«Pan comido», de Isabel Bono

Pan comido. Isabel Bono
Bartleby Editores (Madrid, 2011)

No hay mayor dificultad que escribir poesía sobre el amor. Pan comido, el último libro de la poeta malagueña Isabel Bono, aborda dicha dificultad. La autora construye una obra caleidoscópica en la que cada verso es un giro o un salto mortal: un riesgo asumido desde el inconformismo iconoclasta de una poeta genuina, capaz de llevar al lector a la sorpresa continua, al desequilibrio de una cuerda floja, al vértigo de una caída sin red. Salvando cualquier obstáculo, la autora acompaña a sus lectores con la mano sabia de quien lleva muchos años explorando un camino propio, una manera esencial de decir y escribir y que es capaz de abrir nuevas sendas, con paso firme y sin miedo a las alturas, sobre temáticas tantas veces holladas en la literatura universal.

Isabel Bono construye su amor por la palabra escrita en conversación implícita o explícita con el resto de las artes; desde la música, la pintura o el cine, son infinidad las referencias e interconexiones que se establecen, y especialmente las literarias a mí me resultan de lo más sugerentes. Por ejemplo, de Clarice Lispector en La pasión según G.H. en versos como:

A veces me gustaría cerrar una puerta

como quien aplasta un mosquito

O de Marguerite Duras en

Tampoco construí diques

contra el pacífico animal que soy (…).

El diálogo que abre Isabel con las obras de otros artistas no surge desde la erudición sino desde una música antigua con la que se encuentra para renovarse y crecer; como las aguas del afluente al encontrarse con las del cauce principal, en el que se integran y confunden con total naturalidad.

Además, a propósito de los diálogos entre diferentes materias y materiales que podemos encontrar en Pan comido, también me atrae la gran maestría con la que se engarzan elementos de la vida cotidiana con acontecimientos insólitos. El sincretismo estético que profesa Isabel Bono la lleva a fijarse en detalles mínimos, aparentemente insignificantes en la complejidad de nuestra existencia, que se desbordan en la caprichosa pero efectiva mirada de la autora: como esas fotos que a ella tanto le gusta usar en sus blogs de creación, donde un pedazo recortado y minúsculo de la realidad puede ser un nuevo universo (significativa resulta, en este sentido, la foto de la portada de Andrés C. Gómez Miranda), porque es de esos detalles y aproximaciones de los que Isabel se alimenta como poeta y donde encuentra trazos de cordura creativa sobre los que sostener el día a día.

Extraordinaria y sorprendente resulta la forma en la que Isabel Bono aborda su escritura en Pan comido. La autora se renueva, y desnuda sus versos con una versificación libre, aparentemente informal, pero llena de mecanismo de precisión, que exigen un trabajo y una delicadeza de tallador de diamantes para conseguir una narratividad llena de imágenes limpias y poéticas:

Y es que yo quería

con el silencio sospechoso de un campo de minas

Crea metáforas deslumbrantes o paradojas sugerentes, como el título de una de las doce partes en las que se divide el libro: “Ven con pies de plomo y podrás caminar sobre el agua”, o figuras retóricas como la sinestesia, por ejemplo en “(…) tu voz cogiéndome de la mano”. Además de con recursos semánticos y retóricos, también esta historia de amor se construye con sueños, enumeraciones hipnóticas, diálogos cinematográficos, eclecticismo y acumulación creativa; todo ello aderezado con una sintaxis peculiar, en la que la rotura del verso parece casual cuando, en realidad, implica la contradicción, excelentemente resuelta, que supone una continuidad sorpresiva de lo se va expresando.

Isabel Bono (foto:agendapoeticomusical.blogspot.com)

Pero volvamos al amor o los amores de Pan comido. El amor no es tratado como algo excepcional sino que es llevado al límite de sí mismo, un límite cercano y, a la vez, una de las fronteras de la locura. Es llevado también a los límites entre la memoria y la creatividad, también a los límites de la certeza, e Isabel Bono yerra con la intención de hacerse entender y de extrañarnos en una narración que no es oscura o equívoca, sino que fluye luminosa, como fluyen los amantes en Les amants de Louis Malle (calificada, cuando se estrenó en 1958, de pornográfica, pero que Truffaut la definió como “la primera noche de amor del cine”) con una Jean Moreau en camisón escapando de noche, por en medio de prados, acompañada de su joven amante, hacia ese bellísimo final en el que ambos se suben a una barca, se tumban en su interior para amarse mientras dejan que la corriente los lleve. O como fluye la noche de amor entre Tristán e Isolda, casi interminable. Pues esa noche de amor es el presente continuo en el que se escribe el libro. Ya dijo San Agustín que no existe el pasado ni el futuro, sino el presente del pasado, el presente del futuro y el presente del presente. Es en el aquí y ahora, mientras se escribe, cuando sucede todo lo que ha sucedido, todo lo que sucede y todo lo que sucederá, pero también todo lo que hubiera podido suceder. Isabel Bono consigue ese inconmensurable presente, y con todas las noches de amor -literarias, cinematográficas o reales-, dialoga.

Al fin, el amor hacia la escritura y la creación literaria se convierte también en amor hacia el lector, hacia el ser anónimo y silencioso que leerá su libro y se sentirá recompensado y amado por la poeta, que finaliza diciendo:

“(…) si has sido capaz de creer esta historia

no entiendo cómo no eres capaz de creer que te quiero”.

Porque el amor es también un acto de fe, al igual que la poesía, y ya al principio de este libro se nos había dicho:

Sólo se puede querer si crees a ciegas que te quieren.

Un acto de fe y de identificación, un encuentro entre el tú (lector) y el yo (poeta), un diálogo en el que a veces la autora emplea la primera persona y en otras, sin solución de continuidad, emplea la tercera, para ir describiendo y creando mil situaciones diferentes en torno al amor. Es decir, la autora explora todas las posibilidades, desde el amor apasionado, pasando por el amor imposible y llegando al amor traicionado; también el encuentro con el amante, o la ausencia del ser amado, o el amor no correspondido o, por supuesto, la ruptura sentimental. Isabel Bono se va situando en cada una de esas situaciones desde la veracidad de sus propios sentimientos, desde la dificultad de expresarlos, y sin caer en la impostura; como ella misma dice:

(…) El peor de los verbos:

más que esperar, más que perder:/ disimular. El peor de todos.

Pan comido es la dificultad creativa de expresar el amor y los sentimientos, pero fundamentalmente es amor por la escritura.

Agustín Calvo Galán
http://proyectodesvelos.blogspot.com

Agustín Calvo Galán

Agustín Calvo Galán (Barcelona, 1968) ha publicado 'Letras transformistas', una selección de sus poemas conceptuales y visuales (2005), 'Otra ciudad' (libro objeto, 2006), 'Poemas para el entreacto' (2007) y 'A la vendimia en Portugal' (2009). Su obra como poeta visual ha sido recogida en varias antologías especializadas.

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