Cuentos de horror. Horacio Quiroga
Ilustraciones de Alejandro Santos
Ediciones Traspiés (Otura, Granada, 2012)
El nombre de Horacio Quiroga (Salto, Uruguay, 1878 – Buenos Aires, 1937) es todo un referente de primera clase a la hora de hablar del cuento moderno, no solo dentro del ámbito hispanohablante sino, de modo genérico, a nivel occidental. Muchos de sus principios narrativos, contenidos en el celebérrimo Decálogo del perfecto cuentista son hoy tenidos en cuenta tanto por las escuelas como por los que, algún dÃa, pretenden dedicarse al relato. Pero más allá de la oportunidad (a veces asombrosa) de sus observaciones sobre el arte de escribir un cuento, o, como él lo llama, «una novela depurada de ripios», la importancia de Quiroga estriba en el giro radical que, en su dÃa, le dio a la temática y al estilo de las narraciones breves. Despreciado (o no considerado lo suficiente en su época) por lo desaliñado de su estilo (lo que resulta indudable) y los errores formales en que en ocasiones cae, las circunstancias de su vida y el objetivo de su obra sin duda han acabado por disculpar estos deslices y no ya justificarlos sino darles valor.
Seguidor en un principio del decadentismo al estilo de Poe, en que las narraciones se llenaban de espectros o presencias misteriosas, y del modernismo que se solazaba en los detalles y las impresiones coloristas, poco a poco Quiroga va dejando atrás todo eso. Su participación, como fotógrafo, en una expedición a las ruinas de las misiones jesuÃticas en la frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay marcarÃa su rumbo vital y como escritor.
Fascinado por la selva, que en aquellos parajes comienza a intrincarse y a formar un universo distinto, terrible e hipnótico, a los pocos años de dicha expedición se instalarÃa en las cercanÃas de esa selva, y de ella tomarÃa Quiroga los motivos para sus mejores cuentos. Unos relatos donde los alardes estilÃsticos del modernismo han quedado atrás (sin duda, la dura vida junto a la jungla exige renunciar a todo lo superfluo) y donde el terror o el elemento inquietante ya no va a provenir de fantasmas, de espectros, de maldiciones lanzadas hace siglos, de castillos en la niebla donde habitan ominosos extraños, o cualquier otro elemento caracterÃstico del decadentismo a la hora de enfrentarse al género de terror. El terror que se recoge en estos cuentos seleccionados que ahora edita Traspiés es un pavor, una horripilancia, que deriva de las circunstancias de la vida: de que la selva se trague a tu único hijo, de que quedes de pronto desvalido en el lugar más inoportuno, de que tras cualquier arbusto puedas sufrir la picadura mortal de una vÃbora…
La selva, o por mejor decir, la impiedad absoluta de la selva, es la gran protagonista de estos cuentos, donde las muertes o las desgracias más terribles no vienen anunciadas, como en los cuentos de terror de los autores que en Europa precedieron a Quiroga, por manuscritos o hechizo o leyendas, sino que puede acaecer en cualquier momento, al tropezar con una alambrada, por ejemplo, y caer sobre tu propio cuchillo, y le puede suceder al más experimentado. El protagonista de los cuentos de Quiroga, y por extensión el hombre en general, no solo el que habita junto a la selva, es un ser indefenso y a merced de la suerte, que no se puede refugiar ni en su pericia ni en sus antecedentes ni confiarse en la calma que comunica a veces el entorno. Porque de pronto, cuando menos uno lo espera, y con la rapidez más cruel (en uno de los relatos, un hombre se queda sin toda su familia en solo 36 horas), la vida nos puede tomar del cuello y aplastarnos, asfixiarnos, sin dejarnos apenas gritar, o, aunque gritemos, sin que nadie haya en los alrededores para oÃrnos.
Estamos, como se ve, muy lejos del hombre cuyos ingenios le hacÃan dominador del mundo (en uno de los cuentos, dos admiradores de Julio Verne se internan en la jungla con afán de vivir aventuras al modo clásico y apenas dos dÃas después son hallados aturdidos, en completo estado de estupor), muy lejos del hombre moderno y racional, pero sin acercarnos por ello al hombre antiguo y mitológico que a su manera se armonizaba con la naturaleza. El de Quiroga es un mero superviviente, casi no importa cómo, a los peligros de la jungla, ese espacio donde la más dulce miel puede convertirse en un tósigo mortal por cuanto te hace estar a merced del más implacable (no lo imaginas, lector) depredador, un hombre que en el instante de morir no tiene tiempo para grandes discursos, ni para ponerse en paz con su creador, ni para hacer más reflexiones que qué comerán sus hijos mañana.
Un horror, en fin, bestial y sin paliativos… como la vida misma y como nunca antes que Quiroga se habÃa escrito.
Miguel Baquero
El mundo es oblongo