«El combate del siglo», de Jack London

El combate del siglo seguido de El combate de Johnson contra Jeffries y la censura de la supremacía negra.
Jack London y Barack Y. Orbach
Traducción de Laura Salas
Gallo Nero (Madrid, 2011)

Por su capacidad de narrar acontecimientos asombrosos, y curtido por un sinfín de hazañas propias y ajenas en sus periplos de buscador de oro (así como extractor de personajes impagables), Jack London fue enviado por el New York Herald a cubrir el esperadísimo enfrentamiento entre los púgiles Jim Jeffries, la gran esperanza blanca, frente al entonces campeón mundial de los pesos pesados, Jack Johnson, “el gigante de Galveston”. La fecha señalada, el día de la Independencia de 1910, la nación esperaba despertar de la pesadilla que suponía que el campeón fuera negro, y en ese combate se imponía la necesidad de que Jeffries pusiese las cosas en su sitio natural.

Este es el hecho, pero London es mucho London, y durante los diez días que precedieron al famoso combate se encargó de ir preparando a sus lectores para lo que habría de venir. Detalló minuciosamente la expectación, el ansia como de un adicto antes de la llegada de los contrincantes a Reno, lugar de la pelea. Defendió el deporte con un convencimiento apabullante (dispuesto aunque fuera el único en hacerlo en todo el mundo), y se interrogó desde su columna por el sentido del mismo, del “objetivo sencillo de ver, mediante los golpes de sus manos enguantadas quién puede derribar al otro con suficiente fuerza como para que permanezca diez segundos consecutivos en el suelo. Y ¿por qué quieren hacer eso? Por el honor, la fama y un premio de cien mil dólares”.

Johnson y Jeffries

En cualquier deporte es difícil encontrar libros que vayan más allá del propio deporte. Dejando aparte el que nos ocupa, probablemente el acercamiento más interesante sea Del boxeo, de Joyce Carol Oates, donde con su prosa clínica nos transmitió la angustia de la repetición de los golpes secos en el rostro o el torso:

“El boxeo, como la imagen de un sueño o una pesadilla, opone un yo contra un yo, un gemelo contra un gemelo idéntico, como en el útero, donde la dominación, el más misterioso de los apetitos humanos, se expresa por primera vez. Sus más característicos momentos de éxtasis —el acercamiento al KO, el KO, la posterioridad al KO, y gracias a las repeticiones de la televisión, todo el episodio revivido a cámara lenta como en la privacidad de un sueño— son indistinguibles de la obscenidad, el horror”.

Es más goloso el cine, desde luego. De hecho, una de las primeras películas que se conservan, de 1894, es la grabación en quinetoscopio de uno de los mitos del deporte: Leonard contra Cushing, él contra él, dos tipos que se aíslan del mundo para ver quién hace que vuelen más estrellas sobre la cabeza del otro. En la crónica de Jack London, se dan por conocidas las impresiones primeras del aficionado recién llegado: el olor a sudor y la humedad, el rugido de las gradas, el humo y el sonido de los golpes, la redención de un alma acabada recibida a puñetazos sobre el cuadrilátero, el guante contra la carne, panoplia de piel para los contrincantes, la aparición del árbitro para asegurar cierta ética que se ha mantenido desde que los griegos hicieron olímpico el festival de tortas sobre la arena.

El combate en sí no da consistencia a un relato. Al fin y al cabo, como el mismo London afirma, este es un deporte que está en nuestra naturaleza, y es justo. La justicia nunca dio buena literatura, ese terreno donde la humanidad ajusta cuentas. En ese enfrentamiento tenemos un choque de trenes y dos formas de entender el tema: la mole experimentada llamada Jeffries, duro como una roca, y el esquivo y charlatán Johnson, con su sonrisa de dientes de oro y la sangre de su labio partido, pero de buen rollo; el autor resume en una frase todo el libro, y de paso el deporte entero: “lo que me provoca más curiosidad es ver qué  ocurrirá cuando estos dos hombres de robustos hombros se unan en un abrazo”.

Tenemos el evidente conflicto racial que se explica con claridad meridiana en el artículo de Orbach que se incluye en el volumen. Tenemos la relación del boxeo con el periodismo, en una época en que los periodistas eran reporteros, que trasnochaban y se convertían en detectives de pacotilla, bebían como cosacos y creían en los rumores tanto como en la información confirmada, recordándonos con una sonrisa los piques entre Muhammad Ali y Howard Cosell, y con un estupor amargo la parte de Fate en 2666, donde la efervescencia ante un importante combate de un tal Pickett deja la ciudad con las defensas bajas ante un problema más grave. Pero esto lo tienen todos los deportes mayoritarios, que absorben nuestras conciencias, y aquello que acontece en un terreno de juego delimitado y con mil reglas a discutir toma categoría de asunto de estado.

También está el áspero descubrimiento de que esa pelea tan esperada no es lo que nos habíamos imaginado días antes, que al final nunca es para tanto, que en el colegio se vivieron peleas más interesantes. Y ante todo, hay que tener cuidado con querer regresar al lugar donde uno fue antes grande, porque no somos estatuas de bronce sobreviviendo a los siglos.

Daniel Jándula
www.nedham.blogspot.com

Daniel Jándula

aniel Jándula (Málaga, 1980) es autor de “El Reo” y la obra conjunta, “Pistolas al amanecer” (ambas en Ediciones Noufront, 2009). Colabora con Ruta 66 y Calidoscopio. Traduce bestsellers y manuales que ayudan a mejorar nuestras técnicas de venta, además de corregir y volcar al castellano libros de todos los temas que puedan imaginarse.

3 Comentarios

  1. Jack London, a parte de escribir, fue su vida, una aventura permanente, donde comprendió al ser humano, y las cualidades de cada persona o personaje han sido volcados en sus libros y en estas crónicas de la vida real.
    LOndon, ha escrito bastante sobre el box y su entorno, y uno de sus cuentos narrados magistralmente, es» por un bistec», donde narra la vida de un boxeador ya veterano, que se tiene que enfrentar a un boxeador joven, que es el que viene a sacarle su comida, de allí el título. Aquí es donde London descolla, en mostrarnos la cara humana de esta profesión terrible, donde uno de los dos, debe destruir al otro para estar en la gloria, y nos muestra la humanidad de los boxeadores ante el final de la carrera del veterano, ante el futuro del pugil nuevo. En este libro nos da la pauta por los comentarios, el problema racial que existía en esa época, y lo que representaba en EEUU la esperanza blanca ante la hegemonía negra de los pesos pesados.

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