¡Despidan a esos desgraciados!. Jack Green
Prólogo de José Luis Amores
Traducción de Rubén MartÃn Giráldez
Alpha Decay (Barcelona, 2012)
Los reconocimientos de William Gaddis no es una novela muy leÃda en España por la sencilla razón de que es casi ilocalizable en español. La publicó Alfaguara en 1987, treinta y dos años después de que Harcourt, Brace & Company consiguiera vender 500 ejemplares de su versión original en inglés. Hoy dÃa es artÃculo de coleccionista y materia frecuente de intercambio bibliotecario, y también objeto de especulación creciente porque parece que será publicada de nuevo en español por la editorial Sexto Piso, propietaria de los derechos de difusión en nuestro idioma, algo (esto último) de lo que puedo dar fe.
Pero no nos hagamos ilusiones: la principal razón de que no sea una novela muy leÃda en español radica en que se trata de una obra con un objetivo de tal magnitud y unas pretensiones tan elevadas que los guÃas habituales del lector en el descubrimiento de este tipo de libros pasan de puntillas sobre ellos; los motivos a continuación.
Gaddis publicó Los reconocimientos —que tiene 1.096 páginas en la, hasta ahora, única edición en castellano, y 956 páginas en la original en inglés— en 1955, época en la que el marketing editorial se regÃa por unas reglas no muy diferentes, en esencia, a las que lo presiden hoy dÃa. La editorial enviaba unos cuantos ejemplares a crÃticos literarios de medios impresos, y estos decidÃan cuándo leerla, a qué velocidad, con cuánta concentración, etc. O decidÃan no leerla. En la Norteamérica de 1955 la novela de Gaddis consiguió obtener precisamente 55 reseñas, lo que no está nada mal si se tiene en cuenta que hace 57 años no existÃan los medios online de ahora, estando el mercado de la opinión literaria en manos de un oligopolio de facto contra el que era casi imposible luchar.
Y con 55 reseñas en los principales medios, ¿por qué vendió Los reconocimientos tan pocos ejemplares si, como no cesa de murmurarse, es una novela tan buena? Por si sirve de algo, diré que conozco de primera mano —y no a través de comentarios ajenos— la calidad de Los reconocimientos, algo que los lectores norteamericanos de aquella época no podrÃan corroborar puesto que se dejaron guiar por la opinión mayoritaria de los crÃticos que escribieron esas 55 reseñas: no valÃa la pena leer Los reconocimientos por, según ellos, una serie de razones que convencerÃan al menos incauto de los lectores: es gorda, es cara, es difÃcil, es irreverente, la ha escrito un tipo demasiado joven, además es su primera novela, etcétera, etcétera.
En la novela hay un personaje que se dedica a la crÃtica literaria y que va con otro a una sastrerÃa a que les arreglen unas cremalleras —una escena un tanto pre-bernhardiana—. El “crÃtico†lleva una novela voluminosa consigo, y se desarrolla la siguiente escena:
—¿Estás leyendo eso? — …
—No. Sólo lo estoy reseñando —dijo el más alto, volviéndose a encorvar en su camisa de lana verde—. Por veinticinco asquerosos dólares. Me llevará hoy la noche entera.
—No lo habrás comprado, ¿verdad?
—Cristo, ¿a ese precio? ¿Quién demonios creen que va a pagar tanto por una novela. Cristo, podrÃa habértela dado, lo único que necesito para escribir la reseña es la nota de la solapa.
Era ciertamente un libro grueso. Un modelo de atrevida elegancia, las letras de la sobrecubierta se erguÃan en rÃgidas configuraciones de rojo y negro para dar a entender el origen del diseño. (Por alguna excéntrica razón no habÃa ninguna foto del autor chupando una pipa con aire pensativo, sans gêne con un cigarrillo, sang-froid sin corbata, reproducida en la contraportada).
De alguna manera, Gaddis anticipó cuál iba a ser el comportamiento general de la crÃtica con su novela: no iban a leerla; aunque sà iban a permitirse la licencia de opinar sobre ella… de manera desastrosa.
Todo esto nos suena bastante, ¿verdad? Y nos indigna. Si no fuera porque William Gaddis se recuperó del impacto que le supuso la recepción “oficial†de su primera novela y mantuvo los Ãndices de calidad de su literatura al mismo nivel en obras posteriores, Los reconocimientos no se hubiera reeditado años después y hoy, ahora mismo, no estarÃamos hablando de ella con la esperanza de verla de nuevo en librerÃas.
Asà debió pensar Christopher Carlisle Reid, alias Jack Green, cuando años después de su publicación descubrió la novela, la leyó, quedó subyugado por ella y se dedicó a comprobar, en retrospectiva, el pésimo trabajo que habÃa realizado la crÃtica con aquella obra capital, condenándola a las mesas de saldos. Si esto hubiera sucedido medio siglo después, Green hubiera abierto un blog aunque su único objetivo fuera poner de manifiesto aquella injusticia. Pero hace medio siglo Green utilizó los medios de la época, en concreto un fanzine que editaba personalmente con periodicidad irregular con el tÃtulo simple de newspaper. En 1962, y durante tres números consecutivos de newspaper, Green analizó y desmontó, con una calidad endiablada, cada uno de los argumentos utilizados por los diversos reseñistas —basta ya de llamarlos crÃticos— en sus respectivos medios impresos, lo que a la postre resultó ser también un trabajo excepcional sobre la mendacidad de la crÃtica literaria: la crÃtica gratuita, seria y fundamentada —pero también divertida y amena, ya sabéis…— de la crÃtica remunerada, falsa y sin el más mÃnimo fundamento. Un supuesto amateur rebatiendo a supuestos entendidos, poniéndolos contra las cuerdas con pruebas sustantivas, destrozando sus doctos comentarios mediante su reducción sistemática a meros clichés capaces de arrancar la carcajada aun a quienes no hayan tenido la fortuna de poder apreciar el objeto de su defensa: Los reconocimientos.
Los tres números de newspaper dedicados por Green a la crÃtica de Los reconocimientos fueron publicados en 1992 en forma de libro por la editorial Dalkey Archive Press (y sólo el nombre de esta casa —Dalkey Archive es una magnÃfica novela de Flann O’Brien— deberÃa dar una idea de los criterios editoriales por los que se rige). La tarea recayó en Steven Moore, un reputado crÃtico literario estadounidense experto en la obra del propio Gaddis, pero también en las de James Joyce, Thomas Pynchon, Djuna Barnes, Chandler Brossard (de quien hablaremos en un próximo artÃculo), Richard Brautigan y David Foster Wallace, entre otros. En pocas palabras, montañas de calidad sobre calidad sobre calidad.
El tÃtulo de esa recopilación, Fire the bastards!, ha sido traducido al español por el menos agresivo ¡Despidan a esos desgraciados!, dadas las connotaciones excesivamente peyorativas del término “bastardo†en castellano —y quizá hubiera sido más gráfico deslizar la pronunciación popular en su ortografÃa dejándolo en «desgraciaos», aunque seguro que el lector sabrá perfectamente cómo pronunciarlo sin tal ayuda—. Y yo he tenido el honor de prologarla. ¿Por qué? Quizá porque sin ser experto en la obra de Gaddis —en realidad no soy experto en nada, me gustan demasiadas cosas para dedicar demasiado tiempo a una sola de ellas—, he releÃdo hace poco con la tranquilidad y concentración necesarias Los reconocimientos y soy un apasionado de la crÃtica de la crÃtica, o de la contracrÃtica, y creo que todo esfuerzo en poner de manifiesto los engaños y la manipulación en cualquier orden vital merece un apoyo explÃcito e incondicional.
Nadie le pidió a Gaddis que viniera a “molestar†a los integrantes de un medio, el literario, que en las décadas siguientes a la publicación de su primera obra no ha hecho otra cosa que seguir degenerando, contraviniendo las leyes darwinianas de la selección natural. Nadie le pidió a Green que entablara una lucha numantina contra el establishment literario. Nadie empujó a Moore a rescatar este valioso documento que ahora se publica en castellano, como nadie le indicó a la editorial barcelonesa que afrontara la publicación de lo que viene a ser un bofetón indirecto a las prácticas literarias complacientes con la mediocridad y el mal gusto. Y nadie me pidió a mà que me metiera en camisa de once varas añadiendo un sencillo comentario a una obra que no lo necesita porque se basta a sà misma junto con el objeto último de su defensa. Desde el primer artista hasta el último mono no hay sino compromiso, primero, en la construcción de un edificio artÃstico basado en criterios rigurosos y, por último —el mono—, en la conservación de algo amenazado de extinción a causa de intereses comerciales contaminados.
Lo único que puedo desear a los crÃticos es la crucifixión.
Cartas, Saul Bellow
José Luis Amores
http://bolmangani.blogspot.com