Esto no es una crítica literaria sobre «Richard Yates», por Manuel Astur

Imaginemos. Un día cualquiera entre semana, al atardecer, una chica viaja en un tren de cercanías, camino de su casa en una urbanización a las afueras de la ciudad, después de haber salido de clase en la escuela, donde estudia, por ejemplo, diseño de moda. No está triste, pero tampoco contenta. Es inteligente, pero no valora su cerebro como su mejor arma. No es guapa, pero, desde luego, tampoco fea y la ropa moderna que lleva, junto con el pintalabios rojo que se pone todas las mañanas (y repasa cada poco) y el esmalte, del mismo color, de sus uñas, ya un poco descascarillado, le garantiza la aprobación general de los hombres y no desentonar en las discotecas donde va los fines de semana. Tendrá unos 19 años. Se considera buena persona, “vive y deja vivir”. Está más o menos satisfecha con su vida y, si bien cree que podría ser mucho mejor, no se esfuerza para que así sea pues sabe que es imposible cambiar nada. Podemos decir que ha encontrado un cálido refugio en una cómoda vida no mediocre pero tampoco excepcional. Destaca lo justo como para que la inviten a fiestas de revistas de moda y no llamar demasiado la atención. Le gusta mucho la música y entiende de sobra como para reconocer un hit cuando el dj lo pincha y poder alzar los brazos en éxtasis. No es una gran lectora, pero en su bolso tiene un libro de Murakami que ha sustituido al Lobo Estepario de Hesse, que leyó el mes pasado, y se deja aconsejar de buena gana por sus amigos más puestos en el tema. De arte lo desconoce casi todo, pero sabe reconocer, nada más verlo, lo que es bueno, o “excitante”. De hecho, aparte de la moda, su gran pasión, hace también fotografías que cuelga en internet (su última serie, en la que retrataba a sus amigas con el pintalabios corrido y los ojos morados como si hubieran sido víctima de malos tratos, ha tenido buenas críticas en su entorno) y es muy fan de Terry Richardson y de García-Alix. También le gusta el cine y adora las películas de Wes Anderson (querría parecerse a Margot Tennenbaum). No soporta la televisión pero ve buenas series como Mad Men o Los Soprano en internet. Es buena estudiante pero eso no le impide salir de fiesta cuando le apetece; sus padres tienen bastante dinero y mientras no les dé problemas (están muy ocupados ganando ese dinero) no ponen pegas en que la niña utilice su tarjeta de crédito “con moderación”.

Ilust.: Benlo - poignantpoet.blogspot.com

Le gusta viajar y adora Nueva York, ciudad en la que sueña vivir dentro de unos años y donde ha ido ya en tres ocasiones, además de Berlín y Tokio, pero se suele quejar amargamente de que no puede hacerlo muy a menudo. Le gusta España pero considera que es un país un poco atrasado. Tiene más de 800 amigos en Facebook, 600 followers en Twitter y un Formspring que no utiliza mucho pues sólo le hacían preguntas picantes sus amigas (las muy putas). Amigos de verdad tendrá unos diez y, de esos, íntimos, sólo tres chicas a las que conoce prácticamente desde la infancia y con las que se lo pasa muy bien. No tiene problemas familiares, si bien no entiende a sus padres, que están todo el día trabajando amargados y no le prestan la más mínima atención. Ella no será así, desde luego, ella va a ser alguien, sí,  va a vivir su vida como quiere, no como le digan, piensa de vez en cuando. No tiene novio: cree en el amor y algún que otro capullo le ha hecho daño. Está convencida de que aún no ha encontrado al hombre adecuado y va con cuidado.

Mira el ocaso por la ventana. Ha empezado a llover y los cristales están empañados. Mira su reloj Casio dorado: aún le queda una media hora de viaje. Saca el libro de Murakami pero ni lo abre. Saca su iPhone, se pone los auriculares y empieza a sonar Bon Iver. Se conecta a Facebook y ve que tiene siete solicitudes de amistad. Como casi siempre, son de hombres. Mira las fotos y según su aspecto las va rechazando o aceptando. Uno de ellos parece oriental. Y vive en New York. Aceptar.

Menos mal que sabe inglés. Entra en su muro y, por sus estados, ve que es un chico sensible. No tiene problema en decir que está llorando. También ve que es escritor, mira tú, tiene varios libros publicados, con lo jovencito que es. Dice cosas profundas, pero no es pedante, y eso que se nota que ha leído mucho y es muy culto. Ella se siente reflejada en sus palabras. Lee las conversaciones en su muro, son largas, se repite mucho, algunas profundas, otras pura chorrada. Es extrañamente provocativo. Mira sus fotos con naturalidad -está acostumbrada a ese exhibicionismo de su generación y ella misma ronda a los fotógrafos en las fiestas con la esperanza de que le saquen, y etiqueten a los pocos días, una foto en la que fingirá estar más colocada de lo que realmente está y divertirse mucho más de lo que en verdad se divierte-  y alguna que otra le hace sonreír. Es un poco payasete, le gusta mucho llamar la atención. Parece que está un poco loco. Es un inconformista. Conoce a mucha gente. Entiende de moda. Está al día. Es un poco rebelde pero no rechaza la sociedad. Es moderno. Es tímido y, al mismo tiempo, muy presumido. Parece bipolar. Tiene sentido del humor y, de vez en cuando, destellos de originalidad. No apabulla. Avanza por las fotos y las notas,  se parece a ella,  le gusta lo que ve pero tampoco le entusiasma, es entretenido pero no apasionante, mola, nada más, le gusta bastante. Nada más. O nada más y nada menos.

Por fin, el tren llega a su parada. El tiempo ha pasado rápido. Se desconecta de internet y guarda el iPhone y el libro en el bolso. Se baja en la estación vacía. Camina por la calle bajo la lluvia pensando en lo mucho que le gustaría tener su vida. Estaría bien ser su amiga, quizá en su próximo viaje a New York podría enseñarle sitios y presentarle a gente interesante que le cambie la vida. Todo es cuestión de conocer a las personas adecuadas.

Cuando entra en su casa, donde recibe el habitual saludo frío de sus padres, se dirige directamente a su habitación, enciende el ordenador, pone en el muro del escritor neoyorkino “Hi! how are you?” y sigue viendo sus cosas, investigando su vida. Afuera, en la calle, ladra un perro.

Imaginemos ahora que, en lugar de coger un iPhone y abrir Facebook, lo que esta chica ha abierto ha sido Richard Yates, la última novela de Tao Lin, editada en nuestro país por Alpha Decay. En mi opinión, tampoco habría demasiada diferencia. En realidad no habría ninguna.

Imaginemos, por último, que esto ha sido una crítica literaria. Podría serlo, pero no lo es. Del mismo modo que esta tampoco es una novela sino otra cosa parecida. Nada más. O nada más y nada menos.

Manuel Astur González
www.manuelastur.wordpress.com

Manuel Astur González

Manuel Astur González (Grado, Asturias, 1980) es escritor, periodista, poeta y productor musical. Entre sus muchas peripecias vitales destacan haber sido editor de la conocida revista cultural madrileña Arto!. Tras diez años en Madrid, actualmente reside en Barcelona, desde donde colabora con diversas revistas nacionales. Ha publicado relatos en varias antologías, destacando especialmente "Mi madre es un pez" (Libros del Silencio, 2012) o "Perversiones" (Ediciones Traspiés, 2012). Recientemente ha salido al mercado su primer libro; el poemario "Y encima es mi cumpleaños" (Esto no es Berlín Ediciones, 2013).

4 Comentarios

  1. Hola, quizás os interese saber que tenemos una colección que incluye el relato ‘Oh, Joseph, I’m So Tired’ de Richard Yates en versión original conjuntamente con el relato ‘A Small, Good Thing’ de Raymond Carver.

    El formato de esta colección es innovador porque permite leer directamente la obra en inglés sin necesidad de usar el diccionario al integrarse un glosario en cada página.

    Tenéis más info de este relato y de la colección Read&Listen en http://bit.ly/ndSymF.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

Un nuevo vendaval de microrrelatos invadirá la red

Next Story

Dos grandes miniaturas de lo prohibido: «Diario de un intoxicado», de Jules Boissière y «Â¡De eso nada!», de D. H. Lawrence

Latest from Reseñas