Julio Cortázar, una autopista de relatos

Cartas de mamá. Julio Cortázar
Prólogo de Jorge Luis Borges
Nórdica (Madrid, 2012)

La autopista del Sur. Julio Cortázar
Nórdica (Madrid, 2012)

En su día el profesor Martí de Riquer confesó sentir una cierta envidia por aquel estudiante que todavía no había leído el Don Quijote de la Mancha, pues todavía podía disfrutar del placer de la primera y, por tanto, irrepetible lectura; años más tarde, en una aula similar a aquella en la que se habían pronunciado aquellas palabras de elogio en torno a la primera lectura de la obra cervantina, alguien dijo que no había mayor suerte que no haber leído Casa tomada de Cortázar para poder experimentar aquel fascinante desconcierto que el relato suscita en el lector que, por primera vez, se sumerge en el universo cortazariano. Sin embargo, aquellas palabras con tintes de añoranza dirigidas hacia la imposibilidad de recuperar la inocencia de la primera lectura de Casa tomada bien hubieran podido referirse a cualquiera de los relatos escritos por Cortázar, relatos todos ellos que desde una cotidianidad verosímilmente narrada proponen una realidad desconcertante, incomprensible, una realidad reescrita a través de la ficción fantástica.

Convertirse en lector de Julio Cortázar es convertirse en lector de una ficción de lo cotidiano donde lo fantástico, a diferencia de la narrativa de Borges, no aparece bajo el rostro paródico de la metafísica, de la teología ni de ninguna otra disciplina, aparece, en cambio, en lo cotidiano y de lo cotidiano, de la simple expulsión de una casa inesperadamente ocupada, hasta la identificación con un extraño pez llamado Axotlol. A partir de la cotidiana relación epistolar  entre un hijo residente en París y su madre en Buenos Aires y de las todavía hoy comunes retenciones de tráfico de las tardes de domingo cuando, transcurrido el fin de semana, las personas regresan a la capital -París- para volver a comenzar la semana, Cortázar construye los relatos Cartas de mamá y La autopista del Sur que recientemente ha publicado Nórdica. Si bien la verosimilitud es inherente a la narrativa fantástica en tanto que ésta, más allá de lo empíricamente improponible de su relato, debe ser creíble para sus lectores, Cartas de mamá y La autopista del Sur ponen en entredicho, no sólo el propio concepto de verosimilitud, sino el concepto de literatura realista así como también el de literatura fantástica: en los dos relatos, lo fantástico surge progresivamente, a lo largo de la narración, del contexto de la vida diaria, incluso, banal, propuesto como marco narrativo en el que se desarrolla una acción marcada no tanto por la complicación de la trama, cuando por  la vuelta de tuerca llevada a cabo por lo fantástico, haciéndose imposible toda conclusión lógica.

Lo fantástico de Cortázar podría definirse como un fantástico realista puesto que , desde el realismo -sea en el estilo sea en el marco narrativo- los  dos relatos plantean la falacia de una realidad conoscible: la realidad racional y empirícamente reconocida como tal  por el lector, entra en crisis revelando lo intrínsecamente irracional, es decir, revelando aquellos aspectos que escapan de la racionalidad a partir de la cual la realidad es percibida y comúnmente aceptada. Cartás de mamá y La autopista del Sur reflejan una cotidianidad en la que lo fantástico no aparece como un elemento externo y, a la vez, extraño a lo que se relata, sino que aparece como un rasgo propio de dicha cotidianidad: en las cartas que la madre envía desde Buenos Aires a su hijo Luis no hay nada sorprendente, nada que perturbe las perspectiva cognoscitiva del lector y, sin embargo, un nombre, el de Nico, el nombre del hijo fallecido, aparece de forma inesperada y desconcertante: Nico vuelve a hacerse presente, su fallecimiento, indudable hasta entonces, empieza a cuestionarse cuando en una de las cartas se avisa de su llegada a París. Cortázar juega con el desconcierto del lector, éste no puede concebir racionalmente la presencia de Nico y, sin embargo, no puede negarla: Luis, a pesar  del desconcierto, no duda en esperar la supuesta llegada de su hermano, acepta, a pesar de una razón cada vez más frágil, la posibilidad de su regreso y, en esta aceptación, arrastra consigo al lector que observa como, a lo largo de la lectura, sus presupuestos racionales van debilitándose frente a una huidiza realidad verosimilmente narrada.

Julio Cortázar (foto: Sara Facio/wikipedia)

Lo fantástico, afirmaba Cortázar, “es algo excepcional” y, sin embargo, a pesar de su excepcionalidad, “no tiene porqué diferenciarse en sus manifestaciones de esta realidad que nos envuelve”. De la mano del autor de Rayuela, lo fantástico se convierte en lo cotidiano, lo racionalmente real se confunde con lo fantástico en una relación inestricable de tal manera que los personajes cortazarianos dejan de soprenderse ante lo incomprensible. Si Luis, a pesar de lo irracional del posible viaje de Nico a París, no duda en irlo a buscar, los protagonistas de La autopista del Sur solamente sienten la incomodidad, las dificultades para la supervivencia, que generan los incalculables días de espera en medio de un atasco: “las baterías empezaban a descargarse y no se podía hacer funcionar todo el tiempo la calefacción”, la anciana que, junto a su marido regresaba a París, se debilitaba día tras día, las monjas buscaban en el rezo una consolación y, aunque “nunca faltaban del todo el agua o las conservas”, las provisiones escaseaban, “los fondos del grupo disminuían”, mientras que “los alimentos de que se disponía no eran los más adecuados para los dos niños y la anciana”. De la misma manera que los dos hermanos de Casa tomada aceptan pasivamente la inexplicable ocupación de su apartamento que les obliga finalmente a abandonarlo, los personajes de La autopista del Sur luchan por la supervivencia, tratan de reorganizar la propia existencia en torno a sus coches parados en una autopista perdida en un descampado; las escasas noticias que les llegan acerca de los motivos de la prolongada espera parecen bastarles, ninguna pregunta, ninguna incertidumbre y, tampoco, ningún temor frente al incomprensible atasco al que han sido condenados -¿por quién? ¿Por qué?- en esas circunstancias, la cotidianidad, de que los personajes han sido privados, vuelve a restablecerse: en medio de ese atasco, no sólo se crea una estructura social-administrativa encargada de organizar el reparto de alimentos, sino que cada uno de los conductores prosigue su existencia, el fallecimiento de la anciana se mezcla con el enamoramiento del ingeniero por la joven del Dauphine; en medio de la autopista, las monjas siguen con sus rezos, el médico visita a los enfermos, mientras los niños juegan ajenos a todo.

Cartas de mamá y La autopista del Sur proponen un nuevo concepto de fantástico, un concepto que el crítico Jaime Alazraki denominará neofantástico y que, prescindiendo del miedo,  propone una nueva postulación de la realidad y, por tanto, invita al lector a percibir el mundo desde una nueva perspectiva que, desde el concepto de ficción, ponga en entredicho la racionalidad como la clave de lectura del mundo y, en consecuencia, de la propia narrativa. El lector de Cortázar será soprendido no tanto por el carácter fantástico de los hechos narrados cuanto por su naturalización: a través de la aceptación pasiva por parte de los personajes de los inexplicables acontecimientos, Cortázar obliga al lector a cuestionarse acerca, no sólo del relato, sino, y sobre todo, acerca de la realidad, es decir, acerca del sentido que él, como lector y, a la vez, como ser-en-el-mundo, da al mundo y a la realidad empírica en la que está inevitablemente inmerso. De la misma manera que Gödel postulaba que la matemática se basaba en proposiciones no demostrables, los dos relatos de Cortázar atestiguan la inaprehensibilidad de la realidad empírica por parte de la razón: los personajes no se cuestionan los hechos de los que son protagonistas porque la razón, su racionalidad, ha dejado de ser una clave de lectura, ha dejado de ser el prisma a través del cual mirar y comprender la realidad. La verosimilitud de los relatos se convierte en un engaño, en un mero estilema tras el cual se revela un mundo incomprensible, contradictorio y, sobre todo, un mundo en el que el individuo, abandonado a su suerte en medio de la autopista, no puede más que sobrevivir, no hay reclamación posible, solamente la aceptación: como los dos hermanos aceptan ser expulsados de la Casa tomada, los conductores aceptan permanecer a la intemperie en medio de la autopistas y, por su parte, Luis acepta convivir con la duda acerca de la posible no defunción de su hermano Nico.

La publicación de Cartas de mamá y La autopista del Sur es la oportunidad, para todos aquellos que todavía no han leído dichos relatos, de sumergirse en el universo cortazariano a través de una primera y, por tanto, irrepetible lectura por muchos añorada. A quienes ven la primera lectura como un recuerdo lejano, Nórdica da la posibilidad de la relectura, de volver a leer estos dos relatos que, más allá de las veces que se lean, terminan siempre por poner al lector ante el abismo de la razón, ante la encrucijada entre la la ficción como realidad y la realidad como ficción.

A través de sus relatos, Cortázar hace del mundo un relato, una ficción en la cual el referente, la verdad última, como sucedía en la caverna de Platón, resulta inalcanzable. La ficción del mundo es el descrédito de la razón y, a la vez, la condena de lo incomprensible, de lo inexplicable, incluso de lo irracional que conforma nuestra propia realidad. La respuesta no está en la pasividad, como tampoco está en el mero descrédito de la razón: aún sin hacer de su literatura una narrativa comprometida tal como comúnmente se entiende, Cortázar era consciente, y así lo confesaba en una entrevista a Omar Prego, que cada uno de sus relatos “va a llegar a muchos lectores y además del efecto literario va a tener un efecto de tipo político”. Más allá de la posible lectura política de sus obras, Cartas de mamá y La autopista del Sur no sólo deben leerse como relatos verosimilmente fantásticos, sino como relatos que invitan al lector a mirar, y no pasivamente, la irracionalidad de la realidad porque es precisamente a partir de esta irracionalidad intrínseca al mundo en el que se está inmerso que se hace posible repensar racionalmente, es decir, volver a preguntarse el porqué. Los dos relatos ahora publicados hacen reales las palabras de Juan José Saer: “el rechazo escrupuloso de todo elemento ficiticio no es un criterio de verdad”.

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia (1986) es licenciada en filología italiana y en Teoría de la literatura

y literatura comparada; Máster en Teoría de la literatura y literatura comparada por la

UB. Es colaboradora habitaual de Panfleto Calidoscopio, ha publicado breves ensayos

en la Revista Forma de la UPF y reseñas en 452f. También ha publicado artículos en El

núvol o Barcelona Review.

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