El gran relato norteamericano, un recibimiento más que merecido

Welcome to U. S. A. Willa Cather, William Faulkner,
Leonard Michaels, O. Henry
Traducción de VV. TT.
Nórdica Libros (Madrid, 2012)

Historias de Nueva York. O. Henry
Traducción de José Manuel Álvarez Flórez
Nórdica Libros (Madrid, 2012)

Si bien el título, Welcome to U. S. A., podría justificar el recurso a la más que manida metáfora de la lectura como viaje, uno no debe dejarse llevar a engaño: no se trata de una recopilación más de literatura de viajes, sino de la publicación -¡cuán agradecidos debemos estar a la editorial Nórdica!- de cuatro excepcionales relatos de otros tantos escritores, de los más relevantes dentro de la tradición moderna del relato. Sería injusto, erróneo afirmar que en Estados Unidos se hallan las raíces del relato moderno, nombres como Franz Kafka o Anton Chéjov desmienten tal afirmación y, sin embargo, parece inevitable desplazar la mirada hacia una Norteamérica que, aun siendo deudora del legado inglés, con el siglo XIX empieza a conformar una tradición literaria propia vinculada al relato, que no tarda en convertirse en referencia obligada para todos aquellos autores, norteamericanos o no, que se aproximan a dicho género. No acaso Borges, cuya formación en la tradición anglo-americana le llevó a afirmar, con controvertida naturalidad, que su primera lectura del Don Quijote había sido en la lengua de Shakespeare, llegó a apropiarse del relato El sueño dejado incompleto por O. Henry, de quien el autor argentino no dudaba en afirmar: “O. Henry nos ha dejado más de una breve y patética obra de arte”.

Estas breves y patéticas obras de arte de O. Henry, que Nórdica también publica en Historias de Nueva York, se suman a aquellas legadas por autores como Willa Cather, William Faulkner y Leonard Michaels, todos ellos reunidos en Welcome to U. S. A. Fue precisamente un autor como Borges, que siempre rechazó la idea de escribir una novela, quien vaticinaba el fin de ésta, mientras auguraba la inagotabilidad del relato; el tiempo para la novela, anunciaba el autor de El Aleph, es limitado y, sin embargo, ese mismo tiempo que él mismo pronosticaba ha terminado por desmentirle, aunque sea sólo parcialmente, pues si bien la novela, pese las frecuentes amenazas recibidas, sigue sobreviviendo, el relato no ha perdido su inagotabilidad. La publicación de Historias de Nueva York y de Welcome to USA no sólo demuestra su vigencia, sino que ofrece la posibilidad de conocer esos “poetas fuertes” sobre cuyas obras, como diría Harold Bloom, los “poetas jóvenes” han realizado un movimiento de desviación diseñando nuevas líneas dentro de una tradición, la del relato, todavía inacabada. Sin O. Henry, Faulkner o Cather, ¿qué hubiera sido de Capote, de Philip Roth, de Wallace Stevens o, incluso, del propio Borges?

Si bien toda respuesta sería meramente azarosa, las palabras del crítico Nicolas Bourriaud, citadas por Jorge Carrión en Teleshakespeare, resultan esclarecedoras: “la actividad artística constituye un juego donde las formas, las modalidades y las fuentes evolucionan según las épocas y los contextos sociales”; la publicación de dichos relatos, por tanto, son de interés crítico pues permiten realizar -ahora sí, permítanme recurrir a la manida metáfora- un viaje retrospectivo hacia aquellos autores sin los cuales no es posible comprender y, por tanto leer, la narrativa breve de otros como Raymond Carver o David Foster Wallace. La publicación de Welcome to U. S. A. así como de Historias de Nueva York resultan, por tanto, una declaración de intenciones por parte de una editorial que, con nombres como Charles Dickens, Luigi Pirandello o Liam O’Flaherty, no duda de la necesidad de una mirada retrospectiva hacia aquella tradición que hace posible la contemporaneidad, es decir, que conforma las bases de las producciones literarias actuales.

El recorrido retrospectivo que ofrece la lectura de estos relatos se inscribe en un mapa geográfico en el que los distintos escenarios, desde la ciudad moderna hasta las tradicionales provincias sureñas, pueden leerse no sólo como meros espacios narrativos, sino también como representaciones implícitas de sus autores. El recorrido geográfico que separa estos escenarios es la distancia estilístico-formal que aleja a sus autores en un mapa donde las grandes distancias que tanto sorprendieron a Sarmiento en su viaje por Estados Unidos no impiden la interconexión. Las grandes líneas ferroviarias que unían ciudades tan dispares como Nueva York, Washington, Filadelfia o Nueva Orleans son las mismas que unen a autores tan aparentemente alejados como O. Henry y Faulkner, son precisamente estas líneas ferroviarias las que permiten a Sarmiento escribir en una de sus cartas que, a pesar de las diferencias, todo es Estados Unidos, en cada lugar, en cada rincón y en cada manifestación artística puede leerse Norteamérica.

Se lee Norteamérica en la Nueva York de O. Henry, en las montañas de Gatskill de Michaels o en el Sur de Faulkner: espacios distintos y, sin embargo, espacios norteamericanos, escenarios privilegiados de los relatos de sus autores y, a su vez, escenarios sobre los cuales ya no es posible escribir sin rememorar los nombres de aquellos autores que los hicieron célebres. Literariamente no hay otro sur más que el creado por Faulkner a lo largo de su narrativa y que retrata, una vez más, con cínica frialdad, con angustiosa desesperanza, en “Miss Zilphia Gant”, un relato en el que la vida, casi en un eterno retorno nietzscheano, parece repetirse eliminando toda alternativa, todo posible cambio. Éste es el Sur de Faulkner, al cual viaja García Márquez para poder crear su Comala, es el mismo sur que se aleja geográfica, estética y sociológicamente de la Nueva York retratada por O. Henry, una ciudad en cuyos barrios alejados del centro “las calles se han vuelto locas y se quiebran en pequeñas franjas llamadas sitos”. Éstos son los mismos  lugares “que forman curvas y ángulos extraños”, los que conforman la ciudad de las luces eléctricas siempre encendidas, en cuyas calles transitan “individuos de indumentaria perfecta”, donde los rostros desconocidos conviven, se entrecruzan, se encuentran indiferentemente. Son los lugares de la ciudad diversificada y creciente de “Después de veinte años”, la urbe donde, más allá de la masificación creciente de sus calles, O. Henry retrata el reencuentro de dos amigos, tras años sin verse: sus uniformes distintos son los testigos silenciosos de trayectorias divergentes que los vuelve a unir en el mismo restaurante en que años atrás cenaron por última vez. Ésta es la Nueva York de O. Henry, una ciudad plural, contradictoria e inabarcable, que escapa de la cadencia y decadencia del Sur y, a la vez, una ciudad en la que Paul, el joven protagonista del relato de Willa Cather, se refugiará en busca de una vida que Pittsburg le niega. Ciudades diferentes se convierten en  escenarios narrativos distintos que terminan por conformar, como dijo en su día Sarmiento, la imagen global de unos Estados Unidos todavía nacientes: desde la “incurablemente enferma” Nueva Orleans, descrita por Sarmiento, hasta la Nueva York convertida en “el centro de la actividad norteamericana”, en “el desembarcadero de los emigrantes europeos, y por tanto la ciudad menos americana en su fisonomía y costumbres de las que presenta la Unión”.

Nueva York miraba a Europa de la misma manera que Faulkner, desde el Sur, se dirigía hacia la Irlanda de James Joyce, encontrando en el autor del Ulysses el más perfecto de los modelos literarios. Desde Nueva York, O. Henry dirigía su mirada hacia un Oeste “demasiado seco” en el que se halla “El escondite de Black Hille”, mientras que desde una alejada Nebraska Willa Cather encontraba en la obra de Henry James la tradición norteamericana de la que formaba parte y, a la vez, la tradición europea en la que se inscribía Flaubert, otro de sus referentes.

Welcome to U. S. A. e Historias de Nueva York hacen posible este recorrido geográfico-literario que comienza con una mirada hacia un tiempo pasado, pero los límites temporales no tardan en borrarse. De la misma manera que, desde las orillas norteamericanas, los autores de estos relatos borraban las fronteras geográficas dibujando un nuevo mapa literario en el que las diferencias dejaban de ser separaciones, desde el presente, la lectura de estos relatos borra la distancia temporal que los aleja porque, como en su día dijo Harold Bloom, la gran literatura siempre es atemporal, siempre es eterna.

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia (1986) es licenciada en filología italiana y en Teoría de la literatura

y literatura comparada; Máster en Teoría de la literatura y literatura comparada por la

UB. Es colaboradora habitaual de Panfleto Calidoscopio, ha publicado breves ensayos

en la Revista Forma de la UPF y reseñas en 452f. También ha publicado artículos en El

núvol o Barcelona Review.

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