Matar la luz, resucitarla en la utopÃa: «Relámpagos», de Jean Echenoz | Revista de Letras
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Desde entonces Gregor/Nikola fue el prototipo del cientÃfico loco. Atrás quedaron sus desafÃos victoriosos contra Edison, sus performances en ferias y la humildad de la renuncia a una fortuna monetaria. Los años posteriores no redujeron su excelencia. Su ingenio, robado por Marconi con la radio, de rayos x, de aires lÃquidos, mandos a distancia, robots, microscopios electrónicos, radares, aceleradores de partÃculas, rayos paralizantes y hasta Internet era demasiado potente e hiperactivo. Chocaba con intereses que se amparaban en la reputación del austrohúngaro para desechar sus propuestas. Quizá era demasiado minucioso en lo cotidiano y escasamente preciso por acumular un caudal tan remarcable.
Las tramas de la trilogÃa son trayectorias de desdicha que en el exterior se vislumbran desde una óptica mediática que distorsiona el conjunto. El interior de los tres tenores de Echenoz era de una complejidad inabarcable. La apariencia es una dama que engaña y aniquila. Solemos quedarnos con lo nimio, el relato contado a la multitud, y aparcamos la molestia de la normalidad en mentes insuperables para no disturbar una imagen idÃlica de nuestros monstruos, que por algo lo son, sin que importe toda la mierda que volcamos en su jardÃn mientras respiraban.
¿Ha conseguido Echenoz su objetivo? Sà y no. Lo afirmativo versarÃa en que el intento ya tiene suficiente nobleza desde el concepto y un estilo inconfundible. Lo negativo radicarÃa en lo utópico de recrear la intimidad del genio, y puede que ello se deba a que la misma luz que encendió la mecha de la trilogÃa tiene en su seno el germen de la tradición que ensalza lo colosal y coarta la pequeñez que comparte con el resto de los mortales.
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