En mares helados. Wilkie Collins
Traducción de Rebeca Bouvier
Prólogo de Jorge Ordaz
Navona (Barcelona, 2009)
Las maravillosas cosas del mundo de la edición nos deparan grandes alegrÃas como la que he devorado recientemente. El pequeño relato En mares helados tiene una vida propia tan apasionante como su trama.
Nos encontramos en 1856. Wilkie Collins, por aquel entonces con 32 años, y Charles Dickens, que ya rondaba los 44, son grandes amigos de perrerÃas literarias. Fruto de su amistad y de su pasión por el teatro, decidieron escribir al alimón una obra inspirada en la tragedia verÃdica de dos embarcaciones que desaparecieron en 1845 en el océano Ãrtico. De los 128 tripulantes no llegó a saberse nunca nada más. Trasladar ese drama al teatro resultaba un reto demasiado tentador, asà que lo afrontaron y el 6 de enero de 1857 se estrenó en Tavistock House, «el teatro más pequeño del mundo». El éxito fue arrollador, sin duda apoyado por el hecho de que los propios Collins y Dickens asumieron los papeles protagonistas con relevantes elogios de la crÃtica más exigente.
Años más tarde, en 1874, Collins, de gira por Estados Unidos, sorprendió a sus seguidores de Boston con una lectura de la versión novelada de En mares helados. En vista del interés suscitado, decidió ampliar el relato y ofrecerlo, junto con otras dos historias, en un volumen.
Esta pequeña gran novela recoge el drama humano de las expediciones que se perdieron en el Ãrtico, pero también la lucha desesperada por el amor no correspondido. Los tres personajes protagonistas (Richard Wardour, enamorado hasta la médula de Clara Burnham quien, a su vez, acaba rendida por Frank Aldersley, lo que lleva al primero a planear su venganza en cuanto conozca a quien ha osado quitarle a su amor, sin saber que su supuesto enemigo forma parte de la expedición en la que se ha embarcado) conforman uno de los triángulos pasionales mejor presentados de la historia de la literatura. La condición humana, mostrada desde los más negativos de nuestros instintos (venganza, odio, tristeza, dudas, miedo) aparece sin tapujos en la ficción, no dejando ningún respiro a la felicidad que brota en pequeños pasajes como presagio de lo que, imaginamos, va a ocurrir e ignorando, los propios protagonistas, lo que está por venir. El misterio que provoca la incertidumbre, en especial por parte de Clara y los secundarios que conocen la peligrosa situación a la que se enfrenta el inocente Frank en aquellos mares helados, invade al lector hasta el punto de mascar el infortunio.
Poco queda de Dickens en el relato que, por cierto, no olvida su estructura teatral, habiéndolo dividido Collins, como bien apunta Jorge Ordaz en su prólogo, en veintiocho capÃtulos repartidos en cinco escenas. AsÃ, reconocemos una pequeña introducción en el inicio de cada una de ellas para situar al lector, la base de los numerosos diálogos, escritos para ser recitados, y la metódica exposición de los hechos que llevan, cómo no, tratándose de uno de los maestros pioneros del suspense, a un final inesperado. Es, precisamente, esa proximidad hacia el resto de la obra de Collins (con joyas del calibre de La dama de blanco y La piedra lunar) lo que hace ser de este breve, intenso y bellÃsimo libro, una lectura obligada para cualquier seguidor de narrativa de intriga y un rescate imprescindible para los amantes de la literatura con mayúsculas.
José A. Muñoz
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