No hay mayor dificultad que escribir poesÃa sobre el amor. Pan comido, el último libro de la poeta malagueña Isabel Bono, aborda dicha dificultad. La autora construye una obra caleidoscópica en la que cada verso es un giro o un salto mortal: un riesgo asumido desde el inconformismo iconoclasta de una poeta genuina, capaz de llevar al lector a la sorpresa continua, al desequilibrio de una cuerda floja, al vértigo de una caÃda sin red. Salvando cualquier obstáculo, la autora acompaña a sus lectores con la mano sabia de quien lleva muchos años explorando un camino propio, una manera esencial de decir y escribir y que es capaz de abrir nuevas sendas, con paso firme y sin miedo a las alturas, sobre temáticas tantas veces holladas en la literatura universal.
Isabel Bono construye su amor por la palabra escrita en conversación implÃcita o explÃcita con el resto de las artes; desde la música, la pintura o el cine, son infinidad las referencias e interconexiones que se establecen, y especialmente las literarias a mà me resultan de lo más sugerentes. Por ejemplo, de Clarice Lispector en La pasión según G.H. en versos como:
A veces me gustarÃa cerrar una puerta
como quien aplasta un mosquito
O de Marguerite Duras en
Tampoco construà diques
contra el pacÃfico animal que soy (…).
El diálogo que abre Isabel con las obras de otros artistas no surge desde la erudición sino desde una música antigua con la que se encuentra para renovarse y crecer; como las aguas del afluente al encontrarse con las del cauce principal, en el que se integran y confunden con total naturalidad.
Además, a propósito de los diálogos entre diferentes materias y materiales que podemos encontrar en Pan comido, también me atrae la gran maestrÃa con la que se engarzan elementos de la vida cotidiana con acontecimientos insólitos. El sincretismo estético que profesa Isabel Bono la lleva a fijarse en detalles mÃnimos, aparentemente insignificantes en la complejidad de nuestra existencia, que se desbordan en la caprichosa pero efectiva mirada de la autora: como esas fotos que a ella tanto le gusta usar en sus blogs de creación, donde un pedazo recortado y minúsculo de la realidad puede ser un nuevo universo (significativa resulta, en este sentido, la foto de la portada de Andrés C. Gómez Miranda), porque es de esos detalles y aproximaciones de los que Isabel se alimenta como poeta y donde encuentra trazos de cordura creativa sobre los que sostener el dÃa a dÃa.
Extraordinaria y sorprendente resulta la forma en la que Isabel Bono aborda su escritura en Pan comido. La autora se renueva, y desnuda sus versos con una versificación libre, aparentemente informal, pero llena de mecanismo de precisión, que exigen un trabajo y una delicadeza de tallador de diamantes para conseguir una narratividad llena de imágenes limpias y poéticas:
Y es que yo querÃa
con el silencio sospechoso de un campo de minas
Crea metáforas deslumbrantes o paradojas sugerentes, como el tÃtulo de una de las doce partes en las que se divide el libro: “Ven con pies de plomo y podrás caminar sobre el aguaâ€, o figuras retóricas como la sinestesia, por ejemplo en “(…) tu voz cogiéndome de la manoâ€. Además de con recursos semánticos y retóricos, también esta historia de amor se construye con sueños, enumeraciones hipnóticas, diálogos cinematográficos, eclecticismo y acumulación creativa; todo ello aderezado con una sintaxis peculiar, en la que la rotura del verso parece casual cuando, en realidad, implica la contradicción, excelentemente resuelta, que supone una continuidad sorpresiva de lo se va expresando.
Pero volvamos al amor o los amores de Pan comido. El amor no es tratado como algo excepcional sino que es llevado al lÃmite de sà mismo, un lÃmite cercano y, a la vez, una de las fronteras de la locura. Es llevado también a los lÃmites entre la memoria y la creatividad, también a los lÃmites de la certeza, e Isabel Bono yerra con la intención de hacerse entender y de extrañarnos en una narración que no es oscura o equÃvoca, sino que fluye luminosa, como fluyen los amantes en Les amants de Louis Malle (calificada, cuando se estrenó en 1958, de pornográfica, pero que Truffaut la definió como “la primera noche de amor del cineâ€) con una Jean Moreau en camisón escapando de noche, por en medio de prados, acompañada de su joven amante, hacia ese bellÃsimo final en el que ambos se suben a una barca, se tumban en su interior para amarse mientras dejan que la corriente los lleve. O como fluye la noche de amor entre Tristán e Isolda, casi interminable. Pues esa noche de amor es el presente continuo en el que se escribe el libro. Ya dijo San AgustÃn que no existe el pasado ni el futuro, sino el presente del pasado, el presente del futuro y el presente del presente. Es en el aquà y ahora, mientras se escribe, cuando sucede todo lo que ha sucedido, todo lo que sucede y todo lo que sucederá, pero también todo lo que hubiera podido suceder. Isabel Bono consigue ese inconmensurable presente, y con todas las noches de amor -literarias, cinematográficas o reales-, dialoga.
Al fin, el amor hacia la escritura y la creación literaria se convierte también en amor hacia el lector, hacia el ser anónimo y silencioso que leerá su libro y se sentirá recompensado y amado por la poeta, que finaliza diciendo:
“(…) si has sido capaz de creer esta historia
no entiendo cómo no eres capaz de creer que te quieroâ€.
Porque el amor es también un acto de fe, al igual que la poesÃa, y ya al principio de este libro se nos habÃa dicho:
Sólo se puede querer si crees a ciegas que te quieren.
Un acto de fe y de identificación, un encuentro entre el tú (lector) y el yo (poeta), un diálogo en el que a veces la autora emplea la primera persona y en otras, sin solución de continuidad, emplea la tercera, para ir describiendo y creando mil situaciones diferentes en torno al amor. Es decir, la autora explora todas las posibilidades, desde el amor apasionado, pasando por el amor imposible y llegando al amor traicionado; también el encuentro con el amante, o la ausencia del ser amado, o el amor no correspondido o, por supuesto, la ruptura sentimental. Isabel Bono se va situando en cada una de esas situaciones desde la veracidad de sus propios sentimientos, desde la dificultad de expresarlos, y sin caer en la impostura; como ella misma dice:
(…) El peor de los verbos:
más que esperar, más que perder:/ disimular. El peor de todos.
Pan comido es la dificultad creativa de expresar el amor y los sentimientos, pero fundamentalmente es amor por la escritura.
AgustÃn Calvo Galán
http://proyectodesvelos.blogspot.com