Pablo Martín Sánchez | Foto: Pere Rovira Samblancat

De la orquesta de la revolución al coro de la Transición

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Pablo Martín Sánchez | Foto: Pere Rovira Samblancat

Pablo Martín Sánchez (Reus, 1977) publicó en 2012 su primera novela, El anarquista que se llamaba como yo, y se ganó el favor de la crítica. Ahora ha sacado a la luz Tuyo es el mañana, la segunda parte de una trilogía sui géneris, a partir de una “autobiografía mínima” —la primera novela partía de un personaje real de nombre idéntico al del autor, mientras que la segunda hace converger a seis personajes en una trama que sucede el día 18 de marzo de 1977, fecha de nacimiento del escritor—, y ha vuelto a deslumbrar.

En El anarquista que se llamaba como yo, el prólogo y la adenda final abundaban en los mecanismos de la autoficción, pero el resto de la novela, estructurada en tres bloques y dos líneas narrativas —que, correspondientes a intervalos distintos de la vida del personaje, funcionaban, alternadas, la una como contrapunto de la otra—, estaba dominada por un narrador omnisciente, contagiado a ratos por el estilo de Baroja, y otras veces por el de Unamuno, entre otros. En los capítulos numerados con cifras arábigas se narraba la peripecia histórica, muy bien documentada, del anarquista homónimo, Pablo Martín Sánchez, condenado a muerte en 1924 por haber participado en una conspiración contra la dictadura de Primo de Rivera; ampliando la profundidad de campo, estos capítulos daban cuenta, con todo lujo de detalles, de los valientes pasos y funestos traspiés de un “grupo de iluminados que se dirigen a liberar España con un puñado de pistolas viejas y una buena provisión de octavillas revolucionarias”. En cambio, los capítulos numerados con cifras romanas profundizaban, ficcionándola, en la vida personal del protagonista, un héroe accidental, anósmico y dextrocardiaco para más señas.

Martín Sánchez ha reconocido que en aquella primera novela se impuso hasta doce constricciones o reglas, entre las que se cuentan la inclusión de una cita camuflada en cada capítulo —véase, a modo de ejemplo, una cita de Shakespeare pasada por Bolaño en el capítulo XXIII, y otra del Cortázar de los cronopios en el capítulo XVI—, o el hecho de que la primera frase de los capítulos en cifras romanas contenga la misma cantidad de palabras que la numeración correspondiente. Estos juegos formales tienen mucho que ver con la formación académica del autor, y con su pasión por los artefactos oulipianos; no en vano su tesis doctoral se titula El arte de combinar fragmentos. Prácticas hipertextuales en la literatura oulipiana. De autores como Perec, Queneau, Calvino o Roubaud, toma prestados el poder creativo de la contrainte, las ventajas de la potencialidad y una concepción antirromántica y “seriamente lúdica” de la literatura.

Acantilado

En Tuyo es el mañana, Pablo Martín Sánchez combina las voces de seis personajes que se superponen en seis franjas horarias de un mismo día. Se trata, pues, de un experimento a seis voces y en seis lapsos temporales sucesivos —aunque con numerosas elipsis— del día 18 de marzo de 1977, fecha en que nació el autor. La potencialidad está explícita en el mañana del título y en la tensión narrativa de cada íncipit —exhortaciones a un feto— proyectado al futuro. La segunda persona narrativa que abre cada parte, dirigida a un niño que va a nacer, propulsa la narración hacia adelante; como una contracción incesante, empuja el relato hacia su desenlace.

“Sucederá en Barcelona y habrá una niña y un perro, un hombre y una mujer, un viejo y un cuadro. Oyes las campanas de una iglesia cercana. Sientes una nueva contracción. Hoy vas a nacer. No deberías, pero lo vas a hacer.”

Empieza la primera tanda de voces, y entra en foco el primer personaje, Clara Molina, una niña de once años que rehúye a sus acosadores escolares mientras se pierde en anécdotas relacionadas con el mundo animal, que su desbordante fantasía amplifica y multiplica. Hay que decir que este personaje aparecía ya en el relato “Accidente”, de FrICCIONES (2011), el borgiano debut del autor, en otro de cuyos cuentos —concretamente en “Faustine”— un joven de veinticinco años hojeaba un periódico del día en que nació —idea que contiene, sin lugar a dudas, el germen de esta última novela—.

Gerardo Fernández es un profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona cuyas convicciones políticas llegan hasta la clandestinidad y el terrorismo, y lo hallamos, en la medianoche del 18 de marzo de 1977, flirteando con una alumna, la intrépida y justiciera Carlota Felip, que será el cuarto personaje en hacer acto de presencia narrativa, a través de un lenguaje muy expresivo, trufado de coloquialismos —“fachenda”, “zurrar la badana”— y algún que otro catalanismo. Pero antes hemos asistido al relato de Solitario VI, un galgo de carreras que habla desde las cuadras de Santa Coloma de Gramenet, y que posteriormente será trasladado al canódromo del barrio de La Sagrera. A pesar de que la personificación de animales se remonta al Coloquio de los perros de Cervantes, por no hablar de las fábulas griegas y romanas, Martín Sánchez reconoce como referentes directos Ánima de Wajdi Mouawad —que él mismo tradujo—, King de John Berger y La tortuga de Darwin de Juan Mayorga. Este perro, que cambiará de nombre —Raqui, de raquítico— cuando Clara lo rescate y rebautice, presume de pedigrí y se queja de las pulgas y del maltrato dispensado por unos vigilantes alcohólicos y despiadados.

“Lejos han quedado los tiempos en que estaba prohibida la venta de galgos y sólo se nos podía regalar en señal de gratitud y afecto. Hoy nos venden cuando valemos algo y, cuando dejamos de valer, no nos quieren ni regalados. ¡Nosotros, que fuimos los primeros perros sobre la faz de la tierra! ¡Nosotros, que estamos enterrados en las tumbas de los faraones! […] ¡Nosotros, que hasta salimos en la Biblia!”

José María Raich y Ros de Olano es un empresario de rancio abolengo e ideología franquista que está implicado en una trama de robo de bebés y se halla, sin saberlo, en el punto de mira de un grupo terrorista. El último personaje de esta primera vuelta es María Dolores Ros de Olano, la madre de José María Raich. Lo insólito de su ontología es que no se trata de una mujer de carne y hueso sino de un retrato, un cuadro —pintado por Otto Waltser, un “vulgar imitador de Ramón Casas”— al que de vez en cuando la criada le pasa el plumero. Se escandaliza ante los cambios de costumbres, y predica —para nadie— decencia. Desde su pared ha visto pasar una guerra civil, dos dictaduras, una república y cinco papados: “Pero esto de la democracia ya pasa de castaño oscuro, ¡la gente ha olvidado lo que son los modales!”. Su discurso, de lo más reaccionario, es aderezado con arcaísmos y giros expresivos que funcionan como auténticos resortes humorísticos.

“Cómo echo de menos aquellos tiempos en que teníamos cocinera, nodriza y fregatriz, cuando padre y madre vinieron a vivir a casa, después del incendio. Ahora el servicio no tiene categoría […]. Qué vergüenza, qué desfachatez. Adónde iremos a parar. Todos somos hijos del Señor, qué duda cabe, pero con la madera de un mismo árbol se construyen violines y letrinas.”

A partir de ahí, estos seis personajes —la niña, el profesor, el galgo, la estudiante, el empresario y la mujer del cuadro— se turnarán para contar. Así, incorporando lo que pueda tener de productivo, literaria e imaginativamente hablando, el uso de determinadas constricciones, Martín Sánchez aplica el principio estructural de la sextina, de modo que no se repita jamás el orden de los personajes en situación de narrador. El autor arma una suerte de puzle, que, tal como dijera Georges Perec en su preámbulo a La vida instrucciones de uso, no es mera suma de elementos sino una forma, una estructura —un marco para que no se desparrame el cuadro, parafraseando a doña María Dolores—. Las piezas de Tuyo es el mañana, ensambladas mediante una lectura secuencial y la restitución de elipsis, acaban formando un dibujo y produciendo un sentido.

Reencontramos, en esta nueva novela de Martín Sánchez, el gusto por contextualizar lo que sucede a nivel cultural, social y político, y se nos ofrece una buena cantidad de detalles ambientales. Proporcionan color de época no solo la alusión a hechos históricos y la descripción de contextos y escenarios sociales —manifestaciones estudiantiles, reuniones de empresarios, células terroristas, trapicheos médicos—, sino también la mención de elementos cotidianos tan reconocibles como la enciclopedia Larousse, las películas de dos rombos, el consultorio de Elena Francis, el diario Tele/eXpres, la calabaza Ruperta o los pastelitos Tigretón. También hay referencias a algunas canciones en boga, consignas políticas y cuestiones candentes como la Ley D’Hont o la inminente legalización del PCE.

Si El anarquista que se llamaba como yo presentaba un enorme fresco de las movilizaciones libertarias de entreguerras, aquí se nos brindan algunas luces y sombras de la Transición. A través de estos seis personajes tan distintos y cuyas peripecias acabarán convergiendo en un edificio del Eixample barcelonés, se establecen notables contrastes ideológicos. Así, María Dolores Ros de Olano, desde su estatismo pintado, desgrana su ideario fascista y retrógrado, trufado de prejuicios clasistas y sexistas. Afirma que los jóvenes “confunden la democracia con la acracia, el derecho con el despecho y la libertad con el libertinaje”, y se queja de “vivir” en la era de los sucedáneos, como el escay, la fórmica o el caviar sintético:

“¡A este paso acabaremos comulgando con obleas de papel maché en iglesias de cartón piedra con curas de cera pulida oficiando misas grabadas en fonógrafos de juguete!”

El perro narra sus sensaciones al pasar junto a los jóvenes manifestantes que, armados de pancartas y banderas, gritan lemas contra el fascismo. A sus extraordinarias dotes de observación —en el canódromo hace todo un análisis sociológico del público más madrugador: los que no tienen trabajo, los jubilados, los que no soportan a su mujer— añade apuntes olfativos:

“Noto la duda en sus ojos, el vaho azulado del miedo, el olor de los excrementos en sus intestinos, el sudor en las axilas y las ingles.”

El talento del autor para plasmar literariamente las conexiones que producen el discurso mental se concreta, por ejemplo, en el modo como Clara va encadenando y mezclando en su discurso percepciones del entorno, que capta con avidez e interpreta con creatividad, más algunas frases que solía decir su padre y datos curiosos o mitos que ha ido recopilando sobre distintos animales —como que la voz de los patos no tiene eco, que los osos son zurdos, y que las cucarachas pueden vivir nueve días sin cabeza—.

“¿Sabes que en el fondo del mar hay medusas inmortales, Raqui? Bueno, inmortales tampoco son: o sea, si llega otro animal y las mata, pues se acabó. Pero de viejas no se pueden morir nunca, porque cuando llegan a una edad determinada se vuelven a convertir en larva […] ¿Y sabes que hay unos bichos que se comen su propio cerebro?”

Las pesadillas son un fermento idóneo para la asociación mental, a menudo amalgamada con los miedos más arcanos de cada personaje; así, el galgo sueña con que lo ahorcan o con que se lo llevan a Casablanca, y el profesor de ciencias políticas se ve asaltado por pesadillas recurrentes en que le infligen todo tipo de torturas. Cada personaje tiene su propio estilo narrativo y una batería de imágenes que reflejan su cosmovisión; véase, en este sentido, cómo proyectan sus estados de ánimo a través de las metáforas con que se refieren al día que despunta: el perro considera que “el cielo tiene el color de las palomas”, mientras que a Clara las nubes le parecen “sonrisas de gato”; esa noche, en cambio, para Gerardo “la luna no es más que una mondadura”. Hallamos asimismo sentencias efectistas —“El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”— y descripciones que recuerdan a los Ejercicios de estilo de Raymond Queneau:

“Olof habla echando el humo por la ventana. Vista de perfil, su cabeza parece un signo de interrogación que arranca en el arco de la nariz, recorre el cráneo rasurado y culmina en una nuez prominente tras la curva del cogote.”

La trama se va concretando a medida que avanza la jornada y el flujo mental de los personajes. El momento histórico es convulso —faltan tres meses para las primeras elecciones, y han pasado apenas dos desde la matanza de Atocha; los atentados terroristas se suceden casi a diario—, pero el relato privilegia las vivencias y la contextura moral de cada personaje. La suma de todas estas peripecias y memorias individuales acaba ofreciendo una imagen —muy movida, eso sí— de la sociedad de la época. Todo ello encaja a la perfección con la concepción patafísica que tiene Pablo Martín Sánchez de la literatura, esto es, como ciencia de lo particular —y de las soluciones imaginarias— que focaliza en lo concreto y amplifica lo nimio o infraordinario.

Ana Prieto Nadal

Ana Prieto Nadal es licenciada en Filología Clásica (UB) y Doctora en Filología Hispánica (UNED), y está especializada en el estudio del teatro contemporáneo. Como escritora, obtuvo el premio Ojo Crítico por su novela 'La matriz y la sombra' (Acantilado, 2002) y tiene relatos publicados en la revista 'Granta en español', 'El silencio en boca de todos' (Emecé Editores, 2004) y en la antología 'Todo un placer' (Berenice, 2005); también participó en el proyecto europeo Scritture Giovani 2006. En la actualidad, es miembro del Grupo de Investigación del SELITEN@T y compagina la investigación literaria y teatral con la docencia de lenguas clásicas. Ha colaborado en revistas especializadas como 'Acotaciones', 'Anagnórisis', 'Don Galán', 'Pasavento', 'Signa' y 'Tropelías', entre otras, y ejerce la crítica literaria en 'Quimera' y 'Revista de Letras'.

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