Saliendo de la estación de Atocha.
Ben Lerner
Mondadori (Barcelona, 2013)
Preguntar de qué trata Saliendo de la estación de Atocha, primera novela del poeta Ben Lerner (Kansas, 1979), me parece un fatal comienzo que no lleva a ninguna parte. Por fortuna, lo destacable en ella no son historias que se cuenten extraÃdas de una realidad ya suficientemente conocida como para seguir reproduciéndola con fidelidad. Eso queda en manos de los acérrimos novelistas realistas, a los cuales se les podrÃa destinar aquellas palabras de Goethe que dicen que si uno pinta a su perro tal cual es, naturalmente tendrá dos perros, pero no una obra de arte.
Si bien el escenario de esta novela es principalmente Madrid, aunque también otras ciudades de la geografÃa española, el ámbito que transita Ben Lerner es antes el revés de la realidad. En este sentido, su escritura camina en la misma dirección que la de Enrique Vila-Matas, escritor que ha recomendado Saliendo de la estación de Atocha en su web. Con estilos narrativos propios, sus particulares voces parecen compartir lo que Vila-Matas denomina la vÃa Finnegans en su libro Chet Baker piensa en su arte (Debolsillo, 2011). Una perspectiva que entronca con la literatura que, más cerca del corazón de las cosas, prefiere desplegar el arte de lo negativo. Con otras palabras, desarrollar la capacidad de introducirse en el núcleo incomunicable de nuestro interior. En expresión de Vila-Matas, adentrarse en “el núcleo duro de lo esencial, la nebulosa del ser verdadero, la bruma de la identidad profunda que es siempre extraña y extranjeraâ€.
Con esta idea coincide el protagonista de Saliendo de la estación de Atocha cuando en un momento de la novela defiende la hondura de la creación literaria como “un efecto sentido de su incomunicabilidadâ€.
Él se llama Adam Gordon y es un joven estadounidense, supuestamente poeta. Le han concedido una prestigiosa beca en Madrid para un proyecto poético sobre la Guerra Civil española y sus poetas más acreditados. En verdad, nada sabe ni sabrá sobre ello y su vida en la capital de España transcurre en fiestas entre porros, alcohol, café y tranquilizantes. También en actos literarios que poco o nada tienen que ver con la literatura y, en concreto, con la auténtica poesÃa.
Esta novela, de escasa trama y narrada en primera persona, cuenta acerca de las correrÃas propias de un joven desubicado que se considera a sà mismo, también como poeta, un fraude. Su prosa es fluida, apegada a la vida cotidiana, y se mueve, en palabras de la contraportada, “entre la tragedia y la comedia, el desdén y la burlaâ€.
Las correrÃas de Adam Gordon, que incluyen amores y desmanes, podrÃan enmarcarse en lo que Vila-Matas, refiriéndose a Mis dos mundos de Sergio Chejfec, denomina simulación de “narratividad Hire para poder camuflar un discurso potencialmente Finnegansâ€. Asà es cómo me ha llegado la lectura de Saliendo de la estación de Atocha. Tras la apariencia narrativa que adopta la novela, refulge una literatura que parece haber sido escrita con los ojos cerrados. Tal vez, la mejor forma de conectar con eso que Ben Lerner llama “la textura del tiempo“ y “la máquina blanca de la vidaâ€. No parece, por tanto, extraño que Adam Gordon proclame en varias ocasiones frente a los poetas farsantes que los poemas “no tratan de nadaâ€. Una defensa por su parte de la ausencia de un referente externo estable y, a la vez, un reconocimiento “al gran poeta John Ashberyâ€, presente en esta novela.
Las frases fluidas de Ashbery siempre parecÃan tener sentido, pero cuando levantabas la vista de la página resultaba imposible decir cuál habÃa sido ese sentido; si bien empleaban el lenguaje de la conexión lógica -“peroâ€, “por consiguienteâ€, “por tantoâ€- y el lenguaje que implicaba desarrollo narrativo -“entoncesâ€, “luegoâ€, “despuésâ€-, tales términos eran meramente propulsivos; no habÃa lógica organizativa ni progresión real. Al leer una frase de Ashbery, una frase compleja que se alargaba durante lÃneas, sentÃas el arco y la sensación de pensar en ausencia de pensamientos.
Adam Gordon, sabedor de la arbitrariedad del lenguaje, se dedica también a traducir poemas y reescribirlos mediante la técnica de recortes al azar, cambiando palabras y reordenándolas en el texto para crear un poema nuevo.
No escapa a Ben Lerner el carácter encubridor del lenguaje. O de la mente discursiva, a la cual MarÃa Zambrano llama “la gran ordenadora que todo lo encubreâ€. Una cita del protagonista de Saliendo de la estación de Atocha, aunque proferida en un contexto burlesco, alude a unas palabras de Ortega y Gasset que hablan en igual dirección:
Al hablar, al pensar, nos proponemos aclarar las cosas, y esto obliga a exacerbarlas, dislocarlas, esquematizarlas. Todo concepto es ya exageración.
De ahà que a esta novela le venga como anillo al dedo que Adam Gordon apenas entienda el idioma español. Su condición de extranjero le permite perseguir el movimiento de la predicación, “más conmovedor que lo predicadoâ€. También acceder a la potencialidad encerrada en cualquier relato. Mundos posibles, contrapuestos, paralelos y simultáneos.
En una escena en la que su amiga Isabel habla y Adam Gordon no alcanza a comprender lo que dice, este cuenta:
Armé diversas historias posibles a partir de su relato, todas a la vez, asà que no fue tanto que no la entendiera como que entendà los acordes, la entendà en una pluralidad de mundos.
Partiendo de su capacidad de habitar entre posibles referentes, deja que se interfieran y se separen como olas. Es el mismo procedimiento literario de Vila-Matas, en cuya literatura las referencias se escapan para crear nuevos sentidos.
La prosa de este escritor, al igual que la de Ben Lerner, mezcla cosas y pensamientos. Estos, antes que ser meros ingredientes de la conciencia, parecen observarse desde afuera. Ãmbito donde pueden dialogar lo decible y lo inefable y lugar donde el “yo†se muestra vacilante. Por eso el protagonista de Saliendo de la estación de Atocha habla irónicamente de su afición por contemplarse “en el suelo desde un avión y en un avión desde el sueloâ€. Incluso en un largo pasaje de la novela se narra a sà mismo en tercera persona. En consonancia con esta idea, escribe Vila-Matas en Chet Baker piensa en su arte:
No me siento demasiado inseguro si ahora digo, por ejemplo, que no creo tener acceso siquiera a mi verdadero yo, pues no lo modelé como una esencia estable, plenamente segura de sà misma, sino como una búsqueda conflictiva e inacabada, inmensamente inacabada, de una verdad esquiva.
Al respecto cuenta Adam Gordon sobre una conversación con Isabel cuyas palabras parecen insinuar el movimiento de la literatura de Ben Lerner:
Nuestra conversación consistÃa mayormente en gesticular señalándole algo que era incapaz de expresar, suponer después el referente que ella hubiera supuesto y responder a dicha suposición mediante gestos. En esta, mi segunda fase del proyecto, Isabel asignaba un sentido profundo, asignaba una pluralidad de posibles sentidos profundos a mi discurso fragmentario, intuyendo a partir de tales fragmentos abismos de comprensión y elocuencia latentes, y como ella proyectaba lo que creÃa haber descubierto, a mà me gustaba pensar que Isabel sentÃa una intensa afinidad con el funcionamiento de mi cabeza.
Es esta una cita que alude, en última instancia, a ese viaje de la literatura que, en palabras de Vila-Matas, va de lo inexplorado a lo desconocido.
Elisa RodrÃguez Court
Saliendo de la estación de Atocha toma prestado su tÃtulo de un poema de John Ashbery que, al cabo, resulta milagrosamente significativo. Ben Lerner, poeta antes que novelista, idolatra a Ashbery y, tras escribir un libro sobre su estancia en Madrid, no es extraño que recurriera a uno de sus poemas para titularlo. Seguramente ya habÃa decidido el tÃtulo antes de escribir la novela e incluso antes de saber que iba a escribir una novela. Sin embargo, el Madrid de Lerner es el Madrid del año 2004, por lo que “Atochaâ€, según avanzamos en la lectura de la novela, va tomando un peso poético, histórico y testimonial que multiplica su sentido, zarandeándolo desde la referencia literaria culta hasta el epicentro emocional de la capital de España en el año en que se sitúa el relato. Las casualidades siempre se ponen de parte del talento.