La soledad del lector. David Markson
Traducción de Laura Wittner
La Bestia Equilátera (Buenos Aires, 2012)
«Â¿Una novela de referencias y alusiones intelectuales, por asà decir, pero sin casi nada de novela?».
La literatura seria también puede ser divertida. Ulises (Ulysses, 1922), la enigmática novela-insignia del siglo XX, aquella que, según su propio autor, tendrÃa «ocupados a los crÃticos durante trescientos años», es un texto en el que predomina la comicidad y el buen humor y que contiene situaciones hilarantes como la asistencia a misa de Bloom, la pelea con el Ciudadano o el propio monólogo final de Molly. En las antÃpodas del estilo pero no en sus intenciones, David Markson escribió una serie de novelas, de las que La soledad del lector (Reader’s Block, 1996) forma parte, con una clara vocación experimental que, aparte de sus otros muchos méritos, contienen unas saludables y recomendables dosis de sentido del humor.
Después de una numerosa y reconocida obra de literatura de género, a finales de los años 80 del siglo pasado Markson descubre su vena experimental y se convierte en uno de los pioneros de la investigación formal… Incluso en nuestros dÃas, en la era del Twitter, de la banalidad limitada a 140 caracteres pero banalidad al fin y al cabo, Markson representa la apoteosis del fragmento con contenido, a la manera de Lichtenberg y La Rochefoucauld pero sin las pretensiones moralistas sino única y exclusivamente literarias, que no se limita a construir un mosaico cuyo significado es comprensible únicamente a la vista del conjunto, sino uno en que cada tesela posee un significado por sà sola que debe reinterpretarse cuando se toma en consideración como parte de la totalidad; una doble lectura, individual y conjunta, que enriquece el contenido ya de por sà increÃblemente interesante.
La mÃnima trama narrativa de La soledad del lector se sustenta en tres personajes, sin que ello signifique la presencia de tres personas distintas: el narrador, del que no llegamos a saber con claridad la filiación ni siquiera si todas sus intervenciones son realmente suyas; el Lector, que puede llegar a identificarse con el autor y que es una de las facetas del narrador
«Sin duda el Lector es esencialmente el Yo en casos como ése. Sin embargo, se supone en casi todos los demás casos no será de ningún modo el Yo»,
empeñado en escribir una novela; y el Protagonista, personaje en formación, que comparte sospechosamente muchos datos con el autor, y al que el narrador dota de los recuerdos y las experiencias del Lector para hilar la trama. A partir de este punto, la acción consiste en las dudas del Lector acerca de dónde situarla (¿playa o cementerio semiabandonado?), cómo delimitarla (¿hasta qué punto tienen importancia las experiencias del Protagonista anteriores a la acción?), incluso qué es lo que está escribiendo (¿una novela en curso o únicamente la planificación de una novela futura?), qué tipo de relaciones establecer con otros personajes, o cómo caracterizar al Protagonista (¿crear un tipo de la nada o aprovechar caracterÃsticas propias para la construcción?), para llegar a la convicción de que probablemente lo que escribe el narrador no es más que el proyecto fallido de una novela finalmente no escrita por la imposibilidad de separar al Lector del Protagonista, su incapacidad para escribir una obra de ficción, en la que la imaginación venza a la memoria, o una autobiografÃa, en la que sea la memoria la que venza a la imaginación.
«El Lector y esa idea suya.
El Lector y su mente llena de confusión.
¿Qué es una novela[,] en todo caso?
¿O es que[,] de alguna manera[,] después de todo[,] está pensando en una autobiografÃa?».
El escritor, el autor, es el primer lector e inicia esa cadena de soledades que siguiendo por el narrador y acabando en el lector, en nosotros, en el mismo acto de leer aquello que está escrito, que configura y delimita ese mundo imaginario pero tangible, y cuya representación y conclusión sitúa Markson, tal vez, en la conexión existente entre el «cuaderno del escritor», writer’s block, y eso que estamos ahora leyendo, el «cuaderno del lector», reader’s block, que no tiene, por supuesto, que materializarse forzosamente en ningún escrito, que es la pura lectura; aunque todo parece indicar que la intención de Markson no sea otra que la fusión e identificación de ambos cuadernos.
Mezcla de citas, anécdotas y elucubraciones con el mundo del arte como referencia permanente y, entremedio, trazos de un discontinuo hilo narrativo tan solo bosquejado, insinuado, disimulado, camuflado, escondido, perdido y nuevamente reencontrado, herético, indescifrable… Si La soledad del lector fuera una partida de ajedrez, su desciframiento sólo podrÃa intentarse a través del movimiento del caballo, la pieza más irracional y de paso más traidor: disimulo en el propósito, retirada súbita, ataque por el flanco inesperado, táctica de guerrilla. LaberÃntica, avanza a trompicones, rápida por los pasajes rectilÃneos, deteniéndose en las encrucijadas, dubitativa, tomando sorpresivamente un camino que retrocede para situar al lector en un pasaje ya visitado: alumbrando el camino que parece correcto para rectificar más tarde, acompañando cuando la ruta parece evidente, abandonando cuando la ayuda se adivina más necesaria.
En todo caso, Markson propone un juego cuyas reglas se van generando a medida que avanza, y de ahà el desconcierto del lector. Lo errático del desarrollo puede desanimar a los pusilánimes pero, no tanto el sentido de reto como la posibilidad de ser sorprendido es el motor que anima a seguir, página tras página, párrafo tras párrafo, porque aunque a medida que se avanza la sospecha de que el camino no lleva a ninguna parte se apodera de nuestro ánimo, nadie nos robará el disfrute del trayecto.
Joan Flores Constans
http://jediscequejensens.blogspot.com