Diario de un ascensor en un bloque de dos plantas con azotea. Elena Román
Diputación de Granada (Granada, 2010)
Los buzones tienen mucha vida. Van llenándose de sobres y a veces hasta sufren atascos considerables por la pereza de sus propietarios. Yo tengo dos, y el que destino a paquetes de mayor envergadura suele estar triste porque los chicos del correo comercial creen que sirve para dejar malditas ofertas promocionales que nadie lee.
Hace un par de meses agité las llaves de mi bolsillo izquierdo, abrà la caja mágica y palpé un bulto de procedencia desconocida. Soy bastante nervioso con estas cosas, por lo que despedacé el paquete y dentro habÃa un libro de original tÃtulo: Diario de un ascensor en un bloque de dos plantas con azotea de Elena Román. El volumen ganó en 2010 el Premio Andaluz de PoesÃa Villa de Peligros, y hasta esta misma noche es lo único que sabÃa del manuscrito, que dejé reposar en mi mesa durante dos largos meses hasta que decidà leerlo.
¿Por qué les suelto todo este rollo patatero? Pues porque por una vez me han sorprendido, y considero ese sobre desconocido un magnÃfico regalo del que aún, en cierto modo, ignoro su procedencia.
Abro el libro y descubro un huracán. Las setenta y siete composiciones del elevador, para abreviar, rebosan una fuerza lÃrica de indudable originalidad. No me gusta la poesÃa amorosa, pero con Elena Román hago una excepción. Desde la primera palabra uno siente un vendaval de sentimientos que fluctúan entre la incomprensión, el anhelo, el miedo a la pérdida, la felicidad de la unión, el ansia por convivir e infinitas emociones que la autora cordobesa, toledana de adopción, exprime con exhuberancia y un desparpajo que combina prosa con una libertad que prescinde de la rima porque quiere centrarse en el amor, que en ocasiones tiene que ser en Roma y en otras resumirse, letal y definitiva simbologÃa, en un 69.
Román no concede respiro. Su poemario no es una suite, aunque tiene sus hechuras porque la continuidad de bocas, ojos, ausencias, presencias, frÃos y calenturas esparce una potente semilla que, pese a tratar el tema por antonomasia, rehuye lo clásico y se instala en un veloz territorio donde se duerme poco y se delira una barbaridad mediante un surrealismo que no es tal, sino mera explosión propia de ese estado de estupidez transitoria que llamamos enamoramiento.
La única cordura está en la composición y en la sabia elección de los vocablos. El resto es lanzarse al vacÃo, apostar todo al rojo y dejarse llevar. Para el lector constituye una agradable sensación porque los versos crean una corriente empática mientras subimos y bajamos pisos del ascensor. En ocasiones no hay tréboles en el descampado, las excavadoras se tragan inexistentes huellas y hasta emigran los pingüinos. La constante básica es el entrelazarse a lo largo de las seis partes de la ascensión, perdón, del altibajo entre piso y piso. Antes de abordar la lectura vayan al final y consulten el Ãndice. Comprobarán que cada fracción del viaje se nutre de un apretar botones que remarcan el estado de la cuestión. Del primero al segundo. Subamos a la azotea. No, mejor descender, que las cosas se han vuelto inestables. Venga, dale al play. ¡Para! Y hazlo, si eres crÃtico y debes reseñar la obra, sin ninguna información biográfica de la premiada. Puede que tenga cuarenta años, quizá menos. Me importa bien poco y casi lo considero una ventaja porque asà no debo usar la tÃpica etiqueta generacional que tantos prejuicios causa. Leer textos sin atender edades, devorarlos pensando sólo, y ya es bastante, en la literatura.
Conocerse. Odiarse. Penetrarse. Despertarse. Los meses se suceden, asà como la agonÃa del éxtasis y el calvario. Nos gustarÃa saber qué piensa el objeto de deseo. DeberÃa sentirse muy afortunado por este exaltadÃsimo canto que tanto en cuerpo como en forma destaca por frescura, desparpajo y un entusiasmo que entusiasma desde una incontenible pasión que, quizá, es la que todos y cada uno de nosotros querrÃamos ostentar en nuestro corazón, que nunca pasa de moda y siempre tendrá espacio para la crónica de una relación donde el tormento es placer y la lectura un caudal imparable. Bravo.
Jordi Corominas i Julián
http://corominasijulian.blogspot.com