PornotopÃa. Arquitectura y sexualidad en “Playboy†durante la Guerra FrÃa. Beatriz Preciado
Anagrama (Barcelona, 2010)
Lector, es posible que seas una de tantas personas enganchadas a Mad Men. Nada que objetar. Inicios de los sesenta. Vemos a esos hombres. Muchos de ellos casados, e infieles. Luchan entre dos modelos norteamericanos. La fidelidad se impone de cara a la galerÃa. El hechizo Hefner hace el resto entre sábanas, ligueros y sensualidad a escondidas. El hogar conyugal ya no es el nidito de amor, sino más bien una rutina de carga y descarga impuesta por la sociedad, coartada para crecer y guardar las apariencias para satisfacción de la moral al uso, rota por los sueños revolucionarios de un divorciado empeñado en ensalzar la solterÃa hacia una insólita quintaesencia: bienvenidos al universo Playboy, santo y seña que preludia nuestra contemporaneidad desde el interior.
El 2 de agosto de 1945 terminó la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos despertó soberana y agitada. Las mujeres trabajaban y pedÃan independencia. El matrimonio se erigió como perfecta institución que controlaba la supuesta liberalidad de los nuevos tiempos, repletos de miedo e incertidumbre. Las antiguas teorÃas quedaban desmontabas y se imponÃa instaurar un orden estable que permitiera controlar la manada. Nacionalismo y consumo, liberalización de costumbres y temor atómico. Nada se sabÃa entonces del efecto del Baby boom, como tampoco podÃa conocerse el futuro impacto del rock and roll en las mentes jóvenes, asustadas y rebeldes por lo pacato del paÃs que las vio nacer, conservador hasta la médula y consciente de instaurar unos mecanismos dominantes basados en el bienestar de las masas, satisfechas por ir de casa al trabajo en su vehÃculo, comprar en grandes superficies y sentirse poderosas por tener en los bolsillos un buen fajo de billetes.
Esa atmósfera de exuberante conformismo insinuaba otras formas de vida. En 1953 Hugh Hefner era un empresario esperanzado. Lanzó el primer número de su célebre revista con una portada histórica que esquivó las garras de la censura y propició el nacimiento de un nuevo modelo heterosexual tocando pocas pero precisas teclas. Muchos desdeñan el mito Playboy porque consideran que la famosa publicación es un simple compendio de chicas desnudas para calentar al personal. Beatriz Preciado nos demuestra en PornotopÃa, finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2010, que las intenciones del magnate del pijama iban mucho más allá.
Del ciervo al conejo: arquitectura masculina al servicio del placer
La América de los cincuenta era una voraz perseguidora de lo heterodoxo- homosexuales, comunistas y disidentes- que favorecÃa un machismo instalado en la perpetua estabilidad de la tradición. La mujer era la reina del hogar, y poco importaba que un albor de independencia atizara positivamente el aire femenino. Hefner estaba en desacuerdo con esos postulados y a través de su publicación lanzó una sutil campaña que creó un turbulento territorio paralelo en ese supuesto remanso de paz. Entendió que toda la pantomima del hombre ciervo, cazador que nutre a la familia tras satisfacer sus impulsos reprimidos, merecÃa ser alterada a favor del conejo, libre y sin obligaciones directas para con el clan. De la caza mayor a la caza menor, de la escopeta a la gozosa seducción, hedonismo que planteaba un consumismo con otras alas, destinado al hombre soltero, capaz de disfrutar desde parámetros que tumbaran el secular dominio de las damas entre las cuatro paredes de cualquier casa.
Hefner era, y es, un maniático del interior. Raras han sido las ocasiones en las que se ha prodigado en visitas exteriores, pues siempre ha circulado entre sus dominios y posesiones sin pisar la calle. Una habitación es más que suficiente para recrear las urgencias de lo masculino, y Playboy fue el primer escaparate de este way of life, humano y cercano desde la oficina, donde introdujo el concepto de The girl next door con sus propias trabajadoras, fuente de orgÃas, juegos, contactos y disparates. Playboy era la única empresa donde tener relaciones con los empleados suponÃa ascender. La revista regalaba maravilla con unas ilustraciones, indiscutibles herederas de las Pin-ups, que no asustaban y generaban empatÃa en el lector. Chicas normales, desnudas pero próximas en su pose, féminas ideales, perfectas imágenes de masturbación al lado de la cama del apartamento habilitado con todas las comodidades deseables: minibar, música de alta fidelidad, una cocina oculta, buena literatura, una pipa y una compañera de quita y pon que saciara los impulsos sexuales. Las cosas, sÃ, ese vocablo impronunciable en la escuela, suplieron a la ama de casa.
¿Machista?
SÃ, a la par que revolucionario. El antiguo leñador, prototipo de un norteamericano desaparecido, cuidaba su aspecto y navegaba por lo urbanita enfundado en su caro traje. Eso era para la clase media de entonces, Hefner, a medida que su emporio fue creciendo, entró en otra dimensión. La imagen es la clave del proceso en este inmenso salto de la cultura popular. Las cámaras invadieron sus mansiones para mayor gloria de los reality shows, herederos de esa esencia. Surgieron clubes en todas las ciudades importantes del planeta. Y el hombre que engendró esa locura vivÃa aislado, solo en una mansión donde desdibujaba la frontera de lo público y lo privado mientras desafiaba la opulencia, falsa al estar impregnada de una sufrida ética del sacrificio, con opulencia y horizontalidad. Su gran parque temático, coetáneo de Disney e inspirador de Graceland y Neverland, ignoraba la mesa de trabajo y expresaba poder desde la cama en todas sus vertientes, laborales y erótico-festivas. Hefner transcurrió los sesenta instalado en su lecho consumiendo anfetaminas como sus compatriotas, con la gran diferencia que él no salÃa de su regio palacio mientras decidÃa desde el sitio destinado a Morfeo, metamorfoseado en oficina, fuente de sexo a raudales y espacio multiusos de un hiperactivo insomne por la droga. Años después, ya mayor, el genio espigado confesó sufrir problemas lumbares tras pasar largas horas estirado en su suave cetro. No era uno de esos reyes medievales que recibÃan a sus súbditos en la cama, pero casi. Desde sus aposentos coordinaba su inabarcable esfera de actividades que se extendÃa hasta comprender un jet privado con el emblema del conejo, múltiples clubes, castillos hedonistas, programas televisivos y un infinito surtido que en realidad era una caverna transgresora de las convenciones. La división de espacios perdió el sentido y su baraja se llenó del todo en uno, casa y burdel, plató y sala de baile, despacho ejecutivo y perpetua fuente de información global.
El fin del Imperio y sus consecuencias: Still watching you
A sus ochenta y tantas primaveras Hefner sigue retozando con veinteañeras ligeras de ropa. El empresario ha cedido y ahora es su mito el que predomina. Desde mediados de los ochenta muchos de sus locales cerraron. Todo lo que él ayudó a crear se transmitÃa desde otras circunstancias. La era Reagan le perjudicó y fue la antesala de la catástrofe, consecuencia del auge de las nuevas tecnologÃas. ¿Tiene sentido consumir la macropornotopÃa Playboy en la época del sexo de pago por Internet, webcams, youporn y burdeles praguenses, Great Sister, gratis con cámaras 24 horas? El Imperio se desmorona contento al haber ganado la partida en la tendencia, el placer como máxima divisa de la sociedad de consumo, y lo audiovisual, como demuestran los mil y un realities que atosigan nuestras pantallas, la vida en directo, paradigma televisivo del siglo XXI. Sin embargo, la única y última derrota de Hefner puede analizarse por su descuido, lógico y comprensible, con lo inmaterial. El chico crecido en Chicago avanzó en la época de lo sólido, no podÃa esperar que la ausencia de tacto propiciara tanto éxito en el 2000 entre ordenadores y otros servicios a los que nos hemos acostumbrado y que han supuesto un fuerte descenso de sus activos, compensado por el fenómeno del mito Hefner, ilustrado y escrito en una biografÃa de coleccionista que algunos consideran la obra definitiva para entender la pasada centuria, donde este americano hizo de la vigilancia un espectáculo y permitió, sin saberlo, que su universo de Playmates fuera la tentadora antesala de esa deleznable cámara que nos controla en la superficie y en la red.
Jordi Corominas i Julián
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