Julio Trebolle | Foto: Fundación March

Trebolle: «La Biblia es un canon cerrado y un libro inconcluso»

El catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid habla sobre los distintos hilos y piezas que forman el texto del cristianismo

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Imagen de una conferencia impartida por Julio Trebolle en la Fundación March

Los textos de la Biblia tienen infinitas costuras. El libro de libros es una urdimbre de hilos y piezas de muy diversas procedencias, con numerosos cabos de los que exegetas y escritores no han cesado de tirar para descubrir nuevas conexiones y significados recónditos. Así lo explica a lo largo de su obra Julio Trebolle, uno de los más destacados biblistas, catedrático emérito del Departamento de Estudios Hebreos y Arameos de la Universidad Complutense de Madrid. Su obra, publicada principalmente en la Editorial Trotta, es fruto de una rigurosa labor investigadora y docente, pero también de una escritura ordenada e indagadora, a través de la cual podemos viajar a algunas de las fuentes más antiguas de nuestra cultura.

¿Cómo nace la literatura bíblica?

La literatura y la constitución de un pueblo tienen dos pilares: el mito y la ley. El mito sirve para hacer frente a un dominio extranjero, y el pueblo finalmente se constituye como tal alrededor de una ley. La Biblia es modélica en este aspecto, el Pentateuco es básicamente el relato de la huida y liberación de Egipto con todos sus aledaños narrativos, y el relato de la constitución de una ley, que es la Alianza del Sinaí.

¿En qué contexto surge?

Además de la transmisión de la literatura oral, que es muy importante, hay que tener en consideración que prácticamente todas las sociedades del Medio Oriente hasta hoy son resultado de la simbiosis de una cultura nómada y por tanto patriarcal-matriarcal, porque donde hay un patriarca hay una matriarca, y con nombre; y de una cultura sedentaria y urbana. La primera sería, en el caso de los textos judíos, la literatura que procede de las tribus de Israel, y la urbana es la de David y Salomón, por ejemplo. La literatura bíblica refleja esta simbiosis nómada-urbana, así como sus conflictos. Pero, generalmente, los primero que se da, y así sucede en la Biblia, es la literatura normativa, es decir, las normas de conducta que se dan dentro de una tribu.

Al contrario de la literatura clásica griega u otras orientales, la bíblica es pura intertextualidad.

Es una característica bíblica, pero es esencialmente propia de todo el judaísmo. Y esto es algo que no se da en otras culturas con las que ha convivido o convive. En general, la literatura que se produjo en el Medio Oriente, como el Gilgamesh, también se forma a base de siglos e incorpora elementos muy variados, pero la bíblica es puramente intertextual, sobre todo, a partir del momento histórico en el que cae la monarquía.

¿Cómo influye el fin de la monarquía del Reino de Israel en los textos bíblicos?

Al caer la monarquía, la literatura pasó de los archivos reales al pueblo disperso en el exilio: ya sea en comunidades perdidas en el desierto o en comunidades en Babilonia. Es entonces cuando los textos bíblicos comienzan a mezclarse y a comentarse. Y esta es una de las características distintivas de la tradición bíblica. Las otras literaturas son áulicas: la de Egipto, aunque tenga elementos populares, es pura literatura faraónica; la literatura de Asiria estaba en archivos reales y se perdió, porque no pasó al pueblo. Cuando la literatura es áulica y el pueblo desaparece también lo hace su identidad. Pero en el judaísmo sucedió lo que no pasó en otras grandes culturas, y es que su literatura se mantuvo y se consagró dentro del pueblo a pesar de la pérdida de poder político. Dejó de ser de los reyes de Israel, para ser del pueblo.

Los libros de la Biblia no son obras de autor.

No lo son, como en cambio sí lo eran los clásicos grecolatinos. Los de la Biblia son obras transmitidas por tradición, que alcanzaron forma escrita definitiva tras años e incluso siglos de rodaje a manos de redactores y escribas. Una característica muy significativa de los textos bíblicos, como obras originadas a partir de tradiciones diversas, es la yuxtaposición de textos de diferente procedencia y carácter. La Biblia refleja costumbres, historias e ideas muy diferentes según épocas y lugares.

La intertextualidad es fruto de ese rodar de los textos bíblicos.

Y en pequeñas unidades, por cierto, porque tampoco podían disponer de grandes rollos. ¡Estaban huyendo continuamente! Lo mismo sucederá con el primer cristianismo. Y lo fascinante es que las comunidades se comunicaban entre sí, aunque de por medio hubiera un territorio hostil peligroso de cruzar.

Pero finalmente se fija un canon.

A partir del siglo I d.C., tras la destrucción de Jerusalén, queda fijado un único texto hebreo, el transmitido en la tradición masorética a lo largo de los dos pasados milenios. La Biblia es el mejor ejemplo de Historia de la Literatura Universal de constitución de un canon. Ninguna otra tradición literaria tiene un canon como tal. Por más que se cite el canon occidental de Bloom, no tiene nada que ver. El canon bíblico es un canon muy cerrado, con un texto ya definitivo intocable, y todo a pesar de esa enorme dispersión. Luego de la fijación del canon judío, el primer cristianismo heredó una enorme cantidad de literatura apócrifa que el propio judaísmo rabínico tradicional rechazó. Los evangelios nacieron justamente cuando nadaban en esa abundancia de textos, antes de la constitución del canon judío. Nacen en un momento en que el hecho de que haya cuatro evangelios no representa un conflicto. Luego, en el siglo II d.C. se querrá reducir los cuatro evangelios a uno, porque las circunstancias de esa época son muy diferentes.

De la pluralidad a la unidad.

La tendencia siempre va de un doble movimiento de pluralidad y unidad, y ahí está todo el juego literario teológico y cultural de la Biblia. Hay mucha teología en el canon. Tanto en el judaísmo como en el cristianismo, donde hubo muchas corrientes. El canon del Nuevo Testamento ha sido formado por ortodoxos y herejes. A veces han sido los herejes los que han conservado aspectos que de otra manera se hubieran marginado u olvidado.

Editorial Trotta

La Torá, que se corresponde más o menos con lo que llamamos Antiguo Testamento, es una promesa abierta con un final inconcluso. Pero los evangelios cristianos, que conforman el Nuevo Testamento, ofrecen una promesa cumplida en y a través de Cristo, ¿no es así?

Pero también está inconclusa. De hecho, la historia no acabó ahí y este fue uno de los grandes dramas de las primeras generaciones cristianas, que esperaron la parusía o segunda venida de Cristo a la Tierra y con ella el fin del mundo y de la Historia, pero eso no sucedió.

¿Cómo reaccionaron?

El tipo de Iglesia cristiana que se fue construyendo no se hizo sobre unas bases previstas y programadas. El místico Joaquín de Fiore (1135-1202) interpretó la historia de la humanidad como un proceso de desarrollo espiritual que atraviesa tres edades: la del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo. Esta idea, que Eugenio Trías trató en su libro Pensar la religión, es una interpretación de la historia muy cristiana, muy medieval, pero que a la vez responde al modo en que el cristianismo ha ido variando la perspectiva que los alemanes sintetizan con la frase «Ya está cumplido, pero todavía no». Ahora entraríamos en esta etapa del espíritu, y de hecho hoy en día estamos en una época de mucha espiritualidad, especialmente fuera de la Iglesia. No cabe duda de que la religión institucional está en crisis, pero no lo está para nada la espiritualidad.

¿Cuándo aparece la Biblia en forma de libro?

Las comunidades cristianas eran muy pequeñas y pobres y estaban muy dispersas. El concepto de libro sólo fue visible a partir del siglo IV, con la ayuda imperial de Constantino I, que tuvo interés de hacer estos códices que incluían ya el Antiguo y el Nuevo Testamento. Al principio hubo muy pocos ejemplares, apenas cincuenta.

¿Qué fue de los apócrifos?

La mayor parte de los apócrifos se escribieron después de la fijación del texto en canon, doscientos años más tarde. Todos nacen como imitación de los canónicos, muchos de ellos imaginan aspectos de la vida de Jesús, como por ejemplo narraciones de su vida tras la Resurrección. Desde un punto de vista literario, los apócrifos son de poca calidad. Prueba de ello es que no fue la Iglesia la que acabó con ellos, fue la Ilustración. En el siglo XVIII al igual que se cargaron muchas tradiciones medievales y muchas procesiones de semana santa, el gusto estético de la Ilustración arrasó con lo gótico, por ejemplo, que luego recuperará con el neogótico y el romanticismo. A su manera, también la iglesia arrasó con los apócrifos no tanto por razones teológicas o estéticas, sino porque fomentaban un exceso de religiosidad milagrera…

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Afirmas que «la Biblia exige ser conocida por sus frutos más que por sus raíces».

Esto lo aprendí con Gadamer, y por eso escribí el libro de la Biblia judía y cristiana y otros trabajos introductorios a la Biblia desde la perspectiva de su transmisión y de su recepción. La Biblia es muy plural tanto en sus orígenes como en su trayectoria, y de ahí le viene su efectividad y fuerza. La encontramos en obras del arte contemporáneo que la incorporan incluso de forma inconsciente, porque nuestra cultura está muy impregnada de ella. A través de ella nos llega todo un Oriente. Por ejemplo, las oraciones bíblicas tienen antecedentes preciosos de himnos de Mesopotamia, Egipto, de la Asiria antigua, etc. La Biblia es a la vez un canon cerrado y un libro inconcluso, abierto a nuevas reescrituras y recreaciones desde el Medievo a la actualidad.

Y también que la Biblia es «una insoslayable ‘piedra de escándalo’ en la que propios y extraños no dejamos de tropezar».

¡Así es! De hecho, hay muchos intelectuales que no quieren saber nada de la Biblia, no porque sea un libro religioso, sino porque en el fondo les cuestiona. Nietzsche critica la Biblia y acaba admirando a los profetas bíblicos. Es cierto que la Biblia puede utilizarse con una literalidad y conformismo absoluto y llevar a ideas que incluso justifican el racismo, pero también puede llevarte totalmente a lo contrario.

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Los textos bíblicos se caracterizan por sus silencios.

Leer los silencios del texto bíblico es tratar de escuchar lo oculto en ellos. Los libros de la Biblia, en particular Job, los salmos de lamentación y numerosos textos proféticos, plantean más preguntas que respuestas, además de numerosas preguntas sin respuestas.

La teología, como la mística, es una cuestión de lenguaje.

Es una cuestión de lenguaje y también de símbolos. La teología de verdad son los textos bíblicos. De ahí arranca todo. Y hay toda una literatura simbólica. En la tradición luterana o calvinista, que tienen un valor inmenso, predomina una simbología muy filosófica.

¿Qué filósofos te han influido más en este campo de la comprensión del símbolo?

Me influyó muchísimo Ricoeur, en este y otros muchos sentidos. Y también Gadamer, especialmente el artículo que dedica a los límites del arte vivencial y la rehabilitación de la alegoría como figura literaria, que siempre fue proscrita, y también el que dedica a la significación de la tradición humanística. La tradición no es carca, puede haber un buen o mal uso de ella, eso es todo. De hecho, todas las vanguardias vuelven a tradiciones anteriores. Es importante saber recuperar el símbolo y saber leer en la tradición.

Julio Trebolle fue desde casi sus inicios uno de los dos únicos miembros españoles del Comité Internacional de Edición de los Manuscritos del Mar Muerto, lo cual le ha permitido estar en contacto directo con este antiquísimo legado que aún hoy nos interpela. También ha sido director del Instituto Universitario de Ciencias de las Religiones de la Universidad Complutense y presidente de la Sociedad Española de Ciencias de las Religiones. Lo que no aparece en su ficha curricular es su paso por la mítica Ciudad de los muchachos, en Benposta, Ourense. Tras acabar sus estudios de Humanidades, y luego de Filosofía y Teología en la Universidad de Comillas, a mediados de la década de los sesenta, se sumó al proyecto del padre Silva. Un proyecto revolucionario que inspiró a miles de jóvenes de todo el mundo disconformes con el sistema y dispuestos a transformar el mundo y a vivir una vida según presupuestos espirituales, sociales y cristianos. El gran sustento económico de este proyecto fue la Escuela de Circo, un emblema y un mito que desde Galicia proyectaba al mundo un soplo de idealismo aún en plena dictadura franquista.

¿Qué tal fue la experiencia en la Ciudad de los muchachos?

¡Fue una experiencia única! Acababa de terminar mis estudios y tenía que irme a Roma a continuar con mi formación, pero conocía mucho a su fundador, Xesús Silva, y al final decidí quedarme allí. Pasé con ellos un año y medio. Recuerdo que llevamos el circo a Barcelona, y estuvimos un mes viviendo y comiendo en el círculo central de la Plaza de Catalunya, era el verano de 1966. Tras esta experiencia, estudié durante tres años en el Bíblico de Roma, como tenía proyectado, y luego tuve la suerte inmensa de ir a Jerusalén y allí me quedé, salvo un par de semestres de verano que estuve en Münster y que me influyeron mucho.

Llegaste a Israel en un período decisivo.

Llegué a Jerusalén a principios de los setenta, en un momento muy importante, porque allí pude conocer a todo el conjunto de editores de los manuscritos del Mar Muerto y poco a poco me fueron integrando en el equipo. Además, era un momento especial porque, tras la Guerra de los seis días, por fin parecía posible un acuerdo de paz entre israelíes y los Estados árabes con el llamado Plan Rogers del que hoy nadie se acuerda. Fue el primer gran fracaso de un acuerdo de paz y eso lo tengo muy grabado. La gran contradicción de este país nacido con pleno derecho tras resolución de las Naciones Unidas es que, sin embargo, no aceptan otras resoluciones que emanan de esta misma institución. Esta es la gran contradicción de Israel: quieren ser igual que todas las naciones, pero a la vez diferentes. Y esto ya viene desde la Biblia.

¿Cómo te introdujiste en materia bíblica?

Empecé con los estudios tradicionales; es decir, el texto hebreo masorético, pero mi interés inicial era histórico. Me interesaba especialmente un momento crítico de la historia bíblica, muy debatido, que corresponde con el paso de una sociedad tribal a la sociedad casi monárquica de la época de David y Salomón. Desde un primer momento encontré que el Libro de los reyes en el texto antiguo griego era muy diferente al texto hebreo. Entonces no se estudiaba el texto en griego, se consideraba que no tenía valor. Mi director de tesis pensaba que yo era un hereje, metodológicamente hablando, porque utilizaba el texto en griego, que al fin y al cabo era una traducción.

¿Los manuscritos del Mar Muerto aportaron alguna luz a ese texto?

En aquellos años comencé a leer las publicaciones, todavía muy provisionales, de los manuscritos de Qumrán y vi que había otros manuscritos que también divergían del texto hebreo tradicional. Había manuscritos que coincidían con el texto en griego, otros con el pentateuco samaritano, otros que iban por libre, que añadían, quitaban o transponían el orden de los textos. Eso me llamó mucho la atención y me afianzaba en la hipótesis de que el texto griego podía tener valor precisamente porque no traducía el texto hebreo conocido sino otro texto perdido. Esa fue mi línea de investigación, que en realidad llega hasta hoy.

De esta línea de investigación nace tu primera publicación.

En mi primer artículo, que publiqué en la revista Textus de la Universidad Hebrea de Jerusalén con el título From the “Old Latin” through the “Old Greek” to the “Old Hebrew” (2 Kings 10: 23-25), afirmaba la posibilidad de que un texto latino muy perdido pudiera reconstruir un texto griego medio perdido y a través del griego uno hebreo. Eso, que hubiera sido inaceptable años atrás y que parecía toda una herejía no sólo fue factible, sino que además el texto referido aparece en Qumrán. Recientemente, la Universidad de Gotinga en Alemania me ha encargado una edición crítica del Libro de los reyes, que trabajo en colaboración con un helenista, Pablo Torijano, y otro colega, Andrés Piquer, que se encarga de la edición hebrea en un nuevo proyecto de la Universidad de Berkeley. O sea, que este es un campo muy efervescente. Muy especializado, pero con una gran trascendencia.

¿En qué campos han contribuido los descubrimientos de los rollos del Qumrán?

Para empezar, en el estudio de la lengua, que es lo básico. La lengua es muy importante, porque es la base de toda la investigación. Siempre se ha pensado, y aún se sigue pensando, que la Biblia es una roca inamovible, un texto fijo, homogéneo y muy bien conservado. Y efectivamente, en Qumrán se han hallado manuscritos, por ejemplo, del Libro de Isaías, que coinciden exactamente con el masorético. Esto significa que manuscritos que nos han llegado a través de la tradición coinciden exactamente con los encontrados, que tienen mil años más de antigüedad. Pero también descubrimos que es cierto lo contrario, es decir, se han encontrado manuscritos de ediciones muy diferentes de diversos libros, incluso del Pentateuco o Torá, que es el libro más utilizado y más sagrado para el judaísmo. Por otro lado, de la lengua hebrea y de la lengua aramea de esa época prácticamente no había hasta entonces textos directos. Y también hemos podido conocer mucho mejor el griego bíblico. Finalmente, los manuscritos del Mar Muerto se han estudiado mucho en relación con Jesús de Nazaret, con Juan Bautista, los orígenes cristianos, el judaísmo de la época… Pero hay que tener en cuenta una cosa muy importante, los descubrimientos de Qumrán no se pueden pretender como algo cerrado y aislado, sino que hay que ponerlos en contexto y diálogo con otros muchísimos descubrimientos que proceden de otros lugares como, por ejemplo, de excavaciones realizadas en Jerusalén o Séforis, en el norte.

Qumrán, cueva 4, donde se encontraron la mayoría de los rollos | Foto: Effi Schweizer | Dominio público

Su hallazgo representa en el campo de la cultura lo que el bosón de Higgs en el de la física.

Qumrán ha sido un boom muy importante. Los descubrimientos tienen más de siete décadas y todavía queda mucho por estudiar. El primer caso de fake news que yo viví fue una acusación dirigida al Vaticano y al Gran Rabinato de ocultar manuscritos, puesto que las investigaciones se publicaban a cuenta gotas. Durante años la prensa nos preguntaba a los investigadores si era cierto que los manuscritos del Qumrán estaban ocultos. Pero las razones que había detrás de esa lentitud procedían sobre todo de la falta de dinero. Hubo muchísimo dinero en los años sesenta, luego de que aparecieran los manuscritos, y gracias a la financiación de la Fundación Rockefeller; pero luego la Fundación dejó de financiar y esto coincidió con la inestabilidad política y las guerras en el Medio Oriente. Por otro lado, hasta que aparecieron los ordenadores no se podía investigar bien y mucho menos rápido. Yo trabajé simplemente con un lápiz y una lupa, no había más. Y sin embargo las investigaciones que se hicieron esos años siguen siendo decisivas.

En el plano del conocimiento, ¿qué retos plantea, más de setenta años después, el descubrimiento?

Una de las grandes cuestiones que nos plantea Qumrán es qué textos estudiar y cuáles traducir, porque todos es tarea imposible. Sobre todo, el gran dilema es ¿Biblia en griego o Biblia en hebreo?, ¿Biblia cristiana o Biblia judía? Pero todavía hay muchísimo por hacer, por ejemplo, construir una visión sintética, una visión del global de todo este conocimiento que vamos adquiriendo.

Una mirada global que además supere prejuicios enquistados.

Muchos proceden del mundo intelectual y académico. Para empezar, la mirada centroeuropea y protestante es la que ha dominado la manera en que Europa se asoma a su propia cultura. Hay toda una serie de prejuicios que han condicionado mucho nuestra manera de acercarnos a los orígenes del cristianismo, a la figura de Jesús, o al judaísmo que se tilda siempre de legalista, y efectivamente lo es, pero no sólo. La lectura que se hace del conflicto de Pablo con la Torá, la cuestión de la Ley y la Gracia, viene de Lutero. Todavía hoy los estudios del cristianismo están muy influidos por el luteranismo, es decir, por la Reforma, y culturalmente, sobre todo, por el conflicto entre Atenas y Jerusalén.

¿Cuáles son los orígenes de este conflicto?

Los conflictos Atenas-Jerusalén y Atenas-Alejandría se pueden remontar a la época de las guerras Medas y de las guerras Púnicas, que son una repetición de las primeras, pero esta vez entre Grecia y Cartago, y los cartagineses son semitas, de origen fenicio. De aquí viene un trasfondo cultural antisemita que llega hasta hoy. Este conflicto sigue vigente y aún condiciona los estudios bíblicos e históricos del Medio Oriente, así como el origen del cristianismo.

Pero en los evangelios ya encontramos esa crítica al legalismo y al fariseísmo.

La crítica al fariseísmo dentro de los evangelios no hace más que reflejar conflictos internos de la época. Son conflictos entre judíos en un momento en que todavía esas personas que hoy denominamos judeocristianos no saben todavía incluso qué es ser cristiano. ¡No se lo han planteado! El cristianismo procede de un movimiento de larga duración en el que confluyen numerosas corrientes, acuerdos y desacuerdos que van llegando a concilios que a su vez se van renovando. Todo se desarrolla con concilios, y, aun así, en la propia teología intelectual cristiana no se ha logrado una síntesis en torno a la figura de Cristo.

No participas de la idea Oriente vs Occidente.

Yo creo que no se debe hablar de cultura occidental y oriental de forma enfrentada, en parte porque lo que tomamos por Occidente en origen viene de Oriente. El siglo XIX, que tuvo cosas estupendas, creó sin embargo unos prejuicios tremendos que nos llevaron al nazismo y a la Segunda Guerra Mundial. Uno de estos prejuicios fue el divorcio entre Oriente y Occidente. ¡Y aún hoy seguimos hablando en esos términos! Otro fue la diferenciación entre lenguas indoeuropeas como las buenas a conservar y a estudiar, y las lenguas semíticas como aquellas a destruir, dicho de forma exagerada. Y esto continúa siendo vigente.

La cultura clásica griega es aristocrática y cuesta reconocer su carga oriental.

Para los profesores y estudiosos de clásicas esto era un horror. ¿Grecia tomando algo de Oriente?, ¡impensable! ¡Como si hubiera nacido de pie! En la propia Grecia clásica, efectivamente, “los demás” eran siempre bárbaros. La cultura helenista, es decir, la heredera de la Grecia clásica a través de la hegemonía macedonia que dominó el Medio Oriente, se orientalizó muchísimo. Lo mismo le sucedió a Roma. El helenista Martin L. West defendió los orígenes orientales de Grecia, pero aún hoy cuesta admitirlo, incluso en la tradición anglosajona, que idealizó mucho el mundo griego, como muestra la figura de Lord Byron. Incluso la lengua inglesa conserva una pronunciación muy griega. En cambio, la cultura francesa se mira más en el espejo de Roma, tanto de la Roma republicana como de la Roma imperial, como muestra Napoleón, sin menospreciar la ateniense. El cristianismo no se entiende sin toda esa orientalización previa. Esta dicotomía entre Grecia y Roma, y entre ambas y Jerusalén, aún tiene un peso muy importante en la identidad europea.

Muchos judíos se helenizaron, pero la cultura judía per se tampoco hace gala de su influencia griega.

Hay un gran rechazo, de hecho, hay una expresión en hebreo que viene a decir que la lengua “extranjera” por excelencia es el griego, con un sentido de rechazo incluso cultural. La revuelta de los asmoneos y macabeos acabó siendo una guerra cultural más que religiosa, y trajo consigo un retorno al hebreo.

Escribes en uno de tus libros sobre el carácter outsider o extraño del Antiguo Testamento.

Gilgamesh, la Ilíada y la Odisea, la Eneida, el Mío Cid, la Chanson de Roland, los Nibelungos o el ciclo artúrico…, las literaturas nacionales tienden a enfatizar su originalidad y a desdeñar las influencias extranjeras. Sin embargo, los estudios de literatura comparada ponen de manifiesto las estrechas relaciones entre literaturas y las riquezas que esto genera. La Biblia hebrea o Antiguo Testamento debe incontables préstamos a las literaturas mesopotámicas, egipcia y cananea. No hay apenas género literario, motivo, frase o término de la Biblia que no cuente con algún paralelo con ellas. Y sin embargo no deja de ser diferente, otra y extraña en su propio mundo lingüístico, cultural y religioso, pero también en el mundo y la cultura actuales.

Señalabas antes que vivimos un período de mucha espiritualidad.

Los fenómenos religiosos siempre son de larga duración y subterráneos, tardan muchísimo en aparecer en la superficie, y ahora mismo el movimiento de fondo es muy fuerte en prácticamente todo el mundo. También en Asia, donde, por ejemplo, en China el cristianismo o el interés por lo cristiano está creciendo muchísimo. También en Japón la mayoría de los hogares tiene una Biblia, pero en este caso no es tanto un hecho religioso como cultural ya que para ellos está claro que la Biblia es un componente de la cultura occidental. También los coreanos son muy punteros en estudios bíblicos.

En la Wikipedia aún puede leerse que determinados textos son escritos por Moisés.

Aunque científicamente se sabe que no es cierto puede haber quien lo afirme como verdad religiosa. Tampoco toda la cultura griega está en Homero, pero nos sirve para referirnos a ella. De cualquier manera, Homero existió, Moisés ni se sabe.

¿Cuál es para ti la idea de Europa?

Tengo la teoría de que Europa y la idea de Europa llega ahí adonde llegan los nombres propios bíblicos en general, y los del Nuevo Testamento en particular. Allí donde Juan es Iván, en Rusia, por ejemplo. Esos pueden señalar las fronteras de la cultura europea, pero no hay que olvidar que los nombres bíblicos alcanzan también al mundo islámico.

Berta Ares Yáñez

Periodista e investigadora cultural. Doctora en Humanidades. Alma Mater: Universidad Pompeu Fabra.

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