Andrea Bajani | Foto: Siruela

Bajani: «La utilidad es un certificado de muerte»

/
Andrea Bajani | Foto: Siruela
Andrea Bajani | Foto: Siruela

Andrea Bajani es sin duda uno de los autores más reputados del actual panorama literario italiano. Llega a las librerías españolas Saludos cordiales (Siruela), una novela escrita en el 2005 y definida como una novela de la crisis y del precariado. Sin embargo, Bajani ha rehuido desde siempre toda etiqueta que lo describe como un autor social y si bien su obra, en la que podemos encontrar también ensayos como Domani niente scuola, siempre ha establecido con diálogo directo y comprometido con el mundo circundante, la narrativa de Bajani se define por una constante reflexión literaria y por una continua indagación en el lenguaje. Saludos cordiales es una prueba de ello.

Su literatura ha sido definida en más de una ocasión como literatura industrial (equivale en castellano a nuestra literatura de la crisis) ¿Está de acuerdo con el concepto y sobre todo con qué dicho concepto defina su literatura?
Cuando salió esta novela en Italia, en el 2005, se me definió como un escritor social y se dijo que mi literatura podía definirse como una literatura industrial; Saludos cordiales fue, además, definida como una novela acerca del precariado. Esta categorización responde al hecho de que se suele pensar que los escritores se dividen en dos grupos, los escritores políticos y los escritores intimistas. Yo, sinceramente, nunca me identifiqué con el apelativo de escritor social o político; por entonces, no me reconocía en las reseñas ni tampoco reconocía mi obra en ellas, puesto que no me consideraba, y sigo sin considerarme, un escritor social.

Habla en pasado, ¿ha cambiado algo desde entonces?
Por entonces era todavía joven y, a pesar de no reconocerme en ese apelativo, el hecho de que me lo acuñaran me hacía dudar; era una duda que se alternaba, sin embargo, con la convicción, que todavía hoy tengo, de que por lo general todo escritor se interesa por el mundo, independientemente de si se lo define como un autor social o no. Ahora, transcurridos ya diversos años, puede decir que tengo la absoluta certeza de que no soy un escritor social; al contrario, diría que me enmarco más dentro de la definición de escritor intimista, sólo que mi intimismo comprende también el mundo

Podríamos hablar entonces de un intimismo post-romántico que no puede aislarse ya del mundo.
Hoy en día es absolutamente difícil permanecer fuera del mundo, sobre todo si se es escritor, sólo que hay distintos modos de aproximarse al mundo. Friedrich Dürrenmatt, en la última carta que le envío a Max Frisch, tras años de problemática amistad y correspondencia, le decía: “existen dos tipos de escritores: aquellos que como tú han hecho de su caso personal el mundo, y aquellos que como yo hacen del mundo su caso personal”. Como se ve, la literatura siempre es personal y siempre engloba el mundo.

¿Cuál de las dos opciones definidas por Dürrenmatt le describe a usted como autor?
La primera opción, me siento identificado con Frisch.

Resulta curioso que lo consideren un autor industrial cuando su obra se define –Vila-Matas o Tabucchi así lo señalaron- por la reflexión literaria.
No es del todo extraño, se trata de una etiquetar que responde a la voluntad de categorizar temáticamente las novelas: si el personaje transcurre toda la historia en un coche, se define la novela como una novela automovilística; si, en cambio, el personaje tiene una pasión por la música y ésta está muy presente, la novela será definida como novela musical o si el personaje es un navegante se hablará de novela marina. Es absurdo puesto que la literatura es literatura y nada más. Hay muchas cosas que se pueden clasificar en compartimentos, pero no la literatura, no se la puede encerrar en una etiqueta. Conceptos como “la novela social” o “la novela industrial” sirven simplemente para clasificar las obras en las librerías y venderlas mejor, pero no sirven para hablar de literatura.

Siruela
Siruela

Saludos cordiales juega con el absurdo y en concreto el absurdo kafkiano. ¿Tenía a Kafka como referente en la descripción del mundo de la empresa y la burocracia?
Kafka evidentemente está ahí y evidentemente podemos decir que Saludos Cordiales, entre otras cosas, es también una novela surrealista, una novela onírica y del absurdo. Es, asimismo, su ser onírico y su carácter absurdo aquello que niega su posible clasificación como novela social. En cuestiones de escritura podemos trazar dos tipos de tendencia, aquella de la crítica y aquella de la representación deformada; la literatura es la escritura de la deformación, mientras que la escritura de la crítica, de la objetividad, es la escritura del ensayo, del periodismo o de la sociología. Saludos cordiales, como es lógico, se encuadra en la línea de la representación deformada, y no sólo porque se trata de una obra literaria, sino también porque lo que a mí me interesaba era pasar la realidad a través del filtro de la ironía y de lo clownesco, para hacer saltar por los aires la representación del mundo: quería que de la representación más absurda posible surgiera el más lúcido de los realismos.

Es un discurso muy beckettiano…
Si Samuel Beckett estuviera vivo, desayunaríamos cada día juntos.

Este juego del absurdo se incrementa con la introducción de las increíbles cartas de despido, unas cartas que usted transcribe, en vez de narrarlas.
Las cartas son la evidencia de cómo el lenguaje está envenenado, de cómo hemos estropeado las palabras y, por tanto, también el mundo de los significados y de los sentimientos. En Saludos cordiales se reflejan dos mundos: el mundo de los niños, en el cual las palabras son palabras sencillas, pero que abarcan el mundo, y el mundo de los adultos, en el que predominan las palabras de la empresa. Con las cartas quería hacer escuchar estas palabras típicamente empresariales; si en vez de incluir las cartas, las hubiera solamente narradas, hubiera domesticado las palabras, éstas no se habrían escuchado con tanta fuerza. Yo quería mostrar que existe un mundo publicitario, más que propiamente empresarial, en el cual los sentimientos y las palabras son envenenados y transformados en municiones para disparar.

Y el veneno de las palabras llega a contaminar a los propios personajes, sobre todo al jefe, un hombre cínico que juega a manipular todavía más las palabras.
En el momento de la redacción del libro, tenía la esperanza de que el protagonista, al final, se vengara de su jefe a través de estas cartas que él escribía. Tenía la esperanza de que las cartas no fueran, o al menos no lo fueran todas, una perfecta ejecución del encargo, sino que se transformaran en una venganza en contra del jefe. El gran problema es que, en verdad, una venganza no hubiera servido a mucho, puesto que para el jefe es completamente indiferente creer o no creer en las cartas y en lo que allí se dice; al jefe no le interesan las palabras, no le interesan los sentimientos, solamente le interesa el objetivo, es decir, despedir lo más rápido y eficazmente posible a algunos empleados.

Es decir, el jefe es inmune incluso a la venganza siempre y cuando se cumplan los objetivos.
Por ello, como te decía, a nivel práctico la venganza no habría servido de nada. Hubiera sido solamente un modo que habría tenido el protagonista de salvar su propia conciencia de la vergüenza de ejecutar el más horrible de los encargos: utilizar los sentimientos para aniquilar profesionalmente a sus compañeros.

Y sin embargo no hay némesis final, el protagonista huye, pero no se rebela.
Lo único que consigue hacer el protagonista es huir, esa es su venganza. El protagonista hubiera podido vengarse con las palabras, hubiera sido una venganza falsa, es decir, solo a través de las palabras, pero ni tan siquiera consigue hacer eso. La literatura es, en el fondo, una forma de venganza, pero una venganza no real, pues en verdad la literatura nunca se venga verdaderamente de mundo real que denuncia, la literatura sólo se venga en el mundo de la ficción. Las palabras son para la literatura la única manera de sabotear el mundo, el único modo que tenemos para disparar contra él.

Y en este mundo saboteado por las palabras, los únicos que se salvan son los niños, cuyo mundo y cuyo lenguaje es todavía virgen.
El de los niños es un mundo virgen, pero no necesariamente bueno. Yo no comparto en absoluto la idea de que el niño es un ángel y su mundo es completamente ideal; lo que sucede es que, a diferencia del adulto, el niño no engaña, el niño no se presenta como un ángel, no buscar aparentar lo que no es. Asimismo, uno de los aspectos más interesantes de los niños es que ellos, por su corta edad, todavía no han aprendido a vivir y, aunque resulte paradójico, este no-aprendizaje es la única y verdadera condición para vivir. Por el hecho de que hay tantas cosas que desconocen, los niños buscan, investigan, intentan… por lo contrario, los adultos son los profesionales de la vida, se creen capaces y hábiles para vivir y, por tanto, ya no descubren nada, hacen todo de forma automática, la vida de los adultos es una especie de muerte continua.

Y el lenguaje es aquello que diferencia los dos mundos.
En contraposición al lenguaje de la empresa, el lenguaje de los niños es un lenguaje verdadero y la literatura aspira justamente a ese lenguaje: la literatura trata de apropiarse del lenguaje no envenenado, del lenguaje verdadero, en el que los sentimientos y las palabras coinciden.

El lenguaje todavía no manipulado.
El lenguaje literario debe ser un lenguaje no manipulado, pero que puede ser cruel, siendo siempre un lenguaje auténtico.

Los niños en su novela enseñan a vivir a los adultos, se convierten en maestros.
Los niños son unos grandes maestros de vida, pero sólo si el adulto quiere. Los niños pueden enseñar mucho a los adultos y de hecho yo quisiera un presidente del gobierno de cinco años, pues seguramente sabría hacer las cosas y gestionar el país mucho mejor de lo que lo hacen nuestro políticos actuales.

El mundo de los niños es también el mundo fuera de la empresa, el mundo de la verdadera vida.
Según la mentalidad propiamente empresarial no existe otra vida más allá de la misma empresa. La empresa quiere substituir al mundo, quiere canibalizarlo todo, quiere que la gente que trabaja en ella la tenga como única razón de vida. Los personajes viven en este engaño, aunque el protagonista, y esto se ve en las cartas, tiene una débil conciencia de que con el trabajo en la empresa uno renuncia a todo. El protagonista se va dando cuenta de que la verdadera vida está fuera, fuera del mundo empresarial.

En su ensayo Domani niente scuola usted reivindica para la escuela una educación humanística que no aplauda únicamente el fin productivo, ideal típicamente empresarial.
Lo que a mí me interesa es la inutilidad, esa inutilidad que nos sorprende. La utilidad del provecho, la utilidad empresarial, no sorprende porque coincide con un objetivo marcado a priori. La utilidad es sinónimo de un mundo muerto, es un certificado de muerte; por el contrario, la inutilidad es todo aquello que se desvía, todo aquello que toma un camino distinto al marcado por los presuntos objetivos. Son estos caminos los que nos pueden llevar a disfrutar de la inutilidad de un anochecer, a la inutilidad de la poesía o a la inutilidad de la añoranza.

Sus palabras me hacen pensar en el ensayo de Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil.
Es inevitable tener unos objetivos, la cuestión es que estos objetivos no sean impuestos. Un niño, así como un adulto, no sabe exactamente qué es lo que quiere hacer mañana, de ahí que lo esencial es aprender constantemente, sin fijarse objetivos y beneficios a priori. Quien elogia lo útil es aquel que mira el cielo para situar el carro de fuego, quien elogia lo inútil es aquel que mira el cielo a la espera de una estrella fugaz. La diferencia entre lo útil y lo inútil es la manera de mirar al cielo: algunos lo miran en busca de aquello que ya saben que está ahí, otros lo miran desde una actitud de recepción absoluta, sabiendo que todo es posible.

En este sentido, usted decía en una entrevista que la literatura es situarse en el abismo del desconocimiento.
La única cosa que se puede hacer cuando se está frente al abismo es tratar de habitarlo. Y esto es lo que hace la literatura: la literatura habita el abismo. En el hospital, pocos días antes de fallecer, Antonio Tabucchi dictó a su hijo un relato en el cual contaba la historia de un hombre obligado a marcharse. El gesto de Tabucchi es la mejor definición de lo que es y debe ser la literatura: llegar a la orilla extrema a la que todos temen, de la que todos tienen miedo, y habitarla a través de una historia.

Y seguramente no hay orilla más temible que la representada por la muerte.
No conozco ningún libro relevante en el que no aparezca la muerte. Escribir sobre ella es la única manera que tenemos para acercarnos a lo que puede significar, puesto que la muerte es el gran desconocido. La muerte es, además, un gran dispositivo de tiempo: acera los relojes y, paradójicamente, los vuelve a cargar.

A través de la cuestión del trasplante, en Saludos cordiales usted subraya la fina línea que separa la vida y la muerte.
El trasplante es uno de los temas a los que yo estoy más unido y considero que el trasplante más fascinante que hay es la lectura y la literatura. La lectura es el trasplante de un mundo en otro, el del lector, que resulta modificado completamente. La lectura es un trasplante metafórico, pero también real, porque ¿qué hay de más invasivo que la propia literatura? Además el trasplante pone sobre la mesa una cuestión que para mí es esencial: la muerte es necesaria para poder vivir. En toda relación, hay una parte de nosotros que muere para poder acoger al otro. El problema verdadero es creer que no se necesitan trasplantes, es decir, pensar que se es completamente autónomos. Las relaciones, junto a la literatura, son los grandes trasplantes de la vida, son nuestras grandes riquezas.

Sin embargo no todos los trasplantes tienen éxito.
De la misma manera que hay unas relaciones que no funcionan y muchas veces no se sabe por qué. No existiría la literatura si todos los trasplantes funcionaran, no existiría la literatura si hubiéramos encontrado la manera de vivir; la literatura comienza justo en el momento en que es evidente que uno no es capaz de vivir.

Pienso en los personajes de Enrique Vila-Matas, muchos de ellos son enfermos de literatura, y la enfermedad es aquello que les permite vivir.
Ciertamente, porque la literatura es una dependencia y, a la vez, una forma de bulimia. Estar enfermo de literatura significa estar enfermo de una enfermedad que te hace aparecer el mundo distinto a como tú creías que era.

¿No es peligroso confundir la literatura con la realidad?
Me parece más peligroso todavía pensar que la realidad es la realidad porque la realidad es el más grande engaño que existe. Quien encuentra su mundo en la literatura es, a fin de cuentas, el más grande de los realistas.

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia (1986) es licenciada en filología italiana y en Teoría de la literatura

y literatura comparada; Máster en Teoría de la literatura y literatura comparada por la

UB. Es colaboradora habitaual de Panfleto Calidoscopio, ha publicado breves ensayos

en la Revista Forma de la UPF y reseñas en 452f. También ha publicado artículos en El

núvol o Barcelona Review.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

Tan lejos, tan cerca

Next Story

Vacaciones en Patmos

Latest from Entrevistas