«Sobre París», de Ernest Hemingway, una nueva mirada sobre la ciudad

Sobre París. Ernest Hemingway
Traducción de Clara Pastor
Elba Editorial (Barcelona, 2012)

Para Octavio Paz llegar a París en los años cuarenta significó encontrarse con la materialización de su formación literaria; París se convertía así, ante la atónita mirada de Paz,  en la imagen palimpséstica en la que podía releer todas aquellas obras encumbradas por la capital francesa, obras no solamente francesas, sino de autores distintos, de nacionalidades diferentes, pero todos ellos autores que habían pasado por París, que se habían detenido en aquella ciudad, convertida en destino casi obligado para cualquier joven escritor. La literatura pasaba por París, el viaje de formación a Italia había sido substituido por el viaje a la capital francesa, un viaje que desde el siglo XIX era indispensable, ya no sólo para los franceses de las provincias, como el ambicioso Lucien de Ruberpré creado por Balzac, sino también para los extranjeros: Joyce, Bernard Shaw,  Rubén Darío, Scott Fitzgerald, Gertrude Stein o Samuel Beckett… todos se detenían en aquella ciudad –diría Pascal Casanova– convertida en “La Literatura”.

“París era el lugar donde había que estar”, recuerda en sus memorias parisinas Gertrude Stein, y ahí es donde se trasladó un joven Ernest Hemingway, cuyos artículos dedicados a la capital francesa publica ahora la editorial Elba. Sobre París recoge los artículos de un Hemingway todavía desconocido que sobrevivía con las crónicas que periódicamente enviaba al Toronto Star. Escritas entre 1922 y 1923, son breves crónicas a través de las cuales, con la mirada de alguien que ya ha dejado de sentirse extranjero, se descubre un París escondido tras las imposturas de un imaginario literario-cultural al que muchos, como posteriormente hará Octavio Paz, han sucumbido haciendo desaparecer la ciudad tras una imagen artificialmente creada.

Hemingway también sucumbió a la fascinación literaria de París, él también, como muchos otros jóvenes, llega a la capital francesa para convertirse en escritor; también para él París es un mito que se ha ido reforzando “a través de las evocaciones novelescas o poéticas” hasta convertirse, en palabras de Pascal Casanova “en  lugar novelesco por excelencia”. Sin embargo, en estos artículos no hay rastro del París mítico que, años más tarde, rememorará en su París era una fiesta: aquí no aparece la ciudad descubierta por Hemingway de la mano de Scott Fitzgerald, la ciudad donde formar parte del círculo intelectual de Gertrude Stein significaba el encumbramiento definitivo dentro del panorama literario, tampoco es la ciudad de La Maison des Amis des Livres, la pequeña librería, regentada por Adrienne Monnier en la Rue de l’Odeon, convertida en punto de encuentro de intelectuales, artistas, escritores y jóvenes estudiantes. El París que retrata Hemingway en sus crónicas es, por el contrario, el París desmitificado que años después, tras el final de la Segunda Guerra y pocos años antes de su muerte, Gertude Stein retrató en su París Francia (editado por Minúscula, 2009): la ciudad retratada por quien la habita, la ciudad del Sena, donde, recuerda Stein, “hay camas de cartón bajo los puentes, al parecer el cartón es bueno para el frío en cualquier caso lo usan, y las mujeres lavan la ropa y los hombres pescan y los artistas pintan y cada cual se ocupa de lo suyo”. En el libro de Stein, así como en las crónicas de Hemingway, parece borrarse la ilusión de un París literario, no hay espacio para aquella ciudad que Octavio Paz encontró, o creyó encontrar, a su llegada. Como Stein, Hemingway busca captar la ciudad menos literaria, aquella que “en invierno es lluviosa, fría, hermosa y barata”, pero que, al mismo tiempo “es ruidosa, ajetreada, bulliciosa… y barata”.

Ernest Hemingway. Retrato de Man Ray, París, 1922 (foto: retronaut.co)

La mirada que sus artículos reflejan es la de alguien que ha dejado de ser turista, “la información de que vivir en París es muy caro proviene de los turistas que se alojan en los grandes hoteles”, escribe en una de sus crónicas Ernest Hemingway, él no vive en esos lujosos hoteles, sino en un “hotel confortable de la rue Jacob”; él no forma parte de aquellos americanos que han “convertido la Rotonde en la principal atracción del Barrio Latino”: la Rotonde, previene Hemingway a aquellos lectores que todavía no conocen esta ciudad, se ha convertido en el lugar “para turistas en busca de ambiente”, allí nunca se podrá encontrar “verdaderos artistas”, pues “los artistas de París que están produciendo obras encomiables”, alerta el periodista, “detestan y rechazan a la concurrencia de la Rotonde”. A través de estos artículos, Hemingway descubre una ciudad construida por equívocos, por un imaginario que, sin embargo, revela su artificiosidad a todo aquel que deja de ser turista, a todo aquel que abandona la fascinación propia del recién llegado para convertirse en un parisino más que recorre cotidianamente el entramado urbano.

En La república mundial de las letras, Pascal Casanova describe París como “la construcción incansable de una representación literaria”, como una ciudad creada, y recreada, por “las innumerables descripciones novelescas y poéticas de esta ciudad”; el París así descrito por Casanova es aquél donde llega Octavio Paz, es el mismo al que, años más tarde, aludirá Vila-Matas en su espléndida París no se acaba nunca; es la misma ciudad a la que Hemigway regresa a través de sus recuerdos y de la que da testigo en París era una fiesta. En ella,  se mostrará una de las tantas imágenes de París, sólo uno de sus tantos rostros, un rostro que, sin embargo, Hemigway no muestra en estas crónicas dedicadas a la ciudad desconocida, a la ciudad que ha sobrevivido silenciosamente a la mistificación literaria. Escritas desde la inmediatez de la experiencia, los artículos-crónica ahora publicados no quieren mostrar el París “artificial y febril”, el París reconocido por lugares míticos como el Folies Bergères o el Olympia, tampoco aquel donde los ilustres nombres silencian la vida anónima que conforma la esencia más profunda y, a la vez, más desconocida de la ciudad. Hemingway quiere dar testimonio de aquella ciudad donde “el vendedor de alfombras es una atracción tan cierta de la vida parisina como lo son los grandes autobuses verdes que roncan y rugen al pasar, los pequeños y viejos taxis asmáticos que sortean el tráfico o los lustrosos gatos que toman el sol en las ventanas de todas las porterías”.

París se revela como la ciudad que es, como un lugar donde los salones intelectuales, las librerías o los resonantes nombres de los grandes artistas son solo uno de sus tantos rostros. Como Gertrude Stein en sus memorias, Ernest Hemingway olvida el París literario para mostrar una ciudad donde “es maravilloso mirar a través de la ligera cortina de nieve desde uno de los puentes situados al otro lado de la mole gris del Louvre”.

Lo maravilloso de Sobre París es poder ver la capital francesa desde otro puente, tras la cortina de una casa cualquiera, de un barrio cualquiera, donde no hay más referencia que la mirada del periodista.

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia (1986) es licenciada en filología italiana y en Teoría de la literatura

y literatura comparada; Máster en Teoría de la literatura y literatura comparada por la

UB. Es colaboradora habitaual de Panfleto Calidoscopio, ha publicado breves ensayos

en la Revista Forma de la UPF y reseñas en 452f. También ha publicado artículos en El

núvol o Barcelona Review.

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