu interior, que creías cerrada.

La poesía no es para todos. Así como la agricultura no lo es, la docencia no lo es, la política no lo es. Para algunos aquellos versos que creaste con tu sudor y tus lágrimas no son nada más que tierra y gusanos. Jueguitos de letras que haces en el tiempo libre para no caerte dormido, niñerías de un adulto que se niega a crecer o una soberana pérdida de tiempo y dinero. Hay muchos que me miran con tristeza cuando les digo que escribo; ¡pero si en “eso” nunca se gana plata!, me dicen con cara de condescendencia.

Los placeres que muchos gozan son los inmediatos, multicolores y pirotécnicos. Son los que imitan la “realidad” con guiones de cine, son los que esconden el mundo con sus ritmos pegajosos y actividades lúdicas, o los que dividen según el color de la camiseta, tus preocupaciones y alegrías (divide et impera), son los que también adormecen tu cuerpo con un desfile de carne mientras te venden Coca-Cola.

Los oídos de muchas personas jóvenes están cerrados. Sin embargo, hay todavía quienes prestan atención a unos cuantos versitos (como decía mi profesor de castellano que le gustaba hablar en diminutivos) y que frente a un mundo que los invade, aparentemente, sin que puedan oponer resistencia; la poesía, en efecto, puede ser una pequeña trinchera de resistencia, que susurre al oído: “no estás solo, porque alguien plasmó su corazón en una hoja, alguien sufrió como tú los dolores que no te dejan dormir, alguien celebró la belleza como tú, y padeció el saqueo de las palabras que atesorabas en tu alma”. Para ellos escribo, para quienes comparten esta naturaleza.

¿Qué poetas del “Siglo de Oro español” le han conmovido y por qué?

No leí mucho a los escritores del Siglo de Oro, aunque siempre me ha quedado un extraño gustito entre los labios cuando leí a Garcilaso De la Vega el “príncipe de los poetas castellanos”, y sus versos de dicha, amor y tristeza escritos con magnífica intensidad; el goce fue mayor que leer a Quevedo, a Lope De Vega, o a Góngora.

La mayoría de los poemas que me conmovieron fueron los amorosos (en los tiempos en que lo leí con atención, mi vida afectiva pasaba por un vaivén). Más que amar a una mujer, Garcilaso le cantaba al amor como fin, como un misterio. En esos días mi amor también era puro e ideal, alejado de cualquier placer sexual, concebido en pequeños gestos que para los tiempos que corren son infantiles. En esos días me consideraba afortunado, como si el hado me señalara los pasos. Sentía que el cosmos poseía un extraño mecanismo, que hacía que las cosas pasaran “porque estaban escritas en el pergamino del Universo”; como los dioses nórdicos que sabían cuál sería su suerte, yo creía que el mundo era mío, luego, me di cuenta que yo era parte del mundo. Cuando leí asiduamente a Garcilaso tenía 16 años. Llegó a mis manos entre una pila de textos escolares, Papelucho, las ediciones de Icarito, Niebla de Unamuno, y la Eneida de Virgilio, -cuando una vecina decidió botar los libros que se habían acumulado en su casa, una vez que su hijo terminó el colegio-.

Puede compartir con nosotros alguna poesía del Siglo de Oro que le guste, y las razones de tal preferencia.

Siempre leía las “Églogas de Garcilaso”, ese diálogo entre Salicio y Nemoroso que encienden su amor, ya sea por una amada muerta o por los desprecios de una ninfa. Es el amor que se canta en esos versos, la desdicha del amor que no logra concretarse, sobretodo la Égloga I; “Galatea – fría” aparece como una venus que sólo se admira, y que no hace caso a las peticiones de un Salicio, carbonizado por las llamas del amor. Teme, ella lo abandona por otro y la vida pierde el sentido que alguna vez tuvo, como si los engranajes de la realidad mostraran sus mecanismos, de modo que todo pierde el misterio. En esos momentos, yo pensé que el amor lo era todo; cuando recién Elisa aparece evoca un sentimiento inagotable, una belleza que nunca cambia. La vida es una carga, Nemoroso reflexiona, un camino largo y aburrido, ya sin magia, vaga sin el faro de sus ojos, ya solo puede contemplar la naturaleza y se lamenta de la nueva vida que cobran sus recuerdos y suplica a su amada que lo lleve a su lado y termine esta agonía. Cuando sufrí mi primera contrariedad amorosa, este soliloquio se convirtió en mi favorito, experimentaba la muerte dentro de mí. En ese discurrir mental, yo era ambos pastores y el amor era nuestra guía. Fui Nemoroso cuando el amor moría y no podía, sino vivir de puros recuerdos. En esos momentos la vida me parecía extensa, sin brillo, aburrida. Fui también Salicio, cuando fui despreciado por ninfas de mármol y con sabor a nieve y sangre; era la metáfora del amor perdido, los primeros dolores de los primeros afectos.

Dice Garcilaso:

El cielo en mis dolores

cargó la mano tanto

que a sempiterno llanto

y a triste soledad me ha condenado

El dolor era mío y el destino así lo quería. En esos días todo me parecía tan grave, mucho más de lo que es en realidad. Porque me sentía tocado por la mala estrella de un destino cascarrabias

…más el hado,

acerbo, triste, airado, fue venido.

¿Qué autores de poesía de la “Generación de 1898” considera en sus lecturas y por qué?

Me gusta mucho Antonio Machado, a quien leí desde el colegio y, poco a poco, fui conociendo aún más su poética, fui encontrando cada vez más piezas de un puzzle que intentaba armar. En ese tiempo el acceso a la poesía y a los libros, era bastante limitado. No había biblioteca pública ni revistas literarias a las cuales acceder, así que de muchos poetas me fui armando una imagen parcial. También consideré la Generación de 1914 y 1927.

En referencia a la Generación de 1898, no sólo la poesía es la que me remece. Es la novela de Pío Baroja, Ramiro de Maeztu, Valle-Inclán, Azorín, y principalmente Miguel de Unamuno y su Niebla, y luego, su novela La Tía Tula, llegaron a mí como un vendaval. Ese diálogo entre Augusto Pérez y el mismísimo Unamuno, entre la creación y el creador como si el papel y la tinta cobraran vida y vinieran a ajustar cuentas…, y especialmente, el monólogo del perro Orfeo, ante la muerte de su amo; ¡qué extraño animal es el hombre! El monólogo de Orfeo a los pies de su amo muerto tiene una tristeza enorme ¿quiénes son estos hombres? Extrañas criaturas que no ven  lo que tienen delante de sus ojos, que mienten, que visten, son extrañas y solitarias criaturas que solo conocen lo que nombran en ese extraño idioma, que inventa mundos que no existen ¡pobres hombres! La narrativa en esta generación, es muy rica y creadora de atmósferas. Pío Baroja y Miguel de Unamuno son mis lecturas favoritas.

Existe un refrán popular que dice: “En Chile, uno levanta una piedra y aparece un poeta”. En perspectiva, y observando las vidas de Violeta Parra y Pablo De Rokha, ¿por qué crees que sus vidas derivaron en suicidios?

Se trata, por vez reiterada, sobre el sentimiento. La poesía es sentimiento incontrolable, -ya sea para construir como dicen algunos psicólogos o por ganas de destrozar los cimientos del mundo y de uno mismo-. Esa arma de doble filo es la que el poeta blande al límite de sus posibilidades. No todos los poetas viven la poesía, algunos solamente la escriben y para ellos el fracaso es menor, sin embargo, existen otros que apuestan por ella con todo su ser,  insisten con tenacidad para alcanzar la gloria, el reconocimiento, una probada de esa torta que les ha negado la sociedad. Ello exponen sus secretos a modo de códigos esperando que nadie los descifre, exponen su consciencia con cada palabra, se arrojan a la vorágine del fuego de sus convicciones y frustraciones, y esto no les deja ilesos. Los grandes poetas enfrentaron a la muerte y no tuvieron miedo, dignamente la miraron y estoy seguro que sonrieron un poco. A propósito del suicidio: “es indigno, antinatural, cobarde, al infierno se irá”, dicen las señoras entrometidas en mi pueblo a modo de gruñidos cuando algo así ocurre, -después ocurre que el velorio debe ser lo más lejos de la iglesia y ni hablar de hacerle una misa al difunto, si este era cristiano. Fue un paria en su vida y será un paria en su muerte, esa es la lógica. Cruzando el océano pacífico, el suicidio significa conservar el poco honor que te quedaba en la vida, en cambio, aquí, implica cobardía.

¿Qué habrá pensado De Rokha con la escopeta en las manos? Solo en su casa, su amada Winnet ya no estaba para escuchar sus discursos, su hijo Carlos ya no estaba para debatir de poesía, una pila de viejos funcionarios le habían dado el premio nacional un año antes cuando ya estaba sin dientes, cuando ya no molestaba a nadie, quizá pensaba que su apuesta por la poesía había fracasado…

¿Cuál habrá sido el paisaje que pudo ver Violeta desde el escenario en su último acto?; los pupitres vacíos de su Universidad del Folclore Nacional, de su regalo a la cultura chilena, de todos sus años de penurias amorosas, de sacrificios, de menosprecios, de pérdidas. Su mayor apuesta enterrada en la memoria de la indiferencia colectiva, su corazón regando su sangre por culpa de un mal amor.

¿Se habrá deseado a sí mismo “feliz cumpleaños” Rodrigo Lira cuando su bañera se teñía de rojo? Solo en su departamento a los 32 años de edad, un fracaso total decían a su espalda, sin mujer, con varías carreras universitarias a cuestas y la fama de un loco. Su mamá no lo entendía, su padre no lo entendía, su psicólogo no lo entendía, su psiquiatra pensó que el electroshock podría curarlo, y no lo hizo.

Solo puedo presumir sus razones de por qué ellos apostaron por la poesía, realmente lo intentaron y fallaron, pero su muerte le dio otra dimensión a sus vidas y obras que interpelan a muchos: Violeta, cultiva bondad y sentido humano, Pablo anima a luchar con valentía, Rodrigo recuerda que la poesía no es algo gris y estructurado. Todos ellos han dejado en su muerte un misterio para descifrar. El mundo humano, les obligó a seguir pautas que los condujeron a la muerte.

¿El hecho que hayan elegido suicidios por arma de fuego, implica algún tipo de símbolo, a tu juicio?

El fuego, la pólvora, el estruendo de la bala, destrozando su armonía del cuerpo, parecen ser medios para acceder a un símbolo mayor, -pese a que se subentiende que es una decisión “metafísica” para ejercer la propia libertad-. El suicidio, sigue seduciendo como idea, porque la existencia puede resultar insoportable, de muchas maneras.

En vínculo con el análisis anterior, que Alejandro Jodorowsky -como poeta chileno y universal-, ha concebido el arte como una situación para sanar y para amar, ¿cómo contemplas, por un lado, el dolor y el sufrimiento que han tenido los poetas chilenos y del mundo a propósito de esta visión, y por otro, las novedades (la Psicomagia y Psicogenealogía) que Jodorowsky ha introducido como aporte en la Psiquiatría y a la Psicología?

Claro, observo que Jodorowsky postula una especie de terapia o, mejor dicho, una serie de actos dramáticos, poéticos, estéticos que en suma ayudan a sanar nuestra mente, en un ámbito moral. En la Psicomagia, la poesía, es un medio para llegar a la liberación espiritual, a un entendimiento más profundo de uno mismo, en cambio, comúnmente el poeta sufre su poesía, padece verso a verso, y no lo hace para sanarse, lo hace para tratar de expiar sus demonios, de evitar la tragedia, de construir un mundo más bello con sus palabras, e incluso, conectar con la propia corporalidad. Los poetas viven la poesía (no todos, solo los que apostaron de forma radical por ella) y la poesía es sentimiento, y en este mundo humano, más bien se promueve el sentimiento autómata, mediado por el materialismo. Es cierto, los poetas sufren más que la gente común, y muchas veces, tienen una especie de fascinación casi patológica con el dolor, y una relación tormentosa y violenta consigo mismo. Ahora bien, Jodorowsky tiene razón, el arte puede sanar, se puede amar de una forma más auténtica a través de él, se puede superar la tristeza y poco a poco cerrar heridas; lo extraordinario, así, es vivir por el arte o que éste sea tu motor principal, -porque siempre se está en riesgo de la derrota total como decía Bukowsky-.

Conociendo un poco más de su biografía, entiendo que usted vivió una situación en la que casi murió, en circunstancias que todavía son investigadas por la justicia; sufrió el atropello de un tren después de haber compartido con amigos en una fiesta. Tampoco tiene recuerdos de cómo llegó a la línea férrea. En efecto, han sido circunstancias muy duras. En este sentido, ¿qué es lo que ha meditado acerca de lo que sucedió?

He intentado recordar los detalles, y no lo logro. No sé lo que pasó y dudo que haya claridad algún día; no por eso voy a culpar al mundo, sentir rencor o autocompasión por mi estado, o dar lástima mendigando una pequeña limosna. ¡Por ningún motivo!

Cuando salí del hospital pensaba habitualmente y examinaba cada variable de esa noche, los asuntos que recordaba, las versiones de personas que decían haberme visto y sólo lograba hacerme un lío. He reflexionado; no tengo esas respuestas, ¿será valioso perder el resto de mi vida en esa encrucijada? Pues, no lo creo. Lo que haya pasado, pasó. Perdí mi brazo derecho, mi brazo izquierdo quedó herido, mi confianza en la gente se vio afectada, y descubrí el verdadero carácter de las personas que hasta ese entonces conocía. En cambio, sucedió que de quienes nada esperaba, pues me colmaron con sus preocupaciones y buena voluntad, y de algunos que creí que eran mis amigos y amigas, me dieron la espalda y siguieron cada cual con sus vidas.

Pese a la incertidumbre de mi accidente, a las versiones que señalan que hubo intervención de terceros, en lo que parece un intento de homicidio, que hubo una pelea, que me amarraron a las vías del tren; esto siempre ocurre cuando hay alguna situación sin resolver. Yo seguí con mi sed de literatura, seguí viviendo, seguí confiando en mis posibilidades y me concentré. No sé lo que pasó, y no dejaré que esa duda absorba mi vida en una espiral de cuestionamientos. No negaré que este hecho algo cambio en mí. Como mucha gente supone, yo “no nací de nuevo”; es obvio que algo se alteró, aparte de mi fisonomía, no sé qué exactamente…, ¿mi confianza en la humanidad?, ¿mi visión del mundo?

Sin embargo, sus abuelos son muy sabios, y sus padres y hermanos han demostrado una nobleza preciosa y un amor incondicional, y por cierto, en sí la belleza de la poesía es tan universal como altamente estimada. Con el debido respeto, ¿considera que esto le permitirá una entrada a una esperanza humana?, ¿por qué?

No he perdido la confianza total en las personas. Soy humano y sufro vacilaciones. He perdido toda esperanza en las leyes de una sociedad egoísta, en sus tiras y aflojas por el poder, en sus mentiras convenientes y en sus montajes ridículos. He perdido toda esperanza “de ver algo bueno en los seres humanos en sociedad”, y ni hablar de lo que son capaces cuando están en grupos políticos, religiosos, militares y judiciales…

Tengo un poco más de precaución al conocer a otras personas, ya no me entrego ni me muestro entero de inmediato. Ahora espero, medito un poco, sopeso la autenticidad de lo que se me dice, desconfío hasta cierto punto; esto es esperable. Creo que lo que me permite continuar una vida sin remordimientos ni odios, sin perder la esperanza en todas las personas ni encerrarme en laberintos mentales, es mi familia; cuento con su cariño y apoyo, y me han abierto sus puertas al igual que la poesía.

Sin duda, la poesía es un trabajo hecho por hombres para hombres; es imposible escribirla si no se tiene contacto con otros hombres, o con una mínima perspectiva de que algo mejore, un pequeño susurro que diga: ¡adelante! En suma, no he perdido mi esperanza en las personas, he perdido mi esperanza en la Humanidad.

¿Cuál es su visión después del tiempo que ha pasado?

En estos dos años la gente me ha dicho que soy fuerte. No obstante, mantengo un pensamiento lógico. Me pasó esto, lamentarse no hace la diferencia, rogarle a una divinidad tampoco, mi brazo no crecerá como las colas de las lagartijas, así que compadecerse no hace ninguna diferencia. No daré vuelta mi mirada. Aún tengo mi poesía, buena o mala da lo mismo, es mía. Esto es lo que pienso de mi actualidad y la poesía:

Literatura.

Mi cuerpo lo clama,

mutilado y todo

mi cuerpo exuda literatura.

No buena literatura,

no soy como Sade, Bukowsky, Lihn,

no hago de mi último aliento

un poema memorable,

no porque no lo intente al filo de mí mismo

solo mi  vida no es poesía, ella me escupe.

No soy bueno,

las letras me dan la espalda con desprecio.

No soy bueno,

nunca he visto  una musa

y poco me importa su existencia

igual, intento producir mis cosas,

pero soy mal genio

lo intento al filo

de esta hoja brutalmente blanca

que trato de llenar con mi sangre.

Lo intento,

fallo

me falta sangre para llenar el limbo del poema.

A veces logro pequeñas sonrisas,

una que otra palmadita por la espalda,

reseñas breves en pequeños diarios,

el clamor del círculo.

En realidad no logro nada

soy otro nombre en la lista

de poetas con posible futuro.

¿Servirá mi sangre derramada

en la hoja carnívora?

¡No!

Fallo

grito pero es inútil.

A la poesía no la lee nadie.

Soy pesimista en algún sentido, lo sé. “El poder” con suerte lee best-seller como Crepúsculo o un thriller de conspiraciones o cosas así. No lee poesía.  Éste soy yo, un apostador obsesionado por las letras. Mi pasado, mi accidente, ha definido en alguna medida mi identidad, aunque la poesía aún me arrulla como una madre a su niño.

¿Cree en el amor humano?

Sí; lo percibo como un sentimiento avasallador, pleno, que permite enfrentar al mundo humano de forma directa, con un valor tan inspirador, como para dar la vida por otra persona.

Entiendo que la palabra “amor” ha sido mal utilizada y se ha intentado trastornar su verdadero valor. Y la confusión acerca de su valor, va por lo general dada por las apariencias. Hay muchos gestos que parecen fidedignos: regalar flores y chocolates, regalar un anillo de compromiso, y que al final, se presentan como lo que son: espejismos. El amor, debe superar muchos desafíos antes de llamarse tal, y eso puede verse sólo en el amor incondicional, que te hace desear ser mejor persona; cuando el amor se presenta así, entonces se ha encontrado un tesoro, que el dinero o el poder no pueden comprar.

¿Y usted está enamorado de alguien?

En estos momentos no, pero he estado enamorado y todas mis construcciones se han venido al piso. Como si un terremoto terrible arrojara al suelo todas mis seguridades y me dejaran sin defensas clamando por la ayuda de su nombre. Es terrible y sublime a la vez. Es una apuesta, puedes encontrar la ambrosía de los dioses o la oscuridad de los infiernos. Es una apuesta y a mí me gusta apostar.

¿Dónde cree que le va a llevar el poder amar a otra persona?

Las personas son indescifrables. Cuando uno cree conocerlas nos dan un golpe directo al mentón. ¿Cómo saber dónde nos llevará el amor? Es imposible saberlo, pero no es imposible soñarlo. El amar a otro nos puede llevar a construir una pequeña trinchera contra el mundo, un lugar alejado de todas las leyes, un pequeño rincón donde las propiedades físicas las dictemos nosotros, donde la gravedad solo será una anécdota y solo importe nuestra respiración, el latir de nuestros corazones, la piel erizándose al contacto, los besos trasformando nuestra anatomía.

Y esa pequeña rebelión contra el mundo te hará querer respirar una vez más.

Para finalizar, ¿cuál cree que es el acto de libertad más radical que la poesía le puede presentar a un ser humano?

El acto más radical podría ser el grito, el manifestar las verdades desde las entrañas, en declarar los dolores para que no se acumulen ni te generen un “cáncer”, el jugar con las posibilidades de las palabras y alargarlas o exprimirlas por el bien de tu arte.

La poesía la impresión de sentirse inmortal, de que nuestras ideas se perpetuarán y podremos vivir en el Olimpo, -donde los otros inmortales beben vino leyendo los versos que tanta sangre les costaron, allí junto con Rimbaud, Baudelaire, Lihn, Neruda-; esta es solo una sensación que se termina al momento de acabar los versos, aunque la visita a ese espacio de la imaginación te cambia, y nunca una visita es igual a la anterior; por eso te esfuerzas en volver una y otra vez. ¿Qué más radical que esforzarte en contra de tus posibilidades por saborear, por vez reiterada, el cielo literario?

Blog del poeta: http://robot-roto.blogspot.com

Eduard Von Europa (texto y fotos)

3 Comentarios

  1. […] Noticias pendientes $(document).ready (function () { var acturl = document.location.href; for (i=0; i function vota (idpost) { alert ("No se permiten los votos anónimos"); } function votaNo (idpost) { alert ("No se permiten los votos anónimos"); } function votacomentario (id,sentido) { alert ("No se permiten los votos anónimos"); } 1 votos Rubén Jara Bravo: el poeta que emerge como el Ave Fénix […]

  2. Sin duda un ejemplo para muchos, a pesar de no pretender ni querer serlo. Podría decir, que en una pequeña parte, conozco la historia de Rubén y me enorgullece y emociona tremendamente ver que las barreras que ha puesto la vida frente a él, las ha saltado con éxito… Es una sorpresa muy agradable encontrarme con su historia de letras retratada en esta nota y creo que refleja su sed de poesía y su ansia infinita de cuestionamientos de la vida que en algunas ocasiones, en serio y en broma, intentamos mutuamente resolver.

    Un gran abrazo a la distancia…

    Eduardo.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

Lo imposible y la obsesión: «La retirada», de Michael Jones

Next Story

Filmoteca Literaria (XIII): «1984» (Michael Anderson, 1956)

Latest from Entrevistas