La muerte de Martin Luther King, el asesinato de Robert Kennedy y la crisis moral como consecuencia de la intervención norteamericana en Vietnam agitaron el patio hasta lÃmites insospechados. La juventud, motor decidido de la rebelión, accionó algunas palancas que catapultaron el nacimiento de nuevas asociaciones dispuestas a luchar contra la injusticia. A diferencia de los movimientos actuales, estos grupos sà contaban con lÃderes definidos que a su vez eran respaldados por figuras de la intelectualidad alternativa, desde Norman Mailer y Terry Southern hasta Allen Ginsberg, protagonista de Testimonio en Chicago, volumen editado por Gallo Nero que condensa en sus páginas las claves para comprender un episodio fundamental con regusto a cargas policiales y censuras polÃticas muy recientes en nuestra memoria.
Allen Ginsberg en la acampada de Chicago (foto: Mary Ellen Mark, 1968)
La celebración en Chicago de la convención Demócrata inspiró a los ideólogos del Youth International Party, entre los que cabe destacar a Jerry Rubin y a su cómplice Abby Hoffman, a organizar un Festival de la Vida que coincidiera con tan importante cita polÃtica. Para ello movilizaron a más de una veintena de organizaciones con el fin de convocar una manifestación que rompiera moldes y celebrara el desencanto desde una perspectiva festiva. A la iniciativa se sumaron objetores al reclutamiento obligatorio, radicales militantes, pacifistas, agitadores, feministas, hippies, comunistas y la flor y nata de la literatura yanqui comprometida. Sin embargo, al llegar la gran jornada sólo llegaron a la capital de Illinois cinco mil de los cien mil participantes previstos, lo que no impidió que el poder desplegara un contingente policial que generó en el desalojo del Parque Lincoln, agresiones a periodistas, múltiples detenciones, muchos cráneos abiertos y una violencia estatal que culminó en el proceso de los siete de Chicago, definido por el periodista William Barry Furlong como una comedia de los hermanos Marx con guión de Salvador DalÃ.
Los cabecillas de la gran coalición disidente se sentaron en el banquillo de los acusados mientras por el estrado desfilaban mil y un nombres para dar testimonio de lo acaecido en esas calurosas jornadas de agosto de 1968. El problema es que el jurado popular no servÃa para nada, condicionado como estaba por el juez Hoffman, burlón y cÃnico en su obcecación por condenar hasta el zumbido de una mosca. La legislación estadounidense contemplaba normas letales que facilitaban su trabajo. La Anti-Riot Act consideraba que una revuelta era toda reunión de tres o más personas en la que una de ellas amenaza o daña al resto. El recorte de libertad de expresión en la realidad se trasladó a los juzgados donde Allen Ginsberg respondió con diligencia a las preguntas de la defensa y la fiscalÃa.
Cualquier estamento darÃa una respuesta negativa, y hasta yo mismo me atreverÃa a decir que se necesitan más cosas para dar un giro de ciento ochenta grados al curso de la Historia. En estos tiempos que corren cada vez se escucha más la teorÃa del miedo. Si quieres que te respeten debes darlo, porque de otro modo los que mandan seguirán impunes en su barra libre de desprecio al ciudadano. Pues bien, el Festival de la Vida de Chicago logró atemorizar a los mandamases hasta llegar al extremo de montar una opereta con culpables de antemano por lo inexistente de la presunción de inocencia.
Burroughs, Southern, Ginsberg y Genet en Chicago (foto: Michael Cooper, 1968)
A veces, mientras leemos las palabras bajo juramento de Allen Ginsberg, tenemos la sensación de asistir a una obra de teatro cómica, con los togados en el papel de bufones y los demás como portavoces de una razón muda al no ser escuchada por nadie. La resolución final fue sobreseÃda, lo que no impidió que durante el juicio el esperpento alcanzara cotas insuperables a manos de los que debÃan moderar y preservar la objetividad para que la sentencia fuera justa. El prefacio de Jason Epstein cierra una obra muy bien estructurada y útil para entender cómo el sistema manipula desde su invulnerabilidad y la creencia que el castillo de naipes es imposible de derrumbar.