Una vida de papel: reflexiones en torno al bosque imaginario de Ana María Matute

Cuando leí y escuché el discurso de Ana María Matute en la ceremonia de entrega del premio Cervantes, me sentí conmovida y emocionada, supongo que como muchos de los que leéis ahora estas páginas. Uno de los motivos puede ser, sin duda, la simpatía que me despierta esta octogenaria con aspecto de dulce abuela narradora de cuentos. La fragilidad de su figura y el rostro cargado de recuerdos y fantasías la convierten en un personaje entrañable y carismático a la vez.

Ana María Matute (Foto: Imserso/wikipedia)

Pero no es eso lo que verdaderamente me conmovió. Fueron sus palabras. Fue la declaración de que su vida había sido, en gran parte, una “vida de papel”, de que los libros habían sido el faro salvador de muchas de sus tormentas.

Habrá quien pueda considerar esta afirmación como algo triste. ¿Qué tipo de existencia puede ser esa que elige o se ve obligada a abandonar la realidad para encerrarse en mundos imaginarios? ¿Cómo puede alguien vivir de verdad si está constantemente escondido tras las páginas de un libro? Pues, en el fondo, la literatura no es más que un entretenimiento en el mejor de los casos, y una huida en el peor…

Sin embargo, los que somos entusiastas lectores desde la infancia, los que amamos las palabras y los universos extraordinarios que crean en nuestra mente, los que conocemos de primera mano la magia deslumbrante de una ficción que nos arrastra y nos transforma no tenemos tanto miedo a identificarnos con Matute y afirmar con ella que nuestras vidas también son, en gran parte, “vidas de papel”.

Y esto es así, precisamente, porque entendemos lo que significa tener una relación vital e íntima con la literatura, porque asentimos convencidos cuando le oímos decir: “el que no inventa, no vive”, porque sabemos, al igual que ella, aunque quizá no seamos capaces de explicarlo tan bien, que la fantasía no es, en realidad, un modo de escapar de la vida, sino la única manera de vivirla intensamente.

En otro discurso, titulado “En el bosque” y leído en 1998 con ocasión de su entrada en la Real Academia Española, la autora catalana se preguntaba: “Porque, ¿acaso nuestros sueños, nuestra imaginación no forman parten también de nuestra realidad? Yo creo que no hay nada ni nadie que sea única y absolutamente materia, y que todos nosotros, con mayor o menor fortuna, somos portadores de sueños, y los sueños forman parte de nuestra realidad”.

En ocasiones, he escuchado a gente manifestar un profundo desinterés por la lectura de novelas, simplemente porque lo que cuentan no es real, no ha ocurrido. Si la narración se sitúa, al menos, dentro de un contexto histórico determinado en el que se pueda “aprender” algo (la visión utilitarista es patente), la lectura queda todavía parcialmente justificada. Pero, cuanto más nos alejamos de la ficción de corte realista para adentrarnos en el reino de la fantasía y el ensueño, más cruda y vociferante se hace la crítica hacia el supuesto escapismo que implica.

Me recuerdan a Thomas Gradgrind, el personaje que retrata Dickens en Tiempos difíciles, un maestro obsesionado por los hechos y las cifras, enemigo de dejar volar la imaginación, convencido de que los cuentos sobre las hadas, los duendes y los genios maravillosos no son más que tonterías destructivas, una pérdida de tiempo.

Pero la literatura, denostada o minusvalorada a menudo como ficción, como “mentira”, no es algo inútil ni carente de sentido porque nos permite tomar conciencia del mundo y de nosotros mismos (incluso aunque nos hable de otros mundos imaginados, sí), porque nos hace reflexionar a través de experiencias que no hemos podido conocer en nuestra vida real, porque nos cambia, al menos, en la misma medida que lo hacen los acontecimientos cotidianos. Por eso, entendemos muy bien lo que nos quiere decir Ana María Matute cuando nos pide que si, en algún momento, tropezamos con una historia o con alguna de las criaturas que transmiten sus libros, nos las creamos. Debemos creerlas justamente porque se las ha inventado.

Natalia González de la Llana Fernández
www.unesqueletoenelescritorio.blogspot.com

Discurso íntegro de Ana María Matute, leído el 27 de abril de 2011.
Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares (Premio Cervantes 2010)

Natalia González de la Llana

Natalia González de la Llana Fernández (Madrid, 1975) es Licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Univ. Complutense, donde obtuvo el Doctorado Europeo. Posee, entre otros posgrados, el Máster en Libros y Literatura para Niños y Jóvenes (UAB) y el Máster en Escritura de Guión para Cine y TV (UAB) . Se dedica a la enseñanza y la investigación en el Dpto. de Románicas de la Univ. de Aquisgrán (Alemania). Además, dirige talleres de escritura creativa y ha publicado la obra de teatro "Dios en la niebla" (2013). Es autora de “Un esqueleto en el escritorio”, Premio RdL al mejor blog internacional 2011.

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